Lisa.
Salí volando de los arbustos hacia un claro donde estaba la cabaña.
- ¡Ah!
Ante mi chillido, el hombre con la camisa a cuadros se dio la vuelta y se quedó paralizado con un hacha levantada para atacar. No tenía tiempo para él, porque detrás tenía un oso. La puerta abierta me llamó por señas, y desde atrás se escuchó un crepitar y un gruñido creciente. El animal enojado me siguió fuera de los arbustos.
La cabra fue la primera en reaccionar. Ella corrió hacia la casa más rápido que yo. Entonces el perro también se levantó y sin entender mucho corrió hacia la puerta, por si acaso.
El hombre resultó ser el más tonto. “¿Quizás el oso se lo coma y puedo respirar libremente?” – pasó por mi cabeza.
Durante un par de segundos me vio entrar y miró a la bestia que se acercaba detrás, luego se levantó de un salto, sin mirar, tiró el hacha a un lado y corrió a la casa, saltó el umbral de un solo golpe y cerró la puerta, bajando inmediatamente el pesado cerrojo.
La cabra se acurrucó en un rincón, entre el fregadero y la estufa, el perro se arrastró debajo de la mesa, mirando con miedo y gimiendo silenciosamente. Yo, exhausta por el largo recorrido y las conmociones nerviosas que me habían sobrevenido durante el último día, caí boca abajo en el suelo, me arrastré hasta la pared y, recostándome contra ella, traté de contener la respiración y no resoplar como una locomotora de vapor.
El hombre se quedó en la puerta. Presionó su oído contra ella, tratando de entender lo que estaba sucediendo afuera. Al principio estaba tranquilo, pero después de un momento escuchamos un gruñido de oso en el porche, justo detrás de la puerta. La bestia olisqueó ruidosamente, raspó con las garras las tablas, resopló. El entretenimiento no era para los débiles de corazón, por lo que el hombre se apartó lentamente de la puerta. En silencio, tratando de no hacer sonidos, comenzó a retroceder, sin apartar los ojos del cerrojo.
El tenso silencio fue roto sólo por el tic tac mesurado de un reloj torcido que estaba colgado sobre la mesa del comedor, y un retumbar disgustado fuera de la puerta. Incluso el perro se había calmado y ahora solo asomaba debajo de la mesa su cabeza grande, moviendo sus pobladas cejas.
El hombre, mientras tanto, en dos pasos cruzó esta habitación, que servía de pasillo y cocina a la vez, y desapareció detrás de una puerta tan baja que tuvo que agacharse para no dar con la frente el marco y rápidamente regresó. En sus manos sostenía una escopeta y una caja de cartuchos.
Mientras tanto, mi captor metió dos cartuchos en recamara y se acercó a la ventana. Observó, angustiado, mientras miraba con cautela, primero en una dirección, luego en la otra. Él frunció el ceño. Se acercó a la segunda ventana y volvió a mirar a su alrededor, rascándose distraídamente la nudosa nuca. Luego pegó completamente la nariz al vidrio, mirando lo que estaba sucediendo en la calle.
Todavía estaba sentada en el suelo, pegada a la pared y con miedo de llamar la atención de este chiflado.
Pero un minuto después sucedió algo que me dio tanto miedo. Se dio la vuelta, todavía sosteniendo la escopeta en una mano, y se veía tan amenazador que empecé a temblar.
Oh, cómo quise desmayarme de nuevo, para no ver su terrible rostro, cubierto de una espesa y tupida barba roja.
Sus ojos eran feroces, peores que los del oso que me persiguió. Fuerte como una montaña. ¡Y las manos! Recordé cómo él manejaba hábilmente el hacha y tragué saliva con nerviosismo.
- ¡Parece que se ha ido! - dijo dubitativo con voz sorda y ronca, como salida por la fuerza.
¡Voz! No sé por qué, pero me asombró más que el arma y el oso juntos. Estaba segura de que era tonto, mudo y sordo.
Pasó junto a mí hasta el fregadero, donde había dos cubos con tapas sobre un soporte bajo. Sacó un cazo del gancho de la pared, abrió uno de los baldes y tomó un poco de agua. Luego empezó a beber. Con avidez, en grandes tragos. Grandes gotas rodaban por su rizada barba roja. Apagando su sed, se secó la barba con la manga y se volvió hacia mí.
- ¿Cómo te llamas?
- Li .., - tartamudeé asustada, - Lisa.
- Bueno, hola, Lisa, - una sonrisa sedienta de sangre se filtró por su barba, - ¿qué vamos a hacer?
Sollocé lastimosamente y retrocedí.
- ¡Déjame ir por favor! - crucé las manos en un gesto suplicante - Me iré y ya está. Y no le diré a nadie dónde te escondes. Nunca le diré nada a nadie. ¡Por favor!
- ¿Qué? – se agachó e inclinó levemente la cabeza hacia un lado y continuó mirándome, esperando una respuesta detallada.
- Bueno, no se lo diré a nadie lo que pasó, - murmuré sintiéndome completamente infeliz.
- Uh, - dijo arrastrando las palabras, sonriendo sin amabilidad, y se sentó a mis pies, - pero, ¿aun no paso nada?
No había ningún lugar al que retirarse. Detrás estaba la pared, de frente un hombre barbudo enojado, que parecía haber decidido hacer realidad sus sucias fantasías con mi participación.
- ¡Voy a gritar! - chillé cuando él ya estaba bastante cerca. De cerca, este monstruo parecía aún más fuerte y peligroso.
- Grita, - permitió con indiferencia y levantó la mano, con la intención de golpear o estrangular.
Esperando lo peor, me encogí, cerré los ojos y me preparé para una muerte dura y dolorosa.
- ¡Mírame! - ordenó con voz de acero, y no me atreví a desobedecer.
Abrí los ojos y lo miré fijamente como hechizada. Los que dicen que en esos momentos toda la vida vuela ante la mirada interior - mienten. Todos mis pensamientos estaban ocupados solo por él.
Mi muerte tenía una barba espeluznante y ojos brillantes como el cielo de verano. Quién hubiera pensado ... La mano mugrienta se acercaba cada vez más.
El hombre extendió su mano aún más cerca y cogió mi pierna con el pie descalzo. “Ya empieza ahora, aquí mismo.” – pensé.
- ¿Duele?