Freya temblaba en el callejón oscuro, sus ojos asustados mirando a Jack, quien la tenía acorralada contra la pared húmeda y sucia. Las luces de la calle apenas iluminaban sus contornos, y el frío viento de la noche chocaba con su piel expuesta. Pero nada la hacía sentir más sucia que el aliento de Jack, caliente y repugnante, que golpeaba su rostro mientras él la sujetaba con fuerza por la mandíbula, sus dedos hundiéndose en su piel con una crueldad silenciosa.
—Te he dado suficiente tiempo, Freya —gruñó Jack, sus ojos brillando con una mezcla de enojo y desprecio—. Si no cumples con tu trabajo, voy a hacer pedazos a tu viejo, ¿me oíste?
Freya intentó apartar la cabeza, pero el agarre de Jack era demasiado fuerte. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, empapando las manos de Jack mientras ella intentaba encontrar las palabras, el aire, cualquier cosa que la ayudara a salir de esa pesadilla. Su voz salió rota, temblorosa.
—Por favor… te lo ruego… dame más tiempo. Damon es… es muy desconfiado. Apenas puedo acercarme sin que me mire como si supiera que algo va mal.
Jack chasqueó la lengua, su respiración pesada llenando el silencio entre ellos. Aunque claramente estaba furioso, sabía que Freya tenía razón. Damon Cross no era un hombre fácil de engañar, y cualquier error podría acabar con el plan. Sin embargo, la frustración por la falta de resultados lo estaba consumiendo, y Freya era la única que había logrado entrar en esa maldita mansión. Habían pasado años intentando colarse en la vida de Damon, y ella era su única carta.
Jack la observó con cuidado, y algo oscuro cruzó por su mente. Aunque quería deshacerse de ella, sabía que no podía arriesgarse a perder esa oportunidad. Soltó un suspiro largo, su rostro se distendió, pero la crueldad no desapareció de su mirada.
—Mira, Freya —dijo con una sonrisa desagradable—, no voy a matarte… todavía. Eres la única que ha podido meterse en esa maldita casa. No soy estúpido, ¿sabes? Pero si no puedes obtener lo que necesito a la mala, entonces tal vez… podrías conseguirlo a la buena.
Freya se quedó quieta, intentando entender lo que Jack quería decir, pero cuando lo vio recorrer su cuerpo con la mirada, su piel se erizó. El vestido que llevaba, un simple vestido corto de flores, ahora se sentía como un peso que la hundía, expuesta y vulnerable. Jack inclinó la cabeza, su sonrisa ensanchándose con una malicia tan pura que Freya sintió que el estómago se le revolvía.
—Tal vez a Damon no le importe mucho que estés coja —dijo Jack con burla, dejando que sus palabras cayeran pesadamente entre ellos. Detrás de él, los otros secuaces rieron sordamente, sus miradas cargadas de asco y diversión al escuchar el comentario.
El comentario fue como un golpe. El rostro de Freya se descompuso mientras el miedo la invadía completamente. Sabía exactamente a qué se refería Jack. Sabía que esperaba que se acercara a Damon de otra manera, que se convirtiera en algo más que su sirvienta. Freya sintió que su corazón se aceleraba al pensar en lo que Jack quería que hiciera.
—No... —susurró Freya, casi inaudible, su voz temblando tanto como su cuerpo.
Jack la soltó de golpe, pero no antes de lanzarle una mirada de advertencia, fría y despiadada.
—Escúchame bien, Freya. —Su voz se volvió más baja, más amenazante—. Si no consigues la información pronto, si no haces lo que sea necesario, tu viejo pagará por tus fallos. Así que… ve pensando en otras maneras de cumplir con tu parte del trato.
Freya bajó la mirada, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Los otros hombres continuaron riendo, haciendo comentarios sucios, pero ella no los escuchaba. Solo pensaba en su padre, en lo que estaba dispuesta a sacrificar por él, y en el horror de saber que no tenía salida. La amenaza de Jack no era solo una advertencia: era una sentencia de muerte para su dignidad, y tal vez para su alma.
Sin otra opción, asintió débilmente, sabiendo que había sido acorralada en un juego del que no podía escapar, donde cada paso la llevaba más cerca del abismo.
Cuando Freya regresó a la mansión, la lluvia y el frío parecían haberse quedado pegados a su piel. Sus ojos, apagados y tristes, reflejaban el peso de lo que acababa de ocurrir. Maggie, el ama de llaves, la observó mientras Freya cruzaba la puerta de servicio, arrastrando su pie cojo y depositando las bolsas de las compras sobre la mesa de la cocina con movimientos torpes y mecánicos. La mirada amable de Maggie se llenó de preocupación.
—¿Estás bien, querida? —preguntó Maggie con suavidad, acercándose a ella.
Freya negó con la cabeza sin decir una palabra. No podía contarle a nadie lo que había ocurrido en ese oscuro callejón, el terror que había sentido cuando Jack la acorraló, o las palabras asquerosas que le había susurrado. Tomó aire, tratando de calmar el temblor en sus manos, y sin responder a Maggie, tomó la charola con el jugo de naranja recién preparado para Damon. Se obligó a concentrarse en el simple hecho de cumplir con su trabajo, a pesar de que su mente estaba atrapada en las amenazas de Jack.
Subió lentamente hasta la oficina de Damon, tocando la puerta con suavidad antes de que una voz grave le diera permiso para entrar. Cuando lo hizo, él no levantó la vista del documento que sostenía en sus manos, su atención fija en los números y palabras impresas. Sin embargo, la atmósfera en la habitación siempre era sofocante cuando estaban solos, y eso no había cambiado.
Freya se acercó al enorme escritorio de madera, con pasos inseguros, tratando de calmar el temblor en sus manos. Se inclinó para dejar el vaso de jugo frente a él, pero su mente seguía distraída, recordando el asqueroso aliento de Jack, las amenazas, las burlas. Sus manos temblaron más de lo que esperaba, y en un movimiento torpe, el vaso se inclinó, derramando un poco del jugo sobre los papeles de Damon y su camisa impecable.
El corazón de Freya se detuvo en ese instante. Su rostro se puso rojo por la vergüenza y el miedo, sabiendo que cualquier error en esa casa podría costarle caro. Sin pensar, reaccionó rápidamente, tomando una servilleta y tratando de limpiar el jugo derramado sobre Damon.
—Lo siento, lo siento mucho… —susurró nerviosa, mientras intentaba en vano limpiar el desastre que había causado.
Damon la observaba en silencio, sus ojos ya no concentrados en los documentos, sino en Freya y su evidente nerviosismo. Había algo en la torpeza de sus movimientos, en la forma en que sus manos temblaban al rozar su camisa empapada, que lo hizo observarla con detenimiento. Freya, demasiado asustada y avergonzada, no se dio cuenta de la forma en que sus dedos rozaban el pecho firme de Damon bajo la tela húmeda.
—Déjalo —ordenó Damon, su voz profunda, pero sin rastro de enfado.
Freya, con los nervios a flor de piel, no hizo caso. Su mente estaba demasiado ocupada intentando corregir su error, sin percatarse de que cada movimiento la acercaba más a Damon. El contacto involuntario con su pecho duro bajo la camisa mojada la hizo temblar aún más, pero no se detuvo. Era como si no pudiera dejar de intentarlo, como si limpiar ese derrame pudiera salvarla de todo lo que estaba ocurriendo en su vida.
Damon, de repente, hizo un movimiento rápido. Tomó sus manos entre las suyas, deteniendo el frenesí con el que intentaba limpiar la mancha. El contacto entre ellos fue inmediato, y Freya sintió su corazón latir con fuerza, mientras el aire entre ellos se volvía más denso.
—Te dije que lo dejaras —murmuró Damon, su voz baja y más suave de lo que ella había esperado.
Freya se encogió, esperando que la reprimiera o la castigara de alguna manera. Sabía que Damon no era un hombre paciente, y haber cometido ese error, aunque pequeño, la hacía sentir indefensa. Apretó los ojos, preparándose para un regaño o algo peor. Pero cuando alzó la mirada, sus ojos se encontraron con los de Damon, y lo que vio la dejó completamente desconcertada.
No había ira. No había frialdad. En lugar de eso, los ojos de Damon tenían una chispa que ella no había visto antes, algo oscuro y peligroso, pero no de la manera en que ella había temido. Era lujuria. Un deseo crudo e innegable, que hacía que el aire entre ellos se cargara de electricidad.
Freya sintió un nudo en la garganta, el miedo mezclado con una sensación que no podía identificar. No era algo que hubiera esperado, no de Damon, el hombre cruel y distante que apenas la reconocía más allá de su función. Pero en ese momento, bajo el peso de su mirada, supo que algo había cambiado.
Damon no soltó sus manos, y Freya, atrapada en su agarre, no supo qué hacer.