Capítulo: Noche roja

1542 Words
Por la noche. Savir estaba en aquella habitación, muchos grandes guerreros estaban junto a él. Bebían y comían, varias mujeres bailaban para ellos. Mientras, seductoras, sonreían, intentaban capturar la atención de uno de los guerreros màs importantes del jefe Savir. Pronto, un criado se acercó y susurró al oído del jefe. —Es hora, gran jefe. Savir resopló con desdén, elevó la mano y asintió. Fue entonces cuando el criado pidió a todos que salieran y detuvieran la música. Saya caminaba por un pasillo, sus damas iban detrás, perfumándola con esencias de olor a violetas y lavanda. Ella temblaba, su rostro reflejaba un terror absoluto. Cubría su cuerpo con sus manos, porque lo que usaba encima era solo una tela de seda transparente roja, que fácilmente exhibía su cuerpo desnudo. Se detuvieron al ver a muchas personas. La vergüenza tiñó el rostro de Saya. Pero, los caballeros bajaron la cabeza, no podían ver a la mujer del gran jefe, si querían conservar sus cabezas. —Se han marchado, Lady Saya —dijo una dama, a fin de que ella pudiera avanzar. Saya asintió, sus labios estaban teñidos del mismo color carmesí. Recordó las palabras de Lady Lynn. «—Mi querida niña, en la noche roja, debes presentarte ante el gran jefe, tu futuro marido. Debes complacerlo, no puedo decirte cómo, es una prueba que cada mujer debe enfrentar. Debes demostrar que eres la mujer capaz de complacer a tu hombre, entonces, serás digna de que ninguna otra pueda hacerlo, solo tú. Si lo logras, él te besará; será un premio que todos podrán ver en sus labios. —¿Y si no lo logro? —exclamó asustada. Lady Lynn sonrió. —Lo lograrás, querida. —¿Y si no lo logro? —replicó—. ¿Alguien no lo ha logrado? La mujer sonrió. —Las mujeres que no lo logran, bueno… solo una vez ha ocurrido, hace mucho tiempo en nuestra tribu; entonces, simplemente, la mujer fue expulsada de la aldea. Si no puede complacer a un solo hombre, no podría complacer a nadie. Las mujeres tenemos una tarea, Lady Saya, complacer a nuestros hombres, ser los tesoros por los que siempre quieren volver a su hogar. Si no servimos para eso, no servimos para nada. Saya estaba horrorizada, no era que el exterior de la tribu fuese diferente, pero, las mujeres que conocía nunca fueron repudiadas por un beso, ahora estaba muy angustiosa. La anciana tomó su mano. —No será tu caso, he visto cómo te mira nuestro gran jefe; te besará» Saya volvió a la realidad, cuando escuchó a un guardia refunfuñar. —¡Hacen esperar al gran jefe! El hombre ni siquiera posó su mirada sobre Lady Saya, nadie posaría los ojos sobre algo del jefe, estaba claro como el agua. Saya tenía miedo de atravesar esa puerta, miró a sus damas, ellas la alentaron con una sonrisa. Entró; antes de llegar ahí, sus damas le dieron consejos. «—Algunas mujeres bailan a sus prometidos, otras se desnudan, o los acarician, puede hacer cualquier cosa, a veces, los prometidos se ponen difíciles, pero, las mujeres siempre son listas. —¿Y por qué no le piden un beso de una vez? Las damas se quedaron perplejas. —No, no, mejor no haga eso, milady, ¿qué tal si el jefe Savir se molesta?» Saya entró ahí, el salón solo estaba iluminado por varias antorchas. Observó a Savir sentado sobre una alfombra en el suelo, bebiendo vino. Savir escuchó sus pasos, no dijo nada, ni siquiera la observó. Ella se acercó, poniéndose frente a él, y se arrodilló. Savir la miró por fin. Saya tenía la mirada baja, no movía ni un músculo, aquellos minutos le parecieron eternos. —¿No harás nada? ¿Qué esperas, niña? ¿Crees que iré por ti? —Savir se echó a reír, mientras bebía el resto de su vino. Saya se levantó en seguida, se sintió como una tonta, y caminó hacia el hombre. —Yo… jefe Savir… —su voz temblaba como si se congelara de frío, sus manos, también, se acercó hasta estar a unos pasos de él—. ¿Podría darme un beso? Savir casi escupió su vino, sus ojos se abrieron enormes, y se echó a reír. —¿Así de fácil? Se nota que no eres una mujer Dagda, bien, si quieres ese beso, ven por él —dijo el hombre y la llamó moviendo su dedo índice. Su mirada era severa, oscura. Saya tuvo temor, para ella era un demonio, una bestia salvaje, capaz de cualquier cosa. Se sentía como una niña pequeña frente a un monstruo, pero ¿qué podía hacer? No podía escapar de él, debía enfrentarlo para dejar de temer. Caminó, se acercó muy lento, pero Savir insistió un poco más. Cada vez que ella se acercaba, él sintió que algo ardía en su cuerpo, sintió la erección. Saya estaba muy cerca, iba a retroceder, la mano de Savir se apretó su cuello. —¿Crees que te mereces un beso, Saya? ¿Quién eres para pedirme un beso sin ganártelo? Los ojos de Saya se horrorizaron. —Yo… ¿Qué debo hacer para ganarlo? Savir suavizó la mirada, no esperaba esa respuesta, soltó su cuello, y su dedo pulgar acarició sus labios, que se pintaron de rojo. —Abre la boca… —Murmuró, ella obedeció, mientras él introdujo su dedo. Saya no supo por qué, pero su lengua lo acarició. Aún tenían contacto visual, Savir mordió sus labios, pasando su lengua por sus labios. A Saya le recordó a un perro hambriento. La forma en que la miraba se volvió severa, y temió que estuviera haciendo algo mal, se detuvo y él deslizó su mano hasta su cintura. De pronto, sintió cómo era estrechada por esas fuertes manos duras. Su mano subió a su nuca, se acercó peligroso y voraz a sus labios, no pudo más, sus alientos chocaron; la besó. No fue un simple roce, ella sintió ese beso como si estuviese a punto de ser engullida. Sintió su humedad, su lengua acariciando la suya con tal fervor, su cuerpo pegado al suyo. El corazón de la chica podía explotar de miedo, su piel se erizaba. Las grandes manos de Savir se deslizaron a su cintura, y siguieron bajando hasta tocar sus glúteos. Ella quiso gritar, intentó manotear cuando se quedó sin aire. Savir rompió el beso, pero sus labios se deslizaron a sus mejillas, y a su cuello, dejando un camino húmedo, marcado por esa tinta roja. La mujer se retorció entre sus manos, cuando sintió cómo sus labios se deslizaron a sus pechos. Savir mordisqueó con suavidad uno de sus pezones erguidos, por encima de la tela, provocando que ella jadeara al sentirlo rozar esa parte. Él sintió su virilidad endurecida, reclamando por las ganas de poseerla ahí mismo. Su mente le gritaba que lo hiciera, era el gran jefe, podía hacer lo que quisiera. ¿Por qué debía esperar por hacer lo que le placía? Sus manos subieron a esos pequeños pechos, sus pulgares los acariciaron, hasta hacerla gemir. Saya cerró sus ojos, negando con la cabeza, pero aquella sensación gratificante, era más fuerte que sus deseos de detenerlo. Savir sonrió. —Mírame —murmuró con voz tosca, podía ver su pecho elevarse ante la respiración rápida, ella abrió los ojos, encontró esa mirada oscura—. Sé que te gusta… —¡No me gusta! —gritó. Sintió cómo él tomó sus cabellos con fuerza. —¿No te gusta el gran jefe Savir? Ella titubeó. ¿Qué había dicho? —¡No! —bramó como una fiera herida, pudo ver relampaguear esos ojos con furia, comenzó a temer. —¿No? ¿Qué harás si te repudió? Los ojos de Saya temblaron, él pudo ver su debilidad. —¡Bésame! Es una orden —dijo, Savir. Observó cómo los ojos de la chica se abrieron grandes. Las pequeñas manos de Saya subieron al rostro del jefe, parecía a punto de llorar, los labios de Savir y parte de su rostro estaban enrojecidos, casi reía, pero su mirada severa la hizo temer. Se acercó despacio, hasta rozar ligeramente esos labios gruesos, fue un beso suave, como el roce de una flor. Savir escuchó el latido de su corazón, y también de su hombría, deseando más. La idea de sus manos acariciando su cuerpo, hasta hacerle jadear, comenzó a hacer que ardiera de lujuria. Correspondió al beso, estrechando su cintura, primero lento, hasta que ella cedió. Saya lo olvidó todo, entreabrió su boca, él sumergió su lengua, la acarició, se perdieron en el beso ansioso y pasional. Ella se abrazó a su cuerpo, sentía que temblaba, no quería caer. El calor los embriagó, rompieron el beso, solo para respirar. Se miraron fijamente. «Maeve, ¿qué estoy haciendo?», pensó al recordarla con un atisbo de culpa. Savir se congeló al instante, su excitación bajó a cero. —¡Vete! Ella no esperaba esas palabras, frunció el ceño, confusa. —¡Largo! —gritó severo. La asustó tanto que la mujer salió corriendo. Savir cayó de rodillas. Ella salió y los guardias entraron. —¿jefe? ¿Está bien? —¡Lárguense todos! —gritó severo.
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