Bea se probó su vestido de novia por última vez. Lo había mandado a traer desde la Tierra, hecho a la medida por Vera Wang. Desde que era una adolescente, había soñado con casarse con alguno de esos vestidos de diseñador. Su boda con Raquiel sería mañana, y aunque se veía hermosa en aquel vestido, ya se estaba arrepintiendo de haberle dicho el “sí” al rubio cuando este le propuso el conveniente matrimonio mientras cenaban tras un día de trabajo cualquiera. No fue una propuesta de la manera romántica como ella lo había visto en las películas, ni sería un matrimonio real. Ella tenía muy claro de que aquel matrimonio solo sería una fachada, y Raquiel le había asegurado que ella podría estar con el que quisiera siempre y cuando no se dejara pillar. Pero precisamente lo que Bea no quería er