En la casa de la familia Maseratti, se percibe una extraña calma, algo inusual considerando que siempre había estado llena de conflictos. Ha pasado una semana desde que Manuel se marchó de esa casa, y aunque Delphine trata de no pensar en él, se siente satisfecha por haber tomado lo que consideraba la decisión correcta, guiada por su sentido moral.
Inmersa en uno de sus intentos fallidos por ahogar sus penas en alcohol, y enfrentando la indiferencia de su familia, Delphine se sumerge en una botella de vino. No puede dejar de pensar en Manuel y en el momento mágico que vivieron juntos. Le desconcierta que él se haya ido de casa y teme no poder sobrevivir un solo día sin caer en sus brazos nuevamente. Aprovechando la ausencia de su esposo, quien está de viaje de negocios, y el hecho de que su hija está ocupada con su mejor amiga en la mansión, Delphine decide en un arrebato impulsivo buscar a Manuel.
Esta vez elige vestirse de manera sencilla, deseando dejar atrás las imposiciones de su esposo. Opta por unos vaqueros, una blusa semi ajustada, zapatos de tacón bajo. Su cabello cae en suaves ondas sobre sus hombros, y sus labios están pintados de rojo, aunque no tan llamativo como de costumbre. Sabiendo que Manuel es un hombre disciplinado y que estará en su apartamento a las siete en punto, sin dudarlo dos veces y sin necesidad de pedir permiso a nadie, toma un taxi. En unos treinta minutos, con los nervios revueltos en su estómago, está frente a la puerta del apartamento de quien se ha convertido en su obsesión.
Sube las escaleras hasta el sencillo departamento de Manuel y se queda frente a la puerta, indecisa sobre qué hacer. Por un lado, se muere por verlo, pero por otro, se había prometido a sí misma no hacerlo. Con un nudo en la garganta y el deseo intacto, se queda unos minutos parada allí, pensando si debe llamar a la puerta o no, hasta que se sobresalta al ver que la puerta se abre y Manuel la saluda con una sonrisa.
— ¿Te asusté? — pregunta Manuel al ver su expresión de asombro.
—Solo un poco. ¿Ibas a salir? — responde Delphine, señalando las escaleras con un gesto nervioso.
—No, solo tengo una pequeña cámara instalada sobre el marco de la puerta y vi que estabas aquí. ¿Has estado esperando mucho tiempo? — explica Manuel.
—No, solo unos minutos. Quería hablar contigo — admite Delphine, sonrojándose y bajando la mirada, nerviosa por su presencia.
—Adelante, estoy preparando algo de comer. Espero que no te moleste el olor de mi comida — invita Manuel, abriendo la puerta para que ella entre.
—No, por supuesto que no. Disculpa por interrumpirte — responde ella mientras se dirige hacia el sillón y se sienta, jugueteando con las asas de su bolso y con la voz entrecortada por los nervios.
—Huele delicioso… ¿Qué estás preparando? — rompe el silencio Delphine.
—Una lasaña. ¿Quieres probar un poco? Sé que no es lo que sueles comer, pero tengo mucha hambre y sería genial si me acompañaras — ofrece Manuel.
Aunque no era algo a lo que estuviera acostumbrada, Delphine no se perdería esa oportunidad. No le importaba romper su rutina alimenticia por un día para disfrutar de esa invitación.
—Por supuesto — responde Delphine con una sonrisa que ilumina su rostro mientras se dirige hacia donde está él. Se sienta en una de las sillas de la barra de la cocina, con una sonrisa que llega de oreja a oreja, mientras Manuel comienza a servir la cena. De repente, un apetito voraz despierta en ella como por arte de magia.
—Mira, aquí tienes. Espero que te guste. ¿Quieres refresco o agua fría? — ofrece Manuel.
—Dame un refresco, por favor. Creo que hace mil años que no tomo uno. Muero por probarlo — responde Delphine.
Manuel le sirve un refresco de cola en su vaso, y comienzan a comer. Delphine no puede dejar de saborear cada bocado, como si un experto chef hubiera cocinado solo para ella.
— ¿Te gusta? — pregunta Manuel, ofreciéndole un bocado directamente en la boca con su tenedor.
—Hum, eres el mejor cocinero que conozco — responde Delphine, chupándose los dedos delante de él. Manuel trata de evitar mirarla, encontrándola increíblemente sexy incluso al comer. Durante el resto de la cena, guardan silencio, ya que para Delphine, disfrutar de esa lasaña se estaba convirtiendo en un sueño. Cuando terminan, ella le agradece y se apresura a lavar los platos, pero él no la deja. Sabía que ella jamás lo hacía en su casa, y para él, era una reina perfecta, así que la atendería como tal.
—Bueno, creo que es hora de que me digas ¿qué quieres hablar conmigo, Delphine? — pregunta Manuel, secándose las manos con una toalla y mirándola profundamente. Para Delphine, cualquier movimiento de su parte en esa intimidad le causa estragos, y ahora se sentía peor que al principio cuando llegó.
—Manuel, es que… es que yo…
— ¿Qué pasa, Delphine? — interrumpe Manuel, deseando escuchar lo que ella también sentía, que no había un solo minuto en el que no pensara en ella.
—Yo... lo siento, tengo que irme — responde Delphine, apresurándose a tomar su cartera, pero Manuel la detiene.
—Ya estás aquí, no te niegues como siempre — dice Manuel antes de abalanzarse sobre ella y comenzar a besarla apasionadamente. Delphine siente vergüenza, no se había cepillado los dientes, y recuerda que para Guillermo el hecho de darse un beso después de comer era asqueroso, pero ahí está ella, mezclando su lengua con la de Manuel, quien, sin ningún tipo de timidez, comienza a devorarla.
Delphine sigue el ritmo de Manuel, y de repente, los dos están allí, en el sofá, desnudos, sin dejar de besarse. La intimidad que comparten va más allá del simple acto s****l; es algo que no se encuentra en ningún libro de erotismo. Delphine puede sentir cómo los besos de Manuel la empapan, cómo su vientre se estremece de excitación al sentirlo tan ardiente como ella. Están perdidos en un mundo propio, unidos por la pasión.
Manuel la colma de besos y caricias, y Delphine se sorprende de la intensidad y el placer que un hombre casi trece años menor que ella puede brindarle. En ese momento, siente que está experimentando el verdadero significado del hacer el amor, algo que nunca había sentido con su esposo. Con Manuel, cada roce es como tocar el cielo.
Después de adorar cada centímetro de su cuerpo como si fuera una obra de arte, Manuel se coloca sobre ella y la mira profundamente a los ojos. Ambos están embriagados de placer y, posiblemente, de amor. Sus movimientos son sensuales y están entregados completamente el uno al otro. En cuestión de minutos, alcanzan el clímax, y el sonido de sus gemidos llena la habitación. El sudor en sus frentes es la evidencia tangible de la pasión desbordante que comparten.
Ella está ahora encima de él, mientras Manuel acaricia suavemente su espalda con un dedo. Delphine siente como si estuviera en el paraíso, pero Manuel rompe el silencio.
— ¿Por qué has vuelto a mis brazos, Delphine? La última vez dijiste que debíamos terminar.
—No puedo dejar de pensar en ti. Aunque lo dije, no pasa un día sin que te tenga en mi mente. Siento demasiado por ti, Manuel. Perdóname.
—No tengo nada que perdonarte. Más bien, tengo que agradecerte por estar aquí. Te he extrañado demasiado. Durante los meses que estuve en tu casa y te veía todos los días, crecieron fuertes sentimientos por ti. Voy a divorciarme de Veronica. Entre ella y yo no hay amor. No tiene sentido seguir casados.
Delphine lo mira, consciente de la complicada situación en la que se encuentra, al tratarse de su hija. Sin embargo, responde como cree que es mejor.
—Si crees que es lo conveniente, debes hacerlo. Pero ten en cuenta que no la tendrás fácil con Guillermo. Te hará la vida imposible, de eso estoy segura.
—Voy a luchar por mi hijo, Delphine. Eso tenlo por seguro. Pero no puedo mantener un compromiso con una mujer a la que no amo, y que tampoco me ama a mí. Sabes cómo es eso.
—Lo sé. Siempre lo he sabido. — Ella le da un beso en el pecho, consciente de que su relación prohibida no puede ir más allá de esos momentos que comparten juntos. Aprovechan al máximo cada instante.
—Yo quiero estar contigo, Delphine. Quiero que tengamos una relación formal. Sé que es apresurado, pero siento que te amo y quiero que estés conmigo para toda la vida —Manuel dice con determinación. Delphine endereza su postura y lo mira, sorprendida por la noticia.
—No, Manuel, no puedo. Soy una mujer casada, además...
—¿Además qué? ¿Acaso soy pobre? —interrumpe Manuel—. Es eso, ¿verdad? Tú tienes todo el dinero del mundo, pero yo te ofrezco un amor sincero. Quiero que seas mi mujer y trabajaré muy duro para que sigas siendo una reina, porque lo mereces.
—No se trata del dinero, Manuel. Jamás me ha importado el dinero. Tengo dinero. Es que... soy casi 13 años mayor que tú. Entre nosotros todo sería imposible. Acabas de ser el esposo de mi hija, aunque no sea mi hija biológica, hay un vínculo familiar. Mi familia se dañaría mucho y además, ¿qué dirán?
—¿Qué? ¿Es eso, el qué dirán? —Manuel se levanta abruptamente y busca su ropa.
Delphine, molesta por su reacción, se viste rápidamente.
—Manuel, tengo que irme —dice, intentando despedirse.
—Piensa las cosas, Delphine. No estoy dispuesto a estar en una relación a escondidas. Y mucho menos pienso seguir casado con tu hija. En dos días tendré los papeles del divorcio —él afirma con firmeza. Delphine asiente, sintiéndose confundida mientras nota que la situación se está volviendo incontrolable.
Ella sale del apartamento de Manuel, sintiéndose agotada y confundida. Necesita volver a casa y descansar, aunque no sabe si llorar o reír.