Damon estaba tan cerca que Freya podía sentir su aliento cálido acariciando su piel, mezclándose con el aire entre ellos, creando una atmósfera cargada de tensión. Su mirada intensa, fija en los ojos de Freya, tenía un brillo desconocido, uno que hacía que todo el cuerpo de ella se estremeciera, no solo de miedo, sino de algo más que no podía identificar. Estaba paralizada, atrapada en el magnetismo de su jefe, sin saber cómo reaccionar o qué hacer. No había espacio para huir, solo podía dejarse intimidar por la presencia imponente de Damon.
Damon, con una precisión calculada, deslizó su mano por la cintura de Freya, el tacto de su piel a través de la tela era suave, casi excitante. La presión sutil de su mano hizo que Freya se inclinara levemente sobre el escritorio, su corazón latiendo frenéticamente dentro de su pecho, como si estuviera en medio de una caza, y Damon fuera el depredador que la tenía acorralada. Su cuerpo temblaba, y sus pensamientos se desvanecían en la confusión de lo que estaba ocurriendo.
Damon se inclinó más cerca, el espacio entre ellos se redujo a un suspiro, y sus alientos comenzaron a mezclarse. A diferencia del asqueroso olor a tabaco y alcohol de Jack, el de Damon era fresco, con un ligero aroma a café y menta que invadió los sentidos de Freya, haciéndola cerrar los ojos involuntariamente. Su cuerpo entero se estremecía, pero no podía apartarse. El magnetismo que emanaba de Damon era demasiado fuerte.
La mirada de Damon bajó lentamente hasta los labios de Freya, y una sonrisa maliciosa apareció en su rostro. Sabía que la tenía donde quería. Lo veía en su respiración acelerada, en la forma en que sus manos temblaban, y en los suaves temblores que recorrían su cuerpo. Estaba dispuesta, vulnerable, y él estaba dispuesto a aprovecharse de esa vulnerabilidad.
Freya apenas podía pensar. Todo lo que sentía era la fuerza arrolladora de Damon, cómo la rodeaba, cómo su presencia la consumía por completo. Estaba tan atrapada en esa mirada, en ese momento, que cuando Damon se inclinó un poco más, casi sintiendo sus labios a milímetros de los suyos, su respiración se detuvo. Esperaba ese beso, lo temía y lo deseaba a la vez, sin entender por qué su cuerpo reaccionaba de esa manera.
Pero justo antes de que Damon pudiera hacer su próximo movimiento, el sonido de una mano tocando la puerta rompió el hechizo que se había tejido entre ellos. Damon frunció el ceño, claramente molesto por la interrupción. No apartó la mirada de Freya, ni tampoco aflojó el agarre en su cintura, pero un ligero gruñido escapó de sus labios.
La puerta se abrió lentamente, y una figura entró con paso rápido y decidido, sin esperar a que le dieran permiso. Era Ivy King, la mejor amiga de Damon, quien no tardó en notar la escena delante de ella. Su mirada se posó en la figura de Freya, atrapada entre el escritorio y Damon, y una sonrisa de satisfacción retorcida apareció en su rostro.
—Oh, lamento interrumpir —dijo Ivy con un tono suave pero cargado de intención—. No sabía que estabas ocupado, Damon. ¿O tal vez sí?
Freya sintió cómo el frío regresaba a su cuerpo, y la realidad del momento la golpeó con fuerza. Rápidamente se apartó de Damon, haciendo todo lo posible por disimular el temblor en sus manos mientras se alejaba unos pasos, su respiración aún descompuesta. Ivy observó todo con ojos afilados.
Damon, sin embargo, no se movió. Sus ojos aún tenían ese brillo de lujuria, pero su expresión se endureció. No le gustaba que Ivy hubiera entrado sin permiso, aunque sabía que ella era la única que se atrevía a hacerlo.
—¿Qué es lo que quieres, Ivy? —preguntó Damon con voz fría, claramente irritado por la interrupción, pero manteniendo el control que siempre demostraba.
Ivy sonrió y se acercó a Damon, ignorando por completo la presencia de Freya. Se inclinó sobre el escritorio, jugando con el borde de uno de los documentos.
—Solo quería verte. Hace días que no hablamos —respondió con un tono insinuante, mientras su mirada pasaba brevemente por Freya antes de volver a Damon—. Pero veo que estás… entretenido.
Freya sintió un nudo en la garganta. Sabía que Ivy no la veía como una amenaza, sino como alguien que podía ser aplastada fácilmente. Su presencia allí solo complicaba las cosas, y cuanto más tiempo pasaba cerca de Damon, más peligrosas se volvían las circunstancias. Sin decir una palabra, Freya inclinó la cabeza en señal de respeto y comenzó a caminar hacia la puerta, su cojera más pronunciada debido al temblor en sus piernas. Damon no la detuvo, pero Freya sintió su mirada clavada en ella hasta que salió de la habitación.
Una vez fuera, respiró hondo, tratando de calmar el caos en su interior. Sabía que no podía seguir así, que el peligro de caer en las manos de Damon era real. Pero más que eso, temía lo que estaba sintiendo, esa extraña mezcla de atracción y terror que había experimentado en esos momentos de cercanía con Damon.
Sabía que nada bueno podía venir de ello, pero en ese mundo sombrío y despiadado, no tenía opción más que seguir caminando, atrapada entre su deber y el miedo.
Ivy cruzó los brazos y frunció el ceño ligeramente, su mirada calculadora fija en la puerta por la que Freya acababa de salir.
—¿Y quién es esa chica coja? —preguntó con cierto interés, pero su tono tenía un filo afilado, como si estuviera más intrigada de lo que quería dejar ver.
Damon soltó un suspiro despreocupado y se apoyó en su escritorio, cruzando los brazos mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante, sus ojos llenos de desdén.
—No es nadie importante —respondió con frialdad, su voz tranquila, como si Freya no fuera más que un detalle insignificante en su vida.
Ivy levantó una ceja, claramente dudando de la respuesta de Damon. No era una mujer fácil de engañar, y lo que acababa de presenciar no era algo que pudiera pasar por alto tan fácilmente. Sus ojos se estrecharon en una sonrisa que no alcanzó a sus labios.
—¿Nadie importante? —repitió con una sonrisa irónica—. Pues lo que acabo de ver no parece algo que se pueda ignorar.
Damon soltó una ligera carcajada, su tono rebosando de arrogancia. Se acercó a Ivy con pasos decididos, tomándola por la cintura con la misma facilidad con la que lo hacía todo en la vida, con posesión. La atrajo hacia él con un movimiento firme y, sin darle tiempo para reaccionar, la besó con furia, descargando una pasión cruda y oscura que ardía dentro de él. Ivy correspondió al beso, pero apenas Damon se separó de ella, lo miró con una chispa de desafío en los ojos.
—¿Estás celosa? —preguntó Damon, su voz cargada de burla. Su mirada seguía siendo intensa, pero había algo más detrás de su tono, algo peligroso y tentador.
Ivy soltó una risa baja, inclinando la cabeza hacia un lado, como si la idea de sentir celos fuera una broma.
—¿De una coja? —respondió, su sonrisa estirándose, desbordando crueldad.
Los ojos de Damon se intensificaron por un momento. Algo cambió en su expresión, volviéndose más oscura, más peligrosa. Sostuvo la mirada de Ivy y, después de un breve silencio, respondió en voz baja, casi susurrando.
—Entonces no tienes por qué preocuparte de ella.
Y sin más palabras, volvió a besarla, esta vez con una mezcla de desprecio y deseo, como si necesitara reafirmar su poder sobre ella. Ivy no se resistió, pero la tensión entre ellos era palpable, una especie de juego de control que ambos estaban dispuestos a jugar hasta el final.
Lo que ninguno de los dos sabía era que Freya estaba al otro lado de la puerta, observando la escena con el corazón en un puño. Apenas respiraba mientras escuchaba cada palabra. Sabía que no debería haber estado allí, espiando, pero no podía evitarlo. Sus manos temblaban ligeramente mientras se aferraba al marco de la puerta, su pequeña figura casi imperceptible en la penumbra del pasillo.
Las palabras de Damon resonaron en su mente como un eco que no podía detener. "No es nadie importante." "Una coja." Cada palabra era un golpe directo a su corazón, como si hubiera sido reducida a algo insignificante, una simple etiqueta que la condenaba a ser invisible. Sabía cuál era su lugar en esa casa, pero eso no evitaba que se sintiera humillada al saber que Damon solo la veía como "la coja", una sirvienta sin valor, alguien que solo estaba allí porque le resultaba útil.
El recuerdo de la noche en que llegó a la mansión Cross volvió a invadir su mente. Ivy había sido la mujer con la que había visto a Damon en la cocina, la mujer con la que había estado teniendo sexo de manera tan descarada, sin importarle su presencia. Y ahora, verlos juntos de nuevo, escuchando las palabras crueles que intercambiaban sobre ella, la hacía sentir aún más pequeña.
Con el corazón oprimido y la garganta seca, Freya dio un paso atrás, alejándose de la puerta. No podía quedarse más tiempo allí. Sabía que no era bienvenida, no en esa conversación, y mucho menos en ese mundo donde Damon y Ivy jugaban sus juegos de poder. Sabía que tenía que mantenerse invisible, hacer su trabajo y sobrevivir. Pero en el fondo, una pequeña parte de ella deseaba algo más, algo que sabía que nunca podría tener en la mansión Cross.