Manuel estaba convencido de que debía separarse lo antes posible de Veronica. Sus sentimientos por ella habían cambiado por completo y solo pensaba en Delphine. Aunque sabía que nunca podría tener una relación formal con ella, se negaba a mantener cualquier lazo con alguien a quien ya no amaba.
—Veronica, necesitamos hablar. Es importante que me des el divorcio. Ya no quiero seguir casado contigo —le deja un mensaje en el teléfono.
Ella lo ve inmediatamente y le responde:
— ¡Claro que sí! Pero ¿qué pasará con nuestro hijo? También es tu responsabilidad.
—Me encargaré de todo, no necesitas recordármelo. Incluso intentaré pasar el mayor tiempo posible con él.
—Está bien. Hablaré con mi padre para que se ponga en contacto con su abogado. Esos son asuntos de su competencia —le envía un guiño con el ojo, demostrando que para ella tampoco era importante seguir casada con él. Esto facilitaba las cosas y solo quedaba esperar los siguientes cinco meses de embarazo para resolver el problema.
Veronica se levanta de la cama, donde ha estado postrada desde que se enteró de su embarazo, y va directo a buscar a Guillermo, que casualmente ha llegado temprano del trabajo.
—Papá, necesito hablar contigo —se sienta en el sillón frente a él y lo enfrenta con determinación. Él solo levanta la mirada por encima de sus gafas y arquea las cejas con una expresión despectiva.
—No me vengas con tonterías otra vez sobre el bebé. No tienes idea de lo que soy capaz de hacer —recoge su periódico y la mira fijamente.
—Por favor. En este momento, solo puedo resignarme a tenerlo. Pero te advierto algo, papá. No puedes obligarme a ser madre. Es muy probable que el bebé termine siendo dado en adopción, o si su padre está de acuerdo, le entregaré la custodia.
—¿Estás loca o qué, Veronica? Si es para hablarme de tus tonterías, mejor déjame solo otra vez. No estoy de humor para escucharte. Así que sal de aquí.
—Ya sabes muy bien a qué vine, Manuel. No voy a andar con rodeos. Mi hija está embarazada y tú eres el responsable. No puedes simplemente desaparecer y pretender que todo se arregle solo. Tienes que hacerte cargo de tus responsabilidades —Guillermo habla con un tono autoritario, dejando claro que no va a aceptar excusas.
Manuel detiene su trabajo y mira a Guillermo con seriedad.
—Entiendo su preocupación, señor Guillermo. Pero créame que no tengo intención de abandonar a su hija ni a mi futuro hijo. Estoy trabajando duro para asegurarles un buen futuro.
Guillermo frunce el ceño, escéptico ante las palabras de Manuel.
—No me importan tus promesas, lo que me importa es que te quedes al lado de mi hija y de tu hijo. No voy a permitir que te desentiendas de ellos como si nada.
Manuel asiente, comprendiendo la gravedad de la situación.
—Entiendo su punto de vista. Haré todo lo que esté a mi alcance para cuidar de ellos, puede confiar en mí.
Guillermo lo mira fijamente, evaluando sus palabras. Por un momento, parece considerarlas.
—Espero que así sea, Manuel. Porque si te atreves a hacerle daño a mi hija o a tu hijo, te aseguro que no habrá lugar donde puedas esconderte.
Manuel asiente, tomando en serio la advertencia de Guillermo. Aunque sabe que no será fácil, está determinado a demostrarle que puede ser un buen esposo y padre.
—Mira, Manuel, necesito que dejes de lado la idea de divorciarte de mi hija. Ella ya me ha hablado sobre tus intenciones, y no estoy de acuerdo. Además, no pienso darte ni un solo centavo de la fortuna familiar —Guillermo enfrenta a Manuel con determinación, sin mostrar señales de ceder.
—El dinero no me interesa en absoluto. Estoy dispuesto a renunciar a todo. No tengo problemas con eso —responde Manuel, mostrando su determinación.
—No se trata solo de dinero. Un divorcio en este momento sería perjudicial, y no puedo permitir que mi hija quede desamparada con un hijo a cuestas —Guillermo lo desafía con la mirada, consciente de que está presionando los límites de Manuel.
—Nunca he considerado abandonar a su hija ni a mi futuro hijo. Me haré cargo de todo lo necesario para su bienestar. Pero no puedo seguir casado con ella. —Manuel se enfrenta a Guillermo con igual firmeza, sin mostrar señales de retroceder.
La tensión entre ambos se siente en el aire, pero ninguno está dispuesto a ceder. La situación amenaza con desbordarse en violencia, pero ambos contienen su ira.
—No te estoy amenazando. Simplemente te advierto que no debes meterte con mi familia, Manuel. —Guillermo sostiene su mirada con determinación.
—Entendido. Pero no puede obligarme a seguir casado con su hija. No hay amor entre nosotros. —Manuel responde con firmeza, dejando claro su posición.
Guillermo suspira, consciente de que la situación no será fácil de resolver.
—Tienes dos días para volver a casa. Después de eso, veremos qué sucede. —Guillermo se aleja, dejando a Manuel sumido en sus pensamientos.
Manuel se siente frustrado por la situación, pero está decidido a encontrar una solución que no lo obligue a permanecer atado a un matrimonio sin amor. A pesar de la presión, se mantendrá firme en su decisión.