Capítulo: Promesas en mi nombre

1244 Words
En el castillo. Saya estaba asustada, no pudo dormir nada, salió de la habitación y escuchó a los ancianos hablar. —Iremos a hablar con la rebelión, sabremos las demandas y daremos una solución —dijo Lynn —De todas maneras, la rebelión no es fuerte, con el ejército de Dagda se ha podido contener. —dijo el anciano Byle. Pronto, todos fueron hasta ahí, no se dieron cuneta de que Saya los seguía. —Lady Saya, es mejor que permanezca en su alcoba —dijo su dama Alyra. Saya siseó, y siguió el camino, mientras la mujer la perseguía. Entró por un pasillo que la llevó justo a un podio que quedaba frente a las personas de la rebelión que ya estaban amansados, contenidos por los soldados. Saya escuchó cómo todos repetían lo mismo, ella era la devastación de la tribu, quitaría a las concubinas, matándolas o enviándolas como esclavas de los reyes Hank y Kadir, además a los esclavos les bajaría el sueldo. Ella estaba perpleja ante sus palabras. Saya decidió enfrentarlos, al menos acabaría con las mentiras contadas sobre ella. —Soy Saya Sallow, la misma Saya de la que se han vertido mentiras, porque es una gran mentira que yo mataría a alguien o que yo lastimaré a los esclavos, ¡es todo mentira! La rebelión se embraveció, los ancianos quisieron callarla, pero Saya estaba tan férrea, que Lynn la apoyó. —Déjenla que hable. —Yo seré la esposa del jefe Savir, será lo que debe ser cualquier mujer, la sombra de mi marido, cuidaré a quien èl me pida cuidar, y amaré a quien me pida que ame. Pero, nunca dañaré a ningún humano. —¿Y qué hay de las concubinas? La tribu Dagda no permite que haya concubinas para el jefe, ¿qué hará con nosotras, futura Morrigan? —exclamó una concubina. —Tenemos planes para ustedes —dijo Saya Todos estaban confusos. —Casaremos a las concubinas con nuestros mejores guerreros, la tribu Dagda tendrá unas nuevas tierras, y serán ustedes quienes vayan a poblarla, porque confiamos en que ahí, harán su hogar, y ayudarán a ampliar a la familia Dagda. Ustedes y yo, no somos enemigos, podemos empatizar màs que nadie. Tal vez nuestra cuna no nació en Dagda, pero, elegimos amarlo y eso es màs fuerte que nada. Lynn observó cómo la rebelión fue contenida, luego de eso, quedaron conformes, fueron llevados a sus áreas de trabajo, pero, los guardias se mantuvieron vigilando. Saya fue a la habitación real del jefe, iba a recoger su abrigo, observó el lugar, ya había estado ahí antes. Pero, vio al fondo, tras una cortina, un lugar que se iluminaba por el fuego de una vela. Fue hasta ahí. Y observó esa imagen: era una mujer hermosa, de cabellos rizados y castaños. Se acercó, ella cargaba rosas en sus manos, era como si esa pintura le hablara. Fue hasta ahí, levantó la mano y la tocó. El mundo entero se desvaneció y lo que vio erizó su piel. «Esa mujer estaba en un lago, besaba a un hombre. Cuando rompieron el beso, la sorpresa asaltó a Saya, ¡era Savir! Pero, muy joven. Escuchó un grito. —¡Aléjate de ella! ¿Qué es lo que haces, Savir? —exclamó su padre Harol. —¡La amo, padre, y me casaré con Maeve! —¡Te volviste loco! Ella no es una Dagda, no es de sangre Dagda, proviene de la tribu Milesia, no puedes estar con ella. —¡Lo estaré, quieras o no! Ella ya es de nuestra tribu. El gran Kelly la aceptó a ella y a los suyos. No te opongas o nunca volveré a hablarte. El anciano se quedó perplejo. La mujer bajò la mirada, pero Savir la llevó de la mano. Savir y Maeve caminaron juntos, alejándose de todos» —¡¿Qué haces?! El grito de Savir fue como un gruñido que hizo que la mujer saltara asustada. Sus miradas se encontraron. —Yo… Savir pellizcó sus mejillas, ella pudo sentir su aliento cálido. —¡No te vuelvas a acercar a ella! Tú no eres nadie, ¡sal de aquí! Saya le mirò con miedo, corrió hasta alejarse de ahí, todavía su mente era confusa. ¿Por qué había visto eso? No era tan extraño, Saya siempre tuvo ese tormento; ver cosas que nadie màs podía ver, podía presentir cuando la lluvia destrozaría el mundo, y cuando la tierra temblaba, los decesos de la gente o las desgracias màs tristes. Fue ella quien le dijo a su padre que debían correr al ático, pues venían por ellos. Nadie le creyó, pero dos minutos después, los guardias del rey Kadir fueron por ellos. Saya se juró que nunca màs iba a dudar de sus venturas, luego de eso. Sin embargo, esta era la primera vez que sentía que no veía el futuro, sino el pasado. Savir fue tras ella, y Saya retrocedió. —¿Ahora haces promesas en mi nombre? Ella titubeó. —¿No has prometido matrimonios a las concubinas y al esclavo para mantener su salario? —Es que… usted tendrá tierras, debe poblarlas, ¿no es así? Ellos pueden ayudar. —¿Y a quién te crees para planear sobre mis tierras? Ella hundió la mirada, estaba a punto de llorar. Savir seguía furioso, pero ver las lágrimas en sus ojos apaciguaron un poco su ira. —¿sabes qué hago con los rebeldes y traidores? ¡Los mato! Ningún Dagda tiene piedad. Savir estuvo a punto de irse. —¡No! —Saya gritó y se aferró a su cintura, abrazando su espalda. Por un instante, Savir se congeló; sentir esas manos aferradas a su cuerpo hicieron que se estremeciera de un modo no sano. Su corazón latió. Llamaron a la puerta y Saya lo soltó, hundiendo la mirada. Un criado entró ahí. —jefe, Lady Lynn pide ver a Lady Saya, ya casi es hora de que comience la noche roja. —¿Es hoy? —Es hoy, mi gran jefe. Savir asintió, y Saya tuvo que salir, pero le dedicó una mirada de súplica que él ignoró. El empleado le indicó que pronto comenzaría la fiesta. —Bien. Que me preparen un baño, y mi ropa. Savir escuchó la puerta al cerrarse, se sentó sobre la cama. Los recuerdos de su primera noche roja vinieron por èl. «Aquella noche, no eran ricos, no tenían un castillo, pero sì una gran carpa. Maeve entró envuelta en esa tela roja. Savir tembló, sabía que, como era la costumbre, no había nada debajo de esas telas rojas. Maeve se puso frente a èl, cubriéndose lo màs posible. —Dame un beso ya, tengo vergüenza. —¿No debes ganarte un beso? Ella rio un poco. —Estoy segura de que ya mueres por mi beso. Él alzó su mano, la invitó a que fuera hacia él. Era real, moría por su beso, sus labios estaban teñidos de un color rojo, que no saldría de èl hasta un buen baño. Cuando estuvo muy cerca, el corazón de Savir tembló, no pudo màs y la abrazó a su cuerpo, besándola con tanta ternura. Rompieron el beso, los dos manchados de ese tinte. —Te amo, Savir. —Mi amada Maeve…» Savir volvió al ahora, hizo de sus manos un puño, iba a casarse con una desconocida. —Una simple sustituta no es nada comparada a ti, Maeve —murmuró.
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