El agarre de las manos de Sebastián en la cintura de Paris se hizo más fuerte y pronto comenzó a recorrer con ellas su espalda, sus brazos y también sus nalgas. Cada roce de sus manos se sentía cálido en la piel de ella, quien disfrutó de las seductoras caricias. Paris sujetó sus grandes brazos con fuerza debido al nerviosismo que sentía, sin embargo, se dejó llevar. Los labios de Sebastián danzaron con los de ella y su lengua se sumergió en su boca en un beso hambriento y apasionado que la embriagaba más que todo el licor que había bebido en aquel sitio. Sebastián tocó su nuca bajo su larga melena rojiza y Paris presionó sus labios al sentir un pequeño escalofrío recorrerla, cuando con movimientos hábiles comenzó a bajar el cierre de su vestido. La tela dorada cayó a los pies de Paris y