Capítulo: Mía

1260 Words
¿Cuánto puede latir un corazón antes de enloquecer o explotar? Esa preguntaba oscilaba en la mente de Saya, una y otra vez. El gran jefe Savir estaba frente a ella, parecía medio ebrio, pero no tanto como para dar tumbos. Se desvestía con lentitud, delante de ella, como si fuera una sentencia que disfrutaba hacer, sin un atisbo de vergüenza, quizás, después del encuentro en esa sauna, no existía ya mucha vergüenza entre los dos, al menos no para él. Saya, en cambio, seguía muriendo de pena, cerró los ojos y recordó que esto iba a pasar, porque ahora era una esposa, y las mujeres estaban destinadas a esto. Saya pensó en otras mujeres, aquellas que conoció que se habían casado con hombres muy viejos, trato de convencerse de que su suerte era mejor. Pero, entendió que burlarse de destinos ajenos, no haría que el suyo fuese mejor. Cerró los ojos y los abrió con rapidez, aquello se sentía tan irreal, hasta que lo encontró completamente desnudo frente a ella. Sus mejillas estaban calientes, igual que su cuerpo. Le pareció extraño temblar sin sentir frío. No evitó, aunque quiso, admirar esa figura ante ella; Savir era alto, de piel canela clara, tenía un cuerpo varonil muy definido, con abdominales perfectos por años y años de trabajo duro para la aldea; era un cuerpo natural, fuerte, tonificado. Cierto vello corporal cubría sus piernas, y también en su virilidad, que estaba erecta en toda su magnificencia. Era grande, bien dotado. Savir subió a la cama, la miraba como un depredador a su presa. Aunque quisiera negarlo, Savir la deseaba con fuerzas. Saya se aferraba a esa manta, pero él se metió debajo de ella. Pronto estuvieron frente a frente, sus miradas se encontraron, ella temblaba, él podía sentirlo. Se acercó lentamente a su oído, ella puso sentir su respiración, su cálido aliento sobre su piel. —Tranquila, pequeña, ahora me perteneces. Sus miradas se encontraron. Savir llevó su dedo a su boca. —Abre la boca. Ella quiso negarse, al final cedió, abrió los labios, y su dedo índice entró en su boca. Él sintió la humedad, su lengua lo acarició, sus ojos se encontraron. Savir sintió deseos de penetrarla ya mismo, anhelaba saber que se sentiría estar dentro de ella. Sacó su dedo de su boca y lo deslizó lentamente por su mentón, hacia su cuello, siguió deslizándose por su pecho y por su abdomen, hasta su vientre. Ella abrió tanto los ojos, y él siguió el camino hacia su intimidad, acariciando con suavidad hasta sentir la humedad que comenzaba. Saya bajó su mano por instinto, lo detuvo. Savir poseyó sus labios, era un beso voraz, su lengua la acarició, hasta dejarla sin aliento y escuchar ese claro gemido. Él detuvo el beso. —¿Quieres saber qué pasará? —exclamó con voz gruesa y sensual. Los ojos de Saya bullían de curiosidad, él sonrió al notarlo. Continuó. —Me adentraré en tu mente y en tu cuerpo, seremos uno solo. Savir volvió a besar sus labios con apremio. Luego, sus labios abandonaron su boca, se deslizó a su cuello, Saya se tensó, esos besos en su piel la alteraban, era una sensación diferente. Savir siguió besando su cuerpo, hasta que su boca capturó uno de sus pezones, acariciándole con su lengua. Saya intentó alejarlo, pero la sensación solo la abrumó, no pudo hacer más que cerrar los ojos, disfrutó de esa caricia. Su cuerpo comenzó a reaccionar. —¿Te gusta? Ella abrió los ojos al escucharlo, sus miradas se encontraron, ella se negó a responder. Pero, él insistió. —No. Él sonrió. La mano de Savir se deslizó a su entrepierna, sus dedos se situaron ahí, acariciándole con suavidad. Ella no pudo más, pidió que se detuviera. —¿Por qué? Dime, ¿No te gusta? Ella no pudo decir que no le gustaba, no pudo decir nada. El hombre siguió su caricia. Mientras sus labios chupaban sus pezones como un bebé sediento. Saya sintió que el placer la atravesaba, no había nada que pudiera hacer más que rendirse a ese goce. Por un instante dejó de pensar, si ese hombre era un salvaje, ella solo podía ceder a él. El primer gemido se liberó de su boca, cuando antes quiso callar. Pero fue ese sonido que excitó a Savir. Nunca un gemido fue música sensual para sus oídos. Sus dedos siguieron acariciando esa zona sensible que sabía que la haría enloquecer, ella estaba tan húmeda, que podía escucharlo. —¿Me quieres dentro, mi reina? Ella gimió cuando él acercó sus labios a su boca, fue casi como gritar un sí. Sus miradas se encontraron. Él la besó. Savir tomó su virilidad y la acercó a su entrada, la acarició contra esa zona, haciéndola jadear. La mujer se arqueó, estaba lista para recibirlo. Savir sonrió, sentía su hombría, latir y endurecer, si ella hubiese sido cualquiera, la hubiese hecho suya con rapidez pensando en su placer, pero esa mujer le hizo sentir un adicto deseo de tocar cada rincón de su piel. Savir le abrió las piernas, Saya dejó caer la cabeza, mientras su intimidad era exhibida por completo ante él. Savir intentó penetrarla, pero ella lanzó un quejido. El placer fue reemplazado por dolor. —¡Duele...! —gimoteó. Sintió como la mano de Savir acarició su rostro con suavidad. Su mirada era tan lujuriosa y ardiente que la podía quemar. —Solo un poquito, prometo que nunca más dolerá, prometo que te gustará. Confía en mí —dijo Savir con voz suave. Sus miradas se encontraron por un breve instante. ¿Quién era ese hombre? Justo ahí ya no parecía tan salvaje y cruel. Ella asintió. Savir volvió a acariciar su entrada con su virilidad, ella jadeó ante la sensación placentera, pero volvió a sentir la presión y el dolor. Savir no se detuvo, empujando con más fuerza, se acercó a ella, besó sus labios con ardor, Saya correspondió. Ella se quejó y clavó su uña en su brazo, hasta que de pronto sintió como la penetró. Ella lanzó un quejido, por un instante Savir se quedó muy quieto, esperando que ella se adaptara a tenerlo en su interior. Sonrió. Y comenzó a moverse, primero muy lento, un ligero placer la invadió, ella se recostó, jadeó, arqueándose. Savir abandonó la calma, la necesitaba con una pasión desenfrenada. Comenzó a embestirla cada vez más fuerte, la hizo gemir con descontrol, el placer fue intenso, Saya no podía contenerse. Él sonrió. Se movió más rápido, más intenso, los sonidos de su humedad chocaban. Savir perdió la cordura y ella también, en esa cama, esos cuerpos se entregaban en un goce incontrolable. Ella gemía, jadeaba, suplicaba por más, ya no se reconocía, ya no pensaba, ella se abrazó a él, clavó las uñas en su espalda al sentirlo tan poderoso. —¡Savir...! —gimió al sentir espasmos de placer que la estremecieron, era como alcanzar la gloria. —¡Mía! —murmuró al morder su cuello, mientras ella lo soportaba Él siguió embistiéndola, más y más hasta que ella gimió y jadeó, ella se corrió, pudo sentir su líquido caliente. Un segundo después, Savir tembló sobre su cuerpo, gimió al sentir el orgasmo. Besó sus labios, sonrió. Savir salió de ella, se acostó a su lado. Por un instante ambos miraron al techo, sus cuerpos estaban extasiados. Savir miró a la mujer de reojo, que ya estaba casi dormida. «Ella no es Maeve, pero este placer jamás lo sentí antes, ¿Qué estás haciendo conmigo, Saya?», pensó
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