Para Verónica, las reuniones sociales y la apariencia era algo fundamental para su vida, llevarle la contraria a su padre se habia convertido en su deporte favorito, ni siquiera le importaba lo que él pensara cada vez que ella hacia algo, que muy seguramente él no consideraría correcto, entre esas cosas estaba tener un novio como Manuel.
—Vamos amor, tenemos una reunión con los compañeros de la oficina, vendrá gente tan afamada, ¡que ni te imaginas! – Veronica toma del brazo a su novio llevándolo hacia la puerta, ante la mirada estupefacta de Delphine, ni siquiera le permitió que se despidiera y eso sí que estaba bien, ella lo que menos necesitaba era tener contacto con ese hombre.
Veronica pasa por el lado de su madre, le da un acostumbrado beso en la mejilla y le guiña un ojo.
—Mami no me esperes esta noche, estaré con este guapetón— sale corriendo de allí, sin ni siquiera darle la oportunidad a su novio de despedirse formalmente.
Delphine se sienta en su sofá y se sirve una copa de vino, tal vez la monotonía y la soledad de su vida la estaba haciendo pensar cosas equivocadas, le da vueltas al trago y se queda pensando en lo infeliz que habia sido durante los últimos años, de no ser por sus hijos ya se hubiera vuelto loca.
Sirvió otra copa, sumando ya tres en total. Sintió cómo el calor ascendía lentamente a su cabeza. Observó a su alrededor y se dio cuenta de que estaba completamente sola en la hermosa mansión que cualquier mujer desearía tener. Tenía dos hijos maravillosos, un esposo rico y famoso que la había convertido en una supermodelo. A pesar de su edad, apenas se notaban los años que habían pasado. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, la frustración la invadía.
Se levantó del sillón con la intención de tomar una pequeña siesta, pero su paz se vio interrumpida por un golpe en la puerta. Volteó con la conciencia algo aturdida y vio entrar a Verónica hecha un mar de furia.
—¡Es increíble, mamá! A los hombres nunca se les puede hacer felices. Ese ridículo de Manuel no quería estar en esa fiesta, como si mis amigos fueran personas malas. —Verónica se dejó caer en el sillón con cara de decepción.
—Hija, no sé qué decirte, porque no sé cómo sucedieron las cosas, pero tal vez deberías considerar la opinión de tu novio. Si a él no le gustan ese tipo de reuniones, lo mejor sería que compartieran otros espacios, ¿no crees?
—¿Estás defendiendo a Manuel, mamá? —Verónica la miró con desprecio. Desde pequeña había sido una niña caprichosa, y Delphine la había consentido demasiado, tratando de compensar el amor que faltaba por parte de Guillermo.
—¡No, hija! No ha pasado nada. Solo te estaba dando mi opinión. —Delphine se sonrojó ante las palabras de su hija, tratando de no mezclar nada.
—Mira, mamá, yo no soy como tú, que desde muy pequeña te dejaste dominar por el narcisista de mi padre. Yo tengo mi propia opinión, y en la relación con él, yo tengo el control. Si no le gusta, puede irse por donde vino. Además, no es el único... —Verónica soltó una risita traviesa. Delphine la miró, conociéndola lo suficiente como para darse cuenta de que algo trataba de ocultar.
—Bueno, Verónica, primero, respétame. No tienes por qué decirme esas cosas sobre mi relación con tu padre. Y ¿a qué te refieres con "además, no es el único"? —Delphine la miró con seriedad. Había inculcado valores a su hija y le había enseñado la importancia de la fidelidad y el respeto.
—Mira mamá, en estos tiempos hay que tener varias opciones, si no sirve el uno, pues sirve el número dos, ya sabes cómo es, no hay que estresarse— Esas palabras estaban dejando de una sola pieza a Delphine, si bien Verónica no era una niña, sentía que estaba hablando con una completa desconocida diferente a la que ella formó.
—Bueno Verónica, eso ya es tu problema, ya no eres una niña, solo puedo decirte que hagas las cosas con mucho cuidado, sin hacerte daño y sin hacerle daño a nadie, espero eso lo tengas claro. ¡Con el corazón no se juega hija! — Delphine sale de allí casi que, tambaleando, ella jamás había tenido la oportunidad de estar con alguien diferente a su esposo, así que era muy poco lo que conocía del amor, a pesar de ser una mujer tan bella, nunca le fue infiel a Guillermo, a pesar de que él siempre tuvo relaciones extramatrimoniales.
Llegó a su cuarto y se quitó la ropa para ponerse algo cómodo, ve cómo su cuerpo esta perfecto para su edad, sus senos no son muy grandes, y aunque no tienen silicona, su esposo le hizo un levantamiento, mira su abdomen marcado gracias al ejercicio, sus caderas firmes, y sus glúteos también de buen tamaño, pero en su lugar, su rostro era perfecto, y ni hablar de su cabello.
Sin embargo, sentía que algo en medio de ese par de divinos senos hacía falta algo, se sentía tan infeliz, tan carente de amor, solo veía como pasaban los años, frente al espejo las lágrimas comienzan a rodar en sus mejillas, el vacío que sentía en ese momento estaba más latente; se dio una ducha y se metió en su cama, aunque no fuera hora de dormir todavía, no tenía ánimos de hacer nada más en ese momento.
Al poco tiempo llegó Guillermo, él no era para nada un hombre atractivo, era un hombre que ya lucia mayor, estaba calvo, y su vientre era un poco prominente, y su forma de ser no le ayudaba mucho.
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— ¿Qué te pasa mujer? ¿Qué haces acostada tan temprano? ¿Acaso no tienes nada que hacer?
—Hola Guillermo ¿Como estás? — Delphine era demasiado dulce para él, desde que era una niña lo era y nunca cambió esa forma de ser.
—Son apenas las siete de la noche, levántate de esa cama, nos vamos a una reunión, ponte el vestido más llamativo que tengas, quiero mostrarles a los nuevos socios las maravillas que soy capaz de hacer— Le dice mientras él busca un traje para cambiarse
—Guillermo, amor, en este momento no me siento con energía para salir. ¿Podrías disculparme, por favor?
—Mira, Delphine, ahora mismo no tienes otra opción que levantarte de esa cama, ponerte un vestido sexy, unos tacones altos, arreglarte el cabello y salir conmigo. ¿Entendido? —Los ojos de Delphine se nublaron. Se sentía como un mero objeto que su esposo exhibía ante sus amigos. Él nunca la trató con amor o respeto, solo presumía lo que había hecho con su cuerpo, incluso antes de las cirugías ya era delgada.
Delphine se levantó de la cama con una ligera jaqueca por las copas de vino y se dirigió directamente al baño para darse una ducha. Después, se puso el vestido favorito de su esposo, que ni siquiera era su favorito.
Optó por un elegante vestido n***o de lentejuelas que llegaba un poco más abajo de sus muslos, ceñido a las caderas, con un escote en forma de corazón que usaba sin sostén. Sus piernas estaban al descubierto, luciendo unos tacones negros altos que estilizaban su figura.
—¡Estás hermosa, Delphine! Siempre has sido una belleza, pero desde que te sometiste a esas mejoras, eres perfecta. Pareces de treinta, ni siquiera de cuarenta, querida. —Guillermo se acercó y le dio un beso en el cuello mientras le colocaba un hermoso collar con un zafiro, haciendo resaltar aún más su belleza.
Delphine aplicó un fino perfume y una loción que resaltaba el brillo de su piel. Su maquillaje era impecable.
— ¿Nos vamos a demorar mucho Guillermo?— ella le pregunta como de costumbre cada que iba a salir, lo hacía para saber que esperar y llevar un paquete de cigarrillos para calmar su espera.
—Como siempre querida, vámonos se está haciendo tarde.
Delphine bajó las escaleras antes que su esposo, el sonido de sus tacones sorprendió a su hija, quien se encontraba acompañada por un hombre que Delphine nunca había visto en la casa. Por suerte, no fue Guillermo quien los descubrió, así que, al percatarse de la situación, Delphine empujó a Guillermo hacia atrás antes de que pudiera ver a su hija en ese vergonzoso espectáculo.
— ¿Qué sucede, Delphine? —le preguntó Guillermo, visiblemente molesto.
—¡Ah! Es que... ven, dame un beso antes de salir. —Delphine se lanzó hacia Guillermo, empujándolo contra la pared para darle un beso apasionado que apenas duró treinta segundos antes de que él la apartara bruscamente.
— ¿Qué te he dicho, Delphine? Nosotros ya no estamos para esas cosas. Ponte en tu lugar, ya tienes cuarenta años. —Esas palabras crueles no solo resonaron en los oídos de la pobre mujer, sino también en su corazón. No entendía por qué Guillermo hablaba con tanta crueldad.
Ahora era él quien ascendía las escaleras primero, pero afortunadamente, Verónica ya no estaba a la vista. Para Delphine, resultaba increíble ver cómo su hija actuaba de manera similar a su padre. Ambos parecían carecer de respeto por sus parejas en ese momento. Si bien podrían haber tenido a la mejor persona del mundo, siempre buscarían algo mejor. En ese instante, supuso que la historia con Manuel ya era cosa del pasado, y en el fondo, sintió cierto alivio.
Al llegar al lujoso bar—restaurante donde Guillermo tenía la reunión con sus amigos, todos ellos quedaron impresionados al ver a su mayor creación, a su maravillosa esposa, Delphine. Todos sus amigos y socios eran hombres que superaban los sesenta años y solían frecuentar a mujeres mucho más jóvenes que ellos, a quienes compraban con grandes sumas de dinero para que actuaran como sus parejas.
—Vaya, amigo, el encanto de tu esposa nunca deja de sorprenderme —comentó Federico Teherán, un médico cirujano y el mejor amigo de Guillermo, quien siempre había pretendido a Delphine, aunque ella, por respeto a su matrimonio, nunca había accedido.
—Si, a ella no le pasan los años no necesito invertirle a ninguna otra mujer, cuando se le empiecen a notar los años simplemente opero a otra que pueda lucir— ambos chocan sus copas mientras la miran sentada en una de las mesas, el alcohol se habia vuelto el refugio para Delphine ante la soledad que vivía día a día, tomaba mañana tarde y noche, y justamente esa noche no iba a ser la excepción, bebería para olvidar que tan solo era la muñeca de plástico de su esposo Guillermo.
Solo necesitó unas cuantas copas y de repente sintió que necesitaba desinhibirse, ya el ambiente en el lugar estaba más movido, las parejas salían a bailar, era un sitio donde los hombres como Guillermo y Federico frecuentaban para satisfacer sus deseos no solo de alcohol, sino de prostitución y drogas, todo camuflado en una bella recepción donde hombres con dinero que iban a cenar.
Delphine se dejó llevar por la música y, a diferencia de otras ocasiones, se levantó de la mesa y se dirigió a la pista de baile, dejando boquiabiertos a su esposo y a los invitados. Estos últimos estaban acostumbrados a presenciar ese tipo de espectáculos por parte de las mujeres que contratan, pero nunca esperaban verlo protagonizado por una de las esposas.
Moviendo sus caderas al ritmo de la música y dejándose llevar por el alcohol que corría por sus venas, Delphine intentaba imitar los movimientos de las jóvenes que la rodeaban. A pesar de su edad, lucía increíblemente sensual y muchos podrían jurar que no tenía más de treinta años.
Federico no desaprovechó la oportunidad y, sin solicitar permiso a Guillermo, se unió a Delphine en la pista de baile. Aunque ella estaba enfocada en sus movimientos, logró captar su atención y lo condujo en sus pasos. La cercanía entre ellos incomodaba claramente a Guillermo, quien, a pesar de considerar a su esposa como un trofeo, no toleraba que se desviara de su papel de mujer respetable en la alta sociedad, lo que podría dañar su reputación.
Sin embargo, permitió que la canción llegara a su fin. Delphine sonrió a Federico y ambos regresaron a la mesa, compartiendo la hazaña que acababan de protagonizar, pues había pasado mucho tiempo desde la última vez que había disfrutado así de la música.
—Nos vamos, Delphine —ordenó Guillermo, tirando de su brazo sin darle oportunidad de decir una palabra.
—¿Pero por qué? Ahora se está poniendo más interesante —protestó ella.
—¡Nos vamos, te lo dije! No me hagas enojar más —respondió él, sacándola bruscamente del lugar sin despedirse de los demás, sin importarle el dolor que le causaba.
En medio de la salida, uno de los tacones de Delphine se rompió y cayó al suelo, siendo arrastrada por Guillermo, quien no mostraba la menor consideración.
—¡Espera, por favor, me lastimé, ayúdame, Guillermo! —imploró Delphine, sintiendo el dolor agudo de su tobillo lastimado.
—Mira, Delphine, te traje para que te comportarás como lo que eres: mi esposa, no como las mujeres baratas que frecuentan estos lugares, y resulta que terminas actuando igual que ellas —la increpó Guillermo, abofeteándole con desprecio—.¡Regresa a casa como puedas, mujerzuela!
Delphine quedó en el suelo, con su tobillo dolorido y su boca sangrando, pero, sobre todo, con su dignidad destrozada. Las lágrimas cubrían sus ojos y su maquillaje se corría, sintiéndose insignificante. Su esposo se había revelado como un verdadero monstruo, pero ella se negaba a aceptarlo.