Estaba temblando del frío y del dolor, y para empeorar las cosas, sintió una sombra acercándose a ella. Era un hombre de aspecto violento, con una mirada oscura y llena de maldad.
—¡Dame el bolso o te mato! —exigió el hombre, amenazandola con un cuchillo gigante, sumiendo a Delphine en el pánico.
—Por favor, no me haga daño. Le daré lo que sea, ¡pero no me lastime! —suplicó Delphine, sollozando. El hombre le arrebató el bolso y la empujó, haciéndola caer de espaldas y lastimandola aún más. Ahora, lloraba desconsoladamente, mientras los transeúntes la miraban como si estuviera loca o fuera una mujer de mala reputación.
Sin otra opción, Delphine comenzó a caminar por las oscuras calles de esa zona. Aunque estaba llena de miedo, nadie se atrevía a ayudarla debido al ambiente de tolerancia que reinaba en el lugar. Por su aspecto desaliñado, la sangre y el maquillaje corrido, nadie quería acercarse, pues era común que las mujeres que trabajaban en la zona fueran objeto de abusos y se vieran abandonadas en la calle.
A pesar del peligro, Delphine continuó su camino con el corazón lleno de pánico. Estaba descalza y con los brazos cruzados sobre su cuerpo para darse calor. Después de atravesar la parte más peligrosa del área, intentó conseguir un taxi, pero ninguno se detuvo a recogerla. Obligada a seguir caminando, pasó frente a tres mujeres que trabajaban en la zona.
—¿Qué tenemos aquí? Te ves demasiado refinada para ser una de nosotras —una de las mujeres se detuvo frente a Delphine y la empujó.
—Por favor, señorita, tuve un problema. No me lastime, por favor —rogó Delphine, ante la hostilidad de las mujeres.
Las tres comenzaron a empujarla y golpearla, sin parar de insultarla. Delphine se sintió impotente, pensando que esa noche sería la peor de su vida. Sin embargo, inesperadamente, alguien intervino.
—¡Déjenla! ¿Qué les pasa? ¿No ven que es una mujer desprotegida? Deberían ayudarla en lugar de lastimarla. Eso es lo que deberían hacer —una voz masculina, familiar para Delphine, la hizo levantar la mirada. Palideció al reconocer a Manuel.
—¡Vámonos! Solo porque tú lo dices, niño bonito. Cuídate —una de las mujeres le dijo a Manuel mientras le guiñaba un ojo. Él trabajaba en un taller de la zona, ya que era común ver autos de alta gama por allí, lo que le aseguraba buenos ingresos.
—Señora Delphine, ¿qué hace aquí? —Manuel se quitó el abrigo y se lo puso sobre los hombros de Delphine. Se sonrojó al hacerlo, pero el vestido de ella era demasiado escotado y la noche estaba bastante fría.
—Estaba con mi esposo, pero me robaron. Él me dejó abandonada, y pues, ya ve lo que sucedió —respondió Delphine, con los nervios a flor de piel. Se sentía avergonzada y su mente estaba colapsada. Nunca imaginó que sería Manuel quien la salvaría.
—Lo siento. Enseguida la llevó a su casa o le llamo un taxi, lo que prefiera —dijo Manuel avergonzado.
—No quiero ir a casa, pero en este estado, es el único lugar al que puedo ir —Los ojos de Delphine se nublaron mientras desviaba la mirada hacia el cielo. Se mordió el labio, sintiendo una profunda melancolía. Una lágrima recorrió su mejilla, manchada por el maquillaje.
—Si quiere, podemos ir un momento a mi apartamento. Allí puede organizarse mejor y tomar algo caliente —Las mejillas de Manuel se sonrojaron aún más. Estar en esta situación con su futura suegra le provocaba pánico.
—Pero no quiero que mi hija se entere. Podría molestarse con usted —expresó Delphine con preocupación.
—Estábamos discutiendo y estoy seguro de que está con sus amigas. Además, ya me dijo que nos veríamos mañana, así que no hay problema. Además, será solo por un momento. Se cambia y luego se va a casa —respondió Manuel, tratando de tranquilizarla.
Manuel camina a su lado con paciencia. A unas pocas cuadras de ese barrio pesado, quedaba su pequeño apartamento. Delphine evitaba decir cualquier palabra. La caminata le brindaba tranquilidad, y la presencia de él le gustaba. Le agradece por haberla salvado de esas mujeres y de todo en general. Esa noche, lo que menos quería era llegar donde su marido; sabía que le esperaba uno de sus castigos.
—Hemos llegado —dice Manuel, abriendo la puerta de un pequeño pero cálido apartamento. Tiene un solo espacio, pero está perfectamente organizado. Al fondo, hay una pequeña sala de muebles y una cocina.
—Permiso, me da vergüenza invadir tu morada —dice Delphine, entrando y limpiando sus pies en el tapete que dice "recome", y luego sigue hasta la sala.
—Siéntese por favor. Voy a prepararle un café —Manuel se dirige a la pequeña cocina y calienta un café. Mientras tanto, Delphine entra al baño y se mira al espejo. Su aspecto es deprimente: su fino maquillaje está corrido por toda su cara en forma de chorros, sus ojos están hinchados de tanto llorar, y la sangre de su boca ya está seca, pero bastante inflamada. Ni hablar de su cabello, totalmente desordenado. El vestido, por el tiempo puesto, ha perdido su forma. Ahora entiende por qué nadie la ayudó para regresar a su casa.
Abre la llave del lavabo y lava su cara con demasiada agua. Nota que hay un jabón líquido y, sin pensarlo dos veces, se embadurna la cara con él. Se enjuaga muchas veces hasta que vuelve a aparecer ese bello y terso rostro. Recoge su cabello hacia atrás con un mechón de este y sale del baño.
Lo primero que ve es la mirada de Manuel y su brazo estirado.
— ¿Café? —pregunta él, ofreciéndole una taza humeante que roza su cara. Aunque ella no bebía cafeína, haría la excepción. Se trataba de un acto de pura cordialidad.
—Sí, gracias.
Manuel le entrega la taza y se retira hacia su habitación, mientras Delphine disfruta del café. Él regresa con algunas prendas en las manos.
—Son de mi hermana, ya no vive aquí. Tal vez algo te quede bien. Sé que no están a la altura, pero al menos cubrirán el desastre de tu vestido —dice Manuel. Delphine no puede evitar reírse. Era cierto que su vestido favorito era un desastre total, parecía sacado de una película de época.
— ¿Tan mal me veo? —bromea ella, esbozando una sonrisa.
—Quisiera decirte que no, pero al menos ya te lavaste la cara. Ya estás un 30% mejor de lo que estabas al entrar aquí. Te dejo para que te organices —Manuel sale de la sala y la deja sola para que termine de arreglarse.
Delphine busca entre las prendas y encuentra una sudadera. No era su estilo, pero en ese momento cualquier cosa le servía. Solo quería salir de allí. No quería que su hija la encontrara en ese estado. No había razón alguna.
—Manuel, ya estoy lista —anunció ella mientras se acomoda la ropa.
—Bueno, necesitas unos tenis. Voy a buscarlos —responde él, pero al girarse se tropieza con Delphine, quien también intentaba moverse. Ambos quedan frente a frente. Manuel se sorprende por la belleza de Delphine y ella se queda estupefacta al ver lo atractivo que es él.
Pueden sentir la respiración agitada y el aliento del otro. Se quedan mirándose fijamente, y un incómodo silencio se forma entre ellos. Sus labios están muy cerca. Delphine siente una oleada de adrenalina recorriendo su cuerpo. Justo cuando pensaba que algo iba a suceder, el teléfono de Manuel comienza a sonar.
Él aprovecha la interrupción y, por respeto, se aleja de ella y muestra el teléfono.
—Hola —saludó él cortante, estaba molesto
—Hola, Manuel. Estoy ebria. Ven por mí, estoy en el boulevard. Traje mi auto. Ven en taxi y luego regresamos a tu apartamento en mi carro —es Verónica .
Delphine pone cara de angustia por su hija, pero no tiene derecho a decir nada. Se supone que ella no debería estar allí.
—Dame veinte minutos. Quédate en un lugar seguro, ya voy por ti —responde Manuel.
—¡Te espero! Si amiga, viene por mí —se escucha en el teléfono. Verónica tenía la costumbre de emborracharse y hacer que Manuel la recoja.
Manuel colgó la llamada.
—Tengo que ir por tu hija, señora Delphine. La acompañaré hasta un taxi. Discúlpeme, pero ya sabe cómo es ella —dice Manuel.
—Sí, claro, por supuesto. Vamos —responde Delphine, agradecida de que su hija haya llamado. La tentación de ese apuesto hombre la estaba volviendo loca, pero ceder a ella sería un pecado, un dulce pecado del que no podía permitirse disfrutar.
Salen juntos del apartamento. Manuel solicitó un taxi a través de una aplicación, lo cancela y pide otro para él. Se separaron en ese momento.
Delphine solo pudo humedecerse los labios mientras pensó en lo que podría haber sucedido. ¡Estaba perdiendo la cabeza por aquel jovencito!