Capítulo: Soy la esposa del jefe

1546 Words
Caminaron hasta el jardín trasero, era un lugar enorme, llegar hasta el otro extremo les tomó casi diez minutos. Al llegar, los guardias abrieron las puertas y caminaron por una alfombra roja. Mientras las personas estaban ahí, era gente del séquito de la tribu, lanzando pétalos de rosas sobre sus pies. —Sonríe —murmuró Savir. La novia, enfundada en el vestido rojo de terciopelo, con el largo velo y la trenza en el cabello, sonriò a todos. Savir no sonriò, pero su gesto se volvió màs relajado. Llegaron hasta un vasto jardín, donde estaba el consejo de ancianos y la sacerdotisa, quien los llevó a pararse sobre un círculo de rosas. Había un altar adornado por un círculo de flores, orientado al norte. Sobre cada punto había una antorcha encendida, un cuenco con sal y otro con tierra. Una dama trajo un ramo de violetas para Saya, ella lo tomó en su mano. La sacerdotisa, que llevaba consigo incienso, y un polvo extraño, lo lanzó encima de ellos, hizo raros sonidos, y luego alzó sus manos al cielo. Recitando unas palabras incomprensibles. —Dios Dagda, escúchame, ¡Oh, Dios Dagda, escúchame! Estamos aquí presentes para atestiguar a dos almas que se unen para que sus fuerzas y cualidades se dupliquen y suplan sus carencias con el apoyo del otro —dijo la sacerdotisa con los brazos hacia el cielo claro. Los demás invitados estaban en círculo alrededor de Saya y Savir, cerraron los ojos. —Hago un llamado a la paz —dijo la sacerdotisa, girando a cada dirección—. Que haya paz en el este, así sea. Que haya paz en el sur, así sea. Que haya paz en el oeste, así sea. Que haya paz en el norte, así sea. Que haya paz a través de todos los mundos y las realidades. Que mi Dios Dagda así lo quiera. La mujer se acercò a la pareja, y tomó sus manos, entrelazándolas en forma del símbolo infinito, cruzando la mano derecha de uno, con la mano izquierda del otro. —Lady Saya, ¿Une su vida al gran jefe Savir con libertad? Saya sintió un nudo en la garganta, pero habló tan rápido como pudo reaccionar. —Sí. —Gran jefe, Savir, jefe de jefes, ¿unes tu vida a Lady Saya con total libertad? Por un instante, Savir se quedó callado, ese instante fue eterno, èl pensaba en Maeve, podía imaginarla ahí, atestiguando su traición. —Sì —dijo y los ancianos respiraron con alivio. La sacerdotisa unió sus manos con un hilo rojo. Es hora de hacer la promesa de amor a los esposos, a nombre de nuestro amado Dios Dagda. Savir pensó que Saya no sabìa esa promesa. Rompió la tradición y comenzó èl. ——Saya Morrigan; tú saltas, yo salto, tú caes, yo te levantó, tú ardes, y yo quemó el mundo por ti, tú me guías, yo te ilumino, tú gritas, yo soy tu eco, eres mi suerte, yo soy tu alma, por cada día en esta tierra, por cada estrella; en viento, en el sol, en esta vida y en todas las que viva, te encontraré, te amaré con la fuerza del sol, con la fe de Dios Dagda y con el amor del universo. Así sea. ——Savir; tú saltas, yo salto, tú caes, yo te levantó, tú ardes, y yo quemó el mundo por ti, tú me guías, yo te ilumino, tú gritas, yo soy tu eco, eres mi suerte, yo soy tu alma, por cada día en esta tierra, por cada estrella; en viento, en el sol, en esta vida y en todas las que viva, te encontraré, te amaré con la fuerza del sol, con la fe de Dios Dagda y con el amor del universo. Así sea. —¿Juran traer paz, amor, y felicidad a su unión? —dijo la mujer —Lo juro. —Lo juro —aseveró Savir Luego la anciana Lynn trajo esa vela, juntos encendieron la llama. Los invitados aplaudieron, esperaban ese beso. Ellos se miraron fijamente. Savir pudo sentir que ella temblaba, podía notarlo, se acercò lentamente, y rozó sus labios en un dulce y breve beso. La fiesta que siguió duró por toda la noche. Estaban en un salón del castillo. Una música comenzó cuando Kendra fue al centro y comenzó a bailar. La mujer bailaba con gran descaro para Savir y èl fijó su mirada en ella. Saya se puso roja hasta las raíces, no sabìa qué hacer, ni dónde esconderse. Ya los ancianos miraban a la mujer con furia, mientras los hombres màs jóvenes admiraban y aludían. La mujer parecía buscar ser la tentación de Savir. Saya sintió que ardía en celos. Sonrió con cinismo para intentar apaciguar su rabia. Tomó la mano de Savir que, al sentir su toque, se giró a mirarla, confundido. Ella le sonriò. —Baila muy bien su examante, ¿no lo cree? Savir se echó a reír. —¿Te gustaría bailarme así? El rostro de Saya se enrojeció de rabia. —Tal vez ella vaya a bailarle. —Puede ser, tal vez, màs noche, vaya a buscarla a su cama. Los ojos de Saya le miraron perplejos, hubo un dolor en su mirada y Savir pudo notarlo. Ella desvió la mirada, sin demostrar nada, mientras Kendra seguía retorciéndose como un gusano en sal. —¿Celosa? — susurró el hombre en su oído. —Para nada, al contrario, estoy agradecida. Savir frunció el ceño. —¿Agradecida? ¿Y a que debemos su gratitud, Morrigan? —Si va a la cama de esa mujerzuela, mi cama estará libre de usted, me considero afortunada. La sonrisa de Savir se borró, luego volvió a sonreír. Savir bebió su copa, y sus ojos relampaguearon de una forma rabiosa. Pidió que llamaran a la dama principal de Saya. La mujer se acercò. —Lleve a Morrigan a nuestra habitación, que me espere cómo debe esperar una esposa a su hombre. Savir disfrutó decir esas palabras, y sonriò, mientras el rostro de la pobre Saya se desconcertaba. Saya se levantó y fue con la dama, mientras todos se levantaban para despedirla. Otro grupo de mujeres bailó y Kendra salió de ahí. La mujer corría para alcanzar a Saya y, cuando lo hizo, se acercò a ella tanto que la dama se quedó perpleja. —Lady Saya, ¿ya lo sabe? Volveré a la cama real, no hay nada que pueda evitarlo, podrá ser la esposa, pero siempre seré una sombra. Saya se giró a mirarla, sus ojos fueron feroces. —¿Quién eres tú para mirarme a los ojos? ¡Ahora soy una Morrigan! ¡Guardias! Azoten a esta mujer, que no es respetuosa con su Morrigan. La mujer fue llevada al suelo y le dieron un buen azote, ella chilló del dolor. Saya sonriò maliciosa, luego se alejó de ahí. Incluso su dama, se quedó perpleja ante su actitud. Saya no sintió ninguna compasión por esa mujer, porque pensó que si ella estuviera en su lugar haría lo mismo. Al llegar a la habitación, Saya temblaba de miedo, su dama estaba consigo. Entró la curandera y trajo ese té. —Bébalo, mi Morrigan, es un té para calmar los nervios, es una orden de Lady Lynn. Saya observó el té, lo bebió con rapidez, era amargo pero lo soportó. La curandera la mirò triste, pero nada pudo hacer, luego se fue, dejando a Saya con su dama. —¿Qué debo hacer? —exclamó, mientras su corazón latía como un condenado a muerte. —Cálmese, Morrigan —dijo, haciéndola una suave reverencia. —¿Sabes qué pasará? Porque no sé nada —dijo Saya con los ojos casi al borde del llanto. La mujer asintió. —Debe desnudarse, y recostarse. Cuando el jefe llegue, él irá a la cama a su lado. Los ojos de Saya se abrieron incrédulos. Pensó en que, no era la primera vez que estaría desnuda delante de Savir, pero eso no era lo peor que esta vez debía ocurrir. Ella tomó sus manos con fuerza. —Dime la verdad, ¿qué pasará? ¿Será tortuoso? La mujer humedeció los labios. —Depende, mire, puede cerrar sus ojos, y dejé que el jefe haga lo que deseé. A veces duele un poquito, pero pasará; además, no dura mucho, mi Morrigan, solo sea paciente. Ella asintió. —¿Ya debo desnudarme? La mujer asintió. —Sí, no sabemos cuándo volverá, y, no sé si èl llegue a tiempo. —¿Ya debo dormir aquí por siempre? —Solo si el jefe lo decide, de lo contrario, yo permaneceré en la sala de los criados, y si me necesita, de inmediato vendré. Saya asintió. La mujer ayudó a que se desnudara, luego la ayudó a meterse en la cama ya hecha, la envolvió en esas mantas calientes. Luego de una reverencia, la mujer se fue. Saya tuvo mucho miedo. Esperaba, hasta que casi se quedó dormida. De pronto, escuchó unos pasos, abrió los ojos y vio a ese hombre caminando por la habitación. —Despierta, esposa, no es hora de dormir, es hora de que seas mía —dijo con voz grave. Saya sintió miedo, observó cómo el hombre se quitaba la ropa frente a ella.
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