—¿Un grupo de lectura? —inquirió Den al lado de Alex.
—Sí, debe ser ese grupo de lectura al que asiste —respondió Alex—, debe ir creo que todos los martes, creo, no sé.
—El libro que estaba leyendo Daysi es bueno, —Den quedó un tanto pensativo— eso dicen. No lo he leído.
—Es toda una saga, es un best seller —informó Alex—, de hecho, le están creando una serie. Cuando Daysi se entere se va a morir de la emoción, se nota que le gustan mucho esos libros.
—¿Dónde dijiste que es el grupo de lectura? —inquirió Den.
—En la Biblioteca de la República, ¿por qué?
Den quedó algo pensativo observando la pantalla de su celular y se acomodó en la cama. Estaba aburrido de pasar sus tardes perdiendo el tiempo, quería hacer algo diferente y si a Daysi un grupo de lectura la estaba cambiando, ¿por qué no intentarlo?
Bueno, él no era un lector apasionado, había dejado muchos libros a medio leer porque le aburrían en gran manera, aunque, si a Daysi lograron hacerla leer ocho libros de una saga, era porque allí recomendaban libros buenos. Sabía que sería una molestia el llegar el siguiente año a la universidad y no tener el hábito de leer, por eso necesitaba mejorar en ese aspecto.
Esa tarde Daysi llegó vistiendo un poco más informal, algo más a su gusto, pero sin dejar de verse linda. Unos pantalones negros, camisa de mangas color blanco, unos zapatos casuales del mismo color. Se había definido los rizos y su madre le ayudó a maquillarse, le estaba enseñando a hacerlo.
Daysi llegó al grupo de lectura y, para su sorpresa, había un asiento desocupado al lado de Thiago, además, su novia no estaba con él, de hecho, no se veía por ninguna parte.
La joven, aprovechando la oportunidad que tenía, se sentó al lado de Thiago. Pero después se arrepintió, estaba demasiado incómoda, en algunos momentos sus brazos se rozaban y eso la hacía sentirse nerviosa.
A Daysi esa tarde la hicieron leer una página del libro que ya ella había terminado. No tuvo ningún momento para hablar con Thiago, y, aunque lo tuviera, sabía que no sería capaz de hacerlo. Eso la hizo sentir muy triste. Por más que se arreglara para llamar su atención, sabía que él no volteaba a verla.
Finalizaron las dos horas de lectura y todos comenzaron a marcharse. Aunque, ella esperó a que todos salieran para poder conversar con el profesor.
—Ya leí los ocho libros de “Cartas del olvido” —dijo acercándose a él—, me encantaron todos.
—Era de esperarse —soltó el profesor mientras tomaba una silla—, esos libros hacen leer hasta al que no le gusta hacerlo.
El hombre comenzó a llevar las sillas hasta un rincón. Daysi lo seguía como un pequeño pato.
—A mí no me gustaba leer —confesó—, pero esa escritora, esas cartas que Emary le envió a Enden, me encantaron.
—¿Sabías que esas cartas realmente la escritora las escribió para su primer amor?
—¿Qué? —Daysi se detuvo en seco, sus ojos se iluminaron—, ¡¿en serio?!
—Sí, pero ella confesó que nunca fue capaz de entregárselas.
—¿En serio?, ¿por qué?
—Porque escribió tantas que se volvieron muy personal.
—Pero si uno escribe una carta, es para dárselas a esa persona, no para guardarlas —Daysi esperó a que el hombre hablara, pero no lo hizo, sólo siguió organizando las sillas—. ¿O sea que Enden en la vida real nunca supo que ella le escribió todas esas cartas?
—Lo más seguro es que no.
—Pero… ¿y los libros?, ¿Enden no leyó los libros?
El profesor terminó de organizar las sillas en el rincón.
—No soy brujo, Daysi —soltó con tono apagado.
Le pareció injusto, las cartas de Emary eran muy bellas, allí confesaba todo su sufrimiento de esos años en los que tuvo que esperar a la llegada de Enden a su ciudad. Aunque la historia tuvo un final feliz donde Enden leyó las cartas de su enamorada y le pidió perdón, ahora ella creía que la historia en la vida real no fue así, que Enden tal vez nunca llegó a la ciudad y era por esa razón que Emary no le pudo mostrar las cartas que le escribió por dos años. Un mal sabor de boca la consumió, ahora se arrepentía de haber leído esa saga.
Salió de la sala de investigación rumbo al ascensor, aunque, se sentía con la mente trabajando a millón y el simple hecho de imaginarse encerrada en su cuarto la hacía sentir aburrida.
Frente a ella se encontraba la gran biblioteca que tenía un tono anaranjado por los rayos de sol que se colaban en el interior. No pensó al momento de caminar hasta el fondo, observando las estanterías atiborradas de libros.
Tenía una sensación de nostalgia y algo de tristeza al recordar que ya no había un libro para leer. Deseaba revivir ese sentimiento de emoción y enamoramiento que le produjo leer la saga. En ese momento se dio cuenta que era la misma sensación de cuando se terminaba una serie que queda gustando. Sabía que eso se volvía adictivo, era casi igual que una droga, necesitas volver a leer o ver una serie para sentir ese delicioso efecto recorriendo tu cuerpo.
Pero, el problema con los libros era que, al ser algo tan nuevo para ella, no sabía cómo escoger un nuevo libro. Aunque… ahí estaba el profesor, él era experto en el tema.
Dio media vuelta y corrió por la biblioteca, rezando para que el viejo hombre no se hubiera marchado aún. Lo vio oprimiendo el botón del elevador.
—¡Profesor, espere! —gritó. Rápidamente se tapó la boca y rodó la mirada por toda la biblioteca.
—¿Qué sucede? —inquirió el hombre, sorprendido por lo explosiva que podría llegar a ser esa chica.
—Es que… —Daysi dejó salir una gran sonrisa—, no sé qué leer. ¿Me podría recomendar un libro que se parezca a la saga “Cartas del olvido”?
—Ah… con que te quedó gustando leer.
—Sí, pero si son libros parecidos a ese.
Y ahí estaba Daysi, dejándose llevar por las líneas del grueso libro. En un principio le aburrió al darse cuenta que tenía más de cien páginas, pero, con el sólo hecho de leer el primer párrafo, sintió que se adentró en ese mundo histórico, lleno de hermosos vestidos de ensueño, pañuelos y sombreros.
—¡Ay, yo quiero a un señor Darcy en mi vida! —gritó ella mientras se dejaba caer de espaldas a la cama—, ¡señor Darcy, señor Darcy!
El profesor supo encontrar el punto débil de Daysi. Era una romántica empedernida y en cierta parte dramática, necesitaba esas dosis para que algo le llamara la atención.
Esa noche no durmió, se leyó el libro en una sola noche. Las lágrimas corrían por sus mejillas al no soportar el sentimiento de enamoramiento que la acogía.
—Qué hermoso —soltó al terminar de leer la última página—. Pero nunca se besaron, necesitaba el beso.
Rodó la mirada al cálido sol que comenzaba a asomarse. Bajó de la cama y se fue a bañar.
En clases, no dejaba de pensar en ese libro, lo leyó muy rápido, deseaba volver a leerlo. Al principio hubo cosas que no logró entender por la extraña forma de hablar que tenía la gente de esa época.
En el descanso se quedó en el salón de clases para dormir un poco, debía tener energías para una exposición que tendría en la siguiente clase. Se dio cuenta que lo mejor era no trasnochar leyendo un libro en la semana de clases. A diferencia de las series, los libros cansaban más la mente.
Se levantó repentinamente cuando sonó el timbre que anunciaba el comienzo de la segunda jornada de clases. Limpió un poco de baba que había salido de su boca con una mano, mascó un poco de saliva y parpadeó dos veces.
Los estudiantes estaban entrando al salón, conversando y riendo mientras planeaban salidas y reuniones al finalizarse las clases.
Daysi nunca tuvo un grupo de amigos con los que pudiera reunirse al salir de clases, nunca se dirigió al centro comercial que quedaba al lado del Liceo para comer helados o hamburguesas con sus compañeros, eso era algo muy común allí y más para ese último día de clases en la semana.
Viernes, era viernes, el comienzo del fin de semana. Por lo regular Daysi llegaba ese día a su casa y hacía maratón de series, había dejado la última temporada de “Casa de papel” a medias y deseaba saber cómo finalizaría, pero… no tenía un celular para terminar de verla en el colegio y ni modo de hacerlo en su casa. Le amargaba el recordar esa idea.
—¡Chicos! —escuchó una voz.
Rodó la mirada hacia al frente y vio a Estefanía dando un comunicado. Era la vocera del salón.
Todos hicieron silencio mientras la veían atentamente. Con ese rostro dulce, como si no matara ninguna mosca, sonreía mientras sus ojos marrones cálidos brillaban. Todos la querían, la respetaban y harían lo que ella dijera. Daysi no la soportaba, la conocía muy bien, le encantaba ser el punto de atención y aparentar, siempre aparentar lo que no era.
—La profesora de biología tuvo que incapacitarse, se sentía con dolor de estómago y la llevaron a la clínica, —informó— así que, ya podemos irnos.
Todos soltaron gritos emocionados y algunos sonaron las mesas como tamboretes. Los estudiantes comenzaron a recoger sus cosas y salieron a gran prisa del salón.
A Daysi no le gustaba la idea de regresar a su casa, sabía que si llegaba temprano su tutor la haría adelantar los trabajos pendientes para la otra semana, al igual como repasar matemáticas, le pondría ejercicios aburridísimos que la estresaban en gran manera.
Lentamente, con mucha pereza, tomó sus libros, los metió en su bolso y salió del salón con pasos arrastrados.
Una chica le tocó el hombro y le señaló con el dedo índice derecho su mejilla.
—Tienes un poco de saliva allí —le informó.
La joven se limpió con un rápido movimiento de mano y comenzó a caminar por el pasillo esquivando a los estudiantes.
No supo cómo terminó en la biblioteca, pero ahora sentía que ese era un lugar en el cual podía estar y ser otra persona. Era otra Daysi, una chica normal, que nadie miraba feo y eso le gustaba.
Se encontraba en una mesa al lado de los grandes ventanales que dejaban ver la vista del puerto, a lo lejos, se escuchaba el sonido muy bajo del tintineo que hacían los carritos de helado, las personas del exterior conversando o uno que otro canto de los pájaros en las copas de los árboles del parque.
De pronto, sintió que una persona se sentó en frente de ella. Lentamente rodó la mirada y vio a una chica blanca, de rostro redondo y lleno de pecas. La reconocía, era la joven que solía sentarse cerca de ella en el grupo de lectura.
Estaba ahí sentada, observando fijamente un libro bastante grueso que se encontraba abierto. Por un momento la chica alzó la mirada y le mostró una sonrisa a modo de saludo. Daysi trató de dibujar una sonrisa en su rostro, después, con un poco de timidez, volvió a mirar por la ventana.
La jovencita volvió a observar a Daysi, enfocándose en el uniforme que llevaba puesto. Sabía que ese colegio era extremadamente costoso, allí estudiaban los hijos de la gente con más poder en la ciudad, el Liceo Samario del Norte. Ahora Daysi le llamaba más la atención que antes, se preguntaba ¿cómo era tratar con una chica de ese estrato social? Sabía que la joven era tímida, de pocas palabras y bastante distante, pero se veía muy agradable.
Daysi se levantó y comenzó a caminar rumbo hacia la salida, aunque notó que la joven que se había sentado a su lado también lo estaba haciendo. Entraron al ascensor y el silencio las consumió.
Daysi notó el libro que la joven llevaba en sus brazos, protegiéndolo en su pecho, ¿qué estaba leyendo? Se notaba que era muy amante a la lectura.
—¿Qué lees? —preguntó finalmente.
La joven volteó a verla y después bajó su mirada al libro.
—Es una novela negra, se llama “Una vez desaparecido” —respondió.
La voz de la chica era dulce, un tanto tierna, al igual como sus ojos.
—¿Y de qué trata? —indagó Daysi.
En aquel momento se abrieron las puertas del ascensor y las dos chicas salieron rumbo a la salida.
—De un asesino serial, un psicópata —respondió la chica—. Unos detectives están investigando el caso, pero el hombre es tan astuto que no deja ninguna huella, nada que les dé una pista de él, además, a una detective antes la había secuestrado y la torturó, pero ella logró escaparse y ahora le seguirá el rastro.
—Vaya, suena bastante buena la novela —dijo Daysi, pero ella no era de las que les gustaba ese tipo de libros, para eso mejor se veía una serie.
—Sí, es bastante buena, cuando voy en el bus escucho el audiolibro y cuando tengo tiempo, sigo leyendo el libro.
—¿Y por qué mejor no terminas de escuchar el audiolibro?
—Porque no es lo mismo que leer un libro.
—Claro que no es lo mismo —salieron de la biblioteca—, es mucho más cómodo el audiolibro.
—Pues sí, puedes hacer otras cosas mientras escuchas la narración, pero, no se compara con leer el libro, el poder hacer las voces de los personajes en tu mente o pasar las páginas.
Daysi meneó la cabeza a los lados como si fuera un péndulo. Aquella chica realmente le gustaba leer, se veía que era una empedernida de las letras.
—¿Qué calle debes tomar? —preguntó la joven.
—Tomaré un taxi —informó Daysi.
—¿Aquí?
—Sí, no tengo celular para llamar al chofer para que venga a recogerme —dijo Daysi mientras hacía un gesto de fastidio—, es la primera vez que tomo un taxi, así que, si no vuelves a saber de mí, ya sabes que me secuestró y asesinó un taxista.
La joven soltó una fuerte risotada, ¿en realidad le asustaba el tomar un taxi? Se notaba que sus problemas eran bastante diferentes. Mientras ella le asustaba pasar de noche por un callejón oscuro, a Daysi le asustaba tomar un taxi en pleno día.
—¿Cómo te llamas? —inquirió Daysi, dándose cuenta que aún no se habían presentado.
—Marilyn —se presentó— y yo sé que te llamas Daysi.
—Ah… vaya, sí, me llamo Daysi —quedó un tanto pensativa—. Mari ¿me podrías prestar tu celular?
El entrecejo de Marilyn se arrugó.
—¿Y eso? —inquirió confundida.
—Es que, creo que lo mejor es pedir que me vengan a buscar. No quiero irme en taxi, me da miedo, nunca lo he hecho sola y lo mejor es que mi madre o el chofer vengan a recogerme.
—A mí me encantaría ayudarte —dijo Marilyn—, pero no tengo minutos.
—¿Cómo que no tienes?
—Sí, así es la pobreza —Marilyn volvió a soltar una gran carcajada y sus mejillas se enrojecieron.
Daysi apretó los labios mientras tragaba en seco. Para ella el cargar un celular y no poder llamar desde él era como algo inservible, se le hacía extraño.
—Pero puedes llamar —Marilyn señaló el parque—, venden minutos. Trata de hacerlo a lo pobre, siempre hay una primera vez.
Daysi volteó a mirar hacia el parque, a unos cuantos metros de ella se encontraba un cartel que decía “Minutos a todo operador” con fondo amarillo y letras negras. A su lado, sentada en una banca, había una mujer gruesa, frente a ella, una pequeña mesita vieja de madera, encima de esta, una gran recopilación de caramelos y cajas de chicle.
Daysi, un tanto incómoda, rodó un poco la mirada. Marilyn notó que a la joven no le gustó mucho la idea, quería carcajear, pero decidió ser educada.
—Thiago vendrá dentro de poco —informó Marilyn—, puedes pedirle que te regale un minuto y llamar a tu madre o a tu chofer. Podemos esperarlo.
El corazón de Daysi dio un salto, ¿ella era amiga de Thiago?
—¿Cómo que Thiago vendrá? —inquirió.
—Sí, debe venir a recogerme —respondió.
—¿Cómo así?
—¿No lo sabes? —Marilyn la miró por unos segundos al rostro—, Thiago es mi hermano mayor.
Las mejillas de Daysi se ruborizaron, su corazón estaba danzando de alegría. Sabía que de ahora en adelante debía hacerse muy amiga de Marilyn, así podría estar más cerca de Thiago.
—Ese tonto siempre se demora en llegar. Claro, primero es importante sus amiguitos, se supone que su clase en la universidad terminó hace media hora —Marilyn puso los ojos en blanco—, no sé por qué mi papá hace que él venga a recogerme.
—¿Qué edad tiene Thiago?
—Veinte. Pero parece de quince, por eso sus novias lo mangonean.
—¿Aún sigue con su novia?
—¿Cuál de todas?
—¿Tiene varias?
Marilyn reparó el rostro de Daysi, analizándolo, escudriñando sus ojos. Era bastante obvio que esa jovencita estaba atraída por su hermano, había visto cómo lo miraba en el grupo de lectura, ella era tan obvia.
—¿Qué viste en mi hermano? —preguntó—, ¿por qué te gusta?
Daysi detuvo su respiración, ¿por qué le hacía esa pregunta?, ¿cómo lo supo?
—¿De qué hablas? —inquirió Daysi, creó un rostro de confusión para así ocultar sus sentimientos.
—Se te nota —respondió la chica—, es muy obvio. Bueno, para mí. No te preocupes, no le diré a nadie y tampoco a Thiago.
Las chicas comenzaron a caminar hacia el parque cuando la nube que ocultaba el sol se rodó. Sopló una refrescante brisa mientras ellas se dirigían a una tienda de jugos y se sentaban alrededor de una mesa redonda de metal.
Daysi rodó lentamente su mirada a la playa, ¿qué le podía decir a Marilyn?
—No me gusta tu hermano —contestó—, sólo me atrae, pero no me gusta.
—Sí, claro —soltó Marilyn con sarcasmo.
—En serio —insistió la joven—, no lo conozco bien como para decir que me gusta. Me parece que entre atraer y gustar hay una larga distancia.