Capítulo: ¿Soy la devastación?

1666 Words
Savir observó esa mirada azul del color de un cielo abierto, bajó la espada, hechizado por la mujer. Cuando volvió en sí, miró al anciano Byle. Savir esbozó una sonrisa, y pateó el pecho del hombre, haciéndolo que cayera al suelo, chillando de dolor. —Hemos terminado la junta de consejo, hagan lo que deben hacer, y será mejor que piensen antes de hablar conmigo, no tendré más piedad que hoy. Savir tomó el brazo de Saya y la sacó de ahí, casi arrastras. La mujer sintió terror. *** Al salir; la mujer apenas tuvo fortaleza para no caer de rodillas. —¡¿Quién eres tú para decirme qué hacer?! Saya tenía ojos asustados, con lágrimas a punto de brotar. —Nadie… pero… no debe matarlo, ese anciano no quiso ofenderlo, solo está triste, ¿no puede verlo? —¿Ahora crees que puedes leer las emociones de las personas con solo ver sus ojos? —exclamó severo. —Sí, lo creo. ¿Acaso no puede ser humano? ¿Qué es? ¿Una bestia? Los ojos de Savir se volvieron feroces. Su vocero leal, Byron no pudo evitar sorprenderse, temeroso de lo que podía pasar con la prometida esposa. —¿Cómo me has llamado? Saya se dio cuenta de su gran error, ni con el rey Kadir fue tan boca suelta, y eso le dio miedo. —Yo… Savir tomó su muñeca, la llevó con él, y cuando Byron y los guardias quisieron alcanzarlos, este hizo un alto. —Déjenos a solas. —jefe… —¡Es una maldita orden! —gritó Savir, asustando a Saya. Los guardias permanecieron quietos, sin decir nada más. Savir llevó a saya por los vastos jardines del castillo, ella estaba temerosa de su destino, tuvo que seguir el camino a regañadientes. Se detuvieron al llegar al inicio de una colina. —¿Así que soy una bestia? ¿Un salvaje? ¡¿Quién te crees que eres?! —bramó rabioso. Ella no pudo decir nada. —Si vives es por mí. Saya asintió. —Usted no es capaz de ver el dolor en otros, no vio cómo rompió el corazón del anciano al recordarle la muerte de su hijo, ¡eso fue cruel! Fue bajo. Savir bajó la mirada, supuso que tenía razón. «Porque en el fondo sigo odiando a Kelly y culpándolo por no salvar a Maeve y a mi hijo ese día», pensó a sabiendas de que vencer ese ataque era casi imposible. Sus ojos se encontraron. —Entonces, ¿Tienes un don? ¿Puedes leer el dolor de otros? —Savir jugaba con ella, para hacerla sentir mal, no iba a aceptar su error. Ella se asustó al sentirlo tan cerca. El hombre pellizcó su mejilla. —Entonces, dime, ¿Cuánto dolor crees que tengo yo? Savir estuvo tan cerca de su rostro que sus dedos, que antes pellizcaron sus mejillas, dejaron de hacerlo. Mientras su pulgar recorrió los labios de Saya, sintiendo el cálido aliento que desprendía. La joven no lo miraba, no tenía valor, pero lo sentía tan cerca que su corazón y cuerpo temblaban. Savir sonrió, le gustó verla tan vulnerable ante él, su gesto dócil podía fascinarle, pero que lo detuviera en la carpa también fue impresionante para él. Ninguna mujer, ni siquiera Maeve tuvo el valor para enfrentarse a él. Ese pensamiento lo dominó. Ella fijó su mirada en sus ojos oscuros, y por un instante ambos se miraron. Savir deslizó su mirada a sus labios, pudo sentirlo, lo mismo que sintió cuando la vio, era una guerra de atracción que se negaba a perder. Esa mujer no era Kendra, o cualquier otra amante que podía tomar y desechar, porque no eran peligrosas para el recuerdo de su amada. Esta mujer sería suya pronto. —También tiene dolor, por eso reaccionó de un modo cruel, pero en una guerra nadie tiene la culpa, solo los necios hombres de almas oscuras. Savir fue expulsado de sus pensamientos. —¿Qué? —Usted también sufre, ahora puedo verlo. Savir estaba perplejo, se sintió vulnerable, esbozó una risa sarcástica. —¿Quieres ser mi nueva adivina? Ella negó. —Ten cuidado, Lady Saya, tu camino es muy débil en mi reino, no serás una reina, puedes caer —dijo acercándose a su rostro, bajó la mirada a sus labios, casi hasta rozarlos, observó cómo la chica estaba tan asustada para poder escapar. Él relamió sus labios en su presencia, era como un lobo a punto de devorar a un simple ciervo, dio la vuelta y se alejó. Saya se quedó ahí, intentó recuperar el aliento perdido, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. «¡Saya!» Escuchó esa voz a lo lejos, miró a todas las direcciones, pero no encontró a nadie ahí. —¿Lady Saya? La busca Lady Lynn. Saya estaba desconcertada, fue con ella. *** Saya entró al castillo, la llevaron por un pasillo, hasta un gran salón; al entrar, encontró a la anciana, sentada en un trono de hierro, bebiendo té. —Querida, siéntate. Saya se sentó en un banquillo, miró a la mujer, estaba temerosa, no estaba segura de si esa mujer fuese buena o mala con ella. —Olvidemos el mal rato que sucedió en la junta de consejo, pero, Lady Saya, no debes olvidar, no puedes imponerte así a tu marido, eso es un grave error, puedes despertar la ira en él. Saya asintió. —Lo siento, no sucederá. La anciana rio y Saya se quedó perpleja. —Eres dulce, pero mientes mal, sé qué sucederá de nuevo, solo te aconsejó, ten cuidado; por otro lado, serás la nueva Morrigan. —¿Morrigan? —¡La gran reina! Es así como llamamos a la esposa del jefe Dagda. Saya entendió. —Dijo nueva, ¿había una anterior a mí? El buen ánimo desapareció en Lynn. —Hay reglas para ser una Morrigan, debes aprenderlo rápido; debes ser una mujer justa y elegante. Tu labor será ayudar a las mujeres de la aldea, ser cercana al pueblo, ayudar a limar las ideas de que Savir es un poco… tirano. Además, debes dar un heredero, o, más bien, varios. Entre más herederos existan, nuestra tribu seguirá creciendo. También está el hecho de que tu padre debe entregar las tierras que necesitamos. Saya asintió despacio, estaba nerviosa. —Bueno, ese tema debe esperar, volvamos a lo más importante: la boda. Faltan tres días, las hilanderas deberán luchar por tener listo el vestido que llevarás ese día, antes de la boda, tenemos la noche roja, es una noche especial, mientras nuestro gran jefe está disfrutando de una gran velada, Lady Saya debe vestirse y decorarse para él; luego deberá ir a complacer a su futuro esposo, solo si consigue que esa noche roja él le dé un primer beso de amor, conseguirá que el hombre no busque en otro lado el placer que una esposa debe darle, ¿entiendes? —dijo guiñando el ojo El rostro de Saya se cubrió de rubor. En realidad, no, no entendía nada. Pero, estaba muy avergonzada para decirlo. —Al día siguiente, es la fiesta de los deseos, es la presentación a la tribu de la nueva esposa del jefe, será una fiesta gigantesca para que el pueblo entero te conozca. Y luego, tenemos la boda, esa será íntima en el castillo, mientras afuera la gente celebrará. ¿Tienes alguna duda, Lady Saya? —Yo… no lo sé… La anciana rio un poco. —Sí que tienes muchas, pero, estaré ahí, te ayudaré. —Gracias. Llamaron a la puerta, y una mujer entró. —Lady Lynn, ha llegado la adivina. La mujer asintió, y la dejaron pasar. Lady Lynn miró a Saya. —Es una tradición de las ancianas que, antes de una boda, venga una adivina a leer el destino de la futura esposa. Saya se puso nerviosa. Ni siquiera supo por qué. La adivina hizo una delicada reverencia, se acercó a Saya. —Milady, permítame su mano. Saya estaba nerviosa, su mano temblaba, puso la palma sobre la mano de la mujer. La adivina cerró los ojos, los abrió con pánico. Saya pudo ver sus pupilas dilatarse por un segundo, luego volvió a cerrarlos. Al volver a abrirlos, miró a la mujer con un gesto serio, luego observó a Lady Lynn. —¿Qué has visto, mujer? —Vi… paz, amor, prosperidad y abundancia, también vi un bebé, y escuché risas. Lo que vendrá será una época dorada. La anciana sonrió satisfecha. Le dio un par de monedas e hizo que se marchara. *** Saya salió poco después de esa habitación, iba con sus damas, cuando vio a la adivina y la llamó. La curiosidad de Saya pudo más y pidió a las damas que la esperaran. Las mujeres obedecieron. —¿Qué es lo que quieres? —exclamó. —Mentí, no vi nada en tu destino. Saya sintió temor de sus palabras, la mujer pidió su mano, ella temblaba, al final le dio su mano. La mujer sostuvo su palma, y puso su mano encima de ella, cerró los ojos, se concentró, pero no podía ver nada, todo era oscuro, eso nunca le pasó antes. Se frustró. Entonces, Saya puso su otra mano encima. En ese instante, la misma visión golpeó a las dos. «Los prados antes verdes estaban cubiertos de fuego, las cosechas de trigo arruinadas; los soldados cayeron enfermos, la gente estaba destrozada. Al final del camino había olas de fuego, pero de entre ellas, Saya apareció; detrás vieron una figura grotesca y temeraria que cayó ardiendo en llamas. —¡Savir! —gritó» Abrieron los ojos al mismo tiempo, se miraron con desesperación. —¿Lo has visto? —exclamó la adivina. Saya asintió despacio. La mujer siseó. —No digas nada, o te cortarán la cabeza, no digas que traerás la devastación, yo misma, me quedaré callada. La mujer corrió lejos de ahí. Saya tuvo terror. «¿Soy la devastación de la tribu Dagda?», pensó
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