Capítulo 16.

2481 Words
Igor Aprovechando el momento en que ella salió de mi habitación, tiré del borde del vendaje, tratando de liberar la desafortunada mano, que ya comenzaba a doler no por la lesión, sino por la despiadada asistencia médica de una “especialista altamente calificado”. La tela no se movió, porque Lisa la aseguró con un triple nudo náutico. En este momento ella volvió en la habitación y yo me enderecé apresuradamente, retirando mi mano sana, con la que intentaba quitar mis cadenas. La chica notó esto: - ¿Duele? - Preguntó, mirándome a los ojos con empatía. - Si, - murmuré ininteligiblemente, tratando de recordar, por cuánto tiempo se puede tener un torniquete. - Pobre, - gentilmente, como si todavía tuviera miedo, me dio unas palmaditas en el hombro. - ¿Te puedo ayudar en algo? ¡No, no gracias! Mejor yo mismo. Aunque ... fingir estar enfermo y explotar a la pobre chica. De modo que ella saltaría a mi alrededor, me cuidaría. ¿Cuándo más surgirá esta oportunidad? Me estaba divirtiendo como un niño, porque la idea sonaba divertida. - Sabes, - comencé, por así decirlo, vacilante, - hay que cocinar la sopa ... poner la leña en la estufa. - Bueno, ahora la pongo, también quedo un poco de carne de ayer y la caliento después. - corrió hacia la puerta, arrastrando los pies con enormes pantuflas. - Tómate tu tiempo, - murmuré tras ella. Asegurándome de que ella desapareciera detrás de la puerta, comencé a arrancar frenéticamente este c*****o en mi mano. Incluso tuve que tirar del nudo con los dientes para aflojarlo de alguna manera. Finalmente, el vendaje cedió. Lo debilité hasta tal punto que la sangre se precipitó a los dedos azules y sentí un desagradable hormigueo en ellos. Mientras Lisa tronaba con algo detrás de la pared, me puse una venda de una manera nueva, para no entorpecer los movimientos, escuchando lo que hacía la chica, para no perderme el momento en que regresaría. No quería ofenderla. Porque ella intentó ayudarme. Envolvió mi mano de buena gana. En general, de alguna manera logré que el vendaje dejara de estrangular mi mano, antes de que mi salvadora volviera. - Hice todo, la sopa estará lista en media hora, - informó enérgicamente y con una sonrisa loca en los labios. - Gracias. - ¿Cualquier otra cosa que necesites? Me puse pensativo. Si digo que necesitaba su calor y cariño, entonces habría muchas posibilidades de que primero me daría una bofetada en la cara y luego me envolvería de la cabeza a los pies en otra sábana vieja. Quizás no esté preparado para correr esos riesgos. - También es necesario limpiar la jaula de las gallinas, échales el pienso y recoge los huevos. - Bien. - respondió ella, y, agarrando la cesta, corrió hacia el gallinero. En general, claramente fue mi día. Lisa me acostó en la cama, apoyándome en la cabecera, y galopó a mi alrededor, lista para cumplir casi cualquier capricho. Si quería beber, me echaría un poco de agua, si tengo hambre me traería la sopa, si hacía frío mi cubriría con una manta. Era la chica más dulce y amable del mundo. Incluso la perdoné por dejarme casi sin mano, o más bien por calentarme y después dejarme a dos velas. Ella cumplía cualquiera de mis ordenes casi con alegría, sin torcerse la cara. Parecía que nada podría estropear su feliz estado de ánimo. Y por un momento, me pregunté hasta dónde podría llegar su paciencia. - Lisa, - grité cuando el sol ya se estaba marchando. - ¿Sí? - ella apareció de inmediato junto a mí. - Sabes, me siento muy incómodo al decirte esto, pero hay una cosa más, - dije en tono triste. - ¿Cual? - No estoy seguro de si debería pedirte. - ¡Igor, por favor! Estaré encantada de ayudarte. La forma en que me llamó por mi nombre me hizo sentir muy bien y agradable por dentro. - No, no merece la pena. - ¡Habla! – Exigió ella. Está bien, si lo quieres de esa manera. Apenas reprimiendo una sonrisa, dijo modestamente: - Necesito ordeñar la cabra. - Che ... ¿qué? - Lisa vaciló. Sintiendo que estábamos hablando de ella, la cabra entró en la casa y nos miró. Más bien, miró a Lisa tan expresivamente, desde el corazón, como si la estuviera esperando. La chica se colocó nerviosamente un mechón de cabello detrás de la oreja y balbuceó vacilante: - ¿Es realmente necesario hacerlo hoy? - Sí. Debe ser ordeñada dos veces al día. Por la mañana y por la tarde. - ¿Y si no la ordeñamos un día? - Entonces estará llorando toda la noche, no nos dejará dormir. Lo sabía, porque lo intenté. El mismo día en que eché al perro de la casa para pasar la primera noche. ¡Entonces me hicieron un concierto a dos voces! Tanto que quise enviar toda esta terapia forestal lejos y para mucho tiempo. Y luego nada, me involucré, me acostumbré. Incluso me enamoré tanto de Peck como de la cabra. Hablé con ellos, les conté de mi vida difícil. Por cierto, eran oyentes muy agradecidos: escuchaban, no reprochaban, miraban fielmente a los ojos. Mejor hablar con ellos que con otras personas. - Está bien, no te preocupes, me las arreglaré de alguna manera, - comencé a levantarme de la cama, pero ella me agarró de la mano y me detuvo. - Estate quieto. Puedo hacerlo. - ¿Estás segura? - apenas reprimí una sonrisa, observando como ella, mordiéndose los labios, miraba con tristeza a la cabra. - No. Pero lo haré de todos modos, - la chica frunció el ceño obstinadamente, e incluso comencé a respetarla en ese momento. - Entonces, ¿dónde está el balde? - Preguntó, frotándose las manos con cara seria y al mismo tiempo nerviosa. La determinación y algo más brillaba en sus ojos. En mi opinión, estaba asombrada de cómo se involucró en todo esto. - ¿Qué balde? - En el que recoger la leche. - Lisa, esto es una cabra, no una vaca. Una cacerola será suficiente, - señalé a un taburete en la que estaban dos cacerolas, y sonreí en mi barba. Se acercó a la cabra, le dio unas palmaditas en el lomo y parecía que la iba a ordeñar aquí mismo. - Primero tienes que hacer el masaje. - ¿A ti? ¡Para mí también sería posible! ¡No me importaría mucho! Pero, lamentablemente, ahora estamos hablando de la cabra: - Necesito masajear la ubre para que la leche salga más fácilmente. Primero limpie, luego masajee. - Es decir, ¿no solo tengo que lavarle las tetas, sino también manosearlas? - Sí, exacto, - asentí con la cabeza, muy contento con mi experiencia de no expresar los sentimientos en a cara, gracias a lo cual supo disimular bien las emociones, de lo contrario definitivamente me reiría a carcajadas. Lisa tragó nerviosamente la saliva, se frotó la mejilla y se volvió hacia mí. - Está bien, lavaré, masajeare. ¿Qué más? - Ya se había dado cuenta de que el proceso será largo y emocionante. - Una vez que todo esté listo, puedes comenzar a ordeñar. - Es decir, solo agarrar sus tetas y tirar. - Preguntó con gravedad. - No, - dije de inmediato, - Agripina es una criatura gentil. Tienes que ser amable con ella. La chica cerró los ojos y contó hasta diez. Abrió los ojos y me miró como si yo fuera un vergonzoso verdugo. - ¿Es todo? O necesito saber algo más sobre este monstruo. - Bueno, sólo se le permite ordeñarla cuando come. Por lo tanto, debes echarle un poco de pienso con sal. - ¡Sí, mastica paja todo el día! - Lisa se indignó y miró con enojo a la cabra, - una glotona cornuda. - No importa. Es necesario, - respondí en tono de profesor y proseguí más. - En el establo, a la derecha, hay un ataque especial para el ordeño. Es necesario llevarla allí, asegúrate de sujetarla bien, de lo contrario se escapará. Puede golpearte. Luego le echas comida, agua y empiezas a ordeñar. Es simple. Por supuesto, yo me estaba luciendo en este momento. Mi primera vez, cuando el dueño se fue, dejándome solo con la granja, no fue nada fácil. Fue terrible. Sudé como si hubiera pasado tres horas en la cinta de correr, casi arranqué la ubre de la pobre cabra, me golpeó en la nariz hasta sangrar, me caí del taburete, volcando la olla con la leche. Pero luego nada, me acostumbré. Había una especie de sereno encanto en esto, como en toda esta vida rural. Y ahora amo la leche de cabra más que la leche de vaca. Lisa apretó los puños con resolución y se dirigió a la cocina. Pensé por un momento que se va a rendir, pero, sin embargo, un minuto después, escuché su voz irritada: - ¿Dónde está el pienso y cómo prepararlo? ¡Bien hecho, Lisa! Ella no rehuyó y no arrugó la nariz con disgusto. La respeté. De paso, imaginé a mis ex amantes en su lugar. La mitad del harén se habría desmayado y la otra me habría enviado a distancias lejanas. Pero Lisa era fuerte e inteligente. Y de repente tuve una extraña sensación de que era una lástima dejarla ir. Era una pena incluso pensar que se marcharía pronto. Quería que ella se quedara. Por otra semana, por un mes. ¡Sí, incluso para siempre! Lisa. Al ir a visitar a mis padres, ni siquiera podía imaginar que el viaje se convertiría en una aventura tan extrema. Me quedé impactada. Incluso bastante aterrorizada. Pero decidí que lo haría de todos modos. ¿Por qué? No tenía ni idea. Algo remotamente similar a la curiosidad se mezcló con el horror, y una voz interior susurraba: ¡adelante! ¿Dónde más puedes probar esto? Y también me parecía que leñador me estaba poniendo a prueba. Estaba esperando que empezara a resoplar y gritar, y luego con una mirada inteligente me diría: “lo sabía, los urbanos tienen pocas agallas.” No quería que pensara en mí de esa manera, no quería que me considerara una estúpida muñequita que tenía miedo de romperse las uñas. Así que asentí obstinadamente y llevé a la cabra para ordeñarla. El pequeño cobertizo olía a heno, humedad y desechos de cabra. Por un momento incluso me alegré de haberme ofrecido como voluntaria para ordeñar a este monstruo y no para limpiar su casa. La propia Agripina saltó sobre un escalón de madera contra la pared, y yo solo tuve que sujetarla con una correa de cuero al cuello. Hasta ahora, todo parecía sencillo. Le eché la comida y me senté a un lado en un taburete bajo. Bueno, ¡comencemos! Logré hacer frente al lavado y al masaje, pero en lo que respecta al ordeño, mi determinación disminuyó un poco. La cabra se enterró su morro en el pienso y lo absorbía con la velocidad de la luz. Al mismo tiempo, no se olvidó de mirar con recelo en mi dirección. Algo me decía que debía darme prisa. Porque cuando se acabe la comida, no se parará a soportar tranquilamente mi inepto ordeño. Me incliné, torcí vacilante el pezón en mis manos, examinándolo por todos lados, y luego apreté tirando de él. Un hilo de leche se esparció ruidosamente al fondo del recipiente. - ¡Guay! - exclamé, repitiendo el movimiento, - sí, así es, ¡soy una lechera nativa! Un minuto más tarde, con la lengua de fuera, tiraba con más seguridad por la ubre y me regocijé por mi éxito. El nivel de la leche se elevaba rápidamente, los chorros desaparecían en la espuma blanca con un agradable sonido silbante, y luego ... luego la comida terminó. La cabra lamió el cuenco hasta hacerlo brillar, lo apartó con la nariz y, mirándome con enojo, se apartó de un tirón. Traté de calmarla, pero fue en vano. La cabra se enfurecía cada vez más y se retorcía con frenesí, tratando de liberarse de las ataduras. - ¡Para! ¡Cálmate! Pero la cabra trató de acercarse a mí con sus cuernos. No la entendí y ella se enfadó aún más, pisoteó y entró con su pata directamente en el centro de una cacerola medio llena de leche. - ¿Qué haces? - traté de moverla para liberar la cacerola, pero Agripina se negó a entregar el trofeo en absoluto. Luego se sacudió su pata mandando la olla en una dirección, la leche en la otra, yo, tratando de esquivar todo a la vez caí al suelo. Además, la cacerola desechada se dio una vuelta y me golpeó dolorosamente en la cabeza. Estaba tendida en el suelo. Brazos y piernas a los lados. La cabra repugnante me miraba con interés y cierto odio. Debería estar indignada, gritar o, en caso extremo, llorar de autocompasión. Pero no quería. Al contrario, me atacó una risa salvaje. Me imaginé cómo me veía de lado y me reía aún más fuerte. ¡Amigos y conocidos deberían haberme visto así! Cubriéndome la cara con las manos, continué sollozando y ahogándome de la risa. Un momento después, Igor alarmado irrumpió en el establo, seguido por Peck, quien inmediatamente se apresuró a lamer el charco de leche. - ¿Qué ha pasado? Escuché un ruido. ¡Deberías haberlo visto! Fue la caída más épica de mi vida. Aunque no, estoy mintiendo. Lo más épico fue en la carretera, cuando traté de huir con tacones de un hombre sediento de sangre con una motosierra. La risa volvió con renovado vigor. - ¿Estas llorando? - en su voz yo escuché preocupación y lamento, - ¿estás bien? ¿Te lastimaste?  ¿Dónde te duele? - Perdón. No hay leche, - dije, después de haberme calmado un poco, - fue una batalla desigual entre una cabra y yo. Perdí de nuevo. Igor ignoró la mano que le tendí para ayudarme a levantarme. Se inclinó, me agarró por las axilas y me puso de pie como a un chiquillo: - ¡Al diablo con la leche! - refunfuñó, examinándome suspicazmente de la cabeza a los pies, - ¿estás segura de que todo está bien? - No podría estar mejor, - sonreí feliz. - No debería obligarte a hacer esto. - Era necesario, - le sonreí, sinceramente desde el corazón. Sentí como por dentro rompió algo, como una cuerda. Se ha evaporado la tensión que me acompañaba día a día debido a las interminables carreras en círculo casa-trabajo, trabajo-casa. Estalló como un globo, dejando atrás vacío y ligereza. Tenía la sensación de que aquí, en este desierto, en compañía de extraños personajes, ponía a cero el medidor de ansiedad, como si hubiera nacido de nuevo. Yo he reiniciado.
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