—¿Con quién estás hablando, Freya?
Freya sintió cómo el aire se congelaba en sus pulmones cuando la voz de Damon sonó cerca de su oído, baja y peligrosa. Su aliento tibio rozó su piel, enviando un escalofrío por su cuerpo. No lo había oído acercarse, y el miedo la paralizó.
Cuando intentó retroceder, su pierna falló por la cojera, y estuvo a punto de caer al suelo. Pero antes de que su cuerpo tocara el piso, Damon la sostuvo firmemente, atrapándola entre sus brazos con una facilidad que la asfixió aún más.
—¿Con quién hablabas? —repitió Damon, su tono suave, pero lleno de una amenaza velada.
El contacto con él la hizo estremecer, y no de una manera agradable. Sintió su fuerza, su control absoluto, y supo que estaba acorralada. Damon la mantenía demasiado cerca, su cuerpo inmóvil, casi como si disfrutara del miedo que ahora se apoderaba de ella. Freya tragó saliva, intentando calmar el pánico que latía en su pecho, pero las palabras no salían.
—N-nadie —tartamudeó finalmente, su voz temblorosa, mientras intentaba apartarse, aunque sabía que mentirle era peligroso. Cada parte de su ser gritaba que Damon no creería esa mentira tan burda, pero no podía decirle la verdad. No podía traicionar a su padre.
Damon aflojó su agarre, pero no lo suficiente como para dejarla libre. Su mirada, oscura y fría, la perforaba, evaluándola, y Freya sintió que estaba siendo analizada como si fuera una presa herida.
La mano de Damon subió hasta el mechón suelto de Freya sobre su frente y lo tomó con cuidado, como si tuviera miedo de lastimarla, dejando a la chica totalmente petrificada. Su corazón latiendo a mil por hora. Damon acercó su rostro aún más al de ella, inclinándose para susurrar al oído con esa voz baja y envolvente que la aterrorizaba.
—¿Nadie? —repitió lentamente, como saboreando la palabra—. No pareció ser “nadie”.
Freya cerró los ojos, tratando de mantener la calma, pero su cuerpo temblaba bajo la presión de la presencia de Damon. Sabía que no podía permitirse mostrarse débil, pero tampoco sabía cómo escapar de esa situación. El móvil en su bolsillo era como una carga de dinamita a punto de estallar si Damon decidía revisar.
—Solo... solo recibí una llamada... de un amigo —murmuró finalmente, con la esperanza de que él no presionara más.
Damon inclinó la cabeza, observándola con esa mirada que parecía atravesar todas las mentiras que pudiera decir. Su sonrisa se desvaneció, y el silencio que siguió hizo que el corazón de Freya latiera aún más rápido, si eso era posible.
—¿Un amigo? —murmuró Damon, como si estuviera considerando su respuesta. Luego, de repente, soltó una carcajada suave, pero llena de desdén—. Sabes, Freya, no me gustan los secretos en mi casa.
Ella sintió su cuerpo tensarse aún más cuando Damon la soltó, solo para deslizar su mano hacia el bolsillo de su vestido. Freya reaccionó instintivamente, tratando de apartarse, pero fue inútil. Él ya había sacado el móvil de su bolsillo antes de que pudiera detenerlo.
—Veamos quién es ese "amigo" —dijo Damon con una sonrisa fría, sus dedos jugando con el móvil mientras lo desbloqueaba.
El estómago de Freya cayó en picada. Su mente corría, buscando una salida, alguna excusa, pero ya era demasiado tarde. Estaba atrapada, y Damon tenía todas las cartas en sus manos.
Damon sostuvo el móvil de Freya con esa misma sonrisa burlona mientras marcaba el número que había recibido la llamada. Freya contuvo la respiración, su corazón palpitando tan fuerte que pensó que él podría oírlo. Sabía que si Damon descubría quién estaba realmente detrás de esas llamadas, todo acabaría, no solo para ella, sino también para su padre.
El sonido del teléfono al otro lado de la línea resonó en el silencio de la mansión, pero tras un par de tonos, algo cambió. Damon frunció el ceño ligeramente cuando una voz automática anunció que el número estaba fuera de servicio.
El eco de ese mensaje llenó el espacio entre ellos, y Freya sintió una ola de alivio mezclada con miedo. Sabía que no estaba a salvo, pero al menos había ganado algo de tiempo.
Damon bajó el móvil lentamente, sus ojos entrecerrados mientras lo miraba, como si intentara descifrar algún misterio oculto. Finalmente, levantó la mirada y la dirigió a Freya, quien seguía atrapada entre el miedo y la incomodidad. La sonrisa que había desaparecido de su rostro no regresó, pero la tensión en el aire se hizo más palpable.
—¿Un amigo, eh? —dijo en voz baja, su tono lleno de sospecha.
Freya no se atrevió a responder, simplemente mantuvo la cabeza baja, esperando que él dejara pasar el asunto. Pero Damon no era alguien que dejara las cosas sin respuestas, y ella lo sabía bien. El móvil aún estaba en su mano, pero tras unos segundos más de incómodo silencio, se lo devolvió.
—Parece que tu "amigo" no está disponible —dijo, sus ojos fijos en los de Freya, penetrantes y calculadores—. Espero que no estés ocultando algo de mí, Freya. Porque sabes lo que pasa con aquellos que intentan engañarme, ¿verdad?
Su voz era suave, pero la amenaza era clara. Damon no necesitaba alzar la voz para hacerle sentir que estaba caminando sobre una cuerda floja. Freya asintió rápidamente, sintiendo el sudor frío en la nuca. No podía dejar que sospechara más de lo que ya lo hacía.
—No, señor... No estoy ocultando nada —dijo con voz débil, esperando que sus palabras fueran suficientes para calmar su desconfianza.
Damon la observó por un largo momento antes de inclinarse un poco más cerca, haciendo que Freya retrocediera instintivamente.
—Espero que sea así, Freya —susurró, su voz apenas audible pero cargada de intención—. Porque te estaré vigilando.
Con esas últimas palabras, Damon se dio la vuelta y se alejó, dejándola allí de pie, temblando. Freya respiró hondo, sintiendo que sus piernas casi no la sostenían. Sabía que el número de su captor había sido desconectado a propósito, una precaución para evitar que pudiera ser rastreado. Pero eso no significaba que Damon no seguiría sospechando. Y ahora, más que nunca, debía ser cuidadosa.
Su mente estaba en caos. Tenía dos días para cumplir con las demandas de los hombres que retenían a su padre, y Damon ya la estaba observando más de lo que debería. Cada paso que daba en esa casa la acercaba más al abismo, y sabía que, en cualquier momento, una sola equivocación podría destruirlo todo.
Con las piernas aún temblando, Freya volvió a guardar su móvil y se encaminó hacia su habitación. El reloj seguía corriendo, y ahora más que nunca, cada segundo contaba.