Aún mi mente alberga y extraña el recuerdo de aquel día veraniego, cuando con frenesí tú y yo corríamos como locos frente al imponente mar sin el menor cuidado ni cautela. No teníamos nada más que nuestro amor y sueños compartidos. Ambos estábamos seguros de nuestros sentimientos, solo que no nos habíamos armado de valor para admitirlo, mucho menos para decirlo en voz alta al mundo. La única manera en que podía salir a la luz eran aquellas tardes de febrero en las que nos veíamos desde lejos con intensidad y anhelo. –Ven Joe, ¡que nos lleva la ola! —gritaba eufórica mientras corría a la orilla. Le encantaba provocarlo, porque sabía a la perfección lo loco que lo tenía. –¡Espera! –respiró fuerte —¡Que te alcanzo y no te suelto! –exclamó mientras intentaba seg