Sin duda, ella hablaría con acento de los barrios bajos. Pero daría mucho que hablar, pensó desalentado, como Sarah, la noche anterior, mostró a todos el certificado de matrimonio. Entonces su cara, que a él antes le había parecido atractiva, se había mostrado grotescamente fea mientras le gritaba, despectiva: –¡Tu esposa, que, te guste o no, ahora es la Marquesa de Wyndonbury! Todavía podía oír las risas de los hombres que le miraban desde los pies de la cama. Podía ver la expresión que le pareció escandalizada, a la vez que sorprendida, en los ojos de las mujeres que estaban detrás de ellos. Casi veía a todas sus amistades repetir el relato de lo sucedido por todo Londres. Se contaría en los salones de recibir, en los clubes de St. James, y por supuesto, en el Palacio de Buckingham,