Sentimientos a flor de piel

1588 Words
Afortunadamente para la familia, los días siguientes transcurrieron en tranquilidad. Veronica permanecía recluida en su habitación, entregada únicamente a la televisión y la comida, mientras su esposo se ausentaba diariamente por trabajo, procurando pasar el menor tiempo posible en la mansión. Guillermo se sumergía en sus negocios, mientras Delphine, como siempre, lidiaba con la soledad y el alcohol. Para Delphine, una mujer de la alta sociedad, el consumo de alcohol parecía aceptable. No vacilaba en beber cada vez más, llegando al punto de perder el conocimiento sin conciencia de sí misma. A menudo caía dormida en el sofá, sin que sus familiares mostraran interés en ayudarla en su proceso de recuperación, salvo Manuel. Él, al verla así, la cubría con una manta, deseando llevarla a su habitación, pero la presencia de su suegro, Guillermo, lo detenía. Sabía que encontraría a Guillermo allí, indiferente a lo que sucedía con su esposa. Por ello, desistía de la idea de llevarla como una princesa en brazos. Era viernes por la noche, y como era habitual una vez al mes, Guillermo y Delphine solían visitar bares donde reinaba la inmoralidad. Aquella noche no sería la excepción. Guillermo regresó del trabajo con la intención de cambiarse y recoger a su esposa. Deseaba presentarla ante unos amigos cirujanos y exhibirla como una obra de arte, un símbolo de su éxito profesional. Pero al llegar a casa, no encontró lo que esperaba. Delphine estaba sentada frente a la pantalla plana, que antes solía ser reservada para los partidos de fútbol, ahora convertida en la compañía fiel de Delphine. Con una copa en la mano, reía a carcajadas viendo un programa de farándula. — Delphine, ¿por qué no estás lista? Te avisé sobre la reunión importante con nuestros colegas del gremio hoy—, pregunta Guillermo con una mezcla de frustración y preocupación al ver a su esposa. — Oh, cariño, dame unos minutos más. Espera a que termine este programa— responde Delphine con un tono afectado por el alcohol, girándose para guiñarle un ojo a Guillermo. Él siente cómo la ira comienza a aflorar en sus mejillas ante su estado embriagado. —¿Estás borracha, Delphine? — Guillermo se acerca y la toma del mentón, tratando de hacer que lo mire. Ella responde con una sonrisa traviesa y encoge los hombros. — Puede que sí, querido. Pero un baño me hará sentir mejor. No te preocupes, dame unos minutos— dice, sin apartar la vista de la televisión. —¿Sabes qué? No voy a la reunión contigo. Ya es tarde— decide Guillermo con determinación. — Entonces, quédate conmigo. Me siento un poco sola— ruega Delphine, mirándolo con ternura, evidenciando su necesidad de compañía. —¡Estás loca! Si crees que me voy a quedar aquí contigo. Tengo que irme. Quédate aquí, como siempre. ¡Me das asco!— responde Guillermo con furia, antes de salir para arreglarse. Mientras tanto, Delphine, en medio de lágrimas, continúa gritándole mientras él se prepara, pero él la ignora por completo. Decide evitar cualquier confrontación violenta con Delphine para evitar problemas legales. Además, está emocionado por la fiesta a la que asistirá esa noche, donde espera disfrutar de la compañía de mujeres del jet set. Si Delphine no quiere ir, no arruinará su diversión. Mientras tanto, Delphine, al ver que es ignorada, decide detener el conflicto. En su corazón, también desea evitar peleas y está claro que no quiere asistir a la fiesta a la que fue invitada por su esposo. Se siente mal física y emocionalmente. Opta por aprovechar la soledad en casa para descansar. Mientras vuelve a ver la televisión, escucha los gritos que provienen de las escaleras, dándose cuenta de que no es la única con problemas en casa: Manuel y Verónica también están discutiendo, como de costumbre. — ¡Detente, Veronica! Esta vez no permitiré que te marches como la última vez que saliste con tus amigos, regresaste en un estado lamentable, apenas podías mantenerte en pie. Fíjate, tu vientre está cada vez más abultado, el bebé está creciendo, y tú sigues bebiendo y fumando — Manuel le recrimina a su esposa mientras ella desciende por las escaleras con sus altos tacones. — Te he dicho que no es asunto tuyo. Si quieres irte, hazlo. Yo me las arreglaré con mi padre. Déjame tranquila, ¿entendido? — responde Veronica con desdén. — No, no te irás. Es una decisión tomada — responde Manuel, elevando el tono de voz. Ante este enfrentamiento, Delphine levanta la cabeza del sofá, se pone de pie, arregla su ropa y cabello, y se enfrenta a su hija. — Mi amor, tu esposo tiene razón. Mira cómo está tu vientre, ya es evidente el embarazo. Debes dejar de beber — Delphine confronta a Veronica. — ¿Quién lo dice? ¿La que ni siquiera puede mantenerse en pie por estar borracha? Eres patética, Delphine. ¿Cuándo te vas a ir de mi casa? — responde Veronica, mirando a su madre con desprecio. — Te hablo en serio. No quiero que te perjudiques, ni tampoco a ese bebé inocente que viene en camino — insiste Delphine. — No seas hipócrita, mi padre me ha contado todo. Tú no sientes nada por mí. Para ti, soy solo un estorbo, ¿verdad? — replica Veronica con amargura. — No es así, mi vida. Jamás me he arrepentido de haberte criado como si fueras mi propia hija — responde Delphine con ternura. —No te tuve en mi vientre, pero te tuve en mis brazos. — No me importa lo que digas o pienses. Esta es la última vez que lo repito: ¡NO SE METAN EN MI VIDA! — grita Veronica mientras sale de casa, cerrando la puerta de un portazo ante la mirada impotente de Manuel y Delphine, quienes han presenciado cómo sus parejas los han dejado de lado por la diversión. — Lamento mucho lo que está pasando con Veronica, Manuel. Pero ya no puedo hacer nada para detenerla, aunque esté embarazada. Me siento impotente porque ella ya no me respeta como madre — comienza a decir Delphine, pero Manuel la interrumpe colocando un dedo en su boca. — ¡Shh! No es su culpa, señora Delphine. Usted ha sido la mejor madre que ella pudo tener. Es simplemente su forma natural de ser. Cuando ella sea madre, comprenderá mejor todos los sacrificios que usted hizo por ella. Ahora debe estar muy hormonal. He leído que las mujeres embarazadas experimentan cambios radicales en su personalidad y a menudo desarrollan sentimientos de odio sin explicación alguna. — Eso espero. Ahora me voy a dormir — Delphine intenta apartarse de la vista de Manuel, pero él la detiene. — ¿Qué tal si vemos una película juntos? Sabemos que al menos hasta la madrugada no regresarán. Podemos hacernos compañía el uno al otro — sugiere Manuel. — No, Manuel, es imposible. No está bien visto, sobre todo después de... — Delphine baja la cabeza con vergüenza, sintiéndose avergonzada por lo que está pasando en su familia y por su propia conducta, además de estar un poco ebria. — ¿Por qué sigue negando lo que está pasando entre nosotros? ¿Qué pasa entre nosotros, acaso? — Delphine le pregunta, tratando de ignorar la realidad. — Sé que siento lo mismo por usted que usted por mí. No podemos seguir negando este sentimiento — responde Manuel con sinceridad. Entre los dos, se siente una tensión de deseo y pasión. Ambos anhelan entregarse al otro, consumando lo que han estado reprimiendo durante meses. Pero admitirlo es lo más difícil, especialmente dada la situación en la que se encuentran. — ¡Rotundamente me niego! — Delphine lo aparta de su camino y se dirige hacia las escaleras. Manuel la sigue y, sin querer, la toma del brazo con delicadeza para evitar lastimarla. Le da la vuelta y comienza a besarla. Delphine, sin dudarlo, responde con frenesí. Fue un beso cargado de pasión y lujuria, donde sus lenguas se entrelazaron y sus manos se acarician con suavidad. El corazón de Delphine latía con fuerza, sintiendo que estaba a punto de explotar. No pudo resistirse a corresponder al ardiente beso y colocó sus manos en el cuello de Manuel, quien la llevaba hacia arriba por las escaleras sin soltar sus labios ni un instante. Él tenía el control de la situación en ese momento, empujándola hacia el cuarto de huéspedes sin dejar de besarla apasionadamente. Delphine, totalmente entregada al momento y al deseo que la consumía, se dejó llevar por completo. Los besos de Manuel eran intensos y especiales, haciendo que su cuerpo cediera a los ardores de la pasión. Lentamente, él la desnudaba, admirando cada centímetro de su cuerpo operado pero delicado, que para él era lo más precioso que había visto. El aroma que emanaba de la intimidad de Delphine le indicaba a Manuel que ella también se entregaba por completo, lista para el éxtasis del placer. Sin dudarlo, recorrió cada rincón de su piel con besos, desde los pies hasta la frente. Para Delphine, era el momento más apasionado y dulce de su vida, pero al mismo tiempo el más temido, pues sabía que estaba dejándose llevar por sus impulsos más oscuros y convirtiéndose en alguien que no reconocía. Ella se estaba entregando a los encantos de un hombre mucho más joven que ella, quien apenas unos meses atrás se había casado con su hija. Ambos estaban cometiendo el mayor de los pecados, pero en ese momento, era simplemente un dulce pecado.
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