Henrik
Es una mañana colorida, estoy en el canal Regent 's, practicando remo, es mi deporte de ocio y me ayuda a despejar la mente. Necesitaba dispersar mis pensamientos, no he podido dormir bien de un tiempo acá, tengo pesadillas y despierto azorado, siempre es el mismo sueño donde recibo un disparo. Casi siempre me despierto a las tres de la madrugada y esos son los momentos que quisiera poder correr a los brazos de mi mamá. Estos ocho años han sido solitarios, me levanto cada día sin ningún propósito y extrañando a mi familia. Tengo veintiséis años, sin objetivos en la vida, estudié contable porque el señor Mohammed O'Sullivan, lo propuso y asisto a la oficina por cumplir. Vivo en su casa, en Little Venice, fue un gran cambio de vida, puedo decir que he disfrutado el ambiente tranquilo y relajante de este barrio. Es impresionante vivir en una zona hermosa y llena de canales. He pasado las embarcaciones coloridas, estoy de vuelta remando, fue una excursión de treinta minutos. He colocado el barco en el carro y arrastro por la palanca. El día está ventoso, estoy con mi ropa de remar, el anorak me mantiene caliente. La casa queda al frente del canal, despertar con semejante vista a diario es un regalo, son mansiones adosadas de estuco pintadas de blanco. Me quedan dos casas más adelante para llegar, pero una joven viene trotando de frente y de pronto se cae al suelo, y enseguida me agaché para ayudarla.
—¿Estás bien?—murmuré a su lado y ella levanta su rostro lleno de pecas.
—Las piernas me fallaron, ¡qué horror! —se sacude las manos.
—Tal vez, tropezaste con una piedra —señalo una piedra imaginaria.
—¡Definitivamente, era un peñasco! —se incorporó y la ayudé.
Al estar de pie ambos, puedo notar que somos de la misma altura y sus ojos marrones cubiertos por sus largas pestañas; se quedan mirando mi barco de remo.
—Estaba remando y vivo a dos casas de tu caída.
—Nunca he montado uno —sus ojos emocionados y toca el barco.
Esta chica despierta en mí, algo que pensé que nunca volvería a sentir y es emoción.
—Si quieres te puedo enseñar —me arriesgo.
Consigo su atención, su cabello en un moño en alto, de color castaño se mueve con ella y sonríe, dandome cuenta del lunar al lado de su labio en el lado izquierdo.
—¡Me encantaría! Aunque tengo que irme a trabajar, por eso corría, voy un poco tarde —con su dedo índice y pulgar simula poco.
—¿Dónde trabajas? —no puedo evitar ser curioso con ella.
—En Venice Cafetería, me visitas cuando puedas y quedamos para sacar un día.
Empieza a trotar mirándome y dando para atrás.
—Mejor ve caminando, no te vayas a romper la cabeza —hace tiempo no salía el relajado Henrik.
—¡Todo irá bien! Me llamo, Tracy —sus palabras alentadoras y me da la espalda.
—¡Mucho gusto, soy Henrik!
Se gira sobre su hombro y con la mano se despide. Estoy detenido mirando hasta que su silueta se pierde con la distancia. Se me escapa una sonrisa, continúo caminando y por nada del mundo me pierdo un café en la cafetería.
Al entrar a la casa me recibe la esposa de Mohammed, la señora Agrippina, es un amor y me abraza enseguida. Estar en una casa extraña y sin tu familia es algo desesperante, pero agradezco que estuviera de apoyo.
—Mi niño, ven que te hice un zumo de manzana —me deposita un beso casto en la frente.
—¿No vas con tus amigas a tomar té? —pregunto siguiéndola hasta la cocina.
Ella tiene el cabello hasta el mentón rubio, es de complexión delgada y conserva su elegancia. No pudo tener hijos, no he preguntado el motivo, sin embargo, puedo notar que no hay amor por parte del señor hacia ella, en cambio, ella lo cuida y atesora su amor. En eso recuerdo el amor de mis padres, no entiendo porque mi papá arruinó nuestra familia, lo odio por eso. Mi mamá lo amaba por encima de todo y él apostó nuestro hogar matando a mi madre de paso. El señor Mohammed, me contó que mi padre en un viaje a Ibiza apostó todo perdiéndolo y hasta me llevó al sitio. Con mis propios ojos vi un video de mi padre apostando, fue desesperante ver como de una mala decisión se fue todo al caño.
—Tal vez me reúna más tarde, siéntate —su rostro con las arrugas de los años y ojos azules llenos de sabiduría.
Trae la bandeja con té y se sienta al frente mío. Mi celular suena y lo silencio, viendo que es Margaret.
—Responde, nunca se sabe si es una emergencia.
—No creo, es Margaret.
Es la chica que Hernán quería y no me gusta para nada.
—Con más razón, contesta, esa joven es preciosa —espera que responda y me observa, mis ganas de complacer siempre me joden.
Contesto aburrido, sé que vendrá la charla pronto, Henrik, esa chica te conviene y es de buena familia.
—¡Buenos días, Margaret! —saludo monótono.
—Desde el viaje a Ibiza, me quedó claro que no me soportas.
—No tengo buenos recuerdos.
—Por eso debemos crearlos, te espero en media hora en Hook Restaurants, y más te vale que llegues —colgó la zorra.
Por desgracia su papá es amigo de Mohammed y todos estos años la he tenido que soportar, en fiestas de familia, incluso en el viaje de Ibiza, ella se encontraba y no entiendo el motivo.
—Intenta ser un caballero con ella, tienes que pensar en casarte y formar una familia —opinó Agrippina y prefiero dar un bocado del té, antes de responder.
Me salvó la empleada doméstica indicando que tenía visita y me despedí. Estoy cansado de mencionarle que no quiero compromiso e insiste. He subido corriendo los escalones, enseguida me doy una ducha, al lavarme el cabello me viene a la mente sus labios rosados y ese lunar tentador. «Estás embobado de Tracy», pienso. Estoy vistiéndome para ir a dar cara a Margaret y luego a la cafetería, para volver a verla. En el estante tengo ubicada la urna de mamá, la acaricio, cuidaré sus cenizas hasta que Hernán pueda despedirse. Espero que mis hermanos estén bien y que volvamos a reunirnos aunque sea una vez. Varios meses después de la muerte de mi madre, nos contó O'Sullivan, que en una pelea en la cárcel había sido asesinado nuestro padre. Ese día me encerré en mi habitación mirando a la nada, ni una lágrima salió, sentía que estaba hueco mi corazón y tenía que cerrar ese capítulo doloroso. Heriberto intentó hablar conmigo, no quise escucharlo, verlo era recordar que por su culpa había perdido a Hernán. Nunca le reproché, con mi rechazo y silencio nos fuimos apartando y hasta que un día se marchó, abandonando la casa. Mi hermano ha intentado comunicarse conmigo, pero lo he ignorado, en el trabajo fue a verme dos veces, inventé excusas. No quiero hablar sobre el pasado doloroso, me duele no tener a mi madre y cada momento de mi vida es asfixiante. Cuando estoy con la señora Agrippina, siento los días menos pesados, excepto, cuando le da con casarme. No pienso ir con traje, me he puesto ropa deportiva de la marca Nike y mi cabello es corto. Se me escapa una sonrisa al recordar a Tracy. Esa chica que en menos de un día, le ha dado color a mi vida y deseo verla de nuevo.
Me fui en el metro en la estación Warwick Avenue, no tengo auto desde que perdimos todo y he aprendido a usar bus, taxi y en el camino observaba los árboles. Llegué a tiempo, sin embargo, no quería ser un caballero con ella y me quedé viendo los transeúntes felices en pareja y con aire de suficiencia fui diez minutos tarde. El restaurante al frente está pintado de azul, es un local pequeño que se especializan en pescado fresco, y al entrar la veo sentada cortando el pescado. El sitio está lleno, me siento al frente suyo y da un sorbo de su copa de vino. No se mostró feliz al verme, sus ojos fríos me evalúan. Siempre que ella está a mi lado, siento la necesidad de ser rebelde y maleducado.
—Jamás, hubiera imaginado que llegar diez minutos tarde, te sacaría esa sonrisa de bobo. Desde tus padres… —golpeo con mi palma de la mano en la mesa, consiguiendo que se quede callada.
Los cubiertos tintineaban, conseguimos algunas miradas curiosas, cosa que odia la dama Margaret y su rostro se torna rojo.
—No vuelvas a mencionar mi pasado, de hecho sabes que jamás, tendría algo con la chica que arruinó la relación de mis hermanos. No sé, qué te traes en mano, pero desde ahora te aclaro que no me gustas, en otras palabras me desagradas —saco mi billetera del abrigo, arrojo dinero y me pongo de pie—. El caballero ha pagado la cena, sírvete y me disculpas si no puedo comer contigo, el apetito se me ha desaparecido.
—Esta humillación me la cobraré, Henrik Honnor, no soy una mujerzuela que acostumbras llevarte de un tiempo acá y le pagas tus servicios. No creas que soy la niña de dieciocho años que tus hermanos pisotearon —sus palabras son suaves, fingiendo una sonrisa ante el mundo y solo falta ver sus ojos azul cielo, para darte cuenta la tormenta desatada en ellos.
En Ibiza, me fui con una chica y sí pagué por sus servicios. Tampoco es que le importe mis encuentros, su problema fue mi desplante. En negarme a estar con ella y salir en sus narices con otra. Me inclino por encima de la mesa quedando frente a sus ojos rabiosos.
—Puedo percibir lo venenosa que eres, no me creo ese cuento que fuiste pisoteada. Ese juego lo supiste jugar con ellos y te pido que te conformes con dos, anhelar tres es gula.
Al salir del restaurante con varias miradas detrás, me sentí vivo y no quiero tolerar por complacer a los demás. Si no me gusta, no me lo puedo comer. Eso me hizo recordar a mis hermanos y mamá, ellos me hubieran aplaudido en ese momento. Con cada paso que daba me sentía más liviano. Mi celular suena y al ver la pantalla es Heriberto, había pensado en ignorarlo y desisto, oprimo responder.
—¡Al fin, hermano! —me quedo callado al escuchar su voz.
No puedo negar lo mucho que he extrañado a mis hermanos.
—No hay problema si no quieres hablar, al responder es un gran paso, ¿no? —preguntó y prosigue—. Sabes estoy cansado de esta mierda de vida. Aunque no lo creas estos ocho años sin ustedes ha sido un calvario, quiero decirte que haré todo lo humanamente posible porque seamos los trillizos de nuevo. Te lo juro por nuestra madre, Henrik, se que sientes lo mismo y lo has confirmado al responder. Sé que odias esa vida y aunque sea lo último que haga en vida, alguno de nosotros será feliz —su voz decidida.
—Heriberto —silencio—, Heri —alzo la voz y fue tarde, ha cortado.
Sin darme cuenta, lágrimas se deslizan por mis mejillas, agacho la cabeza y camino hacia un rincón alejado del bullicio. Tiene razón Heriberto, esto no es vida. Despertar sin un propósito me esta acabando lentamente, sé que cada palabra soltada la hará cumplir, es mi sangre y lo conozco. Heriberto es un ambicioso por su familia.
Continuará...