Heriberto
Despierto sobresaltado, mis ojos registran la habitación y la oscuridad me saluda. Me deslizo hasta el borde de la cama y me siento, la sábana se enreda en mi cintura y mi cabello largo cae en mis hombros. Intento asimilar que estoy bien, ruego que mis hermanos también lo estén, porque estoy seguro que este susto es de uno de ellos. En la mesita de noche busco mi celular, con ojos somnolientos enfoco la vista y son las tres y media de la madrugada. No podré volver a dormir, decido salir a trotar. Primero tengo que buscar ropa, no creo que salir en boxers sea buena idea. En el cajón agarro el primer pantalón deportivo a la vista, enseguida me lo coloco y en mi silla de la computadora había dejado una sudadera, ambas piezas oscuras y lentamente termino de vestirme. Vuelvo a la mesita y me aseguro de llevarme todo lo necesario, llave y billetera. Antes de salir me hago un chongo alto en el cabello, me cubro con la capa protegiéndome del frío. No puedo quejarme de la espectacular vista frente del apartamento, saliendo tengo de compañía el río Támesis y es una zona tranquila. Hace ocho años atrás mi vida cambió drásticamente y sigo deseando que todo haya sido un mal sueño. Luego de calentar, estiro los brazos, el cuello de lado a lado y empiezo a trotar por la silenciosa noche. Mis días han sido cuesta arriba, vivo en un constante recordatorio de lo que perdí y me hace cuestionar si es un castigo divino. Fue letal perder a mis hermanos en el momento más crítico de mi vida. Todos los días deseo que se acabe mi existencia, sin embargo, me preocupa Henrik, y eso me detiene. Volver a pensar en el pasado es como bajar un trago amargo por la garganta y al sentir la culpa deslizándose por mis venas aumento la velocidad.
***
En la sala de juegos, Henrik, y Hernán, jugaban tenis de mesa, los dos eran competitivos y me encontraba aburrido. Caminaba alrededor de ellos, intentaba distraerlos, de los tres solía ser el odioso, contado por ellos. Había lanzado una bola de relajación pequeña a la espalda de Hernán, en ese momento estaba enojado por haber perdido la concentración.
—¿Qué mierda te ocurre, Heri? —interrogó molesto, Hernán.
—Vamos a comer fuera, podemos ir al ‘Palace Garden Centro Comercial’—no era de salir mucho, pero ese día estaba ansioso.
—¡Nooo! —gritaban al unísono ambos y se expresaban con énfasis.
No les había dado el gusto de expresar mi decepción, en efecto deslizaba una pizca de humor o de ironía, que aún se me da a la perfección. Había caminado hacia el busca llaves de la pared y seleccionado la del vehículo de Hernán, era celoso con su Aston Martin. Ni siquiera me prestaban atención, mis hermanos retomaron el juego y de pie en el espejo del cuarto, me acomodaba la polo roja, me gustaba atraer la atención y me peinaba con la mano mi cabello de lado y apuntaba mi perfecto rostro, mientras mostraba mi sonrisa de pícaro.
—Hermanos sigan con su juego, mientras me llevaré a pasear tu adorado coche, Hernán.
Había logrado su interés, su rostro se contorsionaba y había escapado de prisa.
—Te conviene traerlo completo y sin ralladuras —me amenazaba por el borde de la puerta y seguía bajando las escalera con una sonrisa de suficiencia.
Al salir al exterior se encontraba al frente del auto mi mamá, se hallaba sumergida en su móvil, no me había vislumbrado y su ceño lo lucía fruncido. La esperaba con las manos dentro de los bolsillos, ella caminaba mientras tonteaba o navegaba, ni idea, pero lo que sea la preocupaba y la había visto tan absorta, terminó colisionando con mi cuerpo. Soy incordio, lo sé. Lo que ocurrió es que se asustó, logrando que dejara caer su teléfono. Al percatarse que era su hijo, se tocó el pecho y soltó el aire retenido. Su rostro se tornó pálido y la recuerdo nerviosa. Mi instinto me alertaba que algo no andaba bien y me agachaba para recogerlo, aún tenía la pantalla encendida abierta en un mensaje, pude ver el nombre de Joanne y mi madre me lo arrebató de la mano y escondido en su bolso.
—¿Qué sucede mamá, quién es Joanne?
—Una joven que quiere donar —sonreía nerviosa.
—Ocurre algo mamá, te ves nerviosa —afirmaba.
—No inventes, solo estoy cansada —se pasa la mano en la falda—. ¿Para dónde vas?
Intentaba cambiar el tema, la conocía bien.
—Bueno si cocinas algo con tus hermosas manos —agarraba sus manos y las besaba consiguiendo que se relajara—. No salgo de la casa, si tú me lo pides.
—Lo siento, estoy de prisa, tengo que bañarme y asistir a una reunión de beneficencia.
—No te preocupes mamá, entiendo, apresúrate entonces.
—¿Dónde están tus hermanos? ¿Por qué vas solo?
—Compitiendo en tenis de mesa, sabes que son al extremo.
—Eres peor que ellos, solo que hoy no es tu día —me apuntaba y negaba ofendido—. Los conozco a la perfección —al fin me regalaba su sonrisa y les cuento que esa sonrisa es incalculable.
—Mamá no te estreses, te salen arrugas, siempre sonríe, que es comida para el corazón —la abrazaba fuerte y si hubiera tenido la visión de que sería el último no la hubiera soltado jamás.
—¡Ahora vete! —se alejaba, evitando mirarme—, ¡te amo!—se limpiaba una lágrima y me preocupaba verla sensible.
—¿Qué sucede mamá? —había vuelto a insistir—¿Por qué lloras?
—Es una porquería que cayó en el ojo, todo está bien. ¡Vete, vamos! —se cubrió el ojo y la besaba en la frente.
—¡Te amo, Amelia de Honnor, alías la mejor mamá! —acariciaba mis mejillas y sonreía radiante.
—Mira mi bebé todo un adulador —apretaba mis mejillas y ponía los ojos en blanco.
La había dejado sonriendo, esperaba que no fuera nada malo. Tenía la esperanza que hubiera sido solo estrés, hablaría después con mis hermanos para que la mimáramos. Luego que caminé por el centro comercial, recuerdo que había comprado una camisa polo y unos abrigos para el invierno. Tenía mucha hambre, terminé en el restaurante francés 'Le Mercury', me había sentado en una mesa cerca de la entrada'. El sitio era uno de mis favoritos, la decoración floral y su imponente fachada medieval te atraía. Mi plato estaba exquisito, había ordenado Risotto y me estaba devorando un postre de Banoffee Pie y de pronto escuché que llamaban a Hernán. Siempre sucedía que nos confundían, había decidido ignorar y probar otro bocado. Una chica se detiene frente a la silla y aburrido levantaba la vista hacia la molestosa.
—Sabía que eras tú, que bueno encontrarte —se acomodó en la silla al frente y suelta los paquetes al lado. Era Margaret, nunca había estado frente de ella, la había visto de lejos, pero me iluminó con su belleza y ahora sabía porque Hernán, estaba embobado. Seguiré el juego, eso le pasó por no venir, se morirá cuando le cuente.
—¡Hola, Margaret! El destino juega a nuestro favor —realmente sus ojos son cristalinos y asintió ruborizándose.
—Llamaré a mi chofer, en lo que llega esperaré contigo, ¿no te molesta?
Después que se había sentado por su cuenta, se preocupaba si molestaba.
—Te llevaré, solo déjame comer este pedazo —le doy un mordisco y ella se quedó atontada—. ¿Quieres uno?
Se avergonzó y desvió la mirada penetrante.
—Acabé de comer, no te preocupes. ¿No te molesta llevarme?
—Para nada, eso es lo que hace un caballero, ¿no?
—Como quieras.
Entonces había pedido la cuenta, la ayudé con los paquetes y hasta le había abierto la puerta del auto, todo marchaba de maravilla.
—¡Gracias por llevarme! Vivo en East Hampton, Suffolk.
—¡Encantado!
Su hogar es retirado del centro comercial, sin embargo, fue ameno el camino. La chica era comunicativa, charlabamos de tonterías y su sonrisa me había cautivado. Pasamos impresionantes mansiones y al llegar se me hizo corto el viaje.
—Llegamos demasiado rápido, ¿quieres entrar? —el rubor en su piel me hacía palparlo y sus manos inquietas me parecieron adorables.
Ante ese ofrecimiento, había pensado en Hernán, sabía de antemano que se enojaría y más porque había fingido ser él. La adrenalina de saltar fluyó por mis venas.
—¿Tu papá no se enoja?
«¡Por favor, que se arrepienta!», rogaba.
—Él no está, la casa se encuentra completamente vacía y la encargada del aseo se ha marchado.
—¡Vamos!—la sonrisa en su rostro me sacudió desde la punta de la cabeza hasta los pies.
La seguí callado, solo estaría media hora, la acompañaría en esta inmensa casa, me intentaba justificar. La decoración era lujosa, tenía su toque medieval y te dabas cuenta de los años que tenía la mansión en su arquitectura. Al percatarme que me llevaba al segundo piso la había detenido tocando su hombro.
—Mejor quedarnos abajo —trago fuerte.
—Podemos estudiar un poco, como siempre —susurra y sus ojos suplican.
—¡Guíame! —Fue mi perdición.
Con cada escalón subido confirmaba los contras, todo me gritaba que me devolviera y apartara. Sin embargo, no quería detenerme, siempre era fiel a mis ganas, en ese momento me dominaban. Llegamos a su alcoba, la recorrí con la mirada y en su cama habían unos peluches, su laptop en el escritorio y era acogedora. Me había acercado a su mesita de noche y sostenía el portaretrato. Era una foto con su mamá, eran dos gotas de agua y se notaba que estaban unidas. Me había tensado al sentir su cercanía, me abrazó por detrás y sus manos agarraban el marco, nuestras manos tocándose y me daba un apretón.
—Mi mamá, la extraño mucho —su voz se cortaba.
Necesitando calmarla y reconfortarla, me había volteado y quedamos frente a frente. Margaret tenía una estatura baja, me llegaba a mitad de pecho y levanté su rostro, sus lágrimas se deslizaban y con mi dedo índice las había perseguido. Sus ojos se cerraron, su boca se abrió soltando un gemido y atrapándome por completo había poseído su boca, sus manos me acariciaban y el beso subió de tono. Terminamos enredados en la cama, acariciándonos, ropa volando por la habitación y me había olvidado de todo. Fuí un maldito egoísta, me dejé llevar por el momento sabiendo lo que esto dolería a Hernán.
***
Sacándome de mis pensamientos, siento unos pasos acercándose, últimamente me siento seguido. Estoy con ganas de pelear, luego de asfixiarme por mis errores. Al girar en la calle, me quedo quieto, intentando respirar y exhalar, me bajo la capa. Al doblar la persona la intercepto y acorralo en la pared de ladrillos. Me sorprendo al darme cuenta que es una chica, es pequeña y sus ojos almendrados asustados. Sin poder evitar acariciar su rostro y recuerdo que siempre por ser impulsivo jodo todo, pero ella arisca apartó su rostro. Intento contenerme, cierro el puño fuerte y de pronto me pateó en la entrepierna, me inclino por el dolor. Sin darme tiempo de reaccionar como ninja se mueve a mi espalda, una mano agarrando fuerte mi pecho y otra en mi cuello apuntando con una navaja. Mis ojos se humedecen, me quería dejar sin futuro. Todo se me volteó de sopetón, como todo en mi vida. Sin importar las consecuencias, suelto una sonora carcajada y ella intentó jalar mi cabello, y terminó soltando el moño.
—¿Dime, quieres ayuda para ir directo al inframundo? —aumenta la presión y suelta mi pecho para apartar el cabello de mi rostro, conectando con su fría mirada.
Esta chica me recuerda a mí, sin ganas de vivir, existimos y a la vez no. Sé que no le temblaría el pulso para matarme y gustosamente me arriesgo. La aprieto fuerte en la mano de la cuchilla consiguiendo que la suelte y la giro al suelo, cayendo duro y la aprisiono a horcajadas, mi cabello rozando su rostro. Se empieza a mover como serpiente, con una mano sostengo sus dos manos por encima de su cabeza y nuestros rostros pegados, nos medimos ambos. Se ha quedado de pronto mansita a cedido. Ella es un demonio, puedo ver como va engranando su cerebro, para volver a tener todo a su favor y eso me atrae.
—Pequeña demonio, pensaba que me seguían, tranquila, paz y amor.
Nos quedamos callados, memoricé su rostro alumbrado por el farol, ojos redondos de muñeca, cabello rizado rubio y sus pómulos suaves al tacto, perfectos labios rosados que me tientan y su fruncido ceño aporta sensualidad, me sonrío al tenerla a mi merced.
—¡Salte de encima, idiota! —gruñe, sonando salvaje.
Me aparto y recuesto en la pared de ladrillos. La pequeña demonio se levanta sacudiendo su trasero, está maldiciendo entre murmullos y agarra su cuchilla.
—¿Se puede saber que te da tanta risa?
Su pregunta me hace reír más, recuesto la cabeza de la pared, mientras cierro los ojos viviendo este momento. Hace años que no me reía de esta manera. Si tengo que ir al infierno, esta chica tendría el derecho.
—En serio, cuando quieras te regalo el pase directo… —la corto en su poesía.
—Te doy el derecho, pequeña demonio —aplaudo y veo su desconcierto.
Me levanto del suelo, ella coloca sus manos cruzadas en su pecho, con ese abrigo suelto no se aprecia su cuerpo y la hace ver más diminuta.
—Eres un loco —se gira y empieza a caminar molesta.
No tengo nada mejor que hacer, la escoltaré hasta su hogar. Se detiene, me da la cara y me empuja fuerte en el pecho, por supuesto, no logra mover mi cuerpo.
—No me persigas, me estás sacando el demonio.
— Pensé que el demonio eras tú —su mirada es letal—. Te acompañaré, no cederé —me cruzo de brazos y ella bufa.
La sigo con una sonrisa, ella va pisoteando como niña que perdió el helado. Está cerca su apartamento, abre la puerta dejándola explaya y me recuesto del marco de la puerta. Enciende la luz y sigue como si no existiera.
—Mujer, ¿no tienes ganas de vivir? La puerta se cierra.
—No tengo miedo a la muerte, el que decida entrar por el umbral debe estar preparado para las consecuencias —al fin me mira con sus ojos almendrados.
Eso me suena a invitación, coloco un pie, ella levanta una ceja y entro el otro, abriendo mis brazos a los lados.
—Ganas de morir —susurra.
Decido que sus palabras son cumplidos, cierro la puerta. Su hogar es una caja de zapatos, una pequeña cocina conectada con un mueble por cama, solo una puerta, debe ser el baño y una mesa con varios tipos de cuchillas y armas, no me extraña. Me llama la atención su equipo de computadora, cubre el mayor espacio de su cueva y me enamoro nada más de verlo. Me empuja con su hombro, dejo de babear por su equipo y al verla me ofrece una cerveza. No soy de tomar a ninguna hora, pero aceptaré.
—¡Gracias, este equipo es increíble! ¿Me ayudas a rastrear una información?
—¿Quién te dice a ti que sé hacerlo?
—Estudié Licenciado en Ciencias de la Computación y sé reconocer cuando rastrean o son aficionados.
Nos quedamos midiéndonos.
—Desde ahora te menciono que soy calle y no me tiembla la mano cuando quieren verme la cara de idiota —me amenaza y sé que cada palabra la hará cumplir.
—No tengo miedo a la muerte, si ha de llegar la aceptaré, pero mientras viva quiero averiguar mi pasado. Necesito enterarme de una vez por todas quién jodió mi vida.
—De acuerdo, nombre.
—Mohammed O'Sullivan, más que nada con quién se relaciona ilegalmente.
—Dame unos días, ahora tengo que dormir.
Señala la puerta, la ignoro, camino hacia su mesa y revuelvo hasta conseguir una pluma, al no ver papel, se me ocurre su mano. Me desplazo a su lado, agarré su mano y escribo mi nombre y número de teléfono. Coloco la pluma en su mano y la cierro.
—Me llamas —acerco la botella a mis labios, sus ojos me siguen y sorbí un gran trago.
La Nuez de Adán de ella tragó fuerte y sé que está chica siente al igual que yo una conexión. Es como si necesitáramos tener contacto para tener un propósito para vivir. Debo salir ahora, mi autocontrol nunca ha sido cooperativo y necesito por una vez tomar las cosas con calma. Corto nuestras miradas, suelto la botella a mitad en su mesa. Sé que sus ojos me siguen, sin volver a mirarla camino hacia la salida y cierro la puerta tras de mí. Me recibe el frío, doy leves saltos, subo mi capa tapando el rostro y empiezo a poner distancia trotando.