Regla número 3: Es de sabios pedir perdón.

2335 Words
Ariadna.   Me había levantado con un enorme dolor de cabeza. Ni la ducha, ni el malísimo té, ni los analgésicos habían hecho su trabajo y yo tenía un cuerpo cadavérico. Tenía muchas llamadas de Paul. Muchos mensajes pidiéndome perdón por no poder venir a casa conmigo. Sinceramente, hoy ya me da igual. Era anoche cuando le necesitaba. Tenemos una relación muy abierta, ambos disponemos de nuestro espacio para estar solos, y yo lo agradezco. El telefonillo de casa suena obligándome a arrastrarme hasta la puerta. Son las diez de la mañana. Debe ser Paul. Cuando abro la puerta me quedo helada. No por la ráfaga de aire frío que entra de la calle, sino por quien hay en el umbral de mi casa. Oliver Kane.      — ¿Qué haces aquí? —suelto de sopetón. Frunce los labios, molesto, aunque de pronto me tiende una bolsa.      —Buenos días, Brooks. Te traigo donuts. Parpadeo, casi en shock. Sus ojos me miran expectantes.    —Es de mala educación dejar a alguien que te trae el desayuno colgado en la puerta    —dice con una tierna sonrisa que me deja boquiabierta.      — ¿Están envenenados? —indago sin intención de hacer una broma, aunque él se echa a reír, y yo… tiemblo. Tiene la risa más bonita y melódica que haya oído jamás.      —No, nena. Están bien. —Me hace a un lado para entrar en mi casa. Va vestido informal: unos vaqueros, zapatillas y una camiseta debajo de una chaqueta de cuero. Me encantaría ver algún día a Paul así vestido. Suspiro, temblorosa cuando el olor de su perfume me llega de sopetón. ¿O es la manera en la que va vestido? ¿O es la manera con la que se ha referido a mí? ¿Nena?      —Hay té recién hecho. ¿Quieres? —Le ofrezco, aún confusa.      —Claro —dice y se quita la chaqueta negra. La deja en el respaldar de mi sillón beige—. Tienes una casa muy bonita. Sonrío tensa ante su halago.      —Gracias. —Me quedo parada a su lado sin saber muy bien que hacer o decir—. Demasiado grande para mí —digo lo primero que se me pasa por la cabeza antes de obligarme a ir a la cocina.      —Bueno, eso no será un problema dentro de poco, ¿no? —Le miro con el ceño fruncido por encima de mi hombro mientras cojo dos tazas del armario de la cocina.      — ¿Qué quieres decir? Pongo las tazas en la encimera y las lleno de té.      —Me gusta la cocina americana. No estaba así cuando compraste la casa, ¿verdad?  —pregunta de pronto tenso, ignorando mi pregunta.      —No, la cambié —carraspeo. Esto es tan incómodo.      —Pues está muy bien. Me gusta. Dejo las tazas en la barra de la cocina y pongo los donuts en un plato. Son de chocolate y fideos de colores. Mis favoritos. Pero eso jamás lo diré. Le miro de reojo y veo como se lleva la taza a los labios y bebe. La estúpida idea de no lavar esa taza jamás pasa por mi cabeza fugazmente. ¡Cállate, cállate!      —Gracias por los donuts, pero, estoy confusa. ¿Qué haces aquí? Creí que estarías recuperándote de tu noche salvaje. Cojo mi taza y un donut. Mmm... Está delicioso.      —Ariadna. —Escuchar mi nombre con suavidad en sus labios me pilla desprevenida—. Anoche fui un c*****o contigo. Quiero pedirte perdón. —Me lo quedo mirando. Eh... Ah... Mm... Yo... ¡Mierda! ¿Oliver Kane pidiéndome perdón? Achino los ojos.      —Aún te dura la borrachera, ¿no es eso? Él baja la mirada a su taza y la bordea con sus dedos.      —Ariadna, anoche me di cuenta de que... Bueno, la verdad es que siempre lo he sabido... —suspira, se pasa la mano por el pelo molesto o nervioso. No lo sé—. Ariadna, tú y yo... Aprieto los labios.      —Ve al grano, Kane —espeto. Me está poniendo nerviosa. Se queda mirándome intensamente y de pronto da un paso hacia mí.      —Ari... —Cierro los ojos al escuchar ese nombre. Mi corazón palpita con fuerza llenándose de algo que no sé bien que es—. Ariadna, están llamando a la puerta. —Parpadeo y entonces escucho el "ding dong" del jodido timbre. Salgo de la cocina como una bala y voy hacia la puerta para abrir. Es Paul. Sonríe ampliamente al verme y me atrae a sus brazos.      —Hola, princesa. —Me quedo tensa, pero le correspondo como puedo. No, es mi novio. Le quiero. Le abrazo con fuerza.      —Hola, Paul —saludo—. Entra. —Me hago a un lado para dejarle pasar. Va vestido con un jersey gris, el cuello de la camisa blanca se divisa por debajo y unos pantalones de traje. Va muy elegante pese a que hoy es domingo y no tenemos que ir al trabajo. Mira hacia la cocina y ve a Oliver.      —Hola, colega. ¿Qué haces aquí? —Le dice alegre.      —He venido a disculparme con Ariadna. —Se pone de pie y anda hacia él y le estrecha la mano—. Ya me voy. Coge su chaqueta y se dirige hacia la puerta donde yo estoy.      —Genial. Ariadna, ¿hay té? —pregunta Paul con una radiante sonrisa de chico bueno. Asiento sin poder hablar, pero mi novio obvia mi estado, se gira para dirigirse a la cocina.      —Te acompaño a la puerta —ofrezco a Oliver. Voy a con él al hall—. Gracias por los donuts —murmuro nerviosa mientras él se pone la chaqueta y sube la cremallera hasta arriba. Asiente serio.    — ¿Qué es lo que ibas a decirme? —pregunto con un hilo de voz nervioso.      —Nada —espeta molesto volviendo a ser mi jefe insufrible—. Qué gracias por decirme el nombre de Marián. Me vino muy bien —dice con arrogancia. Abro la puerta de espaldas a él porque no sé qué contestar a eso, ni quiero imaginarme lo que hizo con Marián anoche mientras yo me lamentaba porque mi prometido no vino a casa conmigo.      —Que tengas un buen día. —Le deseo con buenos modales mientas mantengo la puerta abierta en una clara invitación a que salga de mi casa lo antes posible.      —Igualmente —dice poniéndose las gafas de sol. Cierro la puerta tras de él. Me quedo sujetando el pomo unos instantes después de haber cerrado. Me ha desconcertado. Voy hacia la cocina con determinación donde me encuentro a Paul. Está bebiendo té.      —Princesa, estos donuts son horribles. Aprieto los labios.      —Los ha traído, Oliver —le digo sin más. Él se levanta para tirarlos a la basura. Le miro molesta, pero el me ignora.      —Ese tío no tiene ni idea de las cosas que nos gustan —declara. Coge del frutero dos manzanas surtiéndonos a ambos con ellas. Miro la pieza perfectamente roja con desgana.    —Ariadna, tengo que hablar de una cosa contigo. —Me dice llamando mi atención. Tira de mí hasta el sofá. De pronto se pone nervioso y se frota las manos.    —Ariadna, tengo que irme a Nueva York. Necesito tomarme un tiempo de descanso y pensar bien las cosas. Estoy muy agobiado.        Oliver.   Estaciono el coche en el garaje, tan solo de pensar encerrarme en casa me deprimo. No quiero enjaularme, no quiero darle veinte mil vueltas a la cabeza a todo y nada. Vuelvo a encender el motor y salgo hacia el día soleado. Cojo por Oxford Street hacia el norte donde detengo el coche al lado del Soho. Paseo por la concurrida calle abarrotada de gente que disfruta del domingo. Me quedo embobado mirando a una chica hacerse un tatuaje de Henna. Una mariposa en el vientre. No es tan sexy como una enredadera en la espalda. Rápidamente aparto la mirada, dispuesto a continuar mi camino. Sigo andando por los abarrotados puestos hasta que encuentro el que quiero. Discos de vinilo. No hace mucho encontré aquí un tocadiscos antiguo. Llevaba tiempo con ganas de uno así que rápidamente me hice con él. Cada vez que vengo aquí me llevo un vinilo nuevo. ¡Hostia! Los Red Hot Chili Pepeers. Llevaba tiempo buscándolo. Mi teléfono suena mientras le p**o al chico del puesto sin poder borrar la sonrisa que me proporciona mi preciada posesión. Sé a quién le gustaría tener este vinilo...      — ¿Sí? —contesto sin mirar el identificador de llamada.      —Tío. —Me detengo en seco. Es Paul—. ¿Podemos comer juntos? Trago saliva.      —Estoy en el Soho. Bufa.      —Vamos a Dorians —dice con un tono de voz claramente cansado—. No me gustan los suburbios, tío. Pongo los ojos en blanco. Que snob. Con lo que le gusta a la señorita Brooks venir a Candem. Suspiro.      —Dame media hora para llegar. —Suelto de golpe y cuelgo el teléfono. ¿No tiene nada mejor que hacer un domingo? Podría estar con su prometida comiendo fuera. Paseando por aquí y viéndola probarse esas baratijas que tanto le gustan, o comerse unos tacos sentados en una terraza con vistas al Támesis. No sé...esas chorradas que hacen las parejas enamoradas.     Entro en Dorians y rápidamente diviso a Paul. Me hace una seña con la mano. Me dispongo a encaminarme hacia él sin poder evitar preguntarme que querrá y por qué me ha llamado un día como hoy.      — ¿Qué tal, Oliver? —Palmea mi hombro y me sirve una copa de vino. No soy un gran aficionado a los vinos. Paul es una persona muy culta y con un gran gusto culinario y de vinos. Yo solo sé de dos que me gustan y poco más. Soy de gustos más sencillos. Prefiero una cerveza.      —Bien, ¿y tú? —Doy un sorbo a mi copa. He de reconocer que está bastante bueno.      —Oye, ¿qué tal anoche con Lily? —me sonsaca con una sonrisa de chico bueno que encandila a las chicas. Evito hablar de la noche de ayer. Comento escuetamente por encima para no profundizar. Tampoco es que haya mucho que decir.      —Lily es una buena chica, pero nada más. Ya lo sabes. Se ríe.      —Venga, alguna chica habrá —me guiña un ojo tras su copa.      —Algunas... —bromeo y él se ríe—. No soy hombre de una sola mujer. —Mentira. Hace tiempo una me condenó para todas las demás.      —Hasta que choques con la tuya —asegura. Casi me dan ganas de carcajearme.      —Eso no pasará jamás —sentencio cada vez más incómodo—. Sabes que yo no creo en el amor. —Hace un ademán con la mano quitándole importancia a lo que digo. Supongo que para él es fácil decirlo. Está enamorado.      —Oliver... debo pedirte un favor. —Me yergo. Ahí vamos—. Esto es muy duro para mí, acabo de enterarme que Jodi está en Nueva York. —Me quedo anonadado.      — ¿Jodi? —Asiente—. Jodi... ¿tú ex? —Vuelve a asentir. Me llevo la copa a los labios y trago el vino casi del tirón.      —La he encontrado en f*******:, trabaja en una revista. Tengo que verla, tío.      —Joder... —susurro—. ¿Vas a verla? —pregunto. Paul mira la copa, perdido en sus pensamientos mientras gira el pie de cristal lentamente.      —Necesito verla —dice al fin. Vuelve a dar un sorbo. Le imito, me ha pillado totalmente desprevenido.      — ¿Ya se te olvida todo lo que pasaste por esa mujer? —Me arrepiento en el acto de decirlo. ¿Por qué me meto?      —No puedo evitar sentir... —se calla. Yo aprieto la copa en mi mano.      — ¿Y Ariadna? —inquiero. Se frota la cara.      —Le he dicho que tengo un trabajo de una nueva empresa en Nueva York. Una colega que me ha pedido que le eche una mano. Eso me dará tiempo. Le he dicho que debemos aplazar la boda. Que estoy agobiado. Aprieto los dientes.      —Deberías decirle la verdad.      —No quiero perderla. Ariadna es... un sueño, tío. Pero Jodi... —Me llevo la copa a la boca por tener las manos ocupadas en algo. Tengo ganas de pegarle—. Jodi saca mi lado salvaje, Ariadna es más tranquila... —me mira angustiado—. Debo ir a verla. Hablar con Jodi. Ya veré qué hago con Ariadna. Intento no poner cara de asco.      —La estás utilizando —le recrimino.      —Solo le he pedido un poco de tiempo para aclararme. —Asiento indiferente o eso quiero aparentar—. Tío, Ariadna no tiene a nadie más aquí en la ciudad. Cuando la he dejado en su casa estaba hecha polvo. —No puedo evitar sentir una presión en el pecho—. Por favor, ve a verla de vez en cuando. Échale un ojo. —Me reclino en mi silla y miro mi copa de vino sin saber que decir a eso—. Sé que no sois los mejores amigos, pero no confío en nadie más que en ti para esto.      —Tío, yo que mierda sé de consolar mujeres —gruño.      —No te pido que la consueles —aclara con el ceño fruncido—. Solo digo que le eches un ojo y a ser posible que la trates bien.      —A ella le importa una mierda lo que yo le diga. Pasa de mí, Paul. Si me ve rondarla se mosqueará más. Suspira.      —Te lo pido por favor. —Asiento lentamente. Él sonríe—. Gracias, tío. Sonrío brevemente. No me las des aún. Puede pasar de todo con este… “favor”.
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