Regla número 2: No menospreciarse.

2723 Words
Oliver.   La entrada del The Royal Horseguards está abarrotada de periodistas. Todos disparando una ráfaga de luces de flashes con sus cámaras, gritando preguntabas por doquier. Paso rápidamente por la alfombra roja con una cordial sonrisa y entro en el salón donde se celebrará la gala. Paul se pierde entre la gente mientras yo saludo a algunas personas dirigiéndome directo a mi objetivo. La barra.      —Un Bourbon —pido con urgencia al camarero. Me froto las manos mientras espero. Recorro la vista por la sala echando un vistazo hasta que topo con algo. Algo que me deja sin aliento.      —Aquí tiene su copa, señor Kane —murmura el chico dejando mi vaso en la barra, pero mis ojos no pueden despegarse de la espalda desnuda que tengo a tan solo unos pasos de distancia. Una perfecta curva de piel pálida y desnuda hasta la parte baja de la espalda donde se arruga un poco la tela del vestido n***o. Pero lo que más llama mi atención, lo que me deja prácticamente babeado es su tatuaje. Una bonita enredadera le recorre la espina dorsal desde la nuca hasta... el tatuaje se pierde en la tela del vestido. Aprieto los dientes. ¿Hasta dónde llegará? Contengo las ganas de levantar la mano para pasar mi dedo por el perfecto dibujo de tinta negra y descubrir hasta dónde llega y más allá. Continúo mi escrutinio por su cuerpo; culo perfecto y piernas kilométricas. Suspiro. Stephan Collin, director del hotel se acerca a ella y la saluda.      —Me alegro de volver a verla, señorita Brooks. ¡Mierda! Me giro rápidamente hacia la barra. ¿Ariadna Brooks? ¿Qué coño hace ella vestida así? No. ¿Qué coño hace ella con un tatuaje así?      —Igualmente, señor Collin. Es un placer venir aquí, todo está perfecto, como siempre.    —saluda ella con esa melodiosa voz que encandila a todos.      — ¿Eso quiere decir que celebrará su boda aquí? —La tienta Collin. Ella se echa a reír.      —Aún no hemos llegado al tema banquete, pero me encantaría poder contar con los excelentes servicios de su catering —responde Ariadna educada, sacándole una amplia sonrisa a Collin. Parece encandilado con ella, pletórico de que le regale esa deslumbrante sonrisa de dientes perfectos. Si tuviera que describirla con una palabra sería asquerosamente perfecta. Toda ella. Aprieto los puños sobre la barra y vuelvo a beber de mi copa mosqueado por el rumbo de mis pensamientos.      —Oh, vaya —dice su dulce voz y se pone a mi lado. Me giro para quedar de frente a ella y sin poder evitarlo le doy un buen repaso a su atuendo. Lleva un entallado vestido n***o hasta medio muslo que realza sus curvas a la perfección. No tiene escote. Una vez que su espalda esta fuera de mi vista parece la mujer elegante que suele ser. Sofisticada y recatada. ¡Recatada mis cojones! He visto esa espalda. Es de todo menos recatada. ¡Y ese tatuaje! Lleva pelo suelto y liso y se ha maquillado acentuando sus rasgos. Se ha esmerado en arreglarse para la ocasión y el resultado es....    —Buenas noches —me saluda como si fuese cualquiera. Como si no me conociera de nada se vuelve hacia la barra apoyando los antebrazos y curvando su cuerpo sensualmente. Mis ojos se van a esa espalda provocando una revolución en mi cuerpo. Cálmate, amigo. Esta mujer no.    —Marco, ponme un Old Fashioner. —El camarero tropieza mientras corre a servirle la bebida. La mira con la boca abierta. Aprieto los dientes. Contemplo su perfil. El flequillo castaño le cae perfecto hasta la altura de las cejas, la nariz; pequeña y respingona, y unos jugosos labios cuidadosamente pintados de suave rojo... Mierda. ¡Deja de mirarla!    —Gracias. —Sonríe amable al camarero. Coge su vaso para llevárselo a los labios. Aparto rápidamente la mirada para dar un gran sorbo a mi copa.      —Hola —susurran en mi oído a la vez que unas manos se posan en mis hombros. Cuando me giro, una rubia alta, y bastante atractiva me sonríe seductoramente. La conozco, sé que la conozco, pero...    —No me llamaste —me recrimina haciendo un puchero con los labios.      —He estado muy ocupado —me excuso acariciando su brazo lentamente hasta llegar a su muñeca. Solo quiero apartarla de mi hombro. No me gustan las demostraciones de afecto en público, pero tampoco voy quitarla con brusquedad, aunque eso sea lo que quiero. Escucho una suave risa a mi lado.      —Al parecer soy yo la única invisible. —Su voz me llega a los oídos burlona. La miro entrecerrando los ojos.      —Me alegro que hayas pillado la directa, Brooks —contesto con frialdad. Ella sonríe indiferente, volviendo a beber con calma de su copa.      —Perdóname si no lloro de pena —gruñe con la mirada oscurecida y brillante. Parece que saltarán chispas de sus ojos; como siempre que intentamos tener una conversación. Entre ella y yo es imposible un entendimiento.      —Me extraña que una mujer como tú tenga lágrimas en los ojos. A Ariadna Brooks solo le importa convertirse en una mujer casada, formar una familia, tener hijos... Aprieta los labios.      —No me conoces de nada para decir eso —dice en voz baja y furiosa. Bien.      —Perdóname si no lloro de pena —me mofo haciendo un puchero—. Que te quede claro que no me interesa conocerte. —Ella sonríe con soberbia, recorriéndome el cuerpo con una mirada de asco. Me tenso acongojado por un nudo que me atenaza el estómago.      —Me alegra mucho oír eso. Sabes que el sentimiento es recíproco. Y para que veas la pena que me das, voy a sacarte del apuro en el que te has metido y voy a decirte que esta mujer con la que ya has estado se llama Marián Williams —dice con esa voz de listilla que me saca de mis casillas.    —Sé que no lo sabías. —Me guiña un ojo. Coge su copa para darse la vuelta e irse. ¡Maldición! Me vuelvo a mirar a Marián que me mira sorprendida. Le dedico una sonrisa cortés.      —Es una amargada —la insulta con indiferencia. Me dedica una sonrisa lasciva a la que yo frunzo el ceño molesto. Me disculpo con ella para ir a saludar a algunos socios. ¡Vaya mierda todo!    Ariadna.   Hablo con Jack, un importante diseñador de interiores alemán al que le había llevado el divorcio. Su mujer le había dejado por el entrenador de pilates. Yo hice un grandísimo trabajo al conseguir pruebas de su infidelidad dejando a la pobre señora Prescott sin un centavo de la fortuna del diseñador. Era un hombre arrogante y claramente un don Juan, porque no perdía oportunidad de tirarme los tejos cada vez que lo encontraba. Odiaba los hombres así. Hombres que creían que las mujeres éramos meros trozos de carne que podían utilizar a su antojo y luego tirar a la basura. Durante mis últimos años en Detroit había visto mucho de eso. Muchas mujeres denigrándose por ser la nueva amante de mi padre, un hombre viudo y asquerosamente rico que podía llenarles los bolsillos de dinero. Paul era todo lo opuesto a eso. Un hombre fiel, cariñoso, atento. Sonrío ampliamente cuando me rodea la cintura.      —Hola, princesa. Me giro entre sus brazos y me planta un recatado beso en los labios. Me quedo mirándole, esperado que haga algún comentario de mi atuendo, pero parece que no se fija en nada. Ni el vestido, ni el pelo, ni el maquillaje... Nada.      —Hola, Paul. —A su lado aparece el indeseable con su cara frustrada de siempre. Hace tiempo que yo aprendí a ignorarle olímpicamente. Me centro en mi prometido que va impecablemente vestido de traje.      —Señor Prescott. Paul le tiende la mano al alemán con una amable sonrisa. Kane, sin embargo, parece a punto de arrancarle la cabeza.      — ¿De nuevo por aquí, Prescott? Le está gustando mucho nuestra ciudad, ¿verdad?   —inquiere con esa voz fría y calculadora. Frunzo el ceño. ¿Por qué es tan grosero? Una parte de mí, al menos se alegra de que no solo lo sea conmigo.      — ¿Qué puedo decir? Aquí tenéis todo lo que un hombre pueda desear —responde el interiorista con una voz sugerente que hace que Kane apriete la mandíbula. Frunzo el ceño cuando cruza una mirada conmigo. ¿Qué coño te pasa, Oliver? Paul le sonríe tenso, aunque le saca conversación sobre su último proyecto. Oliver se acerca a mí dándole otro sorbo a su copa.      —Te preguntaría que es lo que te pasa, pero sé que esa es tu manera de ser amable con la gente —escupo las palabras entre dientes.      —Sin embargo, tú me has sorprendido. Ese tío coquetea contigo y tú encantada de la vida. Lo fulmino con la mirada de mala manera.      —Métete en tus putos asuntos, Kane. —Sonríe arrogante y sé que es porque me ha hecho de decir palabrotas. Es el único c*****o del mundo que me hace decirlas en voz alta. ¡Cómo lo odio!      —Solo miro por mi amigo. Eres su prometida y todos los invitados te están viendo deshacerte en sonrisas para otro. Me quedo helada.      —Vete a la mierda, c*****o. —Sí, le he vuelto a insultar. Me doy la vuelta, ando entre la gente buscando con urgencia un lugar seguro. Apartado. ¿Deshacerme en sonrisas? No es verdad. Yo no soy así. Yo no soy una de esas mujeres que coquetean con otros hombres. ¿Por qué mierda me afecta lo que ese gilipollas me diga? Me pican los ojos por las lágrimas acumuladas cuando salgo a una pequeña terraza donde el personal del hotel fuma a hurtadillas. Me apoyo en la barandilla soltando un pesado suspiro. Me pongo la chaqueta cuando el frescor de la noche golpea mi cuerpo. Tengo una vida perfecta. Tengo un trabajo perfecto. Tengo un novio perfecto. ¿Qué más da lo que ese amargado egoísta piense?      —Ariadna. —La voz de Paul me llega suave como un guante. Se acerca a mí, pero sin llegar a tocarme, yo me abalanzo sobre él. Necesito que me abrace, sentirme protegida, pero no consigo ni lo uno ni lo otro.    —No le hagas caso a Oliver, princesa. Ya sabes cómo es —dice apoyando la barbilla en mi cabeza, Me rodea los hombros con sus brazos y nos mece lentamente. En la periferia de mi mirada veo una silueta negra, pero me niego a mirar. Escondo la cabeza en el cuello de Paul. Hasta que su teléfono suena y me hace a un lado para cogerlo.      —Dame un segundo, Ariadna. —Asiento con una débil sonrisa. Me dejo caer en la barandilla abrazándome el cuerpo, incapaz de sacarme el frío del cuerpo. ¿O es el vacío? Me quedo mirando la noche pensando en lo mal que está yendo todo. En que no deberíamos a ver venido. Así no es como yo tenía pensado que pasaría el fin de semana.      —Hace un poco de frío aquí fuera, ¿no? —musita detrás de mí la persona a la menos quiero ver en este momento. Aprieto con fuerza los ojos antes de girarme para encararle.      —Descuida, sabes que un resfriado no impedirá que falte al trabajo —respondo impasible.      —Bien. No estamos ahora mismo para estar vagueando. Sonrío con dulzura a su impertinente comentario. Capullo.      —Acuérdate de eso cuando se te vaya la noche entera follando con alguna mujer —suelto entre dientes. Él da un paso atrás alarmado y yo me sonrojo por haber dicho eso. Es que saca lo peor de mí.      —Eso no es asunto tuyo —rebate tenso. Mierda, tiene toda la razón.      —Exacto, deja de meterte en mi vida y yo dejaré de meterme en la tuya —le suelto mosqueada conmigo misma más que con él—. Espero que por lo menos memorices su nombre esta vez. —Al parecer no me puedo callar. Se encoge de hombros indiferente.      —Solo recuerdo lo que realmente me interesa —se regodea con voz firme e intrigante—. Hay cosas que no puedo olvidar, aunque quisiera. Aprieto los labios encabronada por conducir la discusión a ese terreno.      —Ariadna. —Paul aparece ante nosotros—. Oliver, lo siento. Debemos irnos. —Le dice. Yo frunzo el ceño.      —Pero... aún no le han dado el premio —rebato, indignada.      —No te preocupes, he visto por ahí a Lily Sanders —dice guiñándole un ojo a Oliver—. Ella le acompañará bien. Miro a Oliver quien asiente con una enorme sonrisa arrogante. Se me encoge el estómago. Vaya un c*****o.      — ¿Y para qué coño venimos, entonces? —gruño soltando el improperio muy impropio de mí. Me suelto del agarre de Paul de un tirón—. Vámonos —espeto a mi novio echando humo por las orejas. Rodeo al gilipollas, con un cabreo de los mil demonios, deseando salir pitando de aquí. Me he arreglado para nada.      —Ariadna, espera... —Oliver intenta cogerme el codo, pero lo esquivo rápidamente. Qué te den. Mientras ando hacia la salida me cruzo con la susodicha. Va perfectamente arreglada la señorita Sanders. Cuando ver a Oliver suelta un chillido de satisfacción que me revuelve el estómago.      — ¡Oliver! —canturrea como una colegiala.   Salgo por la puerta sin siquiera mirar atrás. Casi de momento siento la chaqueta de Paul sobre mis hombros. Sonrío aplacando mi mal genio, pero cuando le miro no es mi prometido el que me arropa caballerosamente con su prenda. Se me cae el alma a los pies.      — ¿Qué te crees que haces? —De un movimiento rápido le tiro la chaqueta al suelo.      — ¿Creí que estarías encantada de librarte de estar aquí? —responde con voz suave ignorado mi arrebato. Miro al frente.      —Estaría más contenta si dejaras de jugar con nosotros. Si no necesitabas nuestra presencia hoy podrías habernos ahorrado la molestia de venir. Teníamos planes, ¿sabes? Me fulmina con la mirada.      —No soy yo quien ha dicho que os fuerais —se defiende molesto—. Y para que lo sepas...    —se calla.      —No te esfuerces en decirlo. Ambos sabemos perfectamente que no quieres que yo esté aquí y yo tampoco quiero estar. —Se muerde el labio cabreado dejando ver un atisbo de sus perfectos dientes. Vuelvo a mirar al frente esperando que nuestro chofer venga de una vez ya. ¿Dónde está Paul?      — ¡¿Ahora sabes lo que pienso?! —Alza la voz destilando rabia. Le miro un segundo a sus ojos grises, furiosos.      —Te he saludado y ni siquiera me has contestado —digo indignada—. Tanto tiempo desperdiciado por ti. Todo el día preparándome para la fiesta y todo acaba así.      — ¡Perdona por arruinarte el fin de semana romántico! —Sigue alzando la voz. Le miro furiosa.      —Eres el mayor egoísta que haya sobre la tierra. Ni siquiera nos has dado las gracias por estar aquí. —Aprieto los puños a mis costados.      —A Paul sí se las he dado —dice con frialdad y calma—. Y a Lily. —Siento que quedo sin aliento. Siento como si me golpeara en el centro del estómago y contengo las ganas de llevarme la mano a la boca. Su expresión decae, da un paso hacia mí y yo doy uno hacia atrás—. Yo... —Me vuelvo cuando veo el coche al que me subo antes siquiera de que se detenga.      —Princesa, ¿te acompaño a casa? —se ofrece Paul asomando la cabeza por la puerta del coche. Aprieto los dientes de nuevo y por no sé cuántas veces ya en esta noche.      —No vienes. —Le miro dolida y llena de rabia. Él hace una mueca de dolor.      —Princesa, es que... —Le empujo con suavidad hacia fuera y cierro la puerta—. A Hampstead —espeto al chofer que sale disparado sin hacer ni una sola mención.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD