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Francesco
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~Una Noche Buena por adelantado ~
– ¿Desea algo de tomar mientras espera señor Sturano? – me preguntó el entusiasta mesonero.
– Sí, una copa de vino blanco, por favor – él asintió dándose la vuelta para ir a la zona del bar.
Me tomé unos minutos para inspeccionar el lugar, ciertamente se habían esmerado en la decoración. Cerca del bar había un piano, y las notas de una versión más lenta de "Heaven" de Bryan Adams llenaba el ambiente, aunque las conversaciones de todas las personas en el salón dificultaban poder oír mucho de la interpretación... Un total desperdicio.
El lugar no estaba mal, no era del todo mi estilo, pero supuse que una cena elegante no mataría a nadie, me recordé que debía agradecerle a Antonio por conseguirme la reserva especialmente para mi cita de esta noche.
Mientras tomaba nota del lugar pude ver al mesero discutiendo con una jovencita rubia, probablemente otra mesera del lugar, ella no dejaba de lanzarme miradas, pero luego de un par de minutos se quedó en silencio aceptando lo que sea que el hombre le dijo, y vio con molestia cómo éste tomaba la copa y caminaba en mi dirección.
– Aquí está lo que ordenó señor, llámenos si necesita algo y le avisaremos en cuanto su pareja llegue. – el hombre se dio media vuelta y se fue.
Arrugué la boca con disgusto ante aquel comentario. "Su pareja" Era una estúpida cita a ciegas que acepté por insistencia de Bruno, podría jurar que aún oía al hombre siguiéndome por toda la oficina o llamándome a cada instante para pedirme que aceptara la cita.
Bruno era mi mejor amigo desde que podía recordar, habíamos estado juntos durante los momentos más duros de nuestra vida, él es parte de mi triste historia, y yo soy parte de la suya, crecimos siendo pobres huérfanos a los que nadie jamás quiso, y cuando a duras penas logramos terminar la secundaria tomamos la decisión de abandonar Italia juntos.
Nos apoyábamos el uno al otro siempre sin importar qué, más que simples amigos éramos hermanos.
Sin embargo desde que había encontrado a Michelle, su esposa, no paraba de querer buscarme novia, así que llevaba diez años tratando de emparejarme con cuanta mujer se cruzaba por su camino, suspiré al recordar todas las mujeres a las que me había obligado a conocer, cada una peor que la otra, y las dos que lograron retener mi atención por más de una noche... No duraron más de unas pocas semanas.
Mi intención nunca era pasar de ellas así sin más, yo simplemente no lograba encontrar nada que me retuviera a su lado por mucho tiempo, y lo cierto era que en el fondo sabía que no estaba hecho para relaciones a largo plazo.
Cuando creces prácticamente sólo, ocurre una de dos cosas, o te conviertes en una persona deseosa de encontrar amor, deseosa de darlo y recibirlo; o te vuelves un desapegado emocional completo, incapaz de involucrarte profundamente con nadie y que le rehúye al sentimentalismo porque no sabe cómo manejarlo.
Bruno era del primer tipo... Yo pertenecía al segundo grupo. La única persona a la que he amado es a mi hermano, al punto que no me avergonzaba ni me acomplejaba admitirlo, haría cualquier cosa por él y esa era en parte la razón por la que me encontraba ahí sentado en ese restaurante.
Sus intentos por conseguirme pareja se habían intensificado desde hacía tres años, el mismo tiempo que llevaba casado con Michelle, hecho que no me pasó desapercibido, era como si ahora que él había encontrado al amor de su vida se sintiera mal por verme sólo, y aunque yo no tenía prisa ni interés por encontrar pareja permanente y se lo hacía saber, muchas veces me encontraba sintiéndome culpable por rechazar alguno de sus planes de casamentero.
Así que ahí estaba, sentado en un ridículo restaurante de moda esperando a una mujer que no conocía y que llevaba más de media hora de retraso, comprobé al mirar mi reloj, cuando lo que realmente quería era estar cenando en mi cama mientras veía alguna película en la televisión.
Miré el elegante candelabro que decoraba el centro de la mesa, ya se había consumido la mitad de la vela que encendieron cuando me senté y la señorita Irene Ospina, reportera del "Espectador Madrileño" el periódico local, y empleada de Bruno... No aparecía.
Pero lo cierto es que la noche no se prestaba para la puntualidad, yo mismo había sido víctima del tráfico por culpa de las inundaciones provocadas por la incesante lluvia de ese día. Giré mi cabeza para ver hacia la calle a través del ventanal a mi izquierda, viendo el agua correr por el pavimento y a las personas apresurarse para no exponerse demasiado al clima.
De pronto una mujer entró en mi campo visual. Era una hermosa morena a la que no le calculé más de un metro sesenta de estatura, tenía una larga cabellera marrón que le llegaba hasta la cintura, llevaba unos pantalones negros ajustados de algún material satinado, pues se podía apreciar el reflejo de las luces sobre sus contorneadas piernas.
__¡Mamma Mia!__
Pensé al dedicarle un poco más de atención a sus piernas, eran fantásticas y los altos tacones de las botas negras que llevaba realzaban más su forma.
Estaba viéndose en el reflejo de la ventanilla de un auto estacionado al otro lado de la calle y sacudía su chaqueta con las manos, aunque por la distancia no podía ver bien su cara, pude apreciar que tenía un hermoso rostro, sus rasgos eran dulces cómo la cara de un ángel, pero había algo exótico en toda su aura, algo llamativo en su sola presencia.
Fruncí el ceño al notar su expresión de disgusto mientras observaba su reflejo en el cristal, con señales de insatisfacción y sacudí la cabeza incrédulo, porque francamente se me hacía difícil creer que ella estuviese viendo algo que no le gustara cuando yo era incapaz de apartar mis ojos de ella.
Era imposible creer que estuviera inconforme con su aspecto, mientras yo estaba sentado ahí hipnotizado, deseando internamente poder ver su rostro más de cerca. Ella siguió inspeccionando su aspecto unos segundos y luego su rostro mostró signos de algo parecido a la resignación.
__Las mujeres y sus tontas inseguridades.__
Para mi mala fortuna, la despampanante mujer cruzó la calle y llegó a un punto en que ya no pude verla, lamenté esa pérdida, fue realmente un deleite para mis ojos, tomé los últimos dos trago de vino que me quedaban y me detuve a observar la copa sin ver nada realmente, pasando mis dedos por la suave superficie del pulido cristal.
El reflejo de la luz sobre el satinado mantel, llenó mi mente de imágenes sobre piernas de satén n***o, y de cómo se sentiría pasar mis dedos sobre ellas. Dejé escapar un poco de aire mientras sonreía ante la dirección que estaban tomando mis pensamientos por una mujer que había visto por escasos segundos.
Sacudiendo esos pensamientos de mi mente, levanté la cabeza y de pronto me encontré mirando unos grandes ojos marrones a unos siete metros de distancia, y algo vibró dentro de mí mientras le sostenía la mirada a la dueña de esos hermosos ojos, era la mujer afuera del restaurante. Ella se volteó hacia la recepcionista rápidamente rompiendo nuestra conexión.
__¿Nuestra conexión? ¿De qué estás hablando hombre?__
Pensé con reproche, pero me quedé mirándola embelesado mientras hablaba con la jovencita de recepción, que al llegar pensé que era hermosa, pero ahora viéndola frente a esta escultura de mujer, supe que no poseía ni una cuarta parte de la belleza que creí que tenía.
Seguí mirando a la mujer de la chaqueta roja, admirando nuevamente sus piernas y viendo cómo su cabello rozaba su cintura con cada movimiento de su cuerpo. Ella parecía acalorada mientras hablaba y la vi desaparecer detrás de una pantalla de cristales, estando ahí yo no podía verla del todo, pero sí podía vislumbrar su figura, su perfecta figura de reloj de arena.
Estuvo ahí parada por unos tres minutos, que se me hicieron interminables, antes de volver a aparecer, habló con la recepcionista brevemente y luego empezó a caminar detrás del mesonero que me había recibido, y por la dirección que tomaron calculé que pasarían a mi lado. Por un momento me emocioné ante la idea de verla más de cerca, pero cuando noté que ella me miraba directamente y con nerviosismo, mi cuerpo entró en alerta.
__Es ella __
Me dije, sintiendo un extraño nudo en el estómago.
__ ¡Calma! Por Dios, es sólo una mujer. Una muy hermosa… Sí, pero igual a cualquier otra __
Recriminé mi estado de ánimo y tomando un poco de aire, esperé hasta que llegaron ante mí.
– Señor, la signorina Ospina ha llegado – dijo el mesero haciendo un gesto hacia la mujer tras él, me levanté de la silla para recibirla como merecía y noté que era más pequeña de lo que había calculado, la mujer era diminuta... Era un encanto.
– ¿Tú eres Irene? – le pregunté mientras estiraba mi mano hacia ella.
– La misma, y supongo que tú eres Francesco – me respondió con una sonrisa que casi me tumba de rodillas.
Tomé su mano y le di un ligero apretón, se sentía tan delicada en la mía, que me entraron unas fuertes ganas de besársela, sin embargo no lo hice y tuve que hacer un gran esfuerzo para recordar qué debía responder.
– El mismo – dije robándome su frase, traté de sonreírle para que se relajara un poco, pues podía notar la tensión en sus hombros y eso me incomodaba – Por favor toma asiento – le indiqué hacia la mesa y cuando me disponía a acercarme para sostener su silla mientras se sentaba choqué con el mesonero que tuvo la misma idea, luché con mi ego por un segundo pero luego dejé que el hombre hiciera su trabajo.
– ¿Me permite su chaqueta Signorina? – le preguntó el mesonero haciendo alarde de sus buenos modales ensayados. Irene se quitó su chaqueta y tuve que hacer otro gran esfuerzo para mantener una expresión neutra en mi rostro.
Llevaba puesta una delicada blusa blanca que aunque no tenía un escote muy pronunciado, sí resaltaba favorecedoramente sus ya abundantes dotes femeninas.
Vi como el mesero veía descaradamente sobre el hombro de la mujer hacia sus senos y lo miré fijamente, el hombre se repuso rápidamente y aclaró su garganta antes de hablar.
– ¿Desean ordenar ya o prefieren una copa de vino antes?
– Traiga una botella de vino blanco, por favor. – le respondí al hombre al que de repente empezaba odiar, levemente y sabía que sin ninguna justificante, pero deseaba que al tipo lo partiera un rayo en ese instante, algo debe funcionar mal en la cabeza de un hombre para mirar de forma tan lasciva a la mujer de otro estando éste ahí.
Me di una bofetada mental ante mis pensamientos.
__Ella no es tu mujer Francesco... Es la primera vez que la ves__
Pensé con reproche, una mujer que acababa de conocer y a la que ya le estaba privando su derecho a elegir recordé de pronto, mi giré hacia ella.
– A menos claro que tú desees tomar otra cosa, lo siento – le dije recriminándome por ser tan descortés con ella. Irene sacudió sus manos como si no fuese gran cosa.
– Para mí está bien, vino blanco por favor – dijo mirando al mesero, el hombre nos hizo una inclinación de cabeza y se retiró.
Estuvimos en silencio un momento, ella mantenía una expresión extraña en su rostro y por un momento temí que estuviese molesta por mi poco caballeroso gesto, entonces dio un pequeño salto en su silla irguiéndose de repente y clavando su mirada en mí.
– Lamento mucho mi retraso, no quiero que vayas a pensar que suelo hacer estas cosas, pero las calles son un completo desastre – me dijo realmente avergonzada – Para llegar aquí tuve que bajarme del taxi y caminar dos cuadras, y estoy segura que el taxi ni ha pasado por aquí aún – en ese momento miró hacia el ventanal arrugando un poco la frente, y tuve de repente unas fuertes ganas de posar mis dedos ahí para borrar esa expresión. – De verdad lo lamento ¿Tienes mucho rato esperándome? – siguió hablando.
Yo me quedé pensando unos segundos, recordando con ironía cómo hasta hace diez minutos tenía un poco de mal humor por su retraso, mientras ahora me encontraba queriendo hacerla sentir mejor por el mismo motivo.
__Eso debería ser una señal de alarma. Debo tener cuidado o estaré en serios problemas__
Pensé al darme cuenta la facilidad con la que podía olvidar un desplante sólo por una mirada de esos ojos. Un hombre no podía darse el lujo de ceder mucho ante una mujer, pues corría el riesgo de que ésta se aprovechara de su debilidad.
– Bueno... Yo llegué a la hora acordada pero no estoy realmente molesto por eso, comprendo que lo de esta noche fue una situación especial – le dije sabiendo que a pesar de todo no podía reprocharle el retraso.
Ella me dedicó un mudo "Lo siento", yo la detuve alzando mis manos para restarle importancia al asunto.
– Así que... Tú eres Irene – dije sonriéndole, crucé mis brazos sobre la mesa para poder acercarme un poco más a ella, tratando de relajar el ambiente – Bruno me habló mucho y muy bien de ti, aparentemente eres excelente en tu trabajo – comenté recordarlo lo entusiasta que había sido mi amigo mientras trataba de convencerme para salir con ella, de hecho me había dicho que era una de las mejores reporteras con la que había trabajado, y una de las mujeres más inteligentes que conocía.
– Pues eso intento, me esfuerzo mucho para que así sea, amo mi trabajo y me alegra saber que mi jefe realmente lo aprecia – respondió ella con una sonrisa tímida.
__Modesta, me gusta.__
Pensé, tomando eso como un punto a su favor, me gustaba la gente humilde.
– Y bueno, él también me habló de ti, me dijo que tú eres un eminente abogado y que recientemente regresaste a Madrid – comentó ella con un gesto amable.
– Sí, estuve viviendo en Londres por un tiempo, pero estoy retomando mis actividades acá en la ciudad, y estableciéndome nuevamente – deseando de repente que Bruno fuese tan entusiasta al hablarle de mí como lo fue conmigo hablando de ella.
En ese momento llegó el mesero con el vino y nos sirvió para luego volver a dejarnos solos.
– Y dime Francesco ¿Qué tipo de abogado eres? – Me preguntó ella mientras se llevaba la copa a los labios, sus perfectos labios rojos. – ¿Eres un abogado de esos de... "Señor Juez mi cliente exige la propiedad en Cannes, la mitad de los bienes bancarios y una pensión de cincuenta mil euros mensuales como justa retribución dado los perjurios sufridos a causa de las indiscreciones del señor Frederick" O del tipo "No señor Juez, mi cliente no pudo haber asesinado a las víctimas porque el guante no le queda y obviamente este es el guante del asesino" – preguntó sonriéndome, torciendo su boca.
La miré fijamente por un momento tratando de reprimir una sonrisa, Bruno me había advertido de la lengua de esta mujer, diciéndome que podía ser extremadamente mordaz y a veces dolorosamente sarcástica.
"Pero esa es una de las razones por la que creo que es perfecta para ti. Necesitas a alguien capaz de darte una patada en el trasero de vez en cuando, sé que te encantará" __ Fueron las palabras exactas de mi amigo, y tenía que admitirlo... Tenía razón.
– Soy un litigante, acepto diversos casos, pero me rehúso a tomar casos civiles, nada de divorcios ni cosas por el estilo, soy un abogado penal, acepto demandas y defiendo a cierto tipo de acusados, pero me reservo el derecho de escoger a quién representar – respondí mientras me encogía de hombros.
Ella se quedó mirándome unos segundos con la mirada nublada, sacudió levemente la cabeza antes de hablar.
– ¿Y cómo eliges? Me refiero... ¿A qué tipo de acusados representas? – me preguntó apoyando su barbilla en su mano, pareciendo interesada en mi respuesta.
– A los inocentes – le respondí ladeando mi cabeza en un gesto de condescendencia – No me gusta la idea de ser el causante de dejar que los criminales se salgan con la suya, sé que es contradictorio a la creencia común de que los abogados no tenemos conciencia pero... Es mi modo de operar – yo me encogí de hombros, considerando que no necesitaba mayor explicación. La vi asentir pensativa.
– Puedo entenderlo, eres un abogado con principios... Buenos principios... Me agrada – respondió sonriéndome.
Por una parte sentí una sensación de triunfo al saber que algo tan básico, tan innato en mí, como lo era mi ética laboral, despertaba algún sentido de admiración o respeto en ella. Y por otro lado di gracias a Dios por estar sentado en ese momento, porque dudé que mis rodillas me hubiesen mantenido de pie, esa mujer tenía una sonrisa que detenía el tráfico.
Sus ojos se iluminaban de una manera que hipnotizaba cuando sonreía, en los bordes de sus ojos aparecían pequeñas líneas de expresión que le hacían ver llena de vida, era encantadora, y una parte de mí rogó para que jamás fuese de esas mujeres obsesionadas con las arrugas que empiezan a inyectarse cosas en la cara, perdiendo toda identidad, hasta deformarse el rostro por completo.
Y entonces me di cuenta que ella parecía estar bastante lejos de la edad en que las mujeres pierden la cabeza por la aparición de las arrugas.
– Te ves bastante joven Irene, Bruno no me dijo nada de tu edad ¿Cuántos años tienes?
– Tengo veintitrés años, cumpliré veinticuatro dentro de seis meses... En mayo – me tensé al oír eso y supe al instante que ella lo había notado, porque vi la pregunta en sus ojos... No lo entendía. Le di un leve asentamiento de cabeza mientras mentalmente maldecía a mi amigo.
__¡¿Mal nacido Bruno, me arreglaste una cita con una mujer ocho años más joven que yo?! __
– ¿Y qué me dices tú? ¿Cuántos años tienes? – me preguntó luego de unos segundos.
– Tengo treinta y uno – hablé mirándola fijamente, sin poder ocultar del todo mi estado de ánimo – Cumplo treinta y dos en marzo – ella abrió los ojos con sorpresa al tiempo que me daba su respuesta.
– ¡Woah! Casi diez años de diferencia – dijo y le dedicó una rápida inspección a mi rostro y vi como contrajo sus labios de repente.
– ¿Eso representa algún problema? – pregunté temiendo la respuesta, pero muriéndome por saber qué pensaba. Ella negó enfáticamente con la cabeza.
– No me importa que seas mayor... Si a ti no te importa que yo sea menor – me respondió con inseguridad en sus ojos, como esperando que yo me desanimara por su corta edad.
__¡Qué absurdo! ¿En serio ella piensa que puedo tener algún problema por su edad?__
Me dije con algo más que simple emoción al saber que no le importaba mi edad, dejé caer mi cabeza y solté el aire que no sabía que había estado conteniendo mientras reía en silencio. Pero luego dudé un poco, porque... ¿Lo tenía? ¿Tenía algún problema con su edad?
Nunca había salido con ninguna mujer tan joven, si tomaba como referencia mi edad, claro. Tal vez pudiera ser un poco inmadura o fuese de esas a las que les gustara estar en un club nocturno todos los fines de semana, lo cual podría representar un problema, pero me encontré pensándolo seriamente, yo podría hacer algunas concesiones en mi rutina si ella era la recompensa que iba a obtener.
Y la facilidad con la que ese pensamiento inundó mi mente me sorprendió y me arrancó otra sonrisa.
__Estoy metiéndome en serios problemas__
– La verdad sería la primera vez, pero... Justo ahora... Mi mente está bloqueando cualquier desventaja al hecho de que seas ocho años menor, mientras que resalta vivazmente todos los... Beneficios – le respondí mientras mi ávida mente me atacaba con cientos de imágenes de las cosas que pueden hacer bien las veinteañeras, y lo divertido que podría llegar a ser.
Sí... A mi cerebro ya le importaba un rábano cualquier posible desventaja, sólo ponía atención en las cosas buenas.
Ella me sonrió, y en sus mejillas pude notar el efecto de mis palabras, sus ojos brillaron mientras se inclinaba un poco sobre la mesa, noté que sus movimientos no eran conscientemente provocadores, pero inevitablemente tenían ese efecto en mí.
– ¿En serio? Y... ¿De qué tipo de beneficios hablamos? – preguntó haciendo una pequeña mueca con los labios.
__¡Ah, juguetona! Mucho mejor. Una donna giocosa... ¡Perfetto!__
Pensaba mientras sonreía al imaginarme todas las respuestas que podía darle a esa pregunta, sintiendo cómo se aceleraba mi pulso. Mis pensamientos fueron subiendo cada vez más de tono a medida que veía el color inundar su rostro.
Pero decidí que ser demasiado franco sobre mis pensamientos en ese momento no sería apropiado para una primera cita, y recordando las advertencias de Bruno sobre que no se me ocurriera proponerle pasar la noche conmigo, pues arruinaría todo... Decidí dar una respuesta un poco más inocente de lo que realmente quería, que abarcara todo lo que quería decir pero sin dejar enfriar el momento.
– Jovialidad – le dije finalmente, sonriendo de tal modo que captara mi verdadera respuesta, me inundó la satisfacción al ver cómo Irene dejaba caer su cabeza hacia atrás mientras reía abiertamente. Decidí que me gustaba su risa.
– Buena respuesta, pero tiene sentido... Eres un abogado, siempre debes tener una buena respuesta a todo – me señaló repetidamente con el dedo, yo le sonreí y me encogí de hombros – Pero está bien, yo también puedo ver los beneficios de salir con un hombre mayor – agregó tomando un sorbo de su copa.
– Como por ejemplo... – le espeté a que terminara la oración. Ella entrecerró los ojos dejándome ver nuevamente esas pequeñas arrugas que cada vez me gustaban más.
– Experiencia, los hombres mayores son más... Experimentados – comentó ella como si tal cosa, mientras yo le daba un sorbo a mi vino. La sorpresa fue tal que terminé aspirando el trago de vino y sentí el infierno en mi nariz, ella empezó a reírse nuevamente.
__¡j***r! ¿De dónde sacó Bruno a esta mujer y por qué no me la presentó antes?__
Habíamos entrado en confianza muy rápido, Irene no sólo era hermosa, modesta, simpática y mordaz, sino que también era traviesa y juguetona, lo que la hacía peligrosamente sexy.
– Me refiero por supuesto a que los hombres mayores han vivido más, han adquirido más... Conocimientos, y eso los hace más... Maduros – aclaró entornando sus ojos recriminándome por mis pensamientos.
– Por supuesto, nunca pensé otra cosa – dije como toda respuesta mientras me hacía la promesa mental de algún día demostrarle lo experimentado que podemos ser los hombres de mi edad.
De pronto nuestra maravillosa conversación se vio interrumpida por una mesonera, la misma que había visto discutiendo con su compañero más temprano esa noche.
– Buona Sera, mi nombre es Sandra, mi compañero tuvo que retirarse, pero yo seré su mesera esta noche – dijo con una gran sonrisa – ¿Puedo tomar su orden? – preguntó dirigiéndose únicamente hacia mí, y con pesar entendí entonces que el motivo de la discusión más temprano con su compañero había sido yo. Ella quería atenderme desde que llegué y no había podido hacerlo.
__Lo siento querida, no tienes ninguna posibilidad.__
Mientras Irene estuviese en mi mente... Ninguna otra tendría alguna posibilidad.
– Sí, claro... Mejor ordenemos. De entrada quiero los gnocchi, y como principal la Saltimbocca alla Romana, por favor – respondí sin pensármelo mucho, luego volqué mi atención en Irene – ¿Tú qué vas a pedir?
– Le recomiendo la Caprese signorina, utilizamos mozzarella bajo en grasa hecho en casa – le dijo la mesera a mi acompañante. Irene le dedicó una mirada asesina a la chica, tan repentina que no pude comprender a qué se debía.
– Pues sí quiero la Caprese… Gracias. Pero la quiero con mozzarella ordinario... No importa cuánta grasa tenga – contestó sonriendo, pero con cierto veneno en la voz.
__¡Oh!__
Pensé poniéndome alerta al notar por dónde se estaba yendo el asunto.
– Como principal le recomiendo la Panzanella de vegetales, es un plato exquisito y lo hacemos bajo en grasas, con pan integral, excelente para no consumir carbohidratos en exceso – volvió e lanzar la mesonera y yo no me lo podía creer.
__ ¿Qué demonio? ¿En serio?__
Pensé aún sin entender a qué se debía todo eso. Obviamente no podía estarse burlando de Irene, me dije al ver la mirada que le dio la mesonera a la mujer que tenía enfrente, no sé cómo hice para no dejar caer mi mandíbula, yo estaba literalmente babeando por Irene mientras esta escuálida muchacha pretendía hacerle sentir mal, no iba a permitirlo, pero cuando me disponía a abrir la boca... Irene sacó sus garras.
– Gracias por tu sugerencia... Cariño, pero yo quiero el Spaghetti alla puttanesca, por favor y... ¿Podrías ser linda, no juzgar, y traerme junto a eso una gran ración de papas fritas? – le dijo en tono amable pero cortante a la vez, yo no pude evitar reír pues, si era posible, y creí que no lo era... Ahora me gustaba más.
– Que sean dos raciones, por favor – agregué sonriendo y la chica se fue.
Sonreí, porque por un segundo pensé que debía rescatar a Irene de los malintencionados comentarios de la mesera, pero por lo visto mi acompañante no era ninguna damisela en peligro, y eso me encantó.