Regla número 1: No creer en las primeras impresiones.

1225 Words
Ariadna.   La noche es cálida, aunque el fresco olor del otoño se empieza a respirar en Londres. La ciudad se llena con los últimos rayos resplandecientes de sol en tonos ocres. El clima no es predecible, durante el día puedes experimentar las cuatro estaciones del año, pero no he conocido un lugar más bonito y mágico que Londres. Me abotono bien la elegante americana negra que llevo puesta encima de un bonito vestido n***o que me han regalado mis compañeras de trabajo para mi cumpleaños. Es un modelo precioso de Versace, entallado hasta medio muslo, sin mangas y con un cuello de barco muy elegante. Un poco descarado por la espalda, bueno, la verdad es que no tenía espalda. Puedo sentir la tela rozarme la piel al andar. Pero me sentía sexy al llevarlo. Noto como me sonrojo ante mis propios pensamientos, de pronto, las dudas de haber acertado con mi atuendo me asaltan la cabeza. Me detengo en seco en medio de la calle. ¿Le gustará a Paul? El vestido solo expone la espalda y si no le gusta pues me podré la chaqueta y punto. Respiro hondo. He ido a la peluquería, me han alisado el pelo y dejado brillante. Me había maquillado un poco y el resultado me había sorprendido hasta a mí. No tanto como a Gia, una de mis amigas, quien se había puesto a silbar y a piropearme como una loca, pero he de reconocer que me siento guapa. Sujeto con decisión mi bolso y levanto la mano para parar un taxi cuando ya lo tengo a mis pies. Creo que es la primera vez en la historia que un taxi para tan rápidamente a mi llamada.      —A Coven Garden, por favor —le digo amable al chofer que está con la boca abierta mirándome. Será posible.    —No pienso pagarle este tiempo que está perdiendo mirándome embobado —gruño. El hombre carraspea una disculpa y pone en marcha el coche. Un fuerte pellizco se instala en mi estómago. Esta noche es la entrega de premios al empresario más importante del año. Mi prometido y yo trabajamos en su empresa. Me retuerzo los dedos. Más bien, es su amigo. Cuando llegué a Londres hace dos años, conocí de casualidad a mi novio. Paul Johnson. Sonrío. Yo iba andando por County Hall y sin querer choqué contra alguien que me hizo caer al suelo. Nunca he sido muy coordinada. Paul me tendió su mano amable como un caballero para ayudarme a levantarme. Fue agradable, educado, atento. Todo lo que una chica querría como hombre. Ese día no sólo conocí al que sería dos años después mi futuro marido, sino también al que sería mi peor pesadilla. El hombre con el que había chocado era su amigo, Oliver Kane. Arrogante, mujeriego, chulo, orgulloso y egoísta. Tiene esa mirada gris penetrante e intimidante que lo hace ver inalcanzable. Un metro ochenta de puro músculo que rezuma testosterona por doquier. Es un tiburón en los negocios, Oliver se dedica a la absorción y adquisición de empresas, Paul es su jefe de relaciones públicas y yo su abogada y mano derecha. Aún no sé por qué me dio ese puesto. A día de hoy aún sigo esperando una disculpa por tirarme al suelo. Yo me disculpé por ir distraída y él solo soltó un gruñido acompañado de una mirada fulminante. Maldito estúpido. Bueno, gracias a ese choque conocí a Paul. Ese mismo día me pidió quedar para tomar un té y desde entonces empezamos a vernos, poco después comenzamos una relación. Sé que Paul es el hombre perfecto para mí. Un hombre culto, educado, con los pies en la tierra y sobre todo ambos queremos lo mismo, casarnos y crear una familia. Cuando llegué a Londres lo hice sola. No quedaba nada en Detroit para mí. Empecé una nueva vida, una vida que está prácticamente diseñada para mí y con la que me sentía segura y cómoda. Eso es lo que importa, ¿no?      Oliver Kane.   Otro tirón de la pajarita y vuelta a empezar. ¿Por qué mierda se queda torcida? Otra vez de esmoquin, otra vez tengo que aguantar todo ese revuelo de gente que me hace la pelota y de ese montón de periodistas que no paran de hacer estúpidas preguntas. Por lo menos el Bourbon es bueno. Acabaré como siempre; bebido, caliente y entre las piernas de una guapísima mujer. Mi madre siempre me da la lata para que busque una buena compañera de vida, siente la cabeza y forme una familia. Me río. Como si fuese tan fácil. Yo soy un hombre que necesito poco. Tan solo una noche para acallar al depravado que llevo dentro y ya está. Ellas lo saben, yo disfruto de lo que me ofrecen y se acabó. Hace cuatro años que me dedico a levantar mi empresa. He de reconocer que soy un puto genio en lo que hago. Absorbo empresas y las vendo, o, si son buenas, me las quedo. La clave está en conocer bien a tu gente, rodearte de un buen equipo. Saber aprovechar y sacar todo el partido de ellos y si no dan la talla echarlos sin contemplación. Ese soy yo. Un hombre frío e insensible dispuesto a llegar a lo más alto, y lo he conseguido. Dos años seguidos. Esta noche me dan el premio al mejor empresario del año. Kane Corporation, es una las mejores empresas de Reino Unido. Enderezo la condenada pajarita que consigue quedar medio decente. Me miro en el espejo, bien. Estoy listo. Salgo al salón donde me encuentro con mi amigo y relaciones públicas de mi empresa, Paul, saqueando mi mejor licor.      — ¿Ya está lista la novia? —pregunta con burla. Aprieto los labios, molesto.      —Hablando de novias, ¿no deberías haber recogido a la tuya? —El mismo tono de molestia se instala en mi voz cada vez que hablo de ella. De esa mujer insufrible que es la prometida de Paul. Ariadna Brooks. Es una mujer aburrida, aunque un tiburón de abogada. Es fría e indomable. Inalcanzable. Es la vicepresidenta de Kane Corporation. Ha sido un gran fichaje para la empresa, pero un dolor en el culo para mí. La aguanto porque la necesito. Nada me gustaría más que perderla de vista una buena temporada. Bueno, pronto se irá… de luna de miel.      —Tío, ¿qué te pasa? ¿Por qué pones esa cara cada vez que hablas de Ariadna? —Aprieto los dientes. Ariadna. Ari, como yo la llamo. Lo odia. Es una mujer de pueblo que intenta triunfar en la gran ciudad negando de donde viene y quien verdaderamente es. Me da coraje la gente que oculta sus verdaderos orígenes.      —Ya sabes que ella y yo.... —me callo. No, por favor continúa, estoy deseando oír lo que tienes que decir. Gruño a esa incordiosa voz criticona dentro de mi cabeza.      —Es mi prometida, Kane. Intenta llevarte bien con ella —me pide Paul. Siento la rabia correr por mi sangre encendiéndome.      —Vámonos, llegaremos tarde  —espeto de mal humor. Empiezo a andar hacia la entrada de mi ático de lujo en el centro de Londres donde Raúl, mi guardaespaldas, me espera listo para salir. No quiero hablar de ella. No quiero que su sola mención arruine mi noche.
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