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Tu amiga, la fea

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Blurb

Las personas que conocen a Daysi saben que sólo le interesan dos cosas: dormir y ver series en Netflix. Y todos tienen razón.

Sin embargo, eso está por cambiar gracias a una persona:

Enden la conoce de toda la vida. Se podría decir que en sus primeros años de vida tenían buena relación, pero ahora sólo la puede ver de lejos y sorprenderse por sus ocurrencias y situaciones incómodas en las que ha llegado a encontrarla.

Sabe que el acercarse a ella es el comienzo de una gran lista de problemas; pero, aun así, está subiendo las gradas del coliseo para hablar con ella.

Una simple frase y todo habrá cambiado para siempre.

La vida de Daysi no será la misma gracias a esa persona. Ahora queda una simple pregunta, ¿habrá cambiado para bien o para mal?

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La amargada es Daysi
La lluvia arreciaba en el punto más fuerte. Los zapatos de Daysi chasqueaban por lo húmedos que se encontraban. Los lentes de la joven se encontraban totalmente empañados. Pasó una mano por su cabello rizado y dejó salir un suspiro que se inundó de agua. Volteó a mirar hacia la derecha de la carretera, después a la izquierda. El arroyo que transitaba por la avenida principal le explicaba que sería imposible cruzar por él sin antes haber pescado un hongo en sus pies. La joven, salida de sus cabales, sacó su celular de su bolso y trató de buscar un número el cual marcar para llamar y pedir ayuda. Sin embargo, mientras estaba en el acto, se le resbaló el objeto de sus manos. Su día no podía estar peor, era el más horrible que había tenido en lo que transcurría de aquel año. Con su mirada buscaba el celular que había caído en el arroyo, pero sabía que ya estaba perdido. Soltó un fuerte grito mientras llevaba sus manos a su cabeza. —¡Maldito Alex, te voy a matar! —soltó.   Alex soltó un estornudo y después limpió su nariz mientras se acomodaba en la cama. —Oye —escuchó que lo llamaron. El joven volteó a ver a su derecha. Un chico que aparentaba unos diecisiete años tenía su mirada concentrada en la pantalla de su celular. —¿Qué pasó? —inquirió Alex. —¿Hoy no se suponía que debías llevar a Daysi a ese grupo de lectura? —preguntó el joven. Alex tragó en seco y sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. —Mierda —soltó el muchacho. —Huele a muerto —chistó su amigo sin dejar de observar el celular. —Den, no estoy para bromas. En aquel momento escucharon que la puerta se abrió de manera brusca y a su vista apareció una joven morena, de cabello rizado y ojos verdes profundos. Den alejó su mirada del celular y barrió a la joven de pies a cabeza, estaba empapada y soltaba resoplidos mientras observaba Alex. —Eres un maldito imbécil —gruñó Daysi. Alex se acomodó en la cama y soltó el celular que tenía en sus manos. —Lo siento, yo… ya iba a llamar, ya te iba a buscar, …ir a buscarte —explicó el joven—, en serio. —¡Deja de decir idioteces, no soy una estúpida! —gritó Daysi—, ¡te voy a matar! La joven se acercó a la cama y jaló con fuerza el cabello de Alex. —¡Ay, Daysi!, ¡cálmate! —el joven trató de defenderse, pero se le hacía imposible—, ¡déjame! Den se levantó de la cama y comenzó a arreglar su camisa. —¿Cuándo van a madurar? —preguntó mientras los observaba. Daysi soltó a su primo, quien se llevó las manos a su cabeza mientras dejaba salir un gruñido. —¡Ay, estás loca, loca…! —le gritó fuertemente en el rostro a la joven. —¡Eso es para que no me vuelvas a dejar esperando en la lluvia, estúpido! —¡Tú eres la única que espera por una hora en la lluvia!, ¡subnormal! Daysi le dio un fuerte bofetón al joven. Hubo un gran silencio en la habitación, uno bastante incómodo. Daysi y Alex crecieron atados no por su lazo de sangre, sino también por una fuerte amistad. Eran mejores amigos. Sin embargo, aquella palabra “subnormal” hirió profundamente a la joven. Daysi llevó su mirada lentamente hasta el joven de ojos color miel que observaba la discusión. El chico, quien por lo general era alguien serio y callado, incomodó en gran manera a Daysi. Ellos nunca se hablaban, no eran amigos y a la joven le intimidaba en gran manera. Quería que la tierra la tragara. No sólo fue avergonzada por su primo por el desplante que le hizo, sino que también fue ridiculizada al haber un completo desconocido en aquella habitación que presenció la discusión. —No me vuelvas a hablar más en mi vida —le dijo Daysi a Alex. —No te imaginas el gran favor que me haces —soltó Alex. Daysi salió de la habitación azotando con fuerza la puerta. Caminó a grandes zancadas por el pasillo, deteniéndose en seco al ver a un joven idéntico a Alex, quien traía en sus manos un pocillo lleno de helado. —Crespas, ¿qué te sucedió? —chistó el joven—, ¿decidiste nadar en el arroyo de afuera? —soltó una carcajada. —Piérdete, Axel —gruñó la joven. —Uy, ¿qué comiste?, ¿escorpión? Daysi ignoró por completo al joven y siguió su camino. Axel y Alex eran hermanos gemelos, crecieron siendo inseparables, así que, Daysi era muy cercana a Axel, sin embargo, odiaba algo de aquel chico y era que siempre se burlaba de su cabello enmarañado. Por más que Daysi intentara peinarse, la gente le preguntaba el por qué no se había arreglado el cabello. Daysi llegó a su casa, humedeciendo las baldosas al caminar. La empleada de servicio la veía a lo lejos con rostro no muy agradable, aunque, no podía reclamarle a la jovencita, ya que, aquel rostro de pocos amigos que traía, le avisaba que no la estaba pasando nada bien. Los ojos de Daysi estaban rebosando en lágrimas que le suplicaban dejarlas correr. Pero ella se forzaba a no soltar el llanto. Algo que la caracterizaba era ser muy orgullosa y el sólo pensar que lloraría porque su primo la llamó “subnormal” hacía que sus intestinos se retorcieran. Subió con rapidez las escaleras que comunicaban al segundo piso y caminó apresuradamente por el pasillo hasta entrar a su cuarto. El silencio que arropaba aquella habitación la consoló. Por fin tenía privacidad. Dejó caer su bolso n***o que cargaba en su hombro derecho sobre la cama, aunque, después se arrepintió porque sabía que mojaría las sábanas y el colchón, así que, lo volvió a tomar y lo tiró al piso. Arrugó su rostro mientras comenzaba a patalear y soltó un grito. —¡Ay, soy una idiota, estúpida! —sollozó. Llevó sus manos hasta su cabeza y después, intentando calmarse, respiró profundamente. Sus labios comenzaron a temblar mientras formaba un puchero. Aquel instante fue uno de esos en los cuales la mente está en blanco. Daysi sentía que su vida se iba en picada. Todo se remontaba a los primeros días del año, enero. La llegada de Den a su vida después de tres años de no ver a aquel antipático ser. Desde que volvió de España todos se fijaron en él y eso incluía a su mejor amigo Alex, se volvieron inseparables. Den siempre estaba pegado a su primo y eso para ella era como una patada en el hígado. Alex cambió completamente con ella, se alejó de una manera tan rápida que Daysi no supo cómo tomar la situación. Se quedó sin mejor amigo y eso avisaba que estaba sola. Al ser una adolescente que tenía como pasatiempo el estar encerrada en su cuarto viendo series en Netflix y durmiendo los fines de semana, no era de socializar mucho. Por esa misma razón sus padres intentaron sacarla de esa monotonía obligándola a ir a un grupo de lectura. Cómo se notaba que sus padres no la conocían para nada. Ella detestaba leer. El que su padre fuera un escritor famoso no quería decir que ella también debía ser una apasionada por las letras. En su casa había una enorme biblioteca en la cual sólo entraba para esconderse de sus padres y poder ver sus series en completo silencio. Alex también era un adicto a ver series online. Por lo mismo podían pasar horas hablando, hasta hacían tardes de primos en las cuales había maratones donde veían series completas. Pero eso se había acabado. Después de darse un baño se vistió con un camisón rosa y se escondió debajo de las sábanas de su cama, dejándose atrapar con facilidad por el sueño. La mañana llegó, pero Daysi no quería salir de su cama, aunque, su madre entró con un gran sermón para ella. La mujer corrió las gruesas cortinas grises que cubrían el ventanal y la resplandeciente luz del sol atrapó toda la habitación. Los ojos de Daysi se arrugaron y llevó una mano a su rostro para que así la luz no maltratara su mirada. —¡Qué floja eres, levántate! —gritó su madre—, ¡son las once de la mañana, ¿por qué no fuiste a clases?! Daysi se acomodó a medio lado y hundió el rostro en una almohada blanca que tenía un olor dulce. —¡Te estoy hablando! —soltó su madre furiosa. La mujer, desesperada por el modo de ser tan descomplicado de su hija, comenzó a caminar en círculos por la habitación. —¡No puedo creer que ahora hasta faltas a clases! —dijo—, ¿acaso quieres perder el año?, ¿eso es lo que quieres?, ¿acaso no fue suficiente con quedarte recuperando hasta enero?, ¡casi repruebas noveno, Daysi!, ¡no permitiré que dejes tirado los estudios! Decidió hacer silencio para ver si su hija intentaba replicar, pero, comenzaba a creer que Daysi seguía dormida. —De ahora en adelante estarás en refuerzo —informó su madre. Aquello sí asustó a Daysi, quien se sentó en la cama y observó a su madre fijamente con la boca bastante abierta. —Todas las tardes, cuando regreses de clases harás las tareas con el profesor y los martes yo misma te llevaré al grupo de lectura. No podía haber una cosa más aburrida para Daysi que tener a su madre tan pegada a ella, ¿por qué no sólo se preocupaba por seguir delgada y chismosear con su grupo de amigas?, ¿por qué debía ser tan sobreprotectora con ella? Su madre, cuando joven, fue una atleta famosa que representó al país en los juegos olímpicos y ahora era dueña de un famoso restaurante en el cual sus mejores amigas también eran chef. Daysi sabía que aquella mujer estaba decepcionada de tener una hija como ella, alguien que se cansa con sólo subir las escaleras de su casa y que nunca en su vida se había despertado a las cinco de la mañana para salir a trotar. Daysi estaba segura que sólo estando loca se levantaría tan temprano para empaparse toda de sudor y asfixiarse. Odiaba la sensación que se producía en el estómago cuando se estaba corriendo. Era una sensación de querer vomitar y no poder.  Su madre siempre le reprochaba eso, decía que cuando estuviera vieja no podría ni levantarse de la cama. Pero Daysi no veía eso como un problema. Daysi estaba en el descanso. Lo que más odiaba de ir al colegio eran los recesos entre clases, ese momento incómodo donde todos se forman en grupos para conversar y ella no tenía con quién. Y ahí estaba, sentada en la banca, con una botella de jugo de mora a medio tomar, observando a lo lejos a dos jovencitas, una de cabello rubio, ojos verdes y la otra morena, de piernas largas y curvas proporcionadas, con su larga cabellera negra lisa. Las conocía bien, le tocó soportarlas desde muy pequeñas. La chica rubia era hija de un actor famoso, su familia era dueña de muchas compañías y una prestigiosa línea de moda a nivel internacional. La joven se llamaba Yiret y era bastante engreída, era muy popular en el instituto, todos los chicos deseaban que por lo menos ella volteara a mirarlos. La chica morena, era la hija de una chef muy famosa. Su nombre era Estefanía, supuestamente también le gustaba la cocina como a su madre, pero Daysi nunca sería capaz de comer algo preparado por ella. Estaba segura que ella sólo deseaba ser el centro de atención presumiendo que era inteligente. En el instituto murmuraban que ella tenía una aventura con el profesor de informática. Esas dos chicas eran inseparables, odiosas y era más que evidente que Daysi no las soportaba. De pequeña la joven peleó Yiret y terminó arrancándole un mechón de cabello a la niña rubia. Desde ese momento se volvieron enemigas. Eran incómodas las reuniones en las que obligaban a Daysi a asistir, tenían que verse las caras y fingir que se agradaban. Aunque, Daysi siempre le enviaba miradas asesinas para recordarle que en cualquier momento le estrellaría la cabeza contra el piso. Odiaba que sus familias fueran tan cercanas y sus casas quedaran en la misma calle. ¿Y saben qué era lo peor? Eran familia.    Den estaba sentado en frente de una mesa redonda de color plateado, a su lado se encontraba su amigo Peter y frente a ellos, estaba Alex comiendo una bolsa de papas. —Daysi es tan rara —soltó Peter mientras observaba a la chica de lejos. —No es rara, es amargada —comentó Den. Peter, quien era pelirrojo y de ojos azules, pasó una mano por su cabello para organizarlo. Dejó salir un suspiro y recostó su espalda al respaldo de la silla. —Ayer la vi esperando en una esquina, —comentó Peter— saben que llovió mucho y ella estaba ahí, mojándose. —¿Por qué no la ayudaste? —inquirió Den. —¿Crees que estando en esas fachas la dejaría subirse a mi auto? —Peter respingó una ceja—, nunca dejaría que me vieran con una chica tan rara como ella. —No es rara —gruñó Alex—, y si estaba mojándose no era porque quería hacerlo. —Eso es lo que yo no sé —replicó Peter—. Mírala, siempre despeinada y comiendo sola. —Sí, —aceptó Den, miró a Alex— ¿por qué nunca se arregla el cabello? La tía Eliana siempre está tan bien arreglada, pero su hija no pasa ni una peinilla por su cabello. —Es porque a ella no le gusta arreglarse —explicó Alex—. Ellas viven una constante guerra por lo mismo. Creo que la tía Eliana se avergüenza de la hija que tiene. —¿Y quién no? —inquirió Peter—, una vez ella se sentó a mi lado en informática y su cabello apestaba a moho, ¿se imaginan? —hizo un rostro de desagrado— Creo que no se baña. Encima de amargada, es puerca. Den, al crecer siendo tan cercano de la familia de Daysi, llamaba a los padres de la joven “tíos”, al igual como lo hacían todos los que crecieron junto a él, como Alex y su hermano Axel, que no eran familia de Den, pero aun así llamaban a los padres del joven “tíos”. —No sé cómo soportas estar al lado de ella —dijo Peter mientras veía a Alex—, Daysi cuando habla da sueño. —Porque es igual de flojo que ella —chistó Den. Alex dejó salir un suspiro y comió una papa que sacó de la bolsa, veía a sus amigos de manera aburrida en silencio. —¿Vas a ir al partido mañana? —preguntó Peter a Den cambiando de tema.   Daysi llevó una mano a su nuca mientras formaba un puchero. Inclinó su mirada hasta poder ver las puntas de su bata azul oscura con pequeñas figuritas de gaticos blancos. Su madre Eliana estaba frente a ella con los brazos cruzados. —Báñate y te cambias, —le ordenó— vas a ir. —No quiero ir —replicó Daysi—, tengo que hacer unos trabajos. —¿Ah sí? —su madre respingó las cejas con desdén—, ¿y desde cuándo te volviste tan aplicada? La mujer giró sus pies que calzaban unos altos tacones negros y se dirigió hasta la salida de la habitación. Cuando Daysi estuvo sola, comenzó a patalear llena de mucha rabia y revolvió su cabello con sus manos y soltó un gruñido. ¿Por qué debían obligarla a ir a una tonta feria?, no le gustaba ir a playa, detestaba estar rodeada de tanta gente y más el que sus padres la regañaran por poner mala cara. ¿Por qué debía fingir que le gustaban todas esas cosas cuando no era así? A la ciudad había llegado una feria, comúnmente, estas ferias se situaban en una bahía que era muy popular. A sus padres les encantaban llegar a ellas y comprar algunas cosas, por lo general eran artesanías. Como era de esperarse, Daysi estuvo con rostro de piedra en toda la caminata, sudada, con picazón en el cuerpo por el aire salado y los pies llenos de arena. Le parecía tedioso el soportar a su madre indecisa, no sabía cuál de los dos atrapasueños que estaban colgados en una pared de ladrillo debía comprar. Daysi hizo mala cara mientras volteaba a ver hacia la derecha de la cabaña, a unos metros de ella se encontraba un joven observando una guitara que un vendedor le estaba mostrando. Aquel fue un momento que se impregnó en la mente de Daysi, cómo aquel joven comenzaba a sonreír mientras observaba la guitarra que ahora tenía en sus manos. Era la primera vez que a Daysi algo le parecía agradable y que no fuera una serie o una deliciosa almohada. Pudo ser un día más en la vida de Daysi, que aquel joven no conquistara su corazón con aquella sonrisa, sin embargo, su corazón le dijo que no. De allí en adelante todo sería diferente. Daysi llevó una mano a su pecho mientras veía al joven girarse lentamente para voltear a verla. Sus ojos eran de color miel, con unos labios rosados y piel bronceada por el sol, sus ojos se arquearon, achinándose por la sonrisa que posaba alegremente en su rostro. Ya todo había cambiado, Daysi no volvería a ser la misma, no con aquel joven. Al darse cuenta que se estaba viendo fijamente con aquel joven, corrió su mirada hacia el frente y la escondió entre su despavorida melena de cabello. Fue la primera vez que se avergonzó por no estar bien cambiada. Llevaba un short n***o, una camisa rosa y unas sandalias marrones de cuero, su cabello estaba igual de desarreglado como siempre y se le había olvidado echarse desodorante. Se moría de la vergüenza, cómo deseaba esconderse en algún lugar donde aquel joven guapo no la viera. —Daysi, vamos —avisó su madre. Era la primera vez que obedeció a su madre sin titubear. Caminó a grandes zancadas hasta poder alcanzar a sus padres y caminó muy cerca de su papá que hablaba sobre la hermosa tarde y los colores llamativos que adornaban el morro de la bahía. En el tiempo que transcurrió, Daysi buscaba al joven entre las personas, y cuando lograba encontrarlo, sonreía tontamente. Al llegar a su casa, se preguntaba una y otra vez si podría volver a ver a aquel guapo joven. Le hubiera gustado tener a alguien para contarle sobre su hermosa tarde, pero… estaba sola y sin celular. Además, sus padres le tenían restringido el acceso a internet para que así no se encerrara en su habitación. Esa noche tuvo que soportar una cena familiar donde se encontraban todos sus primos. “Las inseparables” como les llamaba a Yiret y Estefanía, se encontraban sentadas en un mueble después de cenar, llevaban más de dos horas hablando, a su lado se encontraban los gemelos jugando un videojuego en sus celulares. Los padres de los jóvenes se encontraban reunidos en una esquina de la sala sentados tomando unas copas de champán mientras conversaban alegremente sobre temas rutinarios, que, según para ellos, era interesante. Daysi, bastante aburrida, no sabía si salir a tomar aire al patio cerca de la piscina o simplemente encerrarse en su cuarto. Pero su habitación de un momento a otro se volvió tediosa, sin acceso a internet no era lo mismo. Sentía que los días se estaban volviendo muy largos y eso avisaba que debía soportar más tiempo aburrida. Caminó con pasos arrastrados hasta el patio, allí había un quiosco cerca de la piscina que tenía en el centro unos muebles rodeando una pequeña mesa de cristal. Le gustaba sentarse ahí y dejar que su mente se perdiera en el cosmos. Sin embargo, alguien ya había ocupado su único lugar preferido de la casa. Den. Daysi rascó su cabeza de manera estresada cuando lo vio en medio de la pequeña oscuridad del patio. Era incómodo el momento, ella estaba ahí, cerca de él, dejándole ver al joven que su intención era sentarse debajo del kiosco, pero que, claramente, él incomodaba allí. ¿Qué hacía Den fuera de la casa? ¿Por qué no estaba adentro como todas las personas sociales como él?        

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