Una firme decisión

2405 Words
Una decisión está tomada, pues no está permitido caer en pecado. Para Delphine, el episodio con Manuel en la cocina la había hecho reflexionar sobre lo que quería en ese momento para su vida. Lo primero era que tenía que abandonar su hogar y comenzar a vivir por sí misma. Sus hijos ya eran adultos y ninguno mostraba interés en ella. Había sido una madre excelente y una esposa dedicada, pero ahora era hora de pensar en sí misma por primera vez. Al regresar a casa, se da cuenta de que es bastante tarde y que podría haber problemas con Guillermo debido a su hora de llegada. Sin pensarlo dos veces, estaba dispuesta a enfrentarlo. Le pediría el divorcio, tomaría lo que le correspondía y comenzaría una nueva vida sin él. Al abrir la puerta de su hogar, notó que Guillermo estaba sentado en el sofá, visiblemente afectado por el alcohol. Estaba claro que estaba dispuesto a provocar problemas. Apenas la vio, se acercó a ella con sus habituales aires de maltratador, tomándola del brazo y zarandeándola con rudeza, haciendo que ella gimiera de dolor. — ¿Quién demonios te crees, Delphine? ¡Mira la hora a la que llegas! Una mujer decente no actuaría como tú —En cuanto le dice eso, y con el agarre firme en su brazo, la arroja hacia el sillón, provocando que se golpee con una de las esquinas. Ella grita de dolor, pero encuentra fuerzas donde no las había para levantarse, lo encara con determinación. — ¡Es la última vez que me golpeas, Guillermo Maseratti! No permitiré que pongas un solo dedo sobre mí, ¿entendido? Además, quiero el divorcio. Si me vuelves a golpear, estoy dispuesta a llamar a la policía y hacerte responsable. Espero que eso quede claro. —Lo mira fijamente, enfrentándolo de una manera que nunca antes había hecho desde el día del matrimonio de su hija. Ahí comprendió que merecía respeto. —Permíteme reírme, Delphine. ¿Crees que la policía te creerá con la influencia que tengo? Estás muy equivocada —Mientras le dice esto, se acerca y la abofeteó con fuerza en la cara, derribándola al suelo. Ella se levanta y, quitándose uno de sus zapatos de tacón, se lo lanza, golpeándolo en el estómago. Guillermo se retuerce de dolor y se acerca para seguir agrediéndola, pero una voz grave lo detiene. — ¡Señor! No lo haga, no la golpee más —Manuel sale corriendo por las escaleras y, sin temor alguno a lo que su suegro pueda pensar, se interpone entre ellos, defendiendo a Delphine. — ¿Y tú quién te crees para decirme qué debo hacer, entrometido? —Guillermo lo mira con desprecio, lanzándole una mirada desafiante. —Señor, no está bien que la golpee. Podría ir a la cárcel por esto. Piénselo bien, si la golpea y ella decide llamar a la policía, usted iría a prisión y su reputación se vería dañada —Manuel intenta ser imparcial ante la situación, pero con claras intenciones de proteger a Delphine. —Pero qué ingenuo eres. ¿Sabes cuántas veces ella ha amenazado con llamar a la policía y nunca lo hace? Muchas. Y si lo hiciera, créeme que la policía nunca vendría por mí. Tengo muchas influencias en esta ciudad —Guillermo responde con burla ante la mirada incrédula de Delphine. — Manuel, no necesito que nadie me defienda —Delphine le dice poniéndose nuevamente frente a Guillermo— Y tú, Guillermo, quiero advertirte que pase lo que pase, es la última vez que me pones una mano encima. Si vuelves a hacerlo, te aseguro que iré a la policía y haré lo necesario para que vayas a la cárcel. ¡El divorcio es un hecho! —Se quita el otro tacón frente a la mirada de los dos hombres, lo arroja al suelo y sale dando pasos firmes hacia la escalera. Cuando está a punto de subir, se voltea para mirarlos. Con una sola mirada, advierte a Guillermo que ya no es la misma mujer sumisa de antes, que está dispuesta a dejarlo, mientras que a Manuel, inevitablemente, lo observa con ternura. — Te advierto, muchacho, si quieres seguir casado con mi hija y viviendo bajo este techo, no te metas en asuntos que no te competen con mi esposa. Tú no tienes idea de lo que ella significa para mí ni de cómo es. Es una mujer desvergonzada que pasa sus días en la calle bebiendo. ¿No lo ves? Procura ocuparte solo de tu matrimonio. Ah, por cierto, ¿dónde está mi hija? —Manuel lo mira con sarcasmo. — Bebiendo también, está de fiesta. Parece que eso es algo muy común en esta casa —Manuel se retira ante la mirada de Guillermo, quien entre dientes murmura: "Insolente". Al día siguiente, Verónica aún no había regresado a casa, y no respondía su celular. Manuel no había dormido en toda la noche, preocupado por su ausencia y por los eventos ocurridos en la mansión Maseratti el día anterior. Estaba considerando la posibilidad de irse de esa casa. Si Verónica quería acompañarlo, estaba bien, pero no estaba dispuesto a soportar más espectáculos ni tentaciones. Y es que Delphine no lo tenía fácil. Era una mujer hermosa y provocativa, y el gusto que él sentía por ella cada vez era más evidente. Pero ya eran más de las diez de la mañana y Verónica no aparecía. En su estado, era poco probable que aún estuviera de fiesta como lo hacía cuando no estaba embarazada. Así que Manuel decide hablar con Delphine. Guillermo ya había salido de la casa y solo estaba ella. Como de costumbre, Delphine está en la sala de estar, pero esta vez está haciendo ejercicio frente al televisor gigante de pantalla plana. Manuel no puede evitar posar su mirada en su fabuloso cuerpo, especialmente por la forma en que está vestida. Lleva un ajustado enterizo deportivo n***o que resalta sus curvas, con el cabello recogido en una cola alta y su piel brillante por el sudor. Todo esto la hace ver completamente erótica, pero el propósito de Manuel en ese momento es otro. —Señora Delphine, lamento interrumpir —ella siente que su corazón se acelera al escuchar la voz de Manuel. Toma una pequeña toalla que tiene lista para limpiar su sudor y voltea para mirarlo. Su respiración está agitada, lo que hace que su pecho se mueva de arriba abajo. Manuel no puede evitar posar su mirada en esa parte, lo que la hace sentir incómoda y rápidamente cubre su escote con la toalla. — ¿Qué pasa, Manuel? —Después de su voz fría y seca, Manuel automáticamente pierde cualquier pensamiento lascivo que tenía hacia ella en ese momento. — Es que Verónica no ha regresado y estoy preocupado por ella. Antes no me parecía extraño que se ausentara hasta dos días de fiesta, pero ahora que está embarazada, puede ser muy perjudicial para su salud. — ¿Cómo que no ha regresado? Pensé que estaría en su habitación. Por lo general, cuando sale de fiesta, duerme hasta el mediodía. ¿Ya la llamaste? ¿Llamaste a sus amigas? —Ella toma su teléfono. — No, la verdad es que no he llamado a sus amigas, pero sí la he llamado y le he escrito, pero no me contesta. Preferiría decírselo, ya que no sé qué le podría haber pasado. La verdad es que estoy angustiado. —Delphine lo mira con recelo. No estaba segura de si sus palabras eran ciertas, especialmente después de sus encuentros. Ella comienza a llamar a todas las amigas de Verónica, pero ninguna le da razón. Están a punto de contactar a algunas personas más cuando ya casi es mediodía y no saben nada de ella. No ha dicho hacia dónde se fue ni con quién. Solo saben que debería haber regresado a casa hacía mucho tiempo. — Manuel, vamos a llamar a la policía. Guillermo viene en camino. Ya es hora de que Verónica esté en casa. Esperemos y roguemos al cielo que no le haya pasado nada. —Delphine está llena de angustia. Lo último que quiere es que le pase algo a su hija, especialmente en ese estado. En ese momento, lamenta no haber sido más dura con ella y haber ejercido más autoridad. Justo cuando están a punto de llamar a la policía, como si fuera un acto de magia, la puerta de la mansión se abre y entra Verónica, quien está visiblemente ebria. Entra tambaleándose y se despide de un hombre que la ayuda a entrar. Como si nada estuviera pasando, se dirige a su madre y a su esposo entre risas. — ¡Hola, familia! ¿Me estaban esperando? ¡Qué lindos! Por poco no regreso, pero recordé que no llevaba más dinero en efectivo y dejé las tarjetas en casa. Ah, y tengo este pequeño bulto en mi vientre, así que aquí me tienen. — ¿Pero qué horas son estas de aparecer, Verónica? Me tenías demasiado preocupado. Creo que te estás pasando de la raya. Casi muero de angustia por ti y por el bebé —Manuel le dice mientras se lleva las manos a la cabeza, aliviado por su aparición, pero molesto por su descaro. — Verónica, por Dios, hija, estás embarazada. No puedes beber de esa manera. ¿Qué te está pasando? —Delphine intenta razonar con ella. — ¿En serio? Están locos si creen que me van a manipular con sus discursos morales. Ninguno de los dos tiene derecho a decirme nada —Verónica los señala con el dedo índice—. Tú no eres mi madre, eres una intrusa —le dice a Delphine con desprecio—. Y tú, solo te casaste conmigo porque mi padre nos amenazó. No te amo, Manuel. Puedes irte cuando quieras —Mientras habla, sube las escaleras chocando con las paredes, visiblemente destrozada. Su crueldad habitual está presente. Manuel mira a Delphine, quien parece resignada a lo que acaba de escuchar. —Señora Delphine, lo mejor es que yo me vaya de esta casa. El matrimonio con su hija es un total fracaso, no tengo nada que hacer aquí. Ella tiene razón, aunque no comprendo por qué es tan cruel contigo, si eres su madre —él le dice mientras se para frente a ella, como si fueran los mejores amigos. —Lo sé, Manuel. Si tienes que irte y no hay otra opción, debes hacerlo. Yo también quiero irme de esta casa. Entre ella y Guillermo, están acabando conmigo. Creo que también me iré —él la mira como el día anterior en la cocina, y solo puede morderse el labio inferior. Ella siente un escalofrío recorrer su cuerpo cuando él se acerca, y Manuel, simplemente, junta sus labios con los de ella. En ese momento, Delphine siente unas cosquillas invadir su interior, una sensación nueva que la abruma, y no puede evitar corresponder al beso. Pero los dos se separan abruptamente al escuchar que la puerta de la mansión se abre. Es Guillermo. La sensación de placer que acababan de experimentar se convierte en terror. Delphine no sabe si su esposo se dio cuenta del beso con Manuel. Él los mira desconcertado al verlos tan cerca uno del otro, despertando su curiosidad, pero sin imaginar que algo más estuviera sucediendo entre ellos. Con su hija en mente, pregunta directamente: — ¿Verónica ya llegó? —Sí, acaba de llegar, lamento no habértelo dicho antes —responde Delphine, intentando ocultar su turbación. Guillermo observa a Delphine de arriba abajo y la confronta: — ¿Por qué estás vestida así, mujer? Cámbiate. Esto es una casa decente. ¿Qué pensará tu yerno? —Lo último lo dice mirando directamente a Manuel, quien se sonroja y se dirige hacia las escaleras. —Bueno, señora Delphine, gracias por su ayuda. Iré a ver si Verónica necesita algo. Con su permiso —dice Guillermo antes de retirarse, y Delphine y él asienten simultáneamente. Ella se prepara para recoger algunas cosas de su sala de ejercicios cuando siente que Guillermo la toma por la espalda. —Querida, dame la oportunidad de cambiar. Prometo ser un mejor esposo para ti —comienza a respirarle en el cuello y a acariciarla. — ¿De qué estás hablando, Guillermo? —Aunque no se suelta por el temor que le tiene, no corresponde a sus insinuaciones. Él la voltea y la enfrenta. —Lo he reconsiderado. Después de lo que mencionaste sobre el divorcio y el incidente de ayer, quiero intentarlo de nuevo. Llevamos 25 años casados, y aunque la monotonía nos esté matando, déjame intentar remediar las cosas. —Guillermo, me has golpeado y humillado. Me has hecho las peores cosas que un esposo puede hacerle a su esposa, sin contar las infidelidades que he tenido que soportar. —Lo sé, querida. Pero dame otra oportunidad para amarte y mostrarte cuánto deseo estar contigo. —Guillermo la acerca y la besa, aunque su aliento cargado de cigarrillo no hace agradable el contacto. Delphine, sin embargo, no cede inmediatamente a sus súplicas. —No, Guillermo. La decisión está tomada. Me voy a separar de ti, y pronto me iré de esta casa. —Tienes un amante, Delphine. Estoy seguro de ello —afirma Guillermo con seguridad. — ¿Qué te hace pensar eso, Guillermo? —responde Delphine, intentando ocultar su sorpresa. —Tu indiferencia. No creas que no me doy cuenta de cómo me tratas. Ya no quieres estar conmigo, a pesar de que solías insinuarte constantemente. —Lo siento, Guillermo, pero la decisión ya está tomada. Me iré de esta casa en los próximos días —responde Delphine, intentando salir con sus cosas. Pero Guillermo la sujeta del brazo una vez más. Ante su mirada de ira, él la suelta de inmediato. — ¡Ni se te ocurra irte! —exclama él. Delphine se libera con fuerza y corre escaleras arriba. Guillermo siente una profunda frustración. Está seguro de que esta vez perderá a su esposa, pero su orgullo no le permite aceptarlo. No quiere perder a su "obra de arte". No puede permitirse perder a Delphine. Para él, ella es más que una simple creación de silicona; es su esposa, su propiedad. Está convencido de que siempre estará a su lado, sin importar qué. En su mente, no considera la posibilidad de que la tentación de Delphine haya sido provocada por él mismo.
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