En la mansión Maseratti, todo giraba en torno a Veronica, su bebé y especialmente su discapacidad. Una tarde, regresaba de un control médico con Manuel. Ese día, les habían revelado el sexo del bebé. Debido a su condición, decidieron no organizar la típica fiesta de bienvenida del bebé, limitándose a celebrarlo en familia.
Manuel empujaba la silla de ruedas de Veronica cuando abrieron la puerta de la mansión. Delphine estaba sentada viendo un programa de farándula en la sala de estar. A pesar de ser ignorada por todos en la casa, su amor por su hija no cambiaba y le alegraba saber que esperaban un bebé.
—¡Ay, hija! ¿Cómo les fue? ¿Qué están esperando, un niño o una niña? —preguntó, levantándose de la silla dispuesta a recibir la noticia. Veronica la miró con desprecio y simplemente la ignoró. Manuel, por otro lado, decidió responder:
—Nos fue muy bien, señora Delphine. Estamos esperando una niña —respondió con cortesía. Los ojos de Delphine se llenaron de felicidad y se acercó para abrazar a su hija, pero Veronica la apartó con sus brazos.
—Mire, señora, usted tiene prohibido acercarse a mí o a mi bebé. No quiero verla en esta casa. Hablaré con mi padre para que la eche de aquí —dijo Veronica con frialdad. Las palabras de Veronica hirieron profundamente a Delphine, quien, sin pensarlo dos veces, le dio una bofetada. Veronica, apenas sintiendo el golpe, se enderezó en su silla de ruedas y agarró el cabello de Delphine con una mano mientras le rasguñaba el rostro con la otra.
—¡Mira, estúpida! ¡No te atrevas a meterte conmigo! ¡Lárgate de mi casa! —gritó Veronica, completamente furiosa y sin control de sus acciones. Manuel se acercó y las separó.
—¡Basta, Veronica! ¿Qué estás haciendo? Ella es tu madre —gritó Manuel, poniéndose en medio de las dos. Veronica estaba cegada por su orgullo y su odio hacia su madre, sin control de sus malas actitudes hacia ella.
— ¿LA ESTÁS DEFENDIENDO? —Veronica se desata contra su esposo, mirándolo con ira. Intenta golpearlo, pero su discapacidad se lo impide, así que comienza a gritar e insultarlo.
— ¡Ya, Veronica! ¡No más! ¡No puedo más contigo! ¡Estoy harta de tus actitudes! No te he hecho nada para que me trates así. Lo único que he hecho es sacrificarme por ti. Y sabes qué, malcriada, haz lo que te dé la gana. ¿Sabías que tu padre te está manipulando?
— ¿Manipulándome, Delphine? La que parece querer manipularme eres tú. Y eso no lo voy a permitir. Y después de golpearme, quiero que te marches de aquí —grita Veronica, llenando el lugar con sus gritos.
Los pasos de Guillermo se escuchan desde el segundo piso. Esa tarde ya había llegado del trabajo y los gritos llenaron el lugar.
— ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué están peleando ustedes dos? —Guillermo está furioso.
—Es que tu mujer me ha golpeado. Ni siquiera respeta mi embarazo, papá —Veronica se presenta como víctima ante su padre.
— ¿Es cierto, Delphine? —la mira con desconfianza.
—Sí, le di una bofetada. Pero es que ella ya no me respeta. He perdido toda autoridad y amor sobre ella como madre. Desde que tú dijiste que yo no era su madre biológica, me trata de la peor manera y tú lo has permitido —responde Delphine, defendiéndose.
—Mira, Delphine, ¿no ves cómo está nuestra hija? —interviene Guillermo.
— ¡Que ella no es mi madre, papá! —interrumpe Veronica.
—Cállate, muchacha. Te guste o no, ella te crió como tu madre, aunque no sea la biológica. Pero, Delphine, te prohíbo que vuelvas a meterte con Veronica, y menos en ese estado. Si ella quiere denunciarte, puede hacerlo —sentencia Guillermo.
La expresión en el rostro de Delphine es un poema. No comprende la actitud de Guillermo. Si bien es cierto que el maltrato no está bien, el irrespeto tampoco lo está, y una bofetada no es motivo para que él le diga eso. Ella solo sacude la cabeza y, con la boca entreabierta, sale corriendo por las escaleras hacia su habitación.
—Veronica, evita pelear con Delphine. Tampoco tienes derecho a tratarla mal cada vez que quieras —interviene Guillermo.
—Mira, papá, o Delphine se va, o me voy yo. Aunque tengamos que vivir en la calle, no soporto más esta situación con esa mujer —responde Veronica, decidida.
—Pero ¿qué estás diciendo? Esa no es una opción. Ella es mi esposa y tú eres mi hija. Ella es tu madre —interviene Guillermo, sorprendido por la sugerencia de Veronica.
—Las condiciones están dadas, porque no puedo soportar un día más cerca de esa mujer —insiste Veronica, sin respetar el parentesco con Delphine.
Guillermo sube a la habitación para hablar con Delphine y la encuentra alistando sus maletas.
—¿Qué estás haciendo, Delphine?
—Me largo de esta casa. Ya no quiero estar aquí —responde ella, sin mirarlo, continuando con sus preparativos.
—¿Cómo que te vas? ¿Estás loca? Eres una mujer casada, ¿qué te pasa?
—¡Por lo que te importa a ti lo que me esté pasando! Me largo de aquí y ya está decidido.
—Pues entonces te largas, pero no tendrás acceso a un solo centavo de mi dinero. Estás advertida. Así que mira cómo te las arreglas.
—Eso está por verse, Guillermo. A mí me corresponde dinero por todos los años que hemos vivido juntos. No creas que soy estúpida —lo desafía Delphine con la mirada.
Guillermo, bastante molesto, le da una bofetada. Ella apenas toca su mejilla con la mano y una lágrima cae de sus ojos. Luego, toma lo que ha preparado, un par de maletas con lo básico, y pasa por su lado empujándolo, saliendo de la casa.
Con dificultad por el peso de las maletas, Delphine baja las escaleras. En la sala, Manuel está sentado, impresionado por todo lo que está pasando, pero sin derecho a opinar una sola palabra, sintiéndose culpable.
—¡Delphine! ¿Te vas? —se levanta de inmediato y la enfrenta Manuel.
—Tú ni me hables. Si me largo de esta casa, será para que todos puedan ser felices sin mi presencia.
—Pero, ¿cómo así? No tienes que irte. Aquí quien tiene que irse soy yo, bueno, Veronica y yo. Dame un par de meses, ya estoy resolviendo. Esta es tu casa.
—Tú jamás lo vas a entender, Manuel. He vivido más de veinte años sin tener ni hacer una vida bajo un techo que jamás ha sido mi hogar —lo deja ahí, sin permitirle decir una palabra más, y sale.
Manuel simplemente se queda mirando la puerta. La vida de la persona que quería con el corazón se estaba desmoronando poco a poco, y él parecía ser testigo de lo peor. Lo peor de todo es que ni siquiera podía consolarla.