Inevitables sentimientos de pasión

1130 Words
Después del incidente en la piscina, Delphine escapa de la terraza con prisa. La mansión era tan vasta que ofrecía varios escondites, y uno de ellos era el sótano. Allí, encontraba consuelo en encender un cigarrillo y sentarse junto a una pequeña ventana que servía como respiradero en el oscuro recinto. El lugar estaba adornado con muebles y objetos desechados de la mansión. Aunque no era el rincón más lujoso de su hogar, la soledad del sótano le brindaba una sensación de paz genuina, lejos de las apariencias y las formalidades. Mientras tanto, en la piscina, su hija y su novio disfrutaban de su intimidad con alegría, compartiendo besos y caricias. Entre ellos, la química y la sensualidad eran palpables, y para él, era un momento perfecto. Aunque prefería no involucrarse en los asuntos de Delphine, tenía la impresión de que ella podría ser una mujer caprichosa, una de esas esposas de millonarios que derrochaba dinero sin sentido. Sus experiencias previas con ella no le habían dejado una impresión favorable. —¿Me amas, Manuel? ¿Te casarías conmigo y me sacarías de este castillo donde mi padre me tiene atrapada?—susurra Verónica mientras lo besa apasionadamente en la piscina, ambos completamente desnudos. Ella siente cómo él roza su entrepierna y se emociona, deleitándose en la conexión s****l que compartían. —¿Puedo pensarlo? — responde él entre besos apasionados, entregándose por completo a su deseo. — ¡Oh, sí! Tómate tu tiempo para pensarlo —respondió, mientras ambos disfrutaban de un encuentro apasionado en la piscina, pero de repente sintieron que el agua se volvía helada, irresistible para sus cuerpos. — ¡Amor, está helada! Debe haberse estropeado el calentador. Debes ir a revisarlo, quiero seguir siendo tuya en el agua, pero este frío es insoportable —exclamó Verónica, mientras salían corriendo de la piscina y se envolvían en toallas. Manuel se ajustó la toalla alrededor de la cintura, dejando al descubierto su pecho marcado, húmedo por el agua, y lucía increíblemente sexy. —Me siento afortunada de tenerte como novio, eres irresistible —dijo Verónica mirándolo con deseo, más que amor, sentía una ardiente pasión. —Yo también me siento afortunado, te quiero —respondió Manuel con ternura, acercándose para darle un dulce beso en la frente. —Mira, en el sótano encontrarás el calentador. Entras y a la derecha está el interruptor de la luz. Luego miras hacia adelante y verás los calentadores marcados. Debe haber uno que dice "piscina". ¿Podrías revisarlo, por favor? —le guiñó un ojo y tomó su teléfono rápidamente. Manuel asintió con la cabeza y se dirigió al sótano llevando solo la toalla en la cintura. Mientras tanto, Delphine agarraba una botella de vino y su caja de cigarrillos. Aunque la ventana del sótano daba hacia un jardín trasero de la mansión en lugar de la piscina, ella no apartaba la mirada de allí mientras seguía bebiendo. Sin embargo, fue interrumpida por el ruido de la puerta, frunciendo el ceño. Solo los empleados de mantenimiento iban allí cuando era necesario. Se envolvió en su salida de baño y se levantó, intrigada por quién podría estar allí. Sigilosamente se acercó a la salida, preparada para defenderse si era necesario, pero cuando se encendió la luz, se sobresaltó y soltó un grito. — ¡Maldita sea! ¡Me has asustado! —exclamó al ver a Manuel semidesnudo frente a ella. —Perdóneme, señora Delphine, no me imaginaba que usted estaría aquí sola —Manuel se ruboriza al verla. Ambos estaban semidesnudos y solos. Ella, un tanto ebria por el vino, no pudo evitarlo. No podía dejar de mirarlo de arriba abajo, y algo en él encendió su deseo. No sabía si era el vino o el atractivo cuerpo de su futuro yerno. —No tienes por qué disculparte. No sabías que yo estaba aquí —un instinto animal se despierta en Delphine y pasa su dedo por el brazo de Manuel. Él siente un incómodo escalofrío, no porque ella le disgustara, sino porque la situación era bastante comprometedora. Su pecho empieza a agitarse y se acerca más a ella. —Señora Delphine, yo... —ella le pone un dedo en sus labios, indicando que se calle. Ambos se miran fijamente. Ambos sienten la química en el aire entre ellos. Aunque se habían conocido hace poco, era inevitable la atracción que había entre ellos. Delphine siente un escalofrío que la recorre y se acerca más al pecho de Manuel, inhalando su aroma y mordiéndose el labio. — ¿Manuel? ¿Amor? ¿Dónde estás? ¿Estás bien? —La voz de Verónica les avisa que viene en camino. Delphine, ahora pone un dedo en sus propios labios, para indicarle que guarde silencio, y le hace señas con la mano para que se aleje. Verónica baja las escaleras del sótano, y Manuel sale corriendo a su encuentro. —¿Amor? ¿Por qué tardaste tanto? ¿Pasa algo? Estás sonrojado —ella trata de mirar hacia abajo a través de las escaleras. —No, es que corrí un poco. Vamos, no encontré el calentador, pero quería decirte que quiero que vayamos a comer algo —los nervios lo traicionan, pero logra sacar a Verónica de allí. Delphine siente que la puerta se cierra, toma su botella de vino y sale también. El susto que acaba de pasar ha cortado el efecto del vino, y se siente como la peor de las madres y la más indigna de las mujeres. ¿Cómo se le ocurrió hacer eso? Subió a su cuarto, donde encontró a su esposo recostado en la cama viendo fútbol. Apenas la miró con desdén. Ambos sabían que estaban actuando mal, pero a pesar de ser adultos, carecían de un sentido sensible de madurez. Delphine se despojó de la ropa y se sumergió en la bañera, dejando que el agua caliente cayera sobre ella. Comenzó a recordar el encuentro con Manuel. Sintió cómo su cuerpo se estremecía y la tensión empezaba a crecer entre sus piernas. Mientras se enjabonaba y pensaba en él, no pudo evitar acariciar sus senos con sus manos y bajar lentamente por su vientre hasta llegar a su entrepierna. Experimentó una inmensa necesidad de satisfacer los deseos que ese hombre le había despertado. Con sus dedos, se entregó a sí misma en el oscuro silencio de su soledad, satisfaciendo lo que había quedado pendiente. Su esposo tenía el volumen de la televisión tan alto que ni siquiera se dio cuenta de sus gemidos. Después de experimentar un orgasmo por primera vez en su vida, Delphine sintió que su conciencia estaba manchada. Nunca pensó que se sentiría así. Se sintió culpable y consideró que lo mejor era poner fin a todo eso. Desde ese momento, ese tema murió para ella.
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