Capítulo 7.

1977 Words
Igor. Ella me miraba con total desconcierto, mientras yo examinaba su pierna, a través de las medias rotas estaba claro que se había cortado el pie. - Quítate las medias, ahora te traeré un antiséptico - dije y solté su pierna. - No, no lo hagas, - chilló. - Déjame ir. ¿Está bromeando o está muy asustada? Aunque yo mismo casi mojé los pantalones de susto, cuando vi al oso. Incluso al comienzo de mi exilio voluntario, el guardabosques me advirtió que aquí se encuentran osos y lobos, por eso me dejó el arma, solo que no los había visto hasta hoy. Al parecer, alguien lo despertó. Lisa, como se llamaba a sí misma, seguía mirándome con ojos locos. Me levanté y fui a mi habitación. Dejé la escopeta en su sitio y saqué un botiquín de primeros auxilios del estante. Miré y me di cuenta de que no me quedaba nada de antiséptico, porque gastara todo en la pata de Peck, cuando Agripina lo corneó. "¡Qué tonta! ¿Por qué fue al bosque sin botas, ahora cómo voy a curar su pie?" - Pensé y recordé que Georg me trajo una botella de whisky para la Navidad. "Es una pena, por supuesto, gastar una bebida noble en esta idiota, pero ahora ya es tarde lamentarse." Cogí la botella, el botiquín y fui hacia ella. Dado que me he comprometido a ayudarla, entonces el asunto debería llegar a su fin. Ella seguía sentada en el suelo, apoyada contra la pared. Ella no se quitó las medias. "¿Quizás me tiene miedo o es tímida?" - Pensé. - Si no quieres quitarte las medias, no te las quites, pero tendré que romperlas, de lo contrario no puedo hacerlo. - le advertí. La chica rápidamente metió las piernas debajo de su culo, tratando de cubrirlas con su falda. - No, por favor no lo hagas. No me toques. - gritó. - ¡Cómo no tocar! Ahí tienes sangre goteando de tu pie, necesitas curarlo, - intenté explicar. - No lo hagas, te lo ruego. ¡Déjame ir, te pagaré! - ¿Qué? ¿Pagaras? - No entendí. - Sí, tanto como me pidas, déjame ir. Entonces me di cuenta de que ella pensaba, que la estaba reteniendo a la fuerza conmigo. - ¡Vete, no te retengo! - ¿Puedo? – preguntó con duda, mientras miraba de reojo a la puerta. - ¿Por qué no? ¡Vete! Me hice a un lado para dejarla pasar. Se levantó y aparentemente pisó su pierna herida y gritó. - Pero… Lanzó una mirada interrogante en mi dirección. - ¿Qué? Quería ayudarte, tonta, y tú ... - ¡Hay un oso fuera! - dijo tímidamente. - ¿Para quién es fácil el día de hoy? - dije con mofa. - Le tengo miedo y me duele el pie. - Entonces no te vayas. Se puso de pie, abrió los brazos, abrió la boca y me miró parpadeando.  - ¡Pero quiero irme! - Ella soltó un suspiro y se encogió de miedo. Me detuve, la miré de arriba abajo y luego me encogí de hombros. - Y no te estoy molestando. La cabra, que anteriormente había permanecido en silencio en la esquina, se cansó de fingir ser harapos, se sacudió enérgicamente y anunció su presencia de manera persistente con un fuerte "Me-e-e". El perro, por el contrario, perdió interés en todo lo que estaba pasando, se acostó más cómodamente, estirando sus largas patas debajo de la mesa hasta el medio de la cocina. La cabra, mientras tanto, comenzó a mirar la falda de Lisa con una mirada traviesa. - ¡No te atrevas! - la empujó, cuando Agripina ya había estirado el cuello y comenzó a azotar sus labios, tratando de alcanzarla. La cabra estaba claramente ofendida. Inclinó la cabeza e hizo un paso hacia la chica. Comencé a ver este duelo con obvio placer. Agripina se acercó con confianza a Lisa, entrecerrando severamente su ojo castaño. Esa tuvo que retirarse, retroceder hasta que apoyó la espalda contra la pared. - No enojes a Agripina, - siseé, - es una dama vengativa, no olvida las ofensas. - ¡Sí, no me importa que ella no se olvide de ahí! ¡Es mi falda! Y no dejaré que nadie la mastique. - desafió, pero inmediatamente se arrepintió. La cabra bajó la cabeza y se preparó para el lanzamiento decisivo. Tuve que agarrar una escoba de pie y colocarla entre las chicas. Pipa empezó a arrancar ramitas, olvidándose de que iba a plantar a Lisa en los cuernos. Agarré a la chica en mis brazos y la senté en una silla. - Estate quieta. - Sentada. ¿Para qué? - Para que te sientes. - Bueno, me senté. - Ahora cállate un minuto. Necesito considerar la temeridad de mi acción. - ¿Qué? - ¿Por qué demonios decidí ayudar a una loca? - No soy loca. - Pero a juzgar por tus acciones, no estoy seguro. Te lo ruego, cierra la boca. En realidad. Un momento solo, - dije lentamente. Fui a la mesa de la cocina, abrí una botella de whisky y saqué un trozo de algodón. Puso una silla frente a ella y, tomando unas tijeras, levanté su pierna. - Eh, ¿qué estás haciendo? - Te pedí que te callaras. Aún no ha pasado un minuto. Ella estaba mirando cautelosamente a la cabra y, mientras tanto, comencé a limpiarle la herida. - ¡Auch! – exclamó ella. En un examen más detenido averigüé que no había nada particularmente terrible, pero tuve que aplicar las dos últimas tiritas. Me levanté, saqué dos calcetines del armario, que aún estaban casi nuevos, y se los entregué. - ¡Ponlos! ¿Quieres algo de té? – Pregunté sin mucho interés. - ¿Siempre le ofreces té al que secuestras? - No te secuestré, - negué con la cabeza. - ¿No secuestraste? ¿Y cómo se llama entonces? - Barrió la habitación con un amplio gesto. - Te desmayaste y consideré que era mi deber llevarte conmigo. Eso es todo. ¿Debería haberte dejado en el camino? - ¡Me desmayé de miedo, porque abalanzaste con una sierra sobre mí! - exclamó, - ¡y bramaste como un loco! - Me he resfriado, - refunfuñé. - No tenía voz. Simplemente sostuve la sierra en mis manos, porque estaba cortando un árbol viejo para leña. - ¡Pero me encerraste! ¿Para qué? También robaste mis botas. - No te encerré, estaba abierto todo el tiempo. Bastaba con empujar un poco fuerte la puerta. Y no robé tus botas. – saqué sus botas de un mueble bajo y le enseñé. - Antes de caer, se rompió el tacón de una bota. La tomé para arreglarla.  Mientras le explicaba todo, el agua hirvió para preparar el té, pero luego recordé que Georg se olvidó de traérmelo, así que tuve que preparar las hierbas aromáticas que dejó el guardabosques. Estaba acostumbrado, pero puede que a ella no le gustara. Pero como dicen, al caballo regalado, no le mires los dientes. Lisa. ¿No había voz? ¿Tenía motosierra en sus manos para cortar la leña? No cabía en mi cabeza e incluso estaba confundida por tal explicación. El dueño de este fabuloso castillo, mientras tanto, se sentó a la mesa, cruzó sus fuertes manos y observaba condescendientemente mi tormento. - ¡Necesito llamar! - dije amenazadoramente. Después de que quedó claro que no era un maníaco, sino simplemente un guardabosques barbudo, el valor volvió a mí. Incluso estaba enojada con él por el hecho de que me arrastró a esta cabaña sin preguntarme, e incluso me asustó hasta la muerte. ¡Por qué enojarme! ¡Casi me muero de miedo! - Llama, - se encogió de hombros. - No puedo. ¡Tengo mi teléfono descargado! - Entonces no llames. ¡Lógico, maldita sea! Solo que esto me enfadó aún más. - ¡Necesito cargarlo! - No puedo ayudarte. No hay electricidad aquí. - ¿Podrías… - comencé más amigablemente, - darme el tuyo? - No. No podría, - negó con la cabeza. - No tengo teléfono, e incluso si lo tuviera, puedes imaginar que para cargarlo también necesitaría electricidad y eso, como dije, no lo tengo. ¡Se burla de nuevo! - ¿Cómo vives aquí? - Estaba horrorizada, - ¡sin luz! ¡Sin comunicación con el mundo exterior! - Tengo una linterna, unas velas, y sin el mundo exterior me llevo muy bien. - Pero es imposible. - ¿Por qué? - me miró intensamente. - ¡Porque vives en una especie de edad de piedra! ¿Cómo cocinas la comida? - En el horno. - ¿Y el frigorífico? - Tengo un subterráneo. Todo está perfectamente almacenado en él. - ¿De dónde sacas los alimentos? - no me rendía, tratando de encontrar al menos algún tipo de apertura en toda esta situación. - Tengo una cabra, da leche, también seis gallinas, que dan huevos, - dijo brevemente. - Cojo miel en el bosque y cazo animales. - Entonces, ¿Por qué no mataste al oso? - No me gusta la carne de oso, el jabalí es más sabroso. - ¿Jabalí? - pregunté confundida, - ¿hay jabalíes aquí? - ¡Por supuesto! Ya que hay osos, hay lobos y jabalíes, - asintió con confianza y tomó un sorbo de té en voz alta, sin apartar la mirada de mí. - ¿Estás bromeando, ¿verdad? - Lisa, déjate de histerias. Siéntate y toma el té. Al mismo tiempo, hablemos con calma. Por cierto, mi nombre es Igor. Por costumbre, casi solté "encantado de conocerte", pero me detuve en seco. No había nada agradable en nuestro conocimiento. Absolutamente. Una molestia y un malentendido. La cabra caminó alrededor de mí, se acercó cautelosamente a la mesa, mirando primero al amo, luego al perro, que se levantó y salió de bajo de la mesa observándome con interés. - No tengas miedo. No muerde. Sólo puede babear, —me consoló el barbudo. Tragué la saliva nerviosamente y me senté frente a él, atenuándome bajo su intensa mirada. La nariz morada de su perro inmediatamente tocó mi rodilla. - Tú ... eh ... ¿seguro que no eres un maníaco? - pregunté con esperanza, aunque comprendí lo absurdo que era esa pregunta. ¡Ningún maníaco confiesa que es un maníaco! - Solo si me enojas mucho, - sonrió, y al notar como me puse pálida y me agarré al borde de la mesa, lista para saltar y salir corriendo, gruñó disgustado. - ¡Bebe ya tu té, muñeca! Obedientemente tomé la taza, tomé un sorbo, pero me atraganté de emoción. Tosí fuerte, el té me salió como una fuente por la nariz, las lágrimas fluyeron como un granizo. - Hm. Sabes cómo encantar a un hombre, - el leñador sonrió y me entregó una toalla vieja, lavada hasta los hoyos.  Me sonrojé hasta las puntas de mi cabello, le quité el trapo de las manos y comencé a secarme apresuradamente, y él me miraba considerándome algo estúpido y extremadamente divertido. En ese momento, tenía muchas ganas golpearlo en la cabeza. Dos veces. Y no me importa que después de eso definitivamente me matara. El té era inusualmente insípido. Como si tomaran una escoba, que barren en el granero, le echaran agua hirviendo y, aun sin dejarla colar, la vertieran en una taza. Asco inimaginable. Pero bebí porque tenía miedo de hacer enojar al leñador. Incluso traté de no fruncir el ceño y no vomitar, aunque realmente quería hacerlo. También bebió esta bazofia y, a diferencia de mí, le gustó. Probablemente. Tal vez estaba fingiendo bien, o tal vez nunca había probado nada más sabroso que esta mierda en su vida. En general, no soy fuerte en las preferencias gustativas de los leñadores.
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