CAPÍTULO II Si que es aquí donde te mudaste— dijo Bertram Cunningham mientras entraba en la espaciosa y soleada habitación en la Embajada Británica. En un extremo se encontraba Lord Hartcourt escribiendo en su escritorio. —Olvidé decirte que me ascendieron— respondió Lord Hartcourt. El ilustre Bertram Cunningham se sentó en una esquina del escritorio, golpeando la punta de la fusta que llevaba en las manos enguantadas, contra sus negras y lustrosas botas de montar. —Tendrás que ser cuidadoso, muchacho— dijo en un tono jovial—, en Eton siempre fuiste muy estudioso y aquí, si te descuidas, ¡te harán embajador o algo parecido! —No hay peligro de que ocurra. Charles Lavington se enfermó y yo ocupo el puesto que él tuvo que dejar. —Si deseas mi opinión— agregó Bertram Cunningham—, la enfe