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La Navidad salvaje

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Blurb

Es un divertido cuento navideño sobre el amor de dos personas muy diferentes. Ella pensó que él era un loco asesino con motosierra, él pensó que ella era una loca malcriada. Pero, por las circunstancias de la incomunicación con el mundo exterior, tienen que pasar la Navidad juntos. ¿Serán capaces de encontrar un lenguaje común y abrirse al sentimiento que los cautivó en la cabaña del bosque, aislada de la civilización?

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Capítulo 1.
Igor. Tres meses antes. - Entonces, ¿cuál es su problema, Sr. Smolin? - el psicólogo me miró con atención, mostrando con toda su apariencia su disposición a escuchar. Era tan inteligente, elegante con un traje caro, un “Patek Philippe” en la muñeca. Claramente, las cosas no iban mal para él, lo cual no era sorprendente, considerando cuánto me costaba la cita. - Todo me cabrea, - respondí monótonamente, mirando a mi alrededor sin interés. El despacho era luminoso, espacioso, la pared detrás de la espalda del médico estaba llena de diplomas y certificados colgados. - ¿Se enfurece? - aclaró, - ¿Hasta qué punto? - Hasta el punto que estoy listo para romperle los dedos, si vuelve a hacer un clic más en el bolígrafo. Se quedó paralizado y miró a sus manos en las que se retorcía un Parker. - Lo siento, - sonrió con calma y dejó el bolígrafo a un lado. - Cuénteme con más detalle. Le conté. Sobre cómo me enfurece cada pequeña cosa, cómo todo y todos me molestan. Cómo a veces querría retorcer el cuello de un empleado negligente, o golpear el volante mientras estaba parado en un atasco, o patear la puerta, cuando no podría encontrar las llaves en mi bolsillo. Hablé de cómo arrojé mi computadora por la ventana de la oficina, porque colgó un programa en el momento equivocado, de cómo rompí una silla, con la que tuve la imprudencia de tropezar, de cómo la rabia me abrumaba, por cada bagatela. - Algo así, - levanté las manos al final de la conversación, completamente seguro de que el médico ahora pronunciará el veredicto "loco" y me enviará al manicomio. - Dígame, ¿en qué trabaja, Sr. Smolin? - Tengo mi propio negocio, una gran empresa constructora y una red de empresas para la producción y venta de materiales de construcción. - ¿Usted, por supuesto, está a la cabeza de todo? - Sí. - Hm, - se rio entre dientes intencionadamente. - ¿Cuándo fue la última vez que estuvo de vacaciones? - El año pasado. Escapé a España por una semana. - ¿Cuántas veces al día hablaba allí por teléfono sobre temas laborales? Estaba pensando en ello: “¿Diez? ¿Cincuenta? No lo sé. En mi opinión, siempre estaba al teléfono.” El psicólogo interpretó mi silencio correctamente y negó con la cabeza. - No es eso. ¿Cuándo fue el verdadero descanso? Sin pensamientos sobre el trabajo, sin llamadas, sin correspondencia. "¿En la vida real esto sucede?" - pensé, pero no respondí, y el doctor siguió mirándome, esperando al menos algún tipo de reacción. Como resultado, tuve que encogerme de hombros. - Sr. Smolin, está bajo estrés causado por el exceso de trabajo global. Necesita descanso, tranquilidad, cambio de actividad. ¡También me recetaría valeriana! Para ser honesto, ya lamenté haber sucumbido a una fugaz debilidad, obedecí a Georg y llegué a esta cita. - ¿Y qué sugiere? - pregunté, sin ocultar mi actitud escéptica. - Tiene que ir a alguna parte. Sin teléfono, sin internet. Sin todo. "¡Ja! ¡Vete! ¿Y quién trabajará? Eso es todo, que me recomienda. Tengo que irme. Puro delirio y ningún beneficio. ¡Enfurece!" - pasó por mi cabeza. - ¿Y a dónde cree que debería ir? - lo miré condescendiente. - ¡Por ejemplo al pueblo! Estar más cerca de la naturaleza, de su silencio reverente. El aire fresco, el sol es la mejor medicina. Durante dos meses, o mejor durante tres. - Es imposible. - ¿Por qué? - Trabajo. - ¿Tiene asistentes, ayudantes? - Tengo, pero ... - ¿Son estúpidos? - ¡Por supuesto que no! No hay lugar para los estúpidos en mi equipo. - ¿No confía en ellos? - ¡Tonterías! Creo a mis muchachos como me creo a mí mismo. - Mi consejo: delegue autoridad en ellos y cuídese. Estrés constante, nervios, todo esto adelgaza el músculo cardíaco, sube el colesterol y el azúcar en la sangre. Las personas en su afección tienen más probabilidades de sufrir ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares. - ¡Solo tengo treinta y dos! - Estaba indignado. - Al estrés no le importa cuántos años tiene. - Quizás solo me recete una pastilla mágica, y podemos prescindir de todas estas tonterías, - exhalé cansado, sintiendo pena por el tiempo dedicado a charlas ridículas. - Esto no corregirá la situación de forma radical. Nada cambia hasta que toma su propia vida en las manos. Dígame, ¿tiene un gato? ¿O un perro? - No tengo tiempo para mascotas. - ¿Esposa? ¿Hijos? - No. Incluso ayer eché de casa mi amante, me empezó a cabrear, diciendo, que no le dedico el tiempo. Empecé a pensar. Aparte del trabajo, en el que trabajo como un esclavo en las galeras, no tengo nada. ¿De dónde pueden venir el gato y la familia, si te vas a las siete y vuelves a la medianoche? - En busca de trabajo, puede omitir todo lo demás. Sus palabras me hirieron de manera desagradable. Tanto era así que incluso pregunté: - ¿Y cuánto tiempo llevará esa terapia? - El tiempo que sea necesario para reiniciar. Aquí está el número de teléfono de mi buen amigo, alquila un gran refugio para personas como usted. - dijo el médico y me entregó un papel con un teléfono. Ya sentado en mi auto, maldije el psicólogo. ¡Yo también soy médico! ¡Ayuda, su madre! ¡No soy un tonto! ¡Al diablo ese doctor! Sabía que no tendría sentido. Charla vacía y nada más. ¡De todos modos, estoy bien! Estaba nervioso ... un poco ... a veces. ¿Quién no está en este mundo? De repente una paloma volando cagó su espesa mierda en mi parabrisas, los limpiaparabrisas sensibles se pusieron en marcha de inmediato, lo untaron todo en una capa delgada, uniforme y se detuvieron. Me congelé, sintiendo que por un momento y eso es todo, explotaría, atraparía esta paloma y la devoraría. Viva. Apreté nerviosamente el botón que encendía los lava lunas, pero no pasó nada. Se acabó el líquido. En ese momento sonó el teléfono. Ruidoso, molesto y, me pareció, impaciente. Se calló y volvió a sonar, y así sin parar, durante unos cinco minutos, hasta el momento, que sentí un fuerte golpe por detrás. Un coche pequeño golpeo el culo de mi Jaguar. Estaba más cerca que nunca de comenzar a destruir todo a mi paso. ¡Que se joda todo! Salí del coche y me acerqué a la ventanilla del conductor. La chica que estaba al volante, mirando mi cara de asesino en serie, rápidamente subió el cristal y cerró el auto. Yo le gritaba, ella me miraba como a un loco. Por la impotencia di un puñetazo en el capo. El dolor en la mano, me volvió en sí. Volví a mi coche, sin mirar, agarré el teléfono del panel, y saqué el papel con el teléfono, que me dio el psicólogo.  Dudé un minuto, antes de marcarlo. No me respondieron de inmediato, una voz ronca y profunda dijo a continuación: - Estoy escuchando. - Me gustaría alquilar su cabaña, - inmediatamente me puse manos a la obra, - Me dijeron que la alquila a los ... que quieren el silencio. - Fácilmente. ¿Cuántos meses necesita? - Al menos un mes. Nombró la cantidad cósmica por la que era posible, si se deseaba, alquilar una isla deshabitada. El hombre no era un tonto. - Bien, - accedí sin dudarlo, examinando las manchas estampadas de mierda de paloma seca en el parabrisas. - Hay algunos matices sobre los que debo advertirte, - comenzó sin una pizca de vergüenza. - Adelante. - Hay condiciones espartanas. ¡No hay conexión móvil en absoluto en cinco kilómetros! - Y como estoy hablando con usted, - comenté con frialdad. - Yo vivo en el pueblo, - mi sarcasmo pasó volando, el hombre continuó como si nada hubiera pasado, - en la choza no hay conexión, no hay agua caliente. - ¡Fabuloso! - Hay una sauna, aunque pequeña, pero el baño está afuera. - ¡Maravilloso! - Electricidad del generador, de forma intermitente. - ¡Encantador! - Si no quiere congelarse, tendrá que calentar la estufa. Es cierto que no hay leña, tiene que cortarla, - continuó enumerando las delicias de una vida tranquila en el desierto. – También cocine la comida en el horno de leña, porque no hay gas. - Esta bien, - respondí con regocijo, como si tratara de demostrarme a mí mismo que este médico sinvergüenza y toda esta terapia natural era una completa tontería. - Pero hay un perro. - Tendré alguien con quien hablar, - sonreí con veneno. - Y le daré una cabra y gallinas ponedoras. Si quiere. - ¿Qué cabra? - aquí me tensé un poco. - Normal. Cuatro patas, dos cuernos y una ubre. Tendrá leche. ¿Le gusta eso? - Vale tráigame la cabra y las gallinas, - hice un gesto con la mano. Dado que tenía que cambiar el tipo de actividad, entonces sería drástico con cabra, con ubre, con baño afuera. Sea como fuere. Inmersión total, por así decirlo, de cabeza. Me reiniciaré como ordenó el médico. Y si no ayuda, vendré a este aspirante a psiquiatra y haré pedazos su linda oficina.

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