Salvar a su padre
Freya movía lentamente la cuchara de madera dentro de la olla mientras el suave olor de la sopa llenaba la pequeña cocina. A pesar de su modesto tamaño, esa casa había sido su refugio, su única constante en una vida llena de incertidumbre.
Estaba preparando la cena para ella y su padre, como solía hacerlo todas las noches. A pesar de las dificultades, Freya siempre intentaba mantener una sensación de normalidad. Su pierna herida dolía un poco por el esfuerzo del día, pero eso no la detenía.
Sabía que su padre no volvería esa noche. No era algo nuevo; él solía desaparecer por días, entregado a su adicción a las apuestas. Aunque era un hombre bueno, las apuestas se habían convertido en su perdición.
Esa adicción les había dejado una montaña de deudas y sumido en problemas de los que Freya apenas lograba salir. Aún así, ella lo amaba. Su padre había sido su apoyo desde que había perdido a su madre y, aunque no recordaba mucho de su niñez debido al accidente en la que quedo coja, pero sabía que él siempre había estado ahí, en lo bueno y en lo malo.
Pero algo esa noche la tenía intranquila. Revolvía la sopa con más lentitud de lo normal, como si su mente estuviera en otro lugar. Él solía faltar sin previo aviso, pero esta vez sentía algo diferente, algo más oscuro que solo la ausencia habitual. Llevaba días sin recibir noticias de él y, aunque ya había pasado por eso antes, algo en su interior le decía que algo no estaba bien.
Apagó el fuego de la estufa y se acercó a la ventana, mirando la calle oscura a través de las cortinas. El viento soplaba suavemente, pero su corazón latía fuerte. Freya respiró hondo y trató de sacudirse la ansiedad. "Volverá pronto", se dijo a sí misma. "Siempre lo hace". Sin embargo, la inquietud permanecía.
Un ruido afuera la hizo saltar. Parecía que alguien estaba en la puerta. Se quedó quieta, tratando de escuchar mejor. ¿Sería su padre? Quizás había regresado y solo estaba tomando su tiempo para entrar.
—Papá… —susurró, mientras se dirigía lentamente hacia la puerta.
Antes de que pudiera abrirla, la madera se rompió en mil pedazos cuando varios hombres irrumpieron en la casa. Freya retrocedió, sorprendida, y trató de gritar, pero uno de ellos se abalanzó sobre ella, cubriéndole la boca con una mano áspera. El olor a tabaco y sudor la envolvió mientras la sujetaban con fuerza.
—¡Tranquila, preciosa! —dijo uno de los hombres, su tono burlón mientras sus ojos recorrían la pequeña casa—. No te haremos daño si cooperas.
Freya forcejeó, pero el hombre era demasiado fuerte. El miedo la invadió, y su mente giraba en busca de alguna explicación. ¿Qué querían de ella? Su padre… ¿dónde estaba su padre?
—¿Dónde está mi papá? —logró murmurar, su voz quebrada por el pánico.
El hombre soltó una carcajada.
—Tu querido padre nos debe bastante dinero, ¿sabes? —respondió el líder del grupo, un hombre alto y corpulento con una cicatriz en la mejilla—. Y ahora es momento de pagar.
Freya sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Sabía que las deudas de su padre eran graves, pero nunca imaginó que llegarían a este punto.
—No sé dónde está —dijo con desesperación—. No sé nada de él desde hace días.
El hombre con la cicatriz frunció el ceño, como si eso no le importara en absoluto.
—No te preocupes, lo tenemos —dijo mientras señalaba hacia la puerta—. Pero si quieres que siga con vida, vas a hacer exactamente lo que te digamos.
En ese momento, otro hombre entró arrastrando a su padre, golpeado y maltratado. Freya gritó al verlo, pero uno de los hombres la sujetó.
—Freya… lo siento —murmuró su padre con voz débil. Tenía la cara hinchada por los golpes, y apenas podía mantener los ojos abiertos. Freya quería correr a ver como se encontraba su padre, pero el mismo hombre se lo impidió, sosteniéndola con más fuerza del brazo mientras le costaba un poco mantenerse de pie.
—Vas a trabajar para nosotros y así pagaras la deuda de tu padre, si te niegas, tu sabes cuales son las consecuencias —dijo el hombre con cicatriz mientras se inclinaba hacia ella.
Un escalofrió recorrió la espalda de Freya, ¿trabajar para ellos? ¿de qué? ¿cómo iba a poder hacer eso? Se preguntaba, pero el miedo de que le fueran a hacer algo a su padre la dejó sin palabras y solo asintió, ya que no veía salida a ese problema que solo accediendo a sus peticiones.
—Hay alguien muy importante que queremos vigilar. Vas a infiltrarte como mucama en la mansión de Damon Cross, el CEO más poderoso de Montebravo. Y cada dos días, nos vas a dar información sobre él. Si no lo haces… —hizo una pausa, observando el terror en los ojos de Freya— tu padre no vivirá para contarlo.
El mundo de Freya se desmoronó en ese momento. No había elección. Para salvar a su padre, debía entrar en la guarida del hombre más poderoso del país.
El terror la invadió. ¿Cómo iba a lograr algo así? No tenía otra opción, la vida de su padre estaba en sus manos.
Después de que aquellos hombres le dijeran lo que querían, se marcharon, llevándose de nuevo a su padre. Freya lloró por toda esa noche, porque, ¿Cómo una coja como ella iba a poder realizar tan peligroso trabajo? ¿Y si, lo hacía mal y la descubrían? ¿Qué le haría Damon Cross si descubría porque estaba ahí? Seguramente, al igual que a su padre, aquellos hombres también querían dañar a Damon y se sintió mal por un hombre que no conocía.
Días después, Freya recibió una llamada con instrucciones precisas: "Estarás en la casa de Damon Cross a las ocho de la noche. Nadie sospechará de una nueva mucama. Haz lo que debas para no levantar sospechas. Recuerda, cada dos días, quiero información. O tu padre paga el precio".
El frío recorrió su espalda mientras colgaba el teléfono. Estaba a punto de entrar en el mundo de uno de los hombres más peligrosos del país, y sabía que de esa decisión dependía la vida de su padre… y la suya.