Tras la disputa con su hija, Delphine se limitaba a conversar en casa solo con su hijo Joaquín y las criadas.
Con su esposo apenas intercambiaba palabras, y solo lo hacía para discutir.
En cuanto a Veronica, ni siquiera se miraban.
No entendía la actitud de su hija y temía que ella estuviera al tanto de sus planes con su novio, lo que había causado malentendidos.
El silencio de su esposo no le afectaba mucho, pero el distanciamiento de su hija le rompía el corazón. Intentó resolver los pequeños problemas con ella, pensando que todas las familias tienen discusiones.
Últimamente, Verónica pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, durmiendo o saliendo solo para encontrarse con su novio, Manuel. Delphine golpeó la puerta de su habitación, pero no obtuvo respuesta. Insistió, pero Verónica no le dio permiso para entrar, aunque la puerta estaba entreabierta.
—Verónica, hija, no entiendo por qué estás molesta conmigo, pero podemos hablarlo, ¿te parece? —Delphine entró en la habitación de su hija sin permiso y habló, aunque Verónica la ignoraba, simulaba estar concentrada en el control remoto del televisor.
—Mira, Delphine, no te importa lo que me está pasando. Eres una mentirosa, me has engañado durante mucho tiempo. Ahora, sal de mi cuarto, no quiero hablar contigo. —Las palabras de su hija dejaron a Delphine pálida y desconcertada. No entendía de qué estaba hablando exactamente.
—Hija, por favor, cálmate. Sea lo que sea que esté pasando, déjame hablar contigo. —Verónica se levanta de su cama y empuja a Delphine hacia afuera sin vacilar.
—¡Sal de mi cuarto, Delphine! ¡Sal de esta casa! ¿No lo entiendes? ¡Vete! —La voz de Verónica estaba llena de odio mientras Delphine, tapándose la cara, se echaba a llorar detrás de la puerta de la habitación de su hija.
—Nena, por favor, hija, dime qué pasó. No me hagas esto, por favor. —Del otro lado de la puerta, Verónica seguía insultándole, mientras el desgarrador llanto de Delphine inundaba todo el piso de la casa. Las empleadas salieron a ver qué sucedía, la escena era desgarradora. Delphine yacía recostada en la puerta de la habitación de Verónica, con un torrente de dudas en su mente y el corazón hecho pedazos. Su hija parecía odiarla de verdad.
Una de las empleadas se acercó y la ayudó a levantarse. No hizo falta decir nada; la mirada de compasión de la mujer lo decía todo. Delphine se aferró a su brazo, secó sus lágrimas con un pañuelo que la empleada le ofreció y se retiró hacia su habitación.
Se sirvió una copa de vino y se sentó en su enorme cama. No entendía por qué Verónica estaba tan alterada, pero lo único que no la dejaba tranquila era la idea de que el novio de su hija hubiera revelado lo que sucedió en el sótano. Después de un par de copas y con la calma que trajo el llanto, se cambió a ropa cómoda: una sudadera de algodón con capucha.
Su objetivo era pasar desapercibida, así que eligió un bolso discreto y salió hacia la casa de Manuel, esta vez sin su chofer, tomando un taxi. A pesar de las dudas, estaba decidida a recuperar el corazón de su amada hija, por quien había soportado tantas humillaciones a manos de Guillermo.
Después de golpear la puerta varias veces, Manuel aparece, sorprendido al ver a Delphine parada en el umbral de su casa.
—Señora Delphine, ¿Qué hace aquí? —dice, secándose las manos con una toalla.
—Necesito hablar urgentemente contigo, Manuel. Es sobre Veronica.
—Por supuesto, pase por favor. Ya conoce la sala. Estoy a su disposición.
Delphine se dirige directamente al lugar donde se había cambiado la última vez, y de repente recuerda la noche anterior y lo que Manuel había hecho por ella. Se sonroja por un momento, pero sabe que gracias a eso su hija está sufriendo.
Observa a Manuel en la cocina y se le acerca con dos tazas de café, aunque él ni siquiera le preguntó si quería una.
—Bueno, ahora dígame. ¿Qué la trae por aquí? ¿Verónica está bien?
—No lo sé. Hemos tenido una discusión y ni siquiera me llama mamá. Quería saber si algo sucedió entre ustedes dos. Quiero decir, primero quiero disculparme por lo que ocurrió en el sótano de mi casa. Esa noche estaba muy ebria y eso nunca debió pasar.
—¿Qué ocurrió exactamente, señora Delphine? —responde Manuel, intentando tranquilizarla o hacerle creer que solo eran imaginaciones suyas.
—Pues que ella me odia. Hemos discutido y no quiere hablar conmigo. Pensé que tal vez tú le habías contado algo sobre... nosotros.
—¿Sobre nosotros qué, señora Delphine? De verdad que no la entiendo. —Manuel bebe un sorbo de su café y la mira tranquilamente.
—No, nada entre tú y yo. Pero... pero ¿sabes algo de lo que está pasando?
—La verdad no. Hace unos días que ni siquiera quiere hablar conmigo. Hemos fijado la fecha del compromiso porque vamos a casarnos, pero en los últimos días tampoco quiere hablarme. Pero se le pasará, señora Delphine, se lo aseguro. Ella es muy caprichosa. —Manuel bebe otro sorbo de su café, dejando a Delphine desconcertada.
Era la primera vez que su encuentro se volvía tan frío y distante, no porque no estuvieran hablando, sino porque sus cuerpos no estaban conectando de la misma manera.
—Entiendo, Manuel. Lamento haber venido hasta aquí. El café estaba bueno —Delphine deja la taza sobre la mesa sin probarlo, se levanta y avanza con paso firme hacia la puerta.
Al dar la espalda, un escalofrío la recorre. Se siente ridícula, como si todo lo que había sentido fuera producto de sus estados de embriaguez, donde no distinguía la realidad. Está a punto de abrir la puerta cuando siente que Manuel le toma el brazo y se acerca a su mejilla, casi rozando su rostro; apenas percibe el olor varonil de su perfume.
—Señora Delphine, ella no sabe nada del sótano ni de nada. Lamento que usted sea su madre, pero es mejor que nos alejemos por completo. Lo que le está pasando a Verónica es que está embarazada, por eso nos casaremos.
Delphine queda petrificada ante las palabras de Manuel. Un nudo se forma en su garganta y sus nervios hacen temblar sus piernas. Apenas logra apoyarse en la pared con su brazo.
—Ahora lo entiendo todo, Manuel. En realidad, entre usted y yo no ha pasado nada. Adiós —logra recuperar el aliento y sale de allí con paso firme, sintiendo que su corazón late desbocado. Al menos su hija no la odiaba por haber coqueteado con su novio. Debe averiguar las razones reales.
De regreso a su casa, decide no darse por vencida. Quiere intentar hablar nuevamente con su hija, aunque no puede revelarle que ya sabe sobre su embarazo. Le dará indicios para que cuente con ella.
Al abrir la puerta, se encuentra con otra sorpresa: su esposo está hablando con Verónica, ni siquiera se percatan de su presencia, continúan la conversación como si nada.
— ¡Quiero que ella se vaya de aquí, papá! — Verónica hablaba con dureza sobre Delphine.
—Eso no será posible, querida. Ella permanecerá aquí, porque es mi esposa y la madre de tu hermano. Es la mujer de este hogar —respondió Guillermo con firmeza.
—Pero quiero que se vaya. No puedo tolerar compartir mi propio techo con una mujer que te es infiel y que te ha causado tanto daño, papá.
En ese momento, Delphine comprendió todo. Guillermo había tergiversado la verdad sobre ella para reconquistar el amor de su hija Verónica, tratando de ganarse su confianza y tenerla de su lado.
—Por eso no te preocupes, hijita. Tu madre aún me ama. Vamos a restaurar nuestro hogar.
Delphine carraspeó para llamar la atención. Ambos la miraron, pero Verónica se levantó abruptamente de donde estaban. Era evidente que no podía soportar estar allí. Le hizo un gesto de disgusto con la boca y salió de la habitación. Tal vez las hormonas del embarazo estaban teniendo un efecto negativo.