Lisa.
- ¡Ya es la hora! - alguien me estaba sacudiendo por el hombro.
Murmuré, traté de darme la vuelta y envolverme en mi manta vieja y maloliente pero ya menos, que antes.
- ¡Lisa, levántate!
- No, - gemí, y traté de meter la cabeza debajo de la almohada. Pero enredando en la funda de almohada, abandoné la idea.
- ¡Despiértate! – repitió mi torturador.
Negué con la cabeza y traté de nuevo de meterme debajo de la manta. Pero no me permitieron volver al sueño dulce, donde yo estaba besando a leñador. Yo abrí los ojos y le vi a él presente. Además, estaba Peck feliz y con toda la alegría lamió mi oreja. Dos veces. Luego, puso su nariz fría y húmeda en ella.
- ¡Vete, pesado chuco! - refunfuñé, empujando a Peck lejos de mí.
Miré con tristeza al dueño de la choza, porque estaba más lejos de mí que su perro. Ellos me miraron al unísono y el optimismo ardía en sus rostros.
- Bueno, si no quieres ir a divertirte con la nieve, no vamos, - dijo Igor con indiferencia.
- ¿Trineo?
Él levantó expresivamente sus cejas oscuras.
- Sí, y esquiando. Parecías estar de acuerdo ayer.
- ¿Qué? Sí, por supuesto, - me estaba aclarando lentamente en mi cabeza. – Quiero el trineo, no sé esquiar, lo siento.
- Entonces levántate y vamos a desayunar.
- Está bien, dame cinco minutos, - asentí con la cabeza confundida y me senté, frotándome la cara.
Peck tomó mi levantamiento como una orden para la acción. De nuevo corrió hacia adelante, agitando furiosamente la cola y esforzándose por lamerme de la cabeza a los pies. Apenas lo empujé y salí de la habitación a la cocina, donde encontré un plato de desayuno preparado y el té con el pastel que no habíamos terminado ayer.
- ¿Cuándo lograste hacer todo? - Me sorprendí.
- Tuve que levantarme un poco más temprano. Quería darte una sorpresa.
Era la mañana de Navidad más agradable y divertida que tuve últimamente. Aún no hiciéramos nada, pero ya me estaba preparando el desayuno y casi "Café en la cama". Mientras yo desayunaba, Igor rebuscó en su habitación, crujió, sacudió las puertas del armario, silbó algo en voz baja y luego apareció en el umbral con un montón de ropa.
- Intenta probarla.
- ¿Eso es para mí? – pregunte sorprendida, mirando los pantalones de chándal alargados y una camisa a cuadros colgada del montón de ropa.
- ¿Vas a ir divertirte con la nieve así? ¿O con tu abrigo de piel y botas con tacones?
- Tienes razón, - dije, levantándome de la mesa y cogiendo la ropa de sus manos, - dame cinco minutos.
Por supuesto, todo fue muy grande para mí. Los pantalones tuvieron que ser enrollados tres veces y metidos en calcetines grises muy antiestéticos. Rechacé la camisa a cuadros, me puse uno de mis suéteres, pero acepté una chaqueta acolchada, subiéndome las mangas en dos vueltas. Envolví mi cabello en un bulto apretado y puse un gorro de lana sobre él.
- Bueno, ¿cómo estoy? - le pregunté a Igor con una sonrisa, y para que pudiera ver completamente la belleza sobrenatural, me gire sobre mi eje, extendiendo los brazos a los lados, - ¿Parezco una reina?
- ¡Una diosa! - se rio, examinando mi look, digno de una vagabunda.
- Lo intenté.
- Por cierto, tienes suerte. Encontré en el armario botas viejas de fieltro, de tamaño pequeño. No sé de dónde vinieron aquí, pero deberían servirte bien.
- Vale, pásamelas, - nada me asustaba. Todo será mejor, que correr por el bosque en pantuflas. - Estoy lista.
- Vamos, - me lanzó una mirada burlona, cruzó el umbral, tomó un trineo, los esquís viejos y caminó con paso amplio hacia el borde del bosque, y yo corría tras él. Me sentía muy alegre, que era una cosa más extraña. No sabía que provocaba en mí esta sensación. La mañana agradable. El bosque nevado. El sol brillante en la nieve. Un gran hombre barbudo o un trineo.
Resulta que poca cosa me necesitaba para ser feliz. Igor avanzaba a pasos agigantados, y yo lo seguía, apenas manteniéndome la distancia, prácticamente perdiendo botas sobre la marcha e intentando esquivar las ramas, que tras él se esforzaban por azotarme en la cara.
- ¿Qué tal vas? - preguntó, sin girar la cabeza hacia mí, continuando su carrera.
Ni siquiera se quedó sin aliento. Para él, esto era solo un paseo placentero por un bosque conocido. Caminaba fácilmente, de vez en cuando se detenía para indicarme: mira allí está un búho, mira las huellas de una liebre.
- Bien, - realmente no quería parecer una inútil de la ciudad malcriada, que comienza a gemir y quejarse ante las primeras dificultades, así que sonreí aún más, pero sabiendo que no aguantaría más este ritmo, - excelente, pero si corrieras un poco más lento, te estaría muy agradecida.
- Me parece, que no corro.
- Corres, - para mayor persuasión asentí con la cabeza, - incluso diría, vuelas como una flecha.
- Está bien, - refunfuñó, - no estamos lejos del sitio. ¡Y sube al trineo! Me pondré los esquís y te llevaré.
- Es usted tan generoso, señor.
El “señor” sonrió, se rascó la barbilla, movió el trineo, me tendió la mano y me respondió amablemente:
- Todo para usted, señora.
Con gracia bajé mi trasero al asiento del trineo y dije, ahogándome de risa:
- ¡Podemos ir! ¡Tira!
De hecho, el bosque pronto se partió y apareció la empinada orilla del río.
- ¡Mira! - levantó las manos. - ¡Qué belleza!
Sí, fue muy hermoso. Ya en el camino, sentí todo el poder de este lugar. Enormes árboles perennes, alineados como velas de manera caótica, custodiaban el río cubierto con un manto blanco. La nieve alrededor salpicaba la vista como los diamantes, brillaba de tal manera que a veces era necesario incluso cerrar los ojos del resplandor cegador. “Por eso los esquiadores usan gafas de sol,”- pensé.
- Bueno qué, ¿estás lista? - me preguntó Igor. - Baja conmigo.
Empujó y se deslizó con mucha confianza por la pendiente. Miré hacia abajo y sentí miedo. La altura era bastante grande. Honestamente, ya quería decir que cambiara de opinión, pero no tuve tiempo. Alguien detrás de mí empujó con fuerza por mi espalda y me precipité a una velocidad increíble. No tuve tiempo de entender lo que pasara. Volví a mí misma ya abajo.
- ¡Mira, Peck! Extraño, nunca iba aquí conmigo. De hecho, es un cobarde al que nunca he visto, por lo que no se aleja mucho de casa. - dijo Igor.
- Entonces fue él quien me empujó colina abajo. - exclamé, miré hacia arriba, llevándome la mano a la frente como si fuera una visera.
Peck corría de un lado a otro con un ladrido sonoro. “¡Maldito chucho!” – pensé.
- Bueno, ahora tenemos que subir. - Igor sonrió, - aquí no hay teleférico.
Mientras yo, como un elefante, ahogándome en la nieve, volvía a subir a la montaña, él se subió con destreza y hasta arrastró mi trineo. Al principio me sorprendió lo bien que lo hizo, pero pensando, que lo más probable es que todos los guardabosques supieran esquiar, cambié de opinión para hacer otra pregunta estúpida.
La segunda bajada ya era otra cosa. Realmente me gustó esta diversión. Yo gozaba como una niña.
Igor.
Di lo que quieras, pero Lisa sabe impresionar. Tiene un talento natural. Cuando hace cinco minutos estaba arriba, y todo estaba bien, pero tan pronto como me bajé, comenzó el espectáculo. Cuando me volví hacia ella, perdí el don de la palabra. Ella voló directamente hacia mí en su trineo. Al principio solo quería apartarme. Pero recordando que había un árbol detrás, me di cuenta de que ella no tendría tiempo de detenerse para no chocar contra él.
Tuve que agarrarme a la raíz de este árbol con una mano y sacar mi "tesoro" del trineo con la otra. Todo sucedió tan rápido, que en un segundo sentí su cuerpo sobre mí.
- ¿Estas viva?
- Sí, ¿cómo estás tú? - su voz suave sonó por encima de mi oído.
Y al segundo siguiente ya la estaba atrayendo hacia mí. Yo levanté los ojos y la miré, como hechizado. Los labios de Lisa estaban un poco agrietados, pero esto no estropeó su belleza en lo más mínimo. Maldita sea, eran perfectos y deliciosos y en un milímetro de los míos.
Ella también se congeló. Me miraba con una mirada concentrada y oculta. Y luego, pasó lo que yo ni lo esperaba, no entendía, pero deseaba. Ella me besó suave y tímidamente, se aferró a mí con tanta fuerza, que incluso a través de varias capas de ropa pude sentir los latidos de su corazón. Ella me quitó todos los candados y perdí la cabeza en este beso. Ahora la besaba yo, olvidándome por completo de todo. De lo que dolía la mano, que seguramente estaba dislocada, de un viento frío que congelaba hasta los huesos. Junto a esta mujer, me sentía cálido y bien. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí feliz.
- Lo siento, no sé cómo sucedió, yo no quería, verdad, - susurró, alejándose de mí y arrebatándome la felicidad.
¡¿Qué es esto?! ¿Ella no sabe? Ella misma me besó, ¡pero ahora dice, que no quería!
- Eso es todo, vamos a casa, ya nos hemos divertimos bastante, - espeté levantándome de la nieve y agarrando la mano herida.
- ¿Que tienes en la mano? – preguntó ella con preocupación.
- Nada.
- ¡Déjame ver! – insistió Lisa.
- No hay nada que mirar, esta dislocada, - respondí con tristeza y, tratando de mover suavemente mi mano, pero inmediatamente hice una mueca de dolor, - Maldita sea.
- ¿Duele mucho? - preguntó preocupada. - ¿Cómo paso?
- Te atrapé, pero aparentemente sin éxito, - espeté.
- Lo siento, no sabía cómo sucedió, no quería, - dijo con sinceridad.
- Ella no quería, no lo sabía cómo pasó. - murmuré en voz baja, pensando en el beso.
- Vámonos a casa, tengo que vendártela, - Lisa me tiró sin ceremonias por la otra mano, la seguí obedientemente, solo pregunté dudoso:
- ¿Sabes cómo hacer apósitos?
- No tengo ni idea, - admitió con sinceridad, - pero por mi culpa estás inválido, por eso yo tengo que curarte.
"¡Qué alegría! ¡Ahora es mi turno de burlarme!" - Pensé. – “Ahora estoy discapacitado, me duele la mano, así que la pobre Lisa tendrá que cuidarme, y luego a lo mejor algo se moverá de un punto muerto en nuestra relación. ¡Es una oportunidad de suerte!” Casi me reí. Señor, ¿cuántos años tengo? ¿Parezco un niño de jardín de infancia? Sí, en mi vida nunca confié en un golpe de suerte, siempre conseguía yo mismo, establecía una meta y caminaba hacia ella. No importa dónde: en el trabajo, en las relaciones, en todo.
No sé por qué, ya fuera por el exceso de aire fresco, o por una estancia de tres meses en el desierto, en confinamiento voluntario, o porque ella me consideraba un salvaje guardabosques, quería hacerme el tonto. Lo que en sí mismo era extraño y muy inesperado ... y maldita sea, me gustó.
Cuando regrese, iré a ver el astuto psicólogo que me envió aquí, y se lo agradeceré debidamente. Porque su método realmente funcionó, no solo me salvó de un tic nervioso, sino que también me devolvió el sabor de la vida.
Regresamos a casa y Lisa decidió vendarme. A juzgar por la forma en que arrugaba la frente mientras caminábamos, la chica trató de recordar todo lo que sabía sobre esto.
- ¿Tienes unas gasas? - preguntó, mirando dubitativamente a su alrededor cuando estábamos en la cocina.
- Lo dudo.
Cuando me mudé a este "palacete" no había nada en el botiquín, excepto carbón activado y aspirinas. No vi los vendajes allí, pero no me molesté en traerlos, porque no esperaba que me dislocara la mano, tratando de salvar a una chica. ¡Ni siquiera podía pensar en tal suceso!
- Así que necesitamos trapos, - Lisa tenía la firme intención de salvarme a mí y mi pobre extremidad de un dolor infernal.
A decir verdad, el dolor casi ha disminuido, solo queda una leve molestia cuando movía los dedos, pero mi salvadora no tiene absolutamente ninguna razón para saberlo.
Corrió por la casa de manera tan divertida en busca de trapos limpios, que me hacía reír. Finalmente, Lisa trajo una sábana cosida con dos lienzos estrechos.
- ¿Te importa si lo rompo?
- Rompe, - asentí amablemente y me puse cómodo, mirándola intentando rasgar la tela.
- Dame tu mano, - ordenó después de hacer cintas largas con bordes despeinados de la sábana.
Yo, todavía escondiendo la sonrisa, estiré obedientemente mi mano.
Sacando la lengua por el esfuerzo, comenzó a envolverme. Exactamente, no se puede decir lo contrario. Lisa logró enrollar tal c*****o que mi mano parecía un enorme chupa-chups torcido, del cual solo sobresalían las puntas de mis dedos.
Para colmo, hizo una soga, me la echó al cuello, me obligó a meter la mano y retrocediendo dos pasos miró con una mirada de satisfacción los resultados de sus esfuerzos.
- ¿Bueno cómo? ¿Te sientes mejor? - preguntó, mirando esperanzada a mis ojos.
- Si, - contesté.
En mi opinión, la mano comenzaba a adormecerse y los dedos que sobresalían del c*****o adquirían un delicado tinte azulado.
¡Enfermera de Dios!