Presente Eloisa.
No se que me pasaba, desde que había vuelto a los brazos de Thomas no hacía otra cosa más que llorar. Sentía que en vez de reparar el pasado solo causaba más problemas.
No culpaba a Thomas por ese pasado tormentoso, en todo caso era gran parte mi culpa, aunque ahora, por más que quisiera alejarme, por su bien y por el mio, odiaba que volviera a intentar quitarse la vida.
—Elli, eso fue en el pasado, crecí y veo las cosas muy diferentes que en ese entonces.
—quiero dejar las cosas hasta aquí... pero no quiero hacerte más daño... en verdad te amo, pero te hago daño.—mis palabras salían a borbotones y casi tartamudeando, mi mente corria al igual que las lágrimas por mis mejillas.
—mírame.
No podía verlo a los ojos; era lo mejor para él, era demasiado bueno para una persona como yo. Si dejaba que las cosas fueran más allá, si la jodia, sería mucho peor.
—¡Mírame Eloisa!—su voz era demandante pero me rehusaba.
Temía que al ver sus ojos me retractarse de la decisión que habia tomado. Al menos ahora estaría avisado sobre que nuestros caminos tomarían rumbos diferentes.
—Eloisa, no tomes decisiones a lo loco por favor, estamos bien, ¿no? —alzó mi cara tomando de mi barbilla.
Traté de seguir con la vista clavada al piso, pero quería grabarme en la mente cada centímetro de su rostro. Su rostro estaba inexpresivo, aunque sus ojos no mostraban su brillos de siempre.
—tus ojos me dicen que esto no es lo que quieres, vamos, no huyas de nuevo.— me solto la barbilla para apoyarse en el auto y quedar a mi lado, se metio las manos al bolsillo— Lo que escuchaste ahí dentro no es del todo así, me ahogaba en un vaso de agua. Fue una etapa muy jodida donde las drogas y el alcohol eran mi única salida. En una ocasión tuve una intoxicación, mi madre cree que intente suicidarme al hundirme en las drogas.
Su explicación me dejaba un poco más tranquila, aunque me sorprendía. Thomas siempre odio el hecho de que las personas fumaran cerca de él, y ni siquiera le llamaba la atención el alcohol, ni antes, ni ahora, mucho menos me imaginaba que hubiese tenido un encuentro con otras adicciones peores.
— no sabía nada de eso.
Sonó el teléfono de Thomas.
— Gustavo nos llama, nos estamos retardado para el postre.— se incorporó y me tomó la mano, cerré la puerta del vehículo y lo acompañe.
Cuando estábamos en la puerta de entrada lo frené para limpiarme la cara lo mejor posible y colocarme los tacones que llevaba en la mano.
—déjame ayudarte— Thomas se inclinó para abrochar las correas de mis zapatos.
Aproveche para arreglar mi cabello y entramos. A pesar de que la explicación de Thomas hace unos momentos me había calmado un poco el remordimiento, aún sentía que mi presencia en su vida era dañina. Necesitaba pensarlo y buscar la manera más sana para ambos.
***
Cuando llego la hora de dormir, nos dirigimos a la antigua habitación de Thomas, todo seguía tal cual lo recordaba, aunque sin las prendas regadas, ni los libros desparramados entre el escritorio junto a la ventana o el piso.
Thomas cogió sábanas limpias del armario en la habitación y cayeron algunos papeles, no le dio importancia y siguió con lo que estaba, mientras se preparaba para hacer la cama, me acerqué para recoger lo que había tirado.
Recogí al menos siete hojas de cuaderno sueltas del piso, cuando las acomodaba para devolverlas a la repisa, una pequeña frase me detuvo.
Amada querida estimada
Amada Eloisa:
Las primeras tres palabras tachadas aún eran visibles. Revisé las siguientes hojas, todas eran cartas, cartas que eran destinadas a mi.
—¿me ayudas a armar la cama del otro lado amor?.
Dudé antes de preguntarle por aquellas hojas, pero me decanté por la opción de ayudarle con lo que me pedía y devolver aquellas hojas al armario.
No voy a mentir, cada cierto tiempo mi mente volvía a aquellas hojas, dudaba si podía leerlas, si estaban en esa repisa era porque seguro no quizo enviarlas por alguna razón.
Mi mente vagaba en pensamientos y sucesos de mi pasado, Thomas dormia plácidamente a mi lado, me levanté y corrí la silla del escritorio con cuidado de no hacer ruido hasta la ventana.
La noche estaba tranquila, había una hermosa luna llena, y aunque las luminarias de la calle no dejaban a la vista las estrellas, sabía que una luna así debía de tener un cielo precioso, la brisa cálida que entraba por la ventana semi abierta me despejo la mente de todos aquellos pensamientos intrusos que me habían quitado el sueño.