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Sustituta de tu amor

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Saya y su familia son tomados como rehenes por los guardias del rey.

Desesperados, tratando de escapar, son salvados por Savir, el poderoso jefe de la tribu Dagda.

Para pagar por su gratitud, el padre de Saya acuerda un matrimonio con su hija mayor, sin pensar que no podrá cumplir con esa deuda, ya que su hija será casada con otro.

Ahora, Saya debe ocupar el lugar de su hermana y casarse con Savir, un hombre que le parece salvaje y cruel.

Saya no solo será la novia de reemplazo, también será la sustituta del amor de Savir, quien ha jurado no amar a nadie que no sea su difunta esposa.

¿Podrá Saya demostrar que ella no es sustituta de nadie y es la única dueña de su amor?

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Capítulo: Una jaula de hierro
Saya se encontraba absorta, cuestionándose la realidad de su situación. Un pellizco en su antebrazo le trajo un dolor que confirmó sus temores. Estaba encerrada en una vasta jaula de hierro junto a su padre y su hermana Anika; su hermano Elric había cometido el error fatal de raptar a la hija del rey Kadir I de Green Field. Ahora, su familia era rehén, una moneda de cambio para que Elric devolviera a la princesa raptada. Su padre, Lord Sallow, era un hombre acaudalado y respetado, amado por su pueblo. ¿Cómo habían llegado a tal infortunio? Los sollozos de Anika rompieron el silencio. Saya la observó; aunque solo le llevaba dos años, eran como la noche y el día. Saya era conocida por su fortaleza y rebeldía, según su madre, mientras que Anika era la personificación de la dulzura y la sumisión. De pronto, un hombre se aproximó con una oferta engañosa de agua. Saya, instintivamente, retrocedió. El hombre rio ante su miedo, y sus compañeros se dispersaron, dejándolos solos en la jaula. El hombre, con una mirada lasciva, intentó seducir a Saya con el agua de su ánfora. Aunque su padre fingía dormir, Saya no estaba sola. El hombre sujetó su cabello oscuro, derramando el agua al suelo en un acto de burla, antes de forzar un beso. Saya, repugnada, pero resistente, soportó el asalto. El grito de Anika despertó a su padre. En un destello de astucia, Saya deslizó el cuchillo del cinturón del hombre, sin que él se percatara. El padre de Saya avanzó con furia contenida, listo para atacar, mientras Saya, aún atrapada por su cabello, arañó los ojos del hombre con sus uñas. Él estuvo a punto de gritar, pero ella sofocó su voz con una mano firme sobre su boca. Su padre, al ver el cuchillo, no vaciló en clavarlo en el pecho del hombre. Ya con el hombre en el suelo, su padre registró sus bolsillos y encontró las llaves de la jaula. Con un movimiento rápido, lo arrojó al suelo. Saya intercambió una mirada con su padre; ambos sabían lo que tenían que hacer. Él abrió la puerta con sigilo, evitando ser descubiertos. Una vez abierta, la única opción era correr. Saya tomó la mano de Anika, quien temblaba. —Tengo miedo —susurró Anika. —Silencio. Corre por tu vida, sin mirar atrás, sin importar si papá o yo estamos contigo. ¿Entendido? —instruyó Saya con firmeza —¿Me protegerás, Saya? —Siempre —respondió Saya, con una promesa en sus ojos. —¡Ahora! —exclamó su padre, y sin más preámbulos, se lanzaron a la carrera. El eco de sus pasos alertó a los guardias del rey, que comenzaron a perseguirlos con gritos estridentes. Eran muchos, y la posibilidad de escape parecía remota, pero Saya recordaba las palabras de su padre: “Es mejor morir luchando que vivir de rodillas”. Corrían impulsados por la desesperación, con su padre cubriéndoles la retaguardia. Los guardias se acercaban peligrosamente, armados con arcos y flechas, disparando sin cesar. El miedo los envolvía, pero la adrenalina los empujaba a seguir adelante. No muy lejos, la tribu Dagda recolectaba bayas, hierbas y hongos, mientras otros cazaban para proveer a su gente. Entre ellos estaba Savir, el jefe de la tribu, cuyas tierras habían ganado por derecho de una batalla ancestral. Savir, con su aguda percepción, captó la presencia de extraños y, con un gesto, silenció a sus hombres. Eran pocos, apenas diez, pero cada uno era un guerrero desde la cuna, listos para la batalla. Los hombres de Savir se dispersaron, camuflándose entre la vegetación y los árboles, aguardando la revelación de la amenaza. Anika corría sin cesar, seguida de cerca por Saya y su padre. Una flecha surcó el aire, impactando en la pierna del hombre, que cayó con un grito de dolor. Saya se detuvo, volviendo sobre sus pasos para ayudar a su padre. Él, atrapado en el dolor, luchaba por ponerse de pie. —¡Vete sin mí! —exclamó con desesperación. Pero Saya no podía abandonarlo. Los enemigos se acercaban rápidamente. Saya buscaba frenéticamente algo con qué defenderse, bajo la atenta mirada de Savir. Anika, abrumada por el miedo, rompió en llanto, suplicando por ayuda. Saya, al ver a un jinete acercándose, tomó un tronco y, con todas sus fuerzas, lo arrojó contra él, derribándolo del caballo. Intentó repetir la hazaña con otro enemigo, pero falló. El hombre descendió de su montura y se abalanzó sobre ella. Saya luchó valientemente, pero fue desarmada y abofeteada. —¡Corre, Anika! —gritó Saya. Anika, paralizada por el terror, apenas logró moverse, mientras otro hombre la perseguía. El atacante se lanzó sobre Saya, y su padre recibía golpes de otro guardia. El hombre sobre Saya no era otro que el campeón del rey Kadir, el guerrero más temido. Savir observó la escena con una claridad helada. Reconoció al campeón del rey, un viejo adversario al que una vez había derrotado. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro al recordar aquel triunfo pasado. —¡Voy a darte tan duro por tu culo, pequeña zorra, que vas a gemir como perra en celo! El hombre intentó desgarrar su ropa, ella gritaba, lo rasguñaba, se defendía como podía. Los Dagda estaban en silencio, con la rabia hirviendo en su sangre, no podían soportar eso, cuando su pueblo pasó por algo tan horrible. —¡Ayuda! ¡Dios Dagda, no nos abandones! ¡Dios Dagda! —exclamó el padre en el suelo. Sus palabras fueron suficientes, Savir miró a su gente. —¡Peleemos! —dijo y saltó fuera de la hierba, haciéndose presente ante sus enemigos. Los guardias no lo esperaron. Lucharon contra ellos, los guerreros de la tribu Dagda eran feroces, diestros combatientes que aprendieron de errores pasados; hábiles con las flechas y espadas. Uno a uno, los enemigos fueron masacrados, los guerreros de Dagda estaban por acabarlos. El guardia volvió con Anika, la arrastraba por el suelo del brazo, la chica chillaba, suplicaba por su hermana y padre, Byron, la mano derecha de Savir, se abalanzó contra el hombre cortando su garganta con la espada. Anika chilló al ver la horrible escena, pero Byron rio de ella. —Ya estás a salvo, es gracias a mi jefe —dijo Byron Anika estaba en shock, no entendía nada. *** Yulak, el guardia del rey, tomó a Saya del cuello, como si fuese su escudo. Savir sonrió frustrado. —¡Eres un cobarde! ¿Y te llamas guerrero? Tú y tu rey no conocen lo que es honor, son unas bestias, unos bastardos ¿Matarás a la chiquita en vez de enfrentarte a mí? ¡Cobarde! Yulak se calentó la sangre, lanzó a la chica a un lado. Saya se escabulló, cuando los escuchó gruñir. Espada contra espada lucharon por herirse. Saya solo pudo mirarlos, y se arrastró hasta llegar a su padre. —¡Papá! —Estoy bien… —balbuceó, y Anika fue con ellos, sollozando, asustada. Savir dio una patada al estómago del hombre, Saya lo observó, era realmente un hombre fuerte, Yulak se levantó, quiso contraatacar, no pudo, cuando la espada de Savir le hirió de forma diagonal en el brazo. El hombre cayó al suelo, gritó del dolor. Savir sonrió, lanzó una moneda de hierro enmarcada con su rostro. —¡Dile a tu rey que no vuelva a pisar las tierras que son Dagda, o morirá como su hijo! —sentenció Savir caminó hacia Saya, sus ojos se encontraron, por un instante hubo algo extraño en su mirada, era resplandeciente, se sostuvieron la mirada intensamente. —¡Cuidado! —exclamó, señalando detrás de él.

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