—En realidad pienso en mi cabeza. El champaña de anoche era de muy buena cosecha, pero tomé demasiado. —Suena como una fiesta de primera— musitó Bertram—, lo que no puedo comprender es por qué te marchaste tan temprano. —Te diré la razón— respondió Lord Harteourt mientras bajaban la escalera de mármol que conducía al vestíbulo de la embajada—. Empeza-. ron el acostumbrado juego del caballo salvaje. Terense mojaba a las muchachas con los sifones de soda y Madelaiñe —creo que, así se llamaba—, gritaba tan fuerte que me exasperó. —Él Archiduque Boris parece interesado en ella. — ¡Por mí, puede quedársela! —En realidad, ninguna de ellas se puede comparar con Henriette — dijo Bertram en tono jovial—, hay algo que puede decirse con justicia de ti, Vane: tu gusto en cuanto a caballos y a muj