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Irene
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– Bruno comentó que eres latina – comentó Francesco luego de unos segundos, y algo en cómo pronunció la última palabra me hizo ponerme alerta y sonreír.
__¿Te gustan las latinas guapo?__
Pensé sintiendo que la balanza se inclinaba provechosamente hacia mí, desde que había llegado a España el hecho de ser latina, no había hecho más que causar gracia a mis amigos, quienes decían que mi marcado acento y mi forma de expresarme eran muy llamativos, aunque no sabía con exactitud a qué se referían con llamativo. Pero el interés de Francesco parecía genuino y para nada jocoso.
– ¿De dónde eres? – preguntó como en respuesta a mis pensamientos.
– ¿De dónde crees que soy? – pregunté juguetona, apoyando mis codos sobre la mesa y dejando descansar mi mentón entre mis manos. Enfoqué toda mi atención en él y olvidé por completo la escenita de la mesera. Francesco me miró entrecerrando los ojos, meditando su respuesta.
– Por descarte puedo decir que no eres cubana, ni puertorriqueña o dominicana... Tu acento – se apresuró a aclarar al ver la pregunta en mi rostro – Pero tampoco pareces chilena ni argentina, diría que... ¿Colombia?
– Casi... Venezuela – le dije y él me dio un asentimiento – Pero mis padres son colombianos, así que no estabas tan lejos de la verdad después de todo ¿Pero qué me dices de ti? Francesco Sturano… ¿Eres italiano de nacimiento?
– Eso creo. Crecí en Turín – respondió encogiéndose de hombros y pude notar que su mirada se ensombreció un poco.
– ¿Crees? – pregunté frunciendo el ceño, él ladeó su cabeza de un lado a otro mientras torcía la boca con disgusto.
– Crecí en un orfanato, no sé nada de mi vida antes de eso. – me respondió con seriedad. Yo me tomé unos minutos para asimilar su respuesta, que fue un pequeño impacto para mí en realidad, no es que importara en algo, solo que no era el tipo de respuestas que uno esperaría de un hombre exitoso, aunque después me sentí un poco avergonzada de pensar así.
– ¿No sabes nada de tu familia? – pregunté con pesar, él negó con la cabeza.
– No sé nada sobre los seres que me engendraron, desde que tengo memoria estuve solo, conocí a Bruno a los siete años en el orfanato y desde entonces lo considero mi hermano... Mi única y verdadera familia, nunca he tenido más que eso.
Yo tragué en seco ante esa revelación, si me hubiesen preguntado dos segundos antes hubiese asumido que la familia de Bruno adoptó a Francesco, pero la verdad era que mi jefe también había sido un huérfano. Jamás me había detenido a pensar en el pasado de Bruno, pero reconocí entonces que debía de tener una verdadera historia de superación si hoy se desempeñaba como Director en Jefe del periódico más importante de Madrid, y en sus primeros años de vida no supo ni siquiera quiénes fueron sus padres. Y había sido exactamente igual con Francesco.
Me quedé mirándolo detenidamente, viendo su dura expresión, sintiendo lástima por el pobre niño que tuvo que crecer solo sin la orientación de nadie, mientras que yo tuve tanto amor de mis padres y de mi gran familia, yo jamás hubiese logrado la mitad de las cosas que había logrado hasta ese momento sin el apoyo de mis padres, no podía imaginarme todo lo que tuvieron que pasar ellos. De pronto sentí una punzada de culpabilidad al recordar que había pasado más de una semana desde que hablé con mi madre por última vez.
Yo estaba ahí desde hace unos minutos admirando la elegancia, los modales, los principios, el porte y la masculinidad de un hombre para luego saber que había sido un huérfano, es decir, que todo esos detalles, toda esa personalidad y actitud que yo admiraba hoy... Lo había aprendido solo, tenía entendido que era un brillante abogado y lo había logrado por su cuenta, eso me hacía admirarlo más.
– Pues eso sólo te hace más impresionante. – dije con sinceridad después de un rato, él me miró con el ceño fruncido – Eres un apuesto treintañero, que tiene fama de ser un excelente abogado con unos principios intachables, que puede darse el lujo de invitar a una mujer a comer en el restaurante de moda, uno de los más caros de la ciudad y conseguir reservación un viernes decembrino por la noche... Eres un ganador, y comenzaste todo siendo solo un huérfano en algún lugar de Turín. – dije con una gran sonrisa que él me devolvió después de unos segundos de silencio.
– Gracias... Me alegra que te guste mi elección del restaurante. – respondió echándole un vistazo rápido al lugar, yo me encogí de hombros.
– Es impresionante, debo admitir que soy de gustos más sencillos, aunque no negaré que me emocioné un poco al saber que habías reservado para este restaurante, pero no era necesario, cualquier lugar hubiese estado bien para mí. – dije con sinceridad, mu hubiese dado igual si me llevaba simplemente a comer helado. Él me miró en silencio unos segundos antes de responderme con una sonrisa.
– Es bueno saberlo mia cara – fue su única respuesta, y me di cuenta que realmente me gustaba como hablaba su idioma natal, había algo demasiado seductor en escuchar a Francesco hablar italiano, y durante un buen rato me distraje pensando en todas las cosas que me gustaría que me dijera en italiano.
__ Detente Irene, perderás el hilo de la realidad si te pones a fantasear con esas cosas__
Me reproché y detuve en seco mi veloz imaginación, para retomar la conversación.
Después de eso estuvimos hablando sobre mi familia un rato, le conté varias anécdotas graciosas sobre mis toscos y desordenados hermanos y aunque al principio creí que sería algo incómodo hablar sobre mi gigantesca familia después de saber que era huérfano, él parecía bastante interesado en todo lo que yo estaba diciendo, no pareció aburrido en ningún momento y eso me animaba a seguir.
Un buen rato después, hubiese dicho que demasiado ni no me conviniera que se tardaran siglos para seguir hablando con Francesco; cuando llegó nuestra comida yo ya estaba hinchada de la emoción de saber que ese hombre tan fantástico parecía estar pasándola tan bien conmigo como la estaba pasando yo con él, no me lo podía creer y al mismo tiempo quería seguir llamando su atención, era como un nuevo instinto que había despertado en mí esa noche.
– Espero que lo disfruten – nos dijo la mesera y se retiró, no sin antes dedicarme otra de sus miraditas.
__ Y dale pues… ¿Vas a seguir con eso mi linda?__
Pensé disgustada viéndola retirarse, no entendía qué estaba haciendo ni qué pretendía, pero ya estaba acabando con mi paciencia.
– Eso fue un poco grosero – comentó Francesco en tono molesto. Me giré hacia él y noté que también la veía alejarse. Resultó que esa vez sí lo había notado todo.
– No te preocupes, puedo entenderla – dije encogiéndome de hombros y mirando mi plato, arrepintiéndome de pronto de mi orden – Yo estoy aquí cenando con un hombre apuesto mientras ella sirve nuestra comida. No puede entender cómo un hombre como tú está cenando con alguien como... Yo – dije a modo de chiste, tomando el tenedor y removiendo un poco las hojas a ver si algo más que eso, rogando al mismo tiempo que supieran mejor de lo que se veían.
– Pues si no entiende algo tan obvio dudo que haga algo más con su vida que servir mesas, claramente sus capacidades mentales no dan para mucho más. – respondió un tanto exasperado, cosa que me puso alerta de inmediato.
– ¿Y con eso quieres decir que...? – le pregunté dejando la pregunta al aire, incitándolo a terminarla, provocándolo, él me sonrió levemente.
– Que no comprendo cómo a alguien le costaría entender por qué estoy cenando contigo... O por qué cualquier hombre estaría cenando contigo – agregó alzando sus brazos al aire, como si de pronto el tema le hubiese enfadado, pero manteniendo su penetrante mirada fija en mí en todo momento.
Hablar con Francesco era realmente interesante, sus expresiones no se mostraban tan claramente como lo hacían otros hombres. Él era una persona de pocas palabras y muy seria, de eso no quedaba duda, podía ver que se esforzaba por mantener en control sus emociones, pero aun así se podía ver claramente cuando decía la verdad, bueno... Supuse que como buen abogado sabría mentir y que sería muy convincente en eso, pero noté que cuando quería hacerte sentir segura de algo, pues... Era muy bueno en eso también.
– Déjame ver si entendí – dije apuntándolo con mi tenedor – ¿Intentas decirme que soy linda y que la mesonera es una perra envidiosa? – pregunté agudizando la mirada. Él soltó una pequeña risa antes de responder.
– En primer lugar: no sé si una perra... Pero sin duda sí una envidiosa, aunque puedo entender por qué sentiría envidia de ti. – dijo mientras movía su mano de arriba abajo hacia mí, como indicando que su comentario era más que obvio, y yo di saltos de alegría internamente.
– ¡Oh, vaya! Grazie mille – dije con una sonrisa. Una parte de mí me recriminó por mi elección de idioma, seguro parecía una tonta, mi italiano no era nada bueno, de hecho… Mi italiano era inexistente salvo por esa y otras dos expresiones.
__Es algo en lo que debo mejorar si esto llegara más lejos. No puedo tener una relación con un italiano nada más que sabiendo decir Ciao y Grazie. ¡Espera! ¿Una relación? ¿Acaso estás loca? Lo acabas de conocer mujer… ¡Deja de pensar tonterías y aterriza de una buena vez!__
– Prego – respondió él con una inclinación de cabeza, sacándome de mi diálogo mental con mi yo interna. Sacudí la cabeza y le sonreí, porque escuchar nuevamente su increíble voz con su exquisito acento en italiano... Me encantó – En segundo lugar: ¿Linda? Yo usaría adjetivos más fuertes, Bruno fue muy generoso al hablar de ti, pero sin duda se quedó corto al describirte – me dijo mientras se llevaba un bocado a la boca.
__¡Ay, Dios mío! ¿Está coqueteando conmigo?__
– ¿Ah, sí? ¿En qué se quedó corto? – le pregunté mirándolo fijamente, quería más, descubrí que recibir cumplidos de él era algo embriagador. Francesco me devolvió la mirada aceptando mi silencioso reto.
– Pues me dijo que eres una mujer atractiva, que robabas la atención con sólo entrar a una habitación – sonrió al ver mi expresión, que sin duda era de sorpresa total, jamás me hubiese esperado que mi jefe me describiera con tanto halago – Pero olvidó hablarme sobre tu hermoso cabello, tu encantador tono de piel, o tu... – hizo una pausa de varios segundos antes de completar la frase – Adorable apariencia de... Hada – concluyó tratando de contener una sonrisa.
Mi temperatura corporal subió violentamente. ¿En serio creía todo eso? ¿De verdad me creía así de bonita? ¿Él, que con su aspecto y personalidad podría conseguir a cualquier super modelo? Pero entonces, entre la nube de encantadores halagos brotó lo que me pareció era una vil burla sobre mi estatura.
– ¿Adorable apariencia de hada? ¿Es tu elegante forma de decir que olvidaron decirte que soy enana? – pregunté torciendo la boca y entonces él rió con ganas esta vez – Amigo… Si vas a comenzar burlándote de mi estatura...
– No lo dije a modo de burla – me interrumpió él, sabiendo que sólo estábamos bromeando – Jamás dije que me molestara tu estatura, lo cierto es que la encuentro... – dudó unos segundos, buscando la palabra adecuada.
– Adorable – dijimos los dos al mismo tiempo, riéndonos.
No podía estar más feliz esa noche realmente, lo cierto es que yo no tenía grandes expectativas, acepté la cita en parte por hacerle el favor a Bruno, en parte por curiosidad y en parte porque no tenía nada mejor que hacer esa noche, pero me encontré disfrutando de esa cita como nunca había disfrutado una cita en mi vida, y mira que la cena estaba del asco, pero no le quitaba encanto a la velada, todo estaba saliendo perfecto.
La noche transcurría y pasamos unos minutos en silencio mientras comíamos. Lo cierto es que salvo por las pizzas y los raviolis yo no era muy culta en la comida italiana, pero sí sabía que tenía fama de ser buena, y eso no estaba ocurriendo con mis platillos, porque lo cierto es que al igual que la ensalada, mis espaguetis no eran la gran cosa, yo misma podía hacerlos mejor, y mientras comía me arrepentí de hacerme la refinada y no haber pedido una pizza, por suerte había pedido las papas y agradecí por el impulso que me hizo hacerlo, sino hubiese quedado muerta de hambre.
Un rato después, cuando la mesonera llegó para retirar nuestros platos, ambos dimos las gracias cortésmente pero fue Francesco quien habló.
– ¿Qué deseas de postre? – me preguntó, ignorando por completo a la chica que seguía haciendo intentos por coquetear con él, y supe que esta vez lo estaba haciendo intencionalmente.
– Cualquier cosa con mucho chocolate... Amo el chocolate – respondí entusiasmada por su apoyo en aquel ridículo asunto. Él se quedó mirándome un momento en silencio y de pronto su mirada se oscureció mientras me sonreía, era como si le gustara mi respuesta, pero también había algo más, una intensidad que, sin saber por qué, me provocó un hormigueo en toda la piel.
– Permíteme… Creo que sé exactamente lo que necesitamos – me dijo antes de mirar nuevamente a la mesonera – Zuccottos de chocolate para mí y mia bellissima compagna. – le indicó a la chica y yo me sonrojé de pies a cabeza ante la fugaz mirada que me dedicó luego. Vi como la mesera se limitaba a asentir en silencio y se retiraba sin poder ocultar su disgusto.
– Bellissima compagna – repetí en voz baja imitando su acento, él sonrió – Gracias. Eso me recuerda... Bruno también olvidó decirme que mi cita parecía modelo de la GQ – dije sacudiendo la cabeza, él sonrió abiertamente.
– ¡Mamma mía! Ninguna mujer me había dicho eso antes... Gracias. – respondió él con una expresión de suficiencia en el rostro, por lo visto al hombre también le gustaban los elogios, así que decidí darle un poco más.
– ¿O sea que antes de mí sólo habías salido con mujeres ciegas? – Pregunté haciéndome la incrédula, aunque en el fondo dudé un poco si estaba diciéndome la verdad – ¡Oh, no! Cierto... Es la primera vez que sales con una mujer tan... Jovial como yo. – agregué con picardía, él me sonrió nuevamente y me señaló en un gesto de "¡Muy lista!" – Ahora sólo falta saber si tú eres realmente experimentado. – le dije sin detenerme a analizar cómo se escucharía mi comentario, Francesco abrió sus ojos con sorpresa, y yo no pude contener la risa.
– ¡Oh, por Dios! No me refería a... – solté una fuerte carcajada y me tapé la boca con ambas manos, apenada de que todo el mundo me escuchara, mientras veía como él daba un sorbo a su copa de vino sin ocultar su sonrisa de satisfacción, se limpió los labios con un dedo y me miró.
– Eso es fácil de averiguar bella. – dijo inclinándose un poco sobre la mesa y yo me quedé inmóvil ante su insinuación, sin saber qué demonios responder a eso.
__¡Ay Santo Cristo Todopoderoso!__
Mi cerebro quedó completamente en blanco un instante antes de lanzarme un sinfín de imágenes de las cosas en las que Francesco sin duda sería experimentado, bastaba sólo ver cómo me miraba para entenderlo a la primera.
Estaba segura que el hombre sería capaz de sacudir mi pequeño y tranquilo mundo con sólo un beso, hice un esfuerzo por recordarme a mí misma que no me iba a la cama con hombres a los que acababa de conocer, y que tenía que buscar una forma de darle una salida limpia a todo ese asunto, porque dudaba de mi fuerza de voluntad en esos momentos.
Supuse que mi expresión fue de pánico pues él empezó a reír fuertemente, chasqueando la lengua antes de hablar.
– Y yo que estaba empezando a creerme esa actitud de femme fatale. – dijo con fingida decepción.
Suspiré internamente ya que él había dado fin al tema, pero el hormigueo en mi piel no desapareció en un buen rato. En ese momento llegó la mesera con nuestros postres y al probar mi zuccotto ya no pude pensar en nada más.
– ¡Demonios! Esta cosa es maravillosa, buena elección. – dije gimiendo de gusto, él me dedicó una inclinación de cabeza, y eso fue todo por un momento.
***
Cuando terminamos nuestros postres, pedimos unas bebidas y nos olvidamos del resto de las personas en el restaurante, empezamos a hablar de todo y de nada.
Él me preguntaba sobre mi vida y cómo me adaptaba a esta nueva cultura, yo le preguntaba por su relación con mi jefe, me sorprendió descubrir el afecto que parecía guardarle Francesco a Bruno, realmente lo consideraba su hermano. Reímos cuando me relataba algunos de sus casos más locos y yo le conté de mi catastrófica época como bailarina de ballet.
En todo ese tiempo jamás apartó sus ojos de mí, y yo me sentía cada vez más mareada de pura felicidad, rogando que él no notara los cambios en mi respiración cada vez que me hacía un cumplido, por muy sutil que fuera, pero al mismo tiempo trataba también de ser amable y atenta con él, para dejar claro que estaba interesada.
Así estuvimos un buen rato hasta que escuchamos a alguien aclarándose la garganta junto a nosotros.
– Lamento interrumpirlos – se acercó la mesonera – Pero ya es hora de cerrar señor. – nos dijo dejando la cuenta frente a Francesco y fue en ese entonces que yo me di cuenta que el lugar está completamente vacío.
Me llevé una mano a la boca para reprimir mi exclamación de sorpresa, había estado tan absorta en Francesco y nuestra amena conversación que había perdido la noción del tiempo y de lo que nos rodeaba. Francesco se limitó a asentir y abrir la libreta de la factura, al ver el costo total de nuestra cena casi se me salieron los ojos de la cara.
– Vamos a dividirlo a medias. – empecé a decir, pero él me silenció con un movimiento de manos.
– No te preocupes… Yo me encargo. – dijo sacando una tarjeta de crédito y colocándola en el plato, indicándole con un gesto a la chica que podía cobrarse de ahí, ella se fue y después de unos segundos pensando en que lo que yo comí no valía lo que marcaba la factura, miré a Francesco y hablé.
– Voy a ir al baño antes de irnos. – me puse de pie y él se levantó cuando lo hice, en un gesto caballeroso que me hizo temblar no recordaba que alguna vez un hombre hubiese hecho eso por mí.
Entré al baño y me paré frente al espejo para ver mi aspecto, tenía las mejillas sonrosadas y un brillo extraño en mis ojos, me peiné con los dedos y sonreí recordando que me había dicho que le parecía hermoso mi cabello.
__¡Este hombre es un sueño! Y parece que le agrado, debo recordar agradecérselo a Bruno el lunes... Y por el resto de mis días.__
Pensé emocionada mientras me dirigía al retrete con una ridícula sonrisa en la cara.
***
Pocos minutos después, mientras salía del baño y me dirigía a nuestra mesa, un sentimiento desagradable me recorrió el cuerpo cuando vi a la estúpida mesonera en nuestra mesa, frente a Francesco hablando con él.
__¿Aprovechándote de mi ausencia rubia oxigenada? ¿No terminas de entender que viene conmigo?__
Luego vi que Francesco se guardaba la tarjeta en la billetera y que la miraba con severidad mientras le decía algo, la chica asintió una vez y se dio media vuelta alejándose de nuestra mesa, como alma que lleva el diablo, en su trayecto a la cocina su mirada se cruzó con la mía y la esquivó de inmediato, yo fruncí el ceño y aún lo hacía cuando llegué a la mesa.
– Listo – dijo él poniéndose de pie, tomó mi blazer de la mesa y me ayudó a ponérmelo, cuando me acomodaba el cabello, sin querer lo arrojé todo en su cara, él se llevó una mano a los ojos y pestañó varias veces para poder abrirlos bien.
– Lo siento. – le dije apenada, puso sus manos sobre mis hombros y me dio un ligero apretón.
– Dolce Fragola. – se limitó a decir sonriendo, yo lo miré extrañada, pero él me hizo un gesto con los ojos indicándome que era hora de irnos.
Cuando estuvimos fuera del restaurante se detuvo en la acera y se giró hacia mí.
– Aunque me encantaría seguir hablando contigo, mañana tengo unos asuntos y lo más... Lo mejor es que te acompañe a tomar un taxi. – hizo una pausa mientras nos acercábamos a la calle y mirábamos los autos pasar, no pude evitar sentir un poco de decepción, pues yo aún no estaba lista para despedirme de él.
– Sin embargo – siguió él luego después de unos segundos – Me encantaría volver a verte... Pronto – y se quedó ahí viéndome, esperando mi respuesta, como si yo pudiera decir otra cosa que no fuese ¡Por supuesto que sí!
– Claro, me encantaría. Pero... Con una condición – respondí sonriendo, y él me miró extrañado – Yo elijo el lugar – Francesco asintió diciendo que estaba bien – Y... Yo p**o – dije finalmente esperando su reacción, y casi no logro contener la risa.
El pobre apretó los labios en una mueca y alzó un poco las cejas mientras procesaba mi petición, y me deleité viendo cómo, poco a poco, la rendición dominaba su rostro.
– De acuerdo, supongo que puedo tolerar eso... Lo intentaré al menos. – me respondió con una leve sonrisa que yo respondí con una más grande.
– Entonces acepto volver a salir contigo... Eres un chico con suerte. – dije en tono burlón.
– Estoy empezando a creerlo – me respondió un poco más serio, girándose para detener un taxi frente a nosotros y abrir la puerta para mí, volvió a girarse, se acercó a mí y tomó mi mano para llevársela a la boca y depositar un beso en ella sin dejar de verme.
__Me derritoooo__
– Arrivederci bella Irene – dijo casi en un susurro, un susurro endemoniadamente sexy – Un piacere conoscerti.
__No, ahora sí es verdad que me derrito__
– También fue un placer conocerlo señor Sturano – intenté responderle en el mismo tono – Espero que tenga una buena noche, esperaré su llamada – dije mientras entraba en el taxi, él me cerró la puerta y se inclinó sobre la ventana.
– No le haré esperar demasiado signorina, lo prometo. – dijo sonriéndome y alejándose del auto.
Le di la dirección al conductor y me hundí en el asiento mientras me mordía el labio tratando de contener mi grito de euforia. No me lo podía creer, había conocido al hombre más divino del planeta y él quería volver a verme, era como un sueño.
Su voz, su andar, su porte, su caballerosidad, sus jocosos comentarios... Sus halagadores comentarios, sus fantásticos ojos, sus provocativos labios, esa pequeña cicatriz en su rostro, su cabello que pedía a gritos hundir mis dedos en él... ¡Todo! Todo en él era estupendo. No pude contener una risueña sonrisa mientras dejaba salir un pequeño suspiro.
– Perece que alguien ha tenido una buena noche. – dijo el anciano conductor mirándome por el retrovisor. Yo volví a sonreír antes de responder.
– La mejor – dije sacudiendo mi cabeza – Sin duda una noche para recordar.
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Hora y media más tarde mientras salía del baño con la toalla a mi alrededor y el cabello mojado, y me dirigía a buscar mi pijama, seguía pensando en él.
– Francesco Sturano – dije en voz alta frente al espejo mientras dejaba salir una sonrisa – ¿En serio eres tan perfecto como pareces? – dije mientras pensaba en las posibles trampas que todo esto podía tener, porque... Nadie puede ser tan perfecto en la vida, simplemente no se puede.
Y preguntándome cuánto tardaría en encontrarle el fallo a todo ese sueño, o si de verdad había algún punto negativo en él, me fui a la cama.
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TRADUCCIONES
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*Mia cara: Querida mía.
*Grazie Mille: Muchas Gracias.
*Prego: De Nada.
*Mia bellíssima compagna: Mi bellísima compañera.
*Mamma mia: Madre mía.
*Dolce Fragola: Dulce Fresa.
*Arrivederci: Adiós.
*Un piacere conoscerti: Un placer conocerte.