Capítulo 1
Londres, Inglaterra.
Merlín se bajó del avión y lo primero que hizo en la sala de desembarque fue buscar el transportín que traía a Kira. No le prestó atención ni siquiera a su equipaje, quería ver a Kira tras tres largos días de viaje, y es que había tenido que hacer varios trasbordos desde Afganistán hasta Inglaterra.
La situación en aquel país del medio oriente estaba cada vez peor, máxime con el retiro del apoyo militar por parte de Estados Unidos, por una simple y llana razón: Estados Unidos ya no es potencia a raíz de lo ocurrido hace cinco años, y no podía mantener a tantos soldados. La destrucción de Washington y el Área 51 hizo que el mercado de valores en dicho país simplemente desapareciera; billones y billones de dólares que los inversionistas de todo el mundo retiraron y que prefirieron entonces llevarlos a las bolsas de valores del Reino Unido y Rusia. Actualmente, esas eran las dos potencias del mundo. Y ni Rusia ni el Reino Unido querían prestar su ejército para una causa perdida en el medio oriente.
A Merlín le dio una profunda tristeza ver cómo los grupos extremistas se tomaron aquellos territorios y sometían a las mujeres. Pero lo que más duro le dio y lo que nunca se borraría de su mente, es ver el desespero de los afganos por abandonar su país y que incluso se subieran en las llantas de los aviones militares estadounidenses que abandonaban ese territorio, sin importarles que después cayeran al vacío y sus vidas terminaran de esa manera. Él mismo había estado en una de las trincheras, ayudando a los soldados a recibir a los bebés que varios padres afganos les alcanzaban para que se los llevaran de ese país sin esperanza, para que ojalá en un país del primer mundo alguna familia los adoptara y pudieran tener un futuro mejor.
Él muy bien podría haber adoptado a uno de esos bebés afganos, pero la verdad era que no se sentía listo para ser padre soltero. Si tal vez aun estuviera con Jelena, podrían haber adoptado a un niño, o a dos...o tal vez tres, como hicieron Sariel y Marco hace una década al también ver a tres niños que quedaron huérfanos por la guerra. Pero él no se sentía listo para formar una familia él solo. Necesitaba a Jelena, y sabrá Dios hasta cuándo podría tenerla de vuelta. Ella se veía muy feliz con la familia que ya tenía, un esposo de su edad que la entendía y valoraba, y un hermoso niño de cinco años que era la luz de sus vidas.
Él tenía que conformarse con su hija perruna, Kira, que lo había acompañado durante esos cinco años en su travesía por los diferentes territorios álgidos del medio oriente, le había ayudado a encontrar cuerpos en el campo de batalla con su poderoso olfato canino, y mientras él atendía a los heridos ella se encargaba de consentirlos y darles tranquilidad.
Pero Kira también había cambiado con la partida de Jelena. Merlín la escuchaba llorar en las noches, y a leerle los pensamientos, la escuchaba diciendo que quería que su “mami” regresara. Él por supuesto que por medio de las cartas que intercambiaba constantemente con la azabache le había hecho la propuesta de que Kira se quedara con ella en Karis, pero Jelena se había negado, sabiendo que Merlín se quedaría aún más solo y desdichado.
Una vez se reencontró con Kira en la sala de desembarque y la sacó de esa inhumana jaula en la que hacían meter a todas las mascotas, la perrita se le fue encima, ladrándole y lamiéndole toda la cara.
“Qué horrendo ha sido ese viaje, papi, no me vuelvas a hacer por una cosa de esas” le dijo la perrita, y él la acarició y le besó el hocico.
—No te preocupes, no volveremos a tener un viaje así de largo, me instalaré aquí en Inglaterra — le aseguró el mago, y ella ladró, estando de acuerdo.
El ejército estadounidense, en agradecimiento a Merlín por sus tantos años de servicio como médico militar, le dio un subsidio para comprarse una vivienda en donde él quisiera, así que decidió usar eso y la jugosa cantidad de dinero que le llegaba mensualmente por las acciones de la compañía Petrovleum que Jelena le había traspasado, para comprarse una gran, elegante y lujosa casa en un inasequible vecindario de Greater London. Sí, Jelena no lo había dejado económicamente solo, las acciones que a ella le correspondían de la compañía de su padre (que ahora había quedado administrando Asmodeo porque Lucifer se fue a vivir a Karis) se las había traspasado sin ningún problema, porque de hecho seguían casados legalmente en la tierra, no habían tramitado divorcio alguno, así que él aún tenía derecho a acceder a las cosas que fueran de ella.
Fue Jelena la que le pidió que se diera la vida de lujos que se merecía cualquier médico cirujano en un país del primer mundo, y tras varias cartas en donde ella no paraba de insistir, él terminó cediendo y compró esa mansión distribuida en tres pisos, con amplias áreas de entretenimiento, una gran biblioteca con cómodos sofás de lectura, piscina cubierta con área de ocio contigua y estacionamiento seguro en la calle para cuatro autos. La casa se encontraba ubicada en una parcela generosa con hermosos jardines delanteros y traseros en donde Kira podría divertirse corriendo, cosa que no podía hacer cuando vivían en el apartamento de Moscú.
Sin duda era una zona que solo podían permitirse los ricos y famosos, porque si bien era un vecindario con estilo claramente inglés, disfrutaba de una población cosmopolita y una mezcla de restaurantes y tiendas lujosas.
Cuando llegó a su nuevo hogar después del largo viaje, vio que todo ya estaba listo. Había comprado por internet los sofás, las camas, los implementos de la cocina, y todo lo que necesitaría en la casa. Le sorprendía lo mucho que el internet había facilitado la vida de las personas.
Pero al dejar sus maletas en el recibidor, se encontró con algo que él no había pedido. Un hermoso búho en una casita hecha en madera de árbol, con un letrerito en oro que tenía marcado el nombre “Arquímedes”. Merlín sonrió, y negando con la cabeza abrió la carta que estaba junto a la casita.
Te dije que te daría un regalo para tu nueva casa.
Espero que trates bien a tu nuevo mejor amigo.
Con cariño,
Jelena.
Merlín observó al animalito, que a su vez también lo miraba a él con sus grandes y penetrantes ojotes. Los búhos son animales salvajes, no están hechos para el cautiverio ni mucho menos para tenerlos como mascotas si no era una persona experta en domar a este tipo de animales. Pero por suerte, Merlín no se había ganado el apodo de “el encantador” si no fuera porque podía comunicarse con los animales. Le preguntó al búho si era su deseo estar ahí, y el animal manifestó estar contento en un lugar tan grande, pero puso como condición que dejara su casita en el jardín.
Así hizo Merlín. Dejó la casita en el jardín junto con un tazón con agua. Por la comida no se preocuparía. Los búhos son animales cazadores que comen rapiña, como insectos, ratones, lagartijas y otros animales pequeños, y teniendo en cuenta que la casa estaba ubicada en una zona campestre y que Londres era conocida desde siempre por estar infestada de ratas, supuso que el búho no tendría problema en buscar su comida, y de paso alejaría a los roedores de la vivienda.
Entró a la moderna cocina, que también se había asegurado por internet de que estuviera llena para cuando él llegara, y le sirvió las croquetas a Kira para él después prepararse su almuerzo. Un gran trozo de carne frita y papas a la francesa.
Ahí, en esa gran mansión, se sintió a un más solo de lo que por sí se había sentido en los cinco años anteriores. Debía hacer todo solo. Cocinar, comer, lavar la ropa, sacar a pasear a Kira, y entre otras cosas. Sentía que todo ese gran lujo no le servía de nada si debía disfrutarlo solo.
Podría hacer el esfuerzo de conseguirse una mujer, cualquiera caería rendida a sus pies, él es muy atractivo y tenía dinero ¿Qué mujer no se fijaría en él? Pero no se sentía capaz. Él aun no superaba a Jelena, y prueba de ello era que no dejaba de usar su sortija de casado, y que de fondo de pantalla en el celular aún tenía una foto en donde aparecían los dos junto a Kira.
En su tercera noche en la mansión, acostado en su gran y moderna cama king size, lloró. No había llorado por Jelena durante sus misiones en el medio oriente porque precisamente se había ido allá para no tener tiempo de pensar en ella, y había funcionado; pero ahora que estaba en la comodidad de una casa, una casa que debió ser de los dos, en donde ella cuidara a los pequeños retoños fruto de su amor, es cuando más solo y desdichado se sentía.
En la madrugada, sin poder cerrar un ojo, se dijo a sí mismo que no se dejaría echar a morir por un amor fallido. Él era el gran mago Merlín, había enfrentado situaciones peores en su pasado, así que prendió su laptop y buscó vacantes laborales. Si bien podía mantenerse solo de las acciones de la compañía, no quería quedarse sin hacer nada en esa mansión, debía mantener su mente ocupada si no quería caer en la depresión.
Eran muchas las vacantes que había para médicos cirujanos, pero si algo tenía claro es que no deseaba un horario matador como el que tenía en Moscú, así que optó por un trabajo a medio tiempo en el hospital universitario de Londres. Lo aceptaron de inmediato, sin siquiera hacerle una entrevista, la carta de recomendación del ejército estadounidense era suficiente para permitirle tener un trabajo en cualquier parte, y en su primera semana de labores en aquel hospital le llegó otra propuesta por parte de su superior, y esa era ser profesor en la facultad de Medicina del prestigioso Colegio Imperial de Londres, uno de los recintos universitarios más importantes del Reino Unido que tenía convenio con el hospital para que sus estudiantes realizaran allí las prácticas. Merlín se tomó una semana para pensarlo. Él no tenía experiencia como maestro, o bueno...no enseñando medicina, porque a Sariel la había instruido en la magia y en las cuestiones políticas, pero él no se sentía preparado para llevar la gran responsabilidad de ser profesor. Lo consultó muy bien con la almohada, y determinó que sería bueno para él aceptar nuevos desafíos, y que además eso sería muy terapéutico para él, a ver si estando ocupado revisando trabajos y exámenes lo hacía olvidarse de Jelena de una vez por todas.
Fue así que pasadas dos semanas de haber llegado a Londres, firmó contrato como profesor de la universidad imperial, no sabiendo en ese momento ni por sus visiones ni por advertencias de alguien más que esa decisión daría un drástico giro a su vida por cuenta de alguien que conocería en el salón de clases.