Capítulo: Mi enemigo es tu enemigo

1634 Words
Cuando Saya fue ahí, ni siquiera sabía para qué la llamaban. Al entrar, observó a Savir sentado en su silla, con los ojos severos posados en ella. —¿Ordenaste que Kendra fuera enviada al exilio con la sacerdotisa? Saya se extrañó de que Savir lo supiera, pensó si Lady Lynn se lo contó. —Yo ordené que Kendra fuera enviada a la sacerdotisa, donde recibirá una buena vida como criada. Savir se levantó, se veía molesto. —¿Y quién eres tú para dar órdenes? —Su esposa, gran jefe. Los ojos de Savir se abrieron grandes al escucharla decir esto. —¡Ella no irá a ningún lado! No merece tener una vida así. —¿Y por qué no? Recibirá comida, una enseñanza superior a cualquier persona normal gracias a la sacerdotisa… —¡He dicho que no! Saya sintió rabia. —¿Y entonces? ¿Qué pretende? —Lo pensaré, ella se quedará aquí, y no voy a discutir màs. —¿Y cuál será su papel aquí? ¿Cuál? —¡Eso a ti no te importa! Saya sintió que la rabia la estaba enloqueciendo. —¡¿Será su amante?! Savir sonriò con algo de burla. —Y si lo quiero, ¿qué harás? ¿Vas a impedirlo? —¡Lo grité a los ancianos, veamos qué opinan ellos de eso! Savir caminó hasta ponerse frente a ella, pegó su frente contra la suya, era un hombre de verdad intimidante. Saya sintió cómo su corazón golpeó con temor, pero soportó. Incluso soportó las ganas de llorar al sentirse humillada. —Haz lo que quieras, soy el gran jefe, nadie va a decirme qué hacer, inténtelo, puedo tomar una amante si quiero. Savir vio la rabia brillar en sus pupilas, un dolor que le atravesó hasta èl. Ella levantó la mano, él se sorprendió. «¿Me va a pegar?», pensó, pero mantuvo su postura. Ella hizo de su mano un puño, lo apretó con frustración, èl pudo ver su rostro arder de una rabia que desconocía. —¡Haga lo que quiera! Pero, a mí, nunca me volverá a tocar. Saya estuvo por alejarse, y cuando sintió cómo los dedos de Savir y su mano poderosa tomaron su nuca, la devolvió en un santiamén. Sus labios tomaron posesión de los suyos con tal ambición que no pudo detenerlo, hasta dejarla sin aliento. Luego rompió el beso. —¡Eres mía! Puedo hacer lo que yo quiera. —Hágalo, puede tomarme, y luego saltar a la cama con esa mujer, ¡no me importa! Eso no hará que lo ame, ¡nunca lo amaré! —gritó empujándolo. Saya no supo de dónde tomó fuerzas, pero Savir estaba perplejo, ella salió de prisa. Él se quedó callado, congelado. De pronto, Savir sintió que esas palabras dolían, esas palabras quemaban en su piel. «¿Por qué me importa? Que no me ame, no quiero su amor. ¿Acaso ama a alguien màs?», pensó, y esa pregunta le hizo sentir algo que nunca experimentó, una vulnerabilidad que lo hizo sentir pequeño. Saya salió al patio, observó el cielo, respiró profundo, y su dama Erea la seguía como una sombra. —¡Aléjate! La mujer obedeció y Saya lloró, no soportaba estar ahí, a veces soñaba con volver a casa, montar a caballo, plantar rosas, comprar vestidos con su madre. Su vida siempre le pareció cotidiana, excepto por sus visiones, pero ella aprendió a controlarlas, y ahora estaba destruida. Limpió sus lágrimas y decidió volver, antes de que vinieran por ella. Erea y Saya Morrigan caminaron por un pasillo, cuando escucharon la voz de Byron. —¿Qué llevas ahí? —Es una carta para Saya Morrigan, la llevaba a los aposentos del gran jefe. —Dámela, y no digas que la has traído. El guardia se fue, y el hombre estuvo a punto de abrir esa carta. —¿Qué hace guardia Byron? El hombre, casi pegó un salto, mirò a la mujer con rabia. —Lady, iba a llevar… —Iba a abrir mi correo, ¿no sabe que eso es de mala educación? El hombre estaba rojo de rabia. —Entrégamela —sentenció Saya. —Esto primero debe ir a manos del gran jefe. —¡He dicho que me lo des, no soy màs una simple dama para ti, soy Saya Morrigan! Dámela. El hombre estaba rabioso. —¿Qué sucede aquí? Ambos tuvieron que hacer una reverencia cuando Savir se acercò. —Gran jefe, llegó una carta para Saya Morrigan, le digo que debo enviarla primero a usted. —Él iba a romper mi carta. —No es verdad. —¿Miento? —exclamó Saya con ojos furiosos. Byron bajó la mirada. —Entrégale la carta a Saya Morrigan, Byron. Él se quedó perplejo, asintió y le dio la carta, no sin antes hacer una reverencia. Ella la tomó. —Y la próxima vez, tráteme con suficiente respeto, no somos iguales. Saya dio la vuelta, y se fue con su dama. Byron la mirò con odio y Savir pudo verle. —No mires así a mi esposa, Byron. —¡¿Y cómo debo ver a la sustituta de mi hermana?! Te olvidaste de ella, y ahora también te olvidas de mí. Byron le dio una reverencia. Iba a irse, pero se detuvo. —Maeve tenía razón; hay hombres que, al tener poder, pierden la cabeza. Byron se fue. Savir quiso castigarlo, pero no podía. Byron era lo único que le quedaba de su amada Maeve. *** Byron fue a su alcoba, y encontró a Kendra ahí. —Byron, no dejes que me envíen con la sacerdotisa, se lo ruego —dijo, quitándose su vestido y mostrándole su hermoso cuerpo. Byron se acercò a ella, la tomó del cuello con fuerza, pero luego lo besó. —Un día, yo seré el dueño de todo, seré el nuevo gran jefe, y tú serás mi Morrigan. Byron la cargó en sus brazos, la penetró con rapidez, y comenzó a embestirla salvajemente, mientras ella cerró los ojos, soportando. *** Saya leyó la carta, era de casa y tuvo algo de miedo. «Saya, querida: Mamá, te ama, aunque piensas que he tenido favoritos, pero no es así. El mismo rey eligió a Anika para esposa del príncipe heredero. Lo siento y te extraño, hija. Sè que eres feliz, porque tú eres fuerte, valiente y aguerrida, y nada te causa temor. El motivo de esta carta es porque el rey Kadir me ha amenazado. Debes venir a la boda de tus hermanos, o el rey me hará responsable de tu ausencia. Querida Saya, si algo tienes de compasión por tu madre, obedece. Te espero en casa la siguiente semana, antes de la luna nueva. Lady Sallow» La carta fue arrebatada. Saya mirò a Savir, quien leyó con rapidez, esbozó una risita cínica. —¡Qué cínica es Lady Sallow! La respuesta es no, no saldrás de aquí, sobre mi c*****r lo harás. Savir pudo ver los ojos de Saya brillar de tristeza, supuso que estaba dispuesta a ir. —Por favor… —No. —Usted no conoce a su majestad el Rey, es temperamental. Savir se acercó a ella. —¡No tienes ningún Rey! Y si hay un rey en tu vida, ¡ese soy yo! Saya Morrigan no tiene ningún Rey, ¿entiendes? Ella hundió la mirada, casi sollozaba. —Usted es tan injusto, permites cosas terribles, y… Él siseó. —Cállate, basta. —Por favor, solo es una fiesta, volveré al instante, ¡Lo juro! Savir rio en su cara de nuevo. —¿Crees que dejaré que mi esposa vaya a comer junto a mi peor enemigo y yo estaré tan tranquilo? La respuesta es no. Ahora, hazme un favor y desnúdate —dijo èl. Saya le mirò horrorizada. —No lo haré, vaya con Kendra, ella le puede ayudar —se giró y le dio la espalda. Savir sonriò. —Lo haría, pero ahora soy un hombre casado, es el problema. Debo predicar con el ejemplo. Además, he aceptado que Kendra irá con la sacerdotisa. Saya le mirò sorprendida. Savir no jugaba, se acercò a ella, y sus manos comenzaron a romper su vestido con desesperación. —Di una orden y no obedeces, creo que eres rebelde, Saya. Savir la giró de espaldas a él, mientras besaba su cuello y sus hombros; su vestido caía dejándola desnuda. Él subió las manos y acarició sus pechos, mientras sus dedos masajeaban sus pezones. Saya sintió cómo su virilidad golpeaba su trasero. Y esos labios seguían besando su cuello y sus mejillas, provocando algo que la hacía estremecer. Su mano se deslizó a su intimidad, sus dedos acariciaron esa zona, haciendo que su cuerpo temblara y comenzara a sentir ese goce. Saya, jadeó, incontenible, gimió, no pudo hacer nada para escapar del calor que ese hombre le provocaba. Savir sintió que estaba muy húmeda, y la llevó a la cama, se desnudó frente a ella, y se acercò a su cuerpo, besó sus labios, besó sus pechos y el resto de su piel. Esta vez, Saya, movida por el inevitable deseo que ardía en su cuerpo, correspondió a cada beso. Sus cuerpos estaban perlados en sudor, acariciándose sin parar. Él se adentró en ella, esta vez con rapidez. Al sentir su humedad, la embistió lento y luego rápido. La hizo gemir y casi gritar. Sus cuerpos se volvieron una danza interminable. Hasta que el orgasmo los quebró, ella lanzó un grito y èl tembló tomando sus manos. Sus miradas se encontraron y, cuando él salió de ella, por un instante se quedaron quietos. —No puedes ir a ese lugar, es peligroso, Saya. —¿Por qué? —Ahora eres mi esposa, y el rey Kadir, es mi peor enemigo.
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