Capítulo 8: ¿Confías en mí?

2649 Words
—¡Felicidades querida que Alá bendiga tu vientre y puedas honrar a tu marido con un hijo varón sano y fuerte! Esa fue una de las tantas felicitaciones que Rania había escuchado durante la ceremonia de su boda. Le resultaba innecesario la celebración, ellos ya habían firmado el acta de matrimonio ante el Sheikh, el maestro de ceremonia y por supuesto su tío Idris, el Emir y otro hombre más habían sido testigos de su unión con el príncipe. Ella y Karim estaban sentados en tronos hechos de oro, el príncipe hablaba poco y no contestaba a los buenos deseos que le brindaban los invitados. Rania podía ver lo triste y distante que estaba, y tenía la seguridad de que debía verse de la misma manera. Toda aquella hipocresía le daba asco, pero una de las felicitaciones le causó una emoción diferente, no le pareció repugnante, sino que le resultó ser lo más triste que podría escuchar en aquel día. Una mujer de baja estatura se acercó a ella con mucha timidez. Rania ya la había visto algunas veces, era la esposa del hermano pequeño de su ahora esposo. Por lo que Aisha le había contado, era una chica muy joven que estaba obligada por su marido a mantener su cuerpo siempre cubierto con el burka, solo se apreciaban sus hermosos ojos verdes. —Felicidades cuñada, ahora eres parte de nuestra familia y te deseo muchas bendiciones al lado de tu esposo, nuestro amado príncipe heredero. –Su voz sonaba muy baja e insegura. –El matrimonio no es tan malo, por lo menos en tu caso no creo que lo sea. El príncipe Karim es un gran hombre y muy amable, estoy segura de que no te buscará solo cuando este ebrio. –Habló desde su propia experiencia. –Y también creo que debes ser una mujer muy sabia, no como yo. Así que puedes estar tranquila, no necesitarás que tu esposo te corrija por ser poca cosa. Bienvenida a la familia Al Thani. El corazón de Rania se encogió por la chica y cuando ella se giró para marcharse, Rania la tomó del brazo con suavidad. —Me han dicho que eres la esposa del príncipe Amín, pero no sé cómo te llamas. –Se interesó Rania. —Me llamo Malika. —Espero que podamos ser buenas amigas Malika. –Dijo apenada por la situación de la chica. —Eres la esposa de mi cuñado, ahora somos hermanas princesa Rania. —Contestó y después regresó al lado de su marido que la trataba como si fuera una sombra que solo debería seguirlo a todas partes. Llevaban poco tiempo casados y cómo todavía no se había quedado embarazada, Amín la despreciaba. Rania estaba sumergida en sus pensamientos mientras observaba a su cuñada, preguntándose como podían convencer a una mujer de que vivir de aquella manera era lo correcto y sinónimo de dicha, cuando de repente Aisha se acercó a ella. —Majestad es hora de retirarse a los aposentos reales. –Avisó Aisha y Rania pasó la vista por el salón, repleto de invitados ilustres, buscando al príncipe ya que lo había perdido de vista, pero no lo vio por ninguna parte. —¿No puedo esperar un poco más? –Pidió Rania con el corazón en la garganta y empezó a temblar pensando en lo que vendría a seguir. —Mi princesa ya han pasado horas desde la ceremonia y algunos invitados ya se están marchando. Debemos alistarla para su noche de bodas. –Contestó Aisha apenada por su princesa. Rania sin poder protestar siguió a la criada hasta una parte del palacio que desconocía. Según le habían contado la llevaba a la suite del príncipe. Las instalaciones eran dignas del heredero de una de las mayores fortunas del planeta. Un enorme salón muy lujoso decorado al estilo árabe, las más variadas obras de artes, habían esculturas y cuadros de famosos artistas y el oro, como siempre, no podía faltar. La chica se fijó que habían dos enormes puertas y las criadas abrieron una de ellas de par en par. Al entrar Rania se dio cuenta de que era una habitación que habían preparado para ella, era muy bonita, delicada y con tonos claros, también habían flores que dejaban un delicioso aroma en el dormitorio. Sobre la gran cama con dosel y cortinas blancas transparentes estaba la bata que ella debería utilizar aquella noche, y un agujero se abrió en su pecho al ver que había una puerta aparte de la del baño y el closet. —Es la habitación del príncipe majestad, está conectada a la vuestra para preservar la intimidad de la pareja cuando su majestad desee visitarla. —Explicó Aisha cuando vio que Rania no apartaba sus ojos de aquella puerta blanca con el lomo hecho de oro. —Ni que estuviéramos en la Edad Media. —Escupió Rania incómoda, entonces se asustó cuando las criadas empezaron a desvestirla. –¿Qué están haciendo Aisha? —Debemos prepararla para el príncipe, él ya está esperando por usted majestad. –Contó Aisha con las mejillas rojas. Mientras la vestían con una bata que apenas cubría su desnudez y soltaban sus cabellos, Rania sentía todo su cuerpo temblar. Karim le había asegurado que no iba a tocarla, pero le daba miedo que él decidiera hacerlo en el último momento ya que para todos estaba en su derecho de poseerla aquella noche. Cuando ya estaba lista Rania se cubrió los senos que se veían a través de la tela fina, también apretó los muslos incómoda por no llevar ropa interior, y así se dirigió a la puerta de la habitación que conectaba a la de Karim. —No majestad, esa puerta la utilizarán otra noche. –Avisó Aisha. –Esta noche debe entrar por la puerta principal de la habitación del príncipe, con las mujeres de la familia como testigo. Si todo aquello le parecía repugnante, tener que hacer aquel paseo, casi desnuda delante de otras mujeres que estarían rezando para que ella fuese del agrado de su marido, sí que era repulsivo. Entonces Rania levantó la cabeza orgullosa y salió de la habitación con los puños cerrados. De pie en la puerta de la habitación de su hijo mayor, Fátima Al Thani junto con la tía de Rania y otras mujeres casadas esperaban por la chica. Cuando Rania pasó por ella Fátima escupió al suelo. —¡Qué Alá seque tu vientre y que jamás puedas cargar una semilla de mi hijo, porque no eres digna maldita ramera sucia! –Habló con desprecio y rabia. Rania la miró a los ojos y contestó. —¡Que Alá escuche sus palabras y me conceda esa dicha, porque cargar un hijo de un matrimonio forzado no es una bendición, es una maldición! Fátima tenía ganas de abofetearla, pero se contuvo pues tenía algo mejor preparado para aquella noche. En el momento que Rania entró por la puerta toda su valentía dio lugar al miedo y la angustia de saber lo que podía ocurrir entre aquellas cuatro paredes. Karim estaba de pie en la terraza vestido con un pantalón n***o, la camisa del mismo color con los botones desabrochados y descalzo, Rania también se dio cuenta de que sus cabellos estaban mojados. Él no la miró apenas se movió de donde estaba con la vista en el suelo, tomó un albornoz y se lo entregó a ella sin mirarla. —Gracias.—Dijo Rania agradecida por el albornoz y por respetarla. —¿Estás nerviosa? –Preguntó Karim y ella asintió. Él notó que ella estaba temblando y sacó del bolsillo de su bata una cuchilla. —¿Eso para qué es? –Preguntó Rania asustada. —Necesitaré hacerte un pequeño corte. –Respondió Karim y ella retrocedió. –¡Tranquila Rania, tranquila! —¿Cómo quieres que esté tranquila cuando dices que me vas a hacer daño? –Susurró para que no la escucharán las mujeres que estaban afuera. —Si fuera por mí me haría yo mismo el corte, pero conozco bien a mi padre y tiene todos los recursos para saber si la sangre de la sábana es mía o de mi esposa. Por eso debe ser la tuya, sino lo hacemos así correríamos el riesgo de volver a pasar por esto o peor, terminarías siendo castigada porque fingir la virtud de una mujer es haram (pecado). —Explicó Karim tomándola de la mano con suavidad. – A mí no me harán nada porque soy el heredero del Emir, pero contigo todo sería diferente. Rania se puso tensa y más nerviosa de lo que ya estaba y Karim echó un ojo a algo que habían preparado en la habitación para aquella noche y pensó que no había prisa, que él podía tomar un momento para ayudarla a calmarse. Karim no soportaba lo que su cultura hacía pasar a las mujeres en una noche que debería ser especial para ellas y aunque su matrimonio con Rania era una farsa le dolía verla tan nerviosa y ansiosa, entonces por ella… para tranquilizar su corazón asustado, el príncipe decidió realizar por lo menos una parte del ritual de su noche de nupcias. —¿Qué vas a hacer Karim? –Preguntó cuando él la llevó hasta un sillón muy cómodo y al lado había una tina de oro llena con agua, sales y pétalos de rosas. –¿No estarás pensando en…? —¿Lavar los pies de mi esposa? –Terminó la pregunta por ella. –Es exactamente lo que pienso hacer, siéntate esto te ayudará a relajarte. Rania tomó asiento y Karim subió el albornoz hasta sus rodillas. Con el primer toque del príncipe la chica ahogó un gemido inconscientemente. Las manos de Karim eran grandes y fuertes, pero también eran suaves y su tacto eran tan delicado que erizó toda su piel y un escalofrío subió por su espalda. —¿Dónde me vas a hacer el corte? —No hablemos sobre eso ahora Rania, tú solo relajarte. –Pidió Karim y ella se centró en sus manos lavaban sus pies con tanto cuidado y no pudo evitar sonreír pensando en todo lo que le habían enseñado sobre aquella noche, como su tía le había contado tantas veces que sería una noche mágica y le entró cierra curiosidad por saber que enseñaban a los hombres. —Mi tía me contó todo lo que debería hacer esta noche, pero nunca me dijo lo que debe hacer el hombre, que debe decir mientras lava los pies de su esposa. —¿Eso te causa curiosidad? –Indagó Karim y ella hizo un gesto positivo. Entonces el príncipe empezó a rezar en árabe. ”—¡Dios Mío, bríndame su cariño, su amor y su satisfacción, y hazme estar satisfecho de ella y únenos con la mejor de las uniones en la más íntima de las compañías! ¡Dios mío!, por la confianza que has depositado en mi la he tomado, y mediante Tus palabras la haré lícita para mí. Si decretas para mí un hijo de ella, hazlo bendito y piadoso de entre los seguidores de la familia del Profeta Muhammad.” Después que Karim terminó su rezo, el corazón de Rania dio un brinco cuando él comenzó a cantar muy bajito, para que solo ella pudiera escucharlo. La letra de la canción era muy bonita, pero la voz de Karim aún más. Era como un hechizo que condujo la mente de la chica a un estado de frenesí y solo por un minuto, en ese momento tan fugaz, Karim la hizo sentir que viajaba a otro mundo, a una paz inexplicable, a experimentar una sensación diferente, pues algo que ella jamás había sentido despertó en su interior. El príncipe levantó lo ojos al terminar y mientras le secaba los pies Rania le dijo. —Cantas muy bonito Karim. —Espero que lo suficiente para calmar tu corazón. –Contestó.–Puedes estar tranquila Rania, todo saldrá bien. Karim no había previsto lo que pasaría acto seguido cuando pronunció esas palabras. Fátima irrumpió en la habitación y su hijo se levantó rápidamente sobresaltado con aquella intrusión. —¡¿Qué estás haciendo aquí madre?! —Me estoy asegurando de que no cometas ninguna estupidez, te conozco y sé que eres de corazón blando. Serías capaz de pecar para proteger a esa mujer si no resulta ser pura. – Escupió Fátima y Rania abrazó su cuerpo sin entender que hacía aquella mujer allí. —¡No puedes estar aquí, invadir la privacidad de los novios en su primera noche de intimidad es un haram muy grande! –Habló Karim con vehemencia. –¡ Márchate y espera afuera como todas! —¡No lo haré, quiero asegurarme de que consumarás tu matrimonio para tener el gusto de ver que esa zorra no es digna de nuestra familia! –Respondió Fátima con soberbia. —¡Eso va a en contra de la tradición, no puedes hacer esto! –Replicó Karim indignado mientras que Rania se ponía más nerviosa, ella no quería consumar su matrimonio. Hacerlo sería traicionar a Brian. —Llama a tu padre si quieres, pero te aseguro que será peor para ti mi amado hijo. Pues entonces seremos dos más en esta habitación. –Le advirtió Fátima con una sonrisa maliciosa, pero lo cierto es que el Emir no podía deshacerse de Rania sin antes estar seguro de que su más oscuro secreto estaría a salvó, algo que su esposa ni su hijo sabían. – Esta zorra es hija de una adúltera y quiero estar aquí para ser la primera en darle su merecido cuando me entregues la sábana limpia. —¡No puede hacer esto! –Rugió Rania desesperada y Fátima soltó una carcajada. —Yo soy la Emira de este país y puedo hacer lo que quiera. –Replicó Fátima y se giró para ver a su hijo. –Si no haces lo que te estoy ordenando Karim, aceptaré tu negativa como una confirmación de que esta mujer no ha preservado su virtud y yo misma tendré el placer de sacarla arrastras de esta habitación, le raparemos la cabeza y después la someteremos a un juicio público. ¡Tú decides querido! Fátima estaba segura de que Rania ya no era virgen y que aquella misma noche se libraría de ella para poner a princesa Samira en su lugar. Para Karim no era una decisión fácil, acostarse con otra mujer era traicionar a Amanda y eso para él era algo inconcebible, pero sabía que la vida de Rania dependía de aquello y por más que le partía el alma engañar a su amada con otra no había otra solución. Él podía ver todas las malas intenciones de Fátima y sabía que no iban a tener piedad con Rania. Aunque le costaba entender, si no la querían para él por qué habían aceptado aquel matrimonio. Pero no tenía las respuestas y mucho menos tiempo para sacar conclusiones. Entonces se giró para ver a Rania que abrazaba su cuerpo atemorizada haciendo un gesto negativo con la cabeza. Ella intentó retroceder, pero él la agarró del brazo con delicadeza y después tomó su rostro entre las manos. —Sé lo que eso significa para ti y para mí también significa lo mismo, pero no tenemos otra salida… tú no tienes otra salida. –Susurró Karim y sintió que su corazón se hacía añicos por verla llorar. –Tú solo confía en mí, prometo que será rápido. —Esto no es justo Karim, yo no quiero pasar por eso. –Confesó Rania con la voz entrecortada. —Y yo daría cualquier cosa para que no pasase esto, pero ahora mismo no me importa lo que siento y las promesas que hice… solo me importa tu vida. —Declaró apartándose de ella y le ofreció la mano. –¿Confías en mí?
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