Perderlo

1223 Words
Damon frunció el ceño al escuchar esas palabras. Siempre le molestaba cuando su abuela sacaba a relucir el testamento de su padre, como si eso pudiera controlarlo desde la tumba. Había evitado hablar de ese tema durante años, pero sabía que no podría evadirlo para siempre. —Abuela, ya hemos tenido esta conversación —replicó Damon, su tono más sombrío—. Mi padre no vive, y yo no estoy obligado a seguir sus reglas desde el más allá. Isabel estrechó los ojos y cruzó los brazos frente a su pecho, manteniendo su compostura. —Como albacea de su testamento, tengo la obligación de asegurarme de que su voluntad sea respetada —dijo con firmeza—. No me hagas tomar medidas drásticas, Damon. Tu padre fue claro en su deseo de que te casaras, y si sigues negándote, tendré que actuar en consecuencia. El aire en la oficina se hizo más denso, y Damon apretó los dientes, resistiendo el impulso de explotar. A pesar de su desdén por la autoridad que su abuela trataba de ejercer, sabía que ella tenía más poder del que le gustaba admitir. Durante años, Isabel había sido la figura más influyente en su vida, y ahora, con ese testamento en sus manos, tenía una carta que él no podía ignorar tan fácilmente. —¿Así que es una amenaza? —preguntó Damon, su voz baja y peligrosa, con los ojos fijos en los de su abuela. Isabel lo miró con serenidad, sin dejarse intimidar por el tono de su nieto. —No es una amenaza, Damon. Es una realidad. Si no cumples con tu parte, si sigues ignorando los deseos de tu padre, me veré obligada a tomar cartas en el asunto. Y eso, créeme, no va a ser agradable para ti. Damon se quedó en silencio, sus manos tensándose sobre el escritorio. Sabía que su abuela no hablaba en vano. Ella tenía la capacidad de complicarle la vida de muchas formas, y no quería ponerse en una situación en la que tendría que enfrentarse a ella de frente. Aunque detestaba la idea de un matrimonio arreglado, entendía el peso que las decisiones familiares cargaban. Isabel suavizó su expresión al ver el conflicto interno en su nieto. Sabía que Damon odiaba que lo presionaran, pero también sabía que él era un hombre pragmático, alguien que entendía el valor de las alianzas, incluso si lo despreciaba. Se acercó a él, colocando una mano suave sobre su hombro. —No estoy pidiéndote que hagas algo que vaya en contra de tu voluntad, Damon. Solo te estoy recordando lo que está en juego. La familia King es poderosa, y Ivy es la mujer adecuada para ti, tanto en lo personal como en lo profesional. Piénsalo. Damon soltó un resoplido, apartando su mirada. Sabía que su abuela tenía razón, pero eso no lo hacía sentir mejor. Los recuerdos de su padre seguían persiguiéndolo, y la idea de casarse por obligación lo asfixiaba. —Lo pensaré —dijo finalmente, su tono neutral. Isabel lo observó durante unos segundos más antes de asentir con la cabeza. Sabía que Damon no tomaría decisiones impulsivas, y con el tiempo, ella estaba convencida de que vería el sentido en lo que le proponía. —Eso es todo lo que te pido —respondió Isabel antes de darle una ligera palmada en el hombro y salir de la oficina con la elegancia y dignidad que la caracterizaba. Damon se quedó solo, con la mirada perdida, sumido en sus pensamientos. La mención de su padre y su voluntad era como un peso que siempre lo arrastraba al pasado, a los recuerdos que preferiría olvidar. Sabía que su abuela no lo dejaría en paz hasta que aceptara lo que ella quería. Pero, ¿estaba dispuesto a sacrificar su libertad por cumplir con una tradición familiar? Sus pensamientos fueron interrumpidos por un ligero ruido en la puerta. Damon miró hacia el pasillo, sospechando que alguien había estado escuchando. Se levantó de su silla y caminó hacia la puerta, pero no vio a nadie. Solo el eco de sus propios pasos resonó en el pasillo, dejándolo solo con sus dilemas. Freya se escondió rápidamente detrás de un pilar cuando vio que Damon salía de su oficina. Contuvo la respiración, temiendo que él pudiera notar su presencia. Su corazón latía desbocado, no solo por el miedo de ser descubierta, sino por lo que acababa de escuchar. Las palabras de la señora Isabel resonaban en su mente: Damon tenía que casarse con Ivy. Sin embargo, lo que más la perturbaba no era la noticia en sí, sino la extraña sensación de opresión en su pecho. Algo dentro de ella se encogió al pensar en Damon con Ivy. ¿Por qué le importaba? Damon era un hombre frío, distante, y a menudo cruel. No debía importarle lo que hiciera con su vida, y mucho menos con quién decidiera casarse. Era su jefe, nada más. Pero cuando estaba cerca de él, no podía ignorar una extraña atracción que la confundía y la hacía sentir vulnerable. Freya se mordió el labio, tratando de reprimir los pensamientos que se arremolinaban en su cabeza. Sabía que no tenía derecho a sentirse así. Damon era intocable, y su mundo estaba muy lejos del suyo. Además, ella tenía sus propios problemas que atender: la presión de Jack, el secuestro de su padre, y el miedo constante de que su misión se descubriera. Damon era solo una distracción que no podía permitirse. Pero había algo más. Cada vez que lo miraba, algo en él le resultaba vagamente familiar, como si lo conociera de antes, aunque no podía recordar de dónde. Esa sensación la perseguía desde el primer día que lo vio. Quizás era solo una ilusión creada por su mente agotada, un truco de la desesperación que sentía al estar atrapada en esa casa y bajo el control de Jack. Freya asomó la cabeza ligeramente desde su escondite, observando cómo Damon caminaba por el pasillo, alejándose de la oficina. Su postura firme y sus pasos seguros lo hacían parecer invencible, como si nada pudiera afectarlo. Pero Freya había visto más allá de esa fachada, aunque fuera solo por unos instantes. Había visto la chispa de lujuria en sus ojos cuando estuvieron tan cerca en su oficina. Había sentido el calor de sus manos cuando la sostuvo por la cintura, el ligero temblor en su respiración cuando se inclinó hacia ella. Sacudió la cabeza, tratando de despejar esos pensamientos. No podía permitirse pensar en eso. Damon era peligroso de una manera que no tenía nada que ver con su misión, y cuanto más lo permitiera entrar en su mente, más difícil sería mantener el control. Freya esperó a que Damon desapareciera de su vista antes de salir de su escondite. Se enderezó y se dirigió hacia las escaleras, tratando de sacudirse la sensación de opresión que aún residía en su pecho. Tenía que mantenerse enfocada en lo que realmente importaba: salvar a su padre y salir de esa casa antes de que fuera demasiado tarde. Pero mientras caminaba por los pasillos oscuros de la mansión Cross, no pudo evitar preguntarse por qué ese hombre frío y distante le causaba una reacción tan extraña. ¿Por qué algo en su corazón se oprimía al pensar que podría perderlo, cuando ni siquiera era suyo?
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