Lisa.
Hacía fresco por la noche. A veces, saliendo de un sueño ansioso, me cubría con una manta maloliente y, para no pensar en los problemas, me volvía a dormir rápidamente. Al principio soñé con una especie de turbidez inquietante gris, y luego tuve un sueño. Fue como si alguien grande, fuerte y, lo más importante, cálido, viniera y me calentara en sus abrazos. Un buen sueño, agradable y bueno, que realmente me hacía sentir cálida, cómoda y hasta la mañana ya no me desperté.
Me despertó una cabra imprudente, que se paró debajo de mi ventana y en voz alta, con toda su fuerza, gritó "be-e". Y yo, por cierto, soñé con un príncipe azul, ¡salvándome del dragón! Por alguna razón, el dragón tenía una espesa barba roja, y el príncipe no estaba blandiendo una espada, sino una motosierra, pero estas pequeñas cosas, no me molestaban disfrutar de agradable momento, cuando me rescataban. Luché por aferrarme a ese sueño maravilloso y volví a caer en él.
- Te salvaré, mi bella Elisabeth, - prometió el príncipe con voz de Antonio Banderas, protegiéndome valientemente del dragón sanguinario, - iremos a mi castillo de cuento de hadas.
- ¡Sí! - grité, ya imaginando, como estaba de pie en un lujoso vestido en el balcón con barandas de mármol y mirando tranquilamente el mar al atardecer.
- Nos amaremos para siempre.
- ¡Sí! - un hombre encantador me agregó mi cintura, mirándome con adoración.
- Nuestras noches estarán llenas de pasión.
- Sí. Si. Si.
El dragón de mi sueño no tenía prisa por atacar, se rascaba pensativamente su tupida barba y se retorcía el pelo enmarañado con una garra torcida, y el príncipe seguía hablando:
- Te llevaré a la cama cubierta de sábanas de seda. ¡Te quitaré el vestido lentamente!
- ¡Puedes hacerlo rápido! ¡Ya estoy lista para caer en tus brazos!
- Te besaré, y luego ...
- ¿Qué? – sentí su aliento caliente en mi nuca.
- ¡Luego, be-e!
- ¿Qué? - el sueño se convirtió en un veloz torbellino.
- ¡Be-e! - El príncipe respondió brevemente, y galopó hacia el campo, rebotando con las pezuñas.
Abrí los ojos aturdida, perdiendo los fragmentos de mi sueño. Agripina gritaba debajo de la ventana, como si alguien la mataba. Y también ... Alguien estaba conmigo en la cama. Se acostó detrás de mi espalda, me echó una mano pesada y respiró mesuradamente por la parte de atrás de mi cabeza. ¡Maldito leñador! ¡Se aprovechó de mi debilidad y la indefensa! ¡Como pude confiar en él! Ayer como una tonta comí hasta perder la vigilancia, me relajé, pensé que había algo normal y bueno en él. ¡Estúpida! ¿Me echó algo en la comida?
Mientras pensaba qué hacer a continuación, cómo salvar mi vida y mi honor, el guardabosques se dio cuenta de que estaba despierta. Se movió, bostezó y se acercó a mí más. Sentí su aliento en mi cabello, cuello, hombro. Comencé a temblar de miedo, y se me puso la piel de gallina, que no tenía nada que ver con la excitación del sueño. Y luego, sentí sus labios y barba tocar mi hombro una y otra vez.
Era como si estuviera paralizada por el horror, quería gritar, pero mi voz se había ido. Claramente se iba a aprovechar de mí como mujer, ¡y ni siquiera tenía la fuerza para luchar!
"Así que necesito recuperarme y luchar. ¡Eso es! ¡Estoy enojada! ¡A la cuenta de tres, comenzaré una batalla a vida o muerte!" - Me ordené a mí misma. Uno… dos ...
- Deberías haberte cerrado la puerta por la noche, - dijo una voz burlona desde la puerta.
Conteniendo la respiración, volví lentamente la mirada hacia Igor, que estaba de pie en el umbral. Estaba sin camisa, medio desnudo, secando el cabello húmedo y despeinado con una toalla, y una sonrisa acechaba en su espesa barba.
- ¿Estás ahí? – hice la pregunta sin entender, quien estaba detrás de mi espalda, si él estaba ahí.
- ¿Dónde más puedo estar? – exclamó él.
Giré la cabeza y miré detrás, desde donde escuché de nuevo un soplo mesurado.
- Espera, ¿pensaste que era yo quien te acompañaba por la noche? - el barbudo me miró de tal manera, que me ruborizara.
- Bueno ... – no encontré palabras adecuadas.
Interpretó correctamente mi mugido inarticulado, alzó los ojos doloridos al techo, negó con la cabeza y volvió al pasillo de la cocina, diciéndose a sí mismo:
- ¡Qué loca tiene que estar esta chica!
No me había sentido tan idiota en mucho tiempo. El monstruo que resoplaba detrás de mi espalda bostezó ruidosamente, se estiró y, estirando sus cuatro largas patas, sin ceremonias me empujó al suelo. Ni siquiera gruñí, aterrizando de plano sobre los ásperos tablones del suelo.
Peck colgó su rostro del sofá, me miró con condescendencia, meneó débilmente el rabo y volvió a tumbarse, enterrándose bajo la manta. El sofá crujió en protesta bajo su robusto cuerpo.
- ¡Bastardo pulgoso! - dije con reproche, poniéndome de pie.
El perro se hizo el tonto, para no entender mis afirmaciones y fingió estar dormido.
- ¿Cómo voy a mirar a los ojos de tu amo barbudo ahora? ¿Eh? – Por la vergüenza estaba a punto de hundirme bajo la tierra.
El siguiente grito de Agripina llegó desde la calle.
- ¡Cállate! - siseé en voz baja y, armándome de valor, salí de la habitación.
El hombre aún estaba sin vestirse. "¿Por qué está medio desnudo?" - pasó por mi cabeza y la mente misma dio la respuesta. - "Se burla de mí, está claro. No te dejes engañar por esto, Lisa. Si quisiera violarte, lo habría hecho hace mucho tiempo, y a juzgar por su cuerpo, no le hacía falta. Las chicas, probablemente, se aferran a él. Especialmente fingió, como si se lavó por la mañana. ¡Maldito fanfarrón!”
Pero mirando a su abdomen perfecto, las venas sobresalientes de los brazos fuertes y la espalda poderosa me sorprendí. Vamos, a quién quería engañar. Su cuerpo era hermoso, tenía que presumirlo. Si mi mamá estuviera aquí, pintaría un retrato de él encantada. Solo le faltaba afeitar su barba, de lo contrario, de alguna manera era raro. Su cuerpo estaba sin pelo, que se podría envidiar, y la cara tan peluda.
Él me miraba tranquilamente, sin ningún interés, pero por una fracción de momento me pareció que una sonrisa se deslizaba entre su barba rizada.
- ¿Podría lavarme la cara? - le pregunté con modestia.
- Sí, muñeca, puedes.
- Por favor, no me llames así. Llámame Lisa, porque estoy empezando a pensar bien de ti.
- No puedo prometértelo. Sin embargo, es mi casa y son mis reglas. Y me recuerdas a una muñeca.
- ¿Espero que no sea una Barbie?
- Por supuesto que no. Ella tiene los pechos más grandes.
El silencio es oro. Así que no dije nada ante un insulto tan evidente, porque mis pechos, aunque no eran grandes, al menos eran naturales. Y para mi cuerpo, eran perfectos.
- Ahí está el lavabo. – giró él la cabeza a la izquierda. - Hay agua, aunque está fría. Puedo echar agua hirviendo para calentar el resto y la toalla, - pensó por un momento, - ahora se la daré.
Con un crujido, abrió el cajón superior junto a la destartalada cómoda y sacó un trapo. Lo tomé obedientemente, agradecí al dueño y me dirigí al lavabo esmaltado escondido en la esquina. El viejo trasto me sumió en un leve estupor. Nunca vi nada parecido: un recipiente de agua con un fregadero en el fondo. Cerca, estaba atornillada una jabonera, en la que reposaba un trozo de jabón de manos.
Hm. Pensé que esto solo quedaba en las aldeas remotas, en el pasado o, en las películas históricas.
Igor, como prometió, trajo una olla de agua caliente y lo vertió en el recipiente de agua.
- Vamos, lávate más rápido, de lo contrario se enfriará de nuevo.
No tenía que suplicarme dos veces. Me sentí muy sucia, muy maloliente y la posibilidad de un tratamiento de agua sin pretensiones me emocionó muchísimo. Enjaboné mi rostro, manos, cuello. Los lavé y los enjaboné de nuevo, pensando que estaba en mi apartamento con un suministro de agua centralizado. En unas palabras, se acabó el agua y yo me quedé con los ojos cerrados, escupiendo la espuma de jabón.
¿Ahora que hago? Por alguna razón, me avergonzaba admitir que había gastado toda el agua y no podía lavarme la cara correctamente. Por lo tanto, intenté abrir el grifo al máximo, con la esperanza de exprimir unas gotas más, froté la cara con la esperanza de deshacerme de la espuma. Como resultado, el jabón entró en mis ojos, y tanto que, incapaz de contenerme, siseé del picor. ¡Buen jabón, vigoroso! ¡Y olía bien de rosas!
- ¿Qué estás gimiendo? - preguntó su voz muy cercana.
No tenía más remedio que admitir:
- Se acabó el agua.
- ¡Yo dije, que hay que lavarse rápido! - refunfuñó.
Se oyeron pasos, el chapoteo del agua y de nuevo fui rescatada por el leñador barbudo.
Lavé el resto del jabón con moderación, tratando de no derramar ni una gota. No quería volver a avergonzarme frente al dueño.
Me sequé con el trapo duro, que él llamo la toalla, y lo miré indecisa, sin saber qué hacer a continuación. Caminé hacia la mesa, sin rastro de vergüenza en mi rostro. Al menos realmente lo esperaba, que no se notaba.
- ¿Puedo ayudar? - pregunté, mirando como el leñador sacaba una olla ahumada con un agarre del horno.
- No, mejor yo mismo, - respondió brevemente, poniendo la olla en una tabla de madera especial. - Con esto necesitas habilidad, de lo contrario te quemarás instantáneamente.
Con la ayuda de un trapo antiestético, levantó la tapa y miró dentro. Las gachas borboteaban furiosamente dentro de la olla y, a juzgar por el olor, se quemó irremediablemente. En lugar de estar molesto, Igor, por el contrario, sonrió e, interceptando mi mirada de perplejidad, simplemente explicó:
- Créame, esto es mucho mejor de lo que suele salir.
En completo silencio, desayunamos con gachas de avena quemadas, lo regamos todo con té maloliente y galletas duras como una piedra. Después del maravilloso desayuno el dueño de un lujoso bungalow en el bosque salió a cortar la leña y yo me ofrecí para lavar los platos.
¡Qué tonta! Quería demostrarle a este hombre que no soy una Barbie.
No había agua caliente, ni “Fairy”, una gota de la cual es suficiente para lavar una montaña de platos. Pero había nieve en la calle, que necesitaba deshacer en una cacerola grande en la estufa, un cepillo de alambre y un paño viscoso con un trozo de jabón para lavar. Oh, sí, me olvidé, de una tina de acero destartalada. Y a pesar de todo, la cabra decidió a toda costa llegar a mi falda y probársela al diente.
El trabajo que en casa solo requería un par de minutos, aquí se convirtió en un proceso largo y tedioso. Tuve que recoger nieve en la calle, calentarla y echar el agua en una tina, remojar todo lo que había en ella, lavarla. Recoger el agua nuevamente y aclarar los cacharos. Y si no hubo problemas con los platos, entonces la olla quemada me costó dos uñas rotas y un rasguño con el cepillo de alambre.
Agripina, cansada de la compañía del perro peludo y el no menos peludo amo, decidió que las chicas deberíamos estar juntas y, en general, solo necesitábamos hacernos amigas. Por eso, no me dejaba en paz, metía su curiosa nariz por todas partes o intentaba beber de la tina agua sucia o lamía un plato limpio o intentaba tragar el trapo enjabonado.
Estaba cansada de alejarla. Ella ignoró todas mis órdenes. La empujé y traté de sacarla de la casa por los cuernos y la regañé. Fue inútil. La odiosa cabra siguió pisando fuerte a mi lado, y a todas mis exclamaciones enojadas respondió pensativamente:
- ¡Be-e!
- ¡Maldita seas! - siseé, volviendo a lavar el plato que ella lamió, - lárgate de aquí.
Y aprovechando que la pesada miraba fijamente a la puerta abierta, la rocié con agua con la esperanza de que se asustara y saliera corriendo. Pero su alma sensible y vulnerable no podía soportar tal insolencia. Ella se enfureció sin ningún motivo, se levanté a dos patas y casi llegó a la misma altura que yo.
Yo jadeé y retrocedí, cuando la bestia caminó hacia mí, bajando la cabeza amenazadoramente. Yo reboté hasta que apoyé la espalda contra la pared de la casa, pero la cabra continuó caminando hacia mí.
- ¡Fuera de aquí! ¡Vete! - grité y agité un trapo húmedo, que todavía agarraba en mi mano. El agua roció la cara de la cabra nuevamente, enfureciéndola aún más.
Ella saltó hacia mí y, con toda su estupidez de cabra, me estrelló contra la pared.
- Oh, - solo pude exhalar.
No parecía doler mucho, pero el golpe era sentido. El hematoma definitivamente aparecerá. Pero lo que más me preocupó, fue que ella se apoyó en las cuatro patas y intentó cornearme, presionándome contra la pared, yo la agarré de los cuernos empujando de mí, pero las fuerzas no eran igualadas por la naturaleza.
- ¡Déjame en paz! – grité como una loca, sintiendo, que mis fuerzas no aguantaban la presión, sobre todo cuando Agripina empezó a mover la cabeza de lado a lado.
Soportaba, luchaba con ella, pero permanecía presionada contra la pared rugosa. En general, fue una pelea desigual entre la cabra y yo. Un poco más y perdería mediocremente en esta batalla.
- Pipa, deja ir a nuestra invitada, - escuché la voz de Igor.
El leñador se paró cerca de la puerta abierta y miró alegremente en nuestra dirección. Naturalmente, la chica con cuernos ni siquiera pensó en obedecerle, continuó inmovilizándome contra la pared.
Igor, sin ceremonias, cogió la cabra por los cuernos y la apartó fácilmente, y al mismo tiempo le dio una palmada en el trasero, cuando ella volvió a intentar volverse hacia mí:
- Vete a su casa, ya está limpia. – dijo él a la cabra.
Cuando el animal marchó, yo me separé de la pared e hice una mueca del dolor, me froté el muslo y me acerqué a mi salvador. ¿Cuántas veces me ha sacado de problemas? Aunque apenas nos conocíamos.
- Gracias, - dije con un suave suspiro, - me salvaste de nuevo.
- Tú le gustaste a estos traviesos. Por lo general, no prestan atención a los invitados, pero a ti, simplemente, se adhieren.
¡Qué maravilla! Con mucho gusto viviría sin ese tipo de atención. Uno babea y resopla en la oreja por la noche, mientras que la otra me empuja a la pared y me amenaza con sus cuernos.
Naturalmente, no dije nada en voz alta, por miedo a ofender los sensibles sentimientos del leñador. ¿Qué pasa si se ofende si hablo con descortesía sobre sus animales?
Tan pronto como abrí la boca para decir lo lindos y maravillosos que eran, la asquerosa cabra entró en la casa de nuevo y me empujó con su cabeza cornuda en el culo.
Me tambaleé, y sin esperar un truco tan sucio, caí hacia adelante, justo en las manos del leñador. Debería rendirle homenaje. Era rápido. Me atrapó en sus brazos de inmediato.
Cierto, por alguna razón no tenía prisa por soltarme. Sí, también me congelé, sintiendo con mis palmas su corazón latir bajo su pecho fuerte. Era muy buena sensación, no sé por qué.