Capítulo 8.

2579 Words
Lisa. - ¿Qué has olvidado en este desierto, muñeca? - el barbudo se volvió hacia mí, resaltando la última palabra. - Me invitaron unos amigos a pasar Navidad en Castillo viejo, - murmuré indistintamente, pensando en cuánto por ciento de la verdad se le podría decir, pero de inmediato me recuperé y le informé claramente, - Fui seguida por GPS, pero olvidé revisar la gasolina y se acabó en el medio del camino. "Hablando de gasolina. ¡Probablemente tenga algo para llenar mi tanque! Lo suficiente para arrastrarme hasta la estación de servicio más cercana.” - Me animé al pensarlo, pero ni siquiera tuve tiempo de abrir la boca. El barbudo se me adelantó: - No, - negó con la cabeza, mirando mi rostro repentinamente iluminado. - ¿Qué no? - No tengo la gasolina para el coche, - parecía haber leído mis pensamientos. - ¡Tienes una motosierra! - Lo sé. Pero no tengo gasolina. - Bueno, ¿tal vez tienes un poco? Un par de litros. ¡Te lo devolveré! ¡Traeré un bote completo! ¡Dos! ¡Cinco! ¡Tanto como quieras! - No, - respondió el. Casi solté: ¿y si lo encuentro? - La gasolina de motosierra no sirve para el coche, - respondió con calma, destruyendo mis esperanzas. De nuevo hubo silencio entre nosotros, solo el perro en mis rodillas resoplaba y la cabra gruñía con ramitas arrancadas de la escoba. - ¿Entonces qué debo hacer? - le pregunté condenada. - Puedes quedarte aquí por ahora, conmigo. ¿Quédame aquí? ¿Con Él? ¡Definitivamente es un psicópata! ¡No debería haberme relajada! Aparentemente, mi rostro se estiró tanto que el hombre frunció el ceño, luego levantó los ojos hacia el techo y negó con la cabeza: - Ni siquiera quiero saber lo que pensaste. ¡Y pensé, maldita sea, que estaba esclavizada! ¡Y estaría bien, si fuera solo como una limpiadora y cocinera! Dejé la taza a un lado y me acerqué al borde del banco, lista para empezar a luchar contra él en cualquier momento. - Hm, muñequita, no me aburro de ti, - el leñador se frotó la tupida barba con entusiasmo. - ¿Me puedo ir? ¡Oh, por favor! - suplique, volviendo a perder todo mi coraje fugaz. - Te dije, que puedes irte. Nadie te está reteniendo. Yo asentí con la cabeza, me levanté, di un par de pasos hacia la puerta, haciendo una mueca por el dolor en mi pie, y me detuve. Infierno. También habría un oso fuera. ¿Qué pasaría si se estuviera escondiendo y esperando el momento adecuado para saltar y destrozar a la víctima descuidada? El oso hasta ahora me asustaba más, que el hombre extraño, así que, maldiciéndome por mi indecisión y cobardía, regresé. Igor no reaccionó de ninguna manera ante mi fallida fuga, siguió bebiendo té tranquilamente, metiendo terrones de azúcar en su boca. - ¿Ya está? ¿Se acabó la histeria? - preguntó, como por casualidad, cuando volví a sentarme frente a él, - ¿estás lista para escucharme? - Lista. - ¿Y qué más podría hacer? - En general, muñeca. Tienes varias opciones. El primero: coges un bastón, una mochila y te diriges a la ciudad. Cuánto tiempo tomará tu camino, no tengo ni idea. Si avanzas por la carretera, tal vez llegues a alguna parte. O tal vez no ... Dicen que los osos están terriblemente feroces en invierno, - el barbudo se rio y se sirvió un trago de la botella de whisky. - La segunda opción: puedes volver al coche y sentarte allí durante días y días, esperando que, por suerte, alguien pase. Aquí tampoco se sabe si tendrás suerte o no. Para ser honesto, no recuerdo el tráfico intenso en esta parte de la carretera. Una opción era más hermosa que la otra. - La tercera opción. Una vez en una o dos semanas vienen de la ciudad, me traen comida, cositas necesarias. Pero la última entrega fue el día anterior a tu llegada, así que tendremos que esperar un poco. - ¿Qué? - No entendía. Por el cansancio y los nervios, la cabeza no quiso pensar en absoluto. - Un amigo me trae algunas cosas, - gruñó. – Y si es necesario, te remolcará tu coche hasta una estación de servicio. Pero no será antes de una semana, tal vez diez días. Por tanto, volvamos a lo que dije antes. Puedes quedarte conmigo. Hice un hipo asustado o condenado. - ¡No tiembles así! Solo me veo tan formidable, pero de hecho soy una persona de buen corazón. Si. Ya me lo imaginaba. En general, el primer pensamiento que me golpeó cuando lo vi en medio del camino fue: “¡Oh, Dios! ¿Quién es este hombre encantador y de buen corazón? " - La habitación en la que te despertaste estará a tu completa disposición. La comida, que así sea, la compartiré. Un poquito. La perspectiva de vivir con él en la misma casa, en el desierto, aunque solo fuera por una semana, me aterrorizaba. - Prefiero probar suerte con el coche, - dije con agrado, temiendo provocar su indignación. Igor se quedó en silencio, mirándome por debajo del ceño fruncido, y luego simplemente se encogió de hombros: - Como desees, depende de tu. - ¡Gracias! - Yo misma no sabía por lo que le agradecí, levantándome de inmediato de mi asiento, - ¿debo ir? - Ajá, vete ya, porque estoy cansado de tus tonterías y quiero descansar. Lo miré y me di cuenta de que hablaba muy en serio. Y comenzaba a enojarse. De repente me di cuenta de que no estaba lista para dejar este refugio así, a lo ligero. - No tengo botas. Los zapatos los perdí en alguna parte, mientras corría lejos del oso. - Todavía quedan un montón de trastos viejos, - el barbudo señaló con la cabeza hacia la puerta cerrada, - búscate algo y vete. - Pero no tengo mis botas. ¡¿Cómo puedo ir sin ellas?! - Ahí están tus botas. ¿No quieres? Puedo ofrecerte botas de fieltro. - ¿Botas de fieltro? - Sí. Botas de fieltro. Vámonos, - me agarró de mi mano y me condujo al pasillo. Abrió el armario y sacó unas enormes botas de fieltro. - Póntelas y sal de aquí de una vez. A regañadientes, me puse esta desgracia, en la que mis pies se ahogaron, arrebaté mi abrigo de piel de las manos de ese desagradable leñador y de inmediato me lo puse. ¿Qué más? ¡Después de todo, había un oso! "Bueno, está bien, no me voy a quedar aquí, ¡ya que por encima me echan!" – pensé, abrí la puerta y salí a la calle. Bueno, la suerte estaba en completo desacuerdo conmigo. Mientras estaba en casa ni siquiera noté, que empezara una tormenta de nieve. Bajé los escalones de las escaleras e inmediatamente me agarraron de la mano. - Bueno, ¿eres completamente estúpida? ¿A dónde vas a ir en una tormenta de nieve, y con una pierna herida? Y no te digo del oso. - ¿En qué modo? - En directo. ¿Te traje a la casa para que no te murieras allí, en el bosque? - ¡No sé qué había en tu cabeza! Entonces, ¿por qué todo esto? - señalé con la mirada las botas. - Para ver los límites de tu estupidez. Bueno, y, para divertirme un poco. Lo siento, te ves realmente genial. - Bueno, ¡estas como tu cabra! - empujé al hombre en el pecho con todas sus fuerzas, pero él era como una piedra, ni siquiera se tambaleó. Pero lo que más me cabreó fue su sonrisa. El cabrón sonreía abiertamente, mostrando unos dientes bastante rectos y blancos. - Está bien, lo siento. Me pasé un poco. Vamos a la casa. No tienes más opciones, te quedas aquí. – dijo el, como pronunciando el veredicto de mi condena. Me sentí tan infeliz, que se me llenaron los ojos de lágrimas. - ¿Tienes hambre? En lugar de mí, el estómago respondió con un rugido infeliz. - ¡Todo está claro contigo! ¡Vamos! - ¡No, no me iré a ningún lado! - exclamé, aunque sabiendo muy bien que de aquí no me movería a ningún lado, al menos por ahora, mientras no amainara la tormenta. - ¡Quédate aquí como una tonta hasta que te congeles! – respondió él con rudeza y regresó a la casa, cerrando la puerta detrás de él. Lo curioso era que entendí perfectamente que no tenía nada que temer, hacía cinco minutos, cuando me detuvo y me llamó de vuelta a casa. Pero en ese momento estaba poseída por la ira y el deseo de demostrar que yo misma podía hacer frente a este problema o pedir ayuda. Solo que ahora no había cola de los que querían ayudarme. Después de un tiempo, me di cuenta de que la única persona que quería ayudarme, era este guardabosques. Esta extraña persona no podía dejar a la pequeña y estúpida chica, que pensó que era la más lista del mundo, para que se las arreglara sola, y la trajo a su casa, la salvó del oso, curó su pierna, incluso le dio sus botas. Dejando a un lado el ridículo orgullo, abrí la puerta, entré a la casa y, rodeándome con los brazos, lo miré desconcertado. - ¿Estas congelada? - Preguntó con tristeza. - Sí, - no tenía sentido negarlo. Rodillas temblorosas y labios azulados me delataban. Los miedos volvieron a estallar, pero esta vez no dejé que la paranoia se desarrollara al máximo, y simplemente crucé el umbral, sin permitirme dudar. ¡Cualquier cosa era mejor aquí quedarme sola en medio del bosque en medio de una ventisca! Tan pronto como di el primer paso, casi fui derribada al suelo por el perro peludo, que felizmente corrió hacia mí y comenzó a saltar, tratando de lamerme la nariz. - Sí, sí, ella volvió, - refunfuñó mi salvador, empujando al perro a un lado, - no mueras de la alegría. El perro estaba feliz. Continuó girando su cola y saltando de lado a lado, volando hacia mí, luego hacia Igor. Era agradable, cuando te saludan así, incluso si se trata de un perro desconocido al que ves por segunda vez en tu vida. - Siéntate y come, - Igor puso un plato lleno de guiso sobre la mesa. Verduras, patatas, un trozo grande de carne. - ¿Comes carne? ¿O eres del clan de las vegetarianas? - Soy de un clan de glotones que, afortunadamente, tienen un excelente metabolismo. Entonces sí, como de todo. – respondí y tragué la saliva tan pronto, como vi el contenido del plato. ¡Dios! ¡Qué hambre tenía! Me senté a la mesa, tomé una gran cuchara de madera y comencé a comer. Me parecía que no comía nada más sabroso en mi vida. La comida era simple, sin lujos, pero tan sabrosa, apetitosa, fragante que me la comí en ambas mejillas. Quería, por supuesto, hacerlo educadamente y elegantemente, como una verdadera dama, pero el hambre me urgió, obligándome a mover la cuchara mucho más rápido de lo habitual. Al mismo tiempo, no me olvidaba de vigilar al dueño. El leñador, mientras tanto, sirvió el té en dos tazas, para él y para mí, sacó una bolsa con galletas rotas del cajón de la cocina y se sentó enfrente. - Veo, que tienes mucha hambre, - sonrió. - Comí por última vez ayer por la mañana. Antes de salir a la carretera, - murmuré, lamiendo felizmente la cuchara y mirando a su alrededor en busca de un poco más del mismo manjar. Luego, sin embargo, decidí, que era perjudicial comer mucho y con un suspiro dejé la cuchara a un lado. Más adelante me esperaba el té asqueroso y maloliente con unas galletas de aspecto desagradable. Pero a la luz de los acontecimientos recientes, no me pareció un desastre. Por el contrario, habiendo llenado mi estómago, me volví más amable, dejé de temblar y estremecerme, el miedo se apagó y el pánico, que me estaba reteniendo en su abrazo asfixiante, se fue. Me sentía como si estuviera borracha por la saciedad, y ahora solo podía aplaudir y sonreír felizmente con los ojos derretidos. Con el estómago lleno la casa no parecía tan siniestra, y el bosque no era tan denso, y toda la situación no era tan asfixiante. Y el propio leñador no era un monstruo como parecía al principio. “¿Y qué? Es un hombre destacado. Alto, fuerte.” – pensé e involuntariamente, miré por encima de los poderosos hombros, por encima de los brazos con venas claramente visibles, por encima del ancho pecho. – “Sus ojos son hermosos, brillantes, como un cielo de verano. Una pasada. Si se arreglara la barba y pusiera en orden su vestimenta no habría precio para él.”  Tuve que darme la vuelta apresuradamente, para que no se diera cuenta de la sonrisa, que apareció inexplicablemente en mis labios. Lo que realmente me cautivó de él fue su preocupación por mí. La forma en que acudió en ayuda de una estúpida e histérica dama, aunque no tenía por qué hacerlo en absoluto. Vino, me llevó a su casa, me curó, me alimentó. ¡Verdadero salvador! Conozco a algunos hombres que no se golpearían con un dedo en una situación así, y también dirían con el aire filosófico, que "ella misma tiene la culpa". ¡Definitivamente estaba borracha de una buena comida! ¡Todo tipo de tonterías se metían en la cabeza! Mientras tanto, el perro me tocó la barriga con la nariz. - Él es goloso. Te está suplicando las galletas. No le des, de lo contrario no te dejará en paz, dijo brevemente el dueño, mirando al perro con reproche. - Está bien, - contesté, y sigilosamente le deslicé un trozo de galleta al perro, por lo que inmediatamente me babeó el jersey con entusiasmo. Al final de nuestro almuerzo silencioso, comencé a tener sueño. La fatiga, el estrés de los últimos días se acumularon con toda su fuerza, y solo quería una cosa: acurrucarme en una bola en el banco, cerrar los ojos y quedarme dormida. - Puedes instalarte en la misma habitación donde pasaste la noche, - el leñador asintió en algún lugar a un lado, - lamentablemente no hay sábanas de seda. - No me importa, - simplemente agité la mano, porque no entendí que era sarcasmo. Me alegraría tener un paquete de paja para dormir. Me levanté de la mesa, ya en la puerta me detuve y, volviéndome hacia él, le dije sinceramente: - Gracias. Igor se limitó a encogerse de hombros y después preguntó: - Tengo que hacerte una pregunta muy personal, - Igor se inclinó hacia mí. - ¿Vas al baño por la noche? No esperaba esto en absoluto, así que me aparté un poco de él. - Solo si me como una sandía por la noche. - No comimos sandía, pero si te apetece, el baño está a las afueras al lado izquierda de la entrada. Aunque, si quieres puedo traerte un balde ... - No, no es necesario. - Dije sonrojándome. - Bueno, como quieras. – respondió él sin interés. Entré en la habitación y al apoyarme la cabeza en la almohada, me quedé dormida en un instante.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD