CAPÍTULO V Henriette Dupré tomó el collar de esmeraldas y se lo probó en T su blanco cuello —¿Cuánto cuesta?— con una voz que reservaba para los tenderos y sirvientes, muy diferente al suave tono que utilizaba al dirigirse a sus admiradores. —Le costará diez mil francos a milord— replicó el joyero— Y usted recibirá setecientos cincuenta francos, mademoiselle. —Es absurdo— Henriette lanzó el collar contra el tocador y se levantó del pequeño banco, mientras las exquisitas curvas de su joven cuerpo se revelaban bajo el transparente peinador—. ¡Mil quinientos francos!— añadió. —Imposible— exclamó el joyero extendiendo las manos—, eso me dejaría sin ganancias. -Setecientos cincuenta francos es lo justo. —¡Bah!— repuso Henriette con rudeza—. ¡Usted es un hombre acaudalado, monsieur Fabian!