Cuando la llamó con un gesto de su dedo, ella titubeó, pero finalmente se acercó a regañadientes, intentando evitar su mirada.
Freya, con la mirada fija en el suelo, se acercó a la tina como él había ordenado. Sus manos temblaban levemente cuando Damon le indicó que tomara la esponja. No podía mirarlo a los ojos, no se atrevía, y sus dedos se cerraron alrededor de la esponja con torpeza.
Damon la observaba desde la bañera con una sonrisa lenta y calculadora en sus labios, disfrutando del evidente nerviosismo de Freya. Sabía lo que él provocaba en ella, pero la pregunta era que tanto podía aguantar de su presencia.
—Vamos, Freya —murmuró Damon, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. No me hagas esperar.
Freya tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Con manos temblorosas, comenzó a frotar la esponja contra la espalda de Damon, tratando de mantener su distancia lo mejor que podía. Pero cada vez que la esponja tocaba su piel, sentía el peso de la mirada de Damon sobre ella, como si estuviera disfrutando de su incomodidad.
Él notó cómo se tensaba, cómo cada movimiento era vacilante y torpe. Y eso solo hizo que su sonrisa se ensanchara, sus ojos brillando con diversión cruel.
—¿Te pone nerviosa esto, Freya? —preguntó en voz baja, su tono cargado de burla.
—No, señor Cross.
Freya mintió, concentrada únicamente en terminar la tarea lo más rápido posible. Pero a medida que se movía alrededor de la tina, Damon no pudo evitar notar cómo cojeaba ligeramente, cómo cada paso que daba parecía costarle un esfuerzo mayor. Sus ojos se desplazaron hacia su pierna, donde la cojera era más evidente, y su expresión se endureció.
Algo en la mirada de Damon cambió. La diversión se desvaneció, reemplazada por una frialdad intensa. No hizo ningún comentario al respecto, pero Freya sintió el peso de su escrutinio. Aunque su rostro seguía imperturbable, la tensión en el aire se volvió más pesada.
—Suficiente —dijo de repente Damon, su tono abrupto, haciendo que Freya se detuviera de inmediato.
Ella se retiró unos pasos, respirando profundamente para intentar calmarse, mientras Damon se levantaba de la tina, sin el menor rastro de vergüenza o pudor. El agua goteaba de su cuerpo, pero su mirada seguía fija en Freya, analizando cada uno de sus movimientos.
—Te veré mañana a la misma hora —dijo con una sonrisa que no prometía nada bueno—. No llegues tarde.
Freya asintió, apenas logrando mantener la compostura mientras se retiraba lo más rápido que su pierna herida le permitía. Cada paso que daba era una lucha por mantener el control, pero lo que más la atormentaba no era el dolor físico, sino la sensación de que Damon la estaba observando siempre, esperando el momento en que cayera completamente bajo su poder.
Mientras cerraba la puerta detrás de ella, Freya sintió que no solo estaba huyendo de la habitación, sino también de algo mucho más oscuro: el creciente poder que Damon ejercía sobre ella, y la cruel intensidad de los latidos de su corazón al estar demasiado cerca de él.
Cuando Freya se disponía a ir a su habitación, el móvil en su bolsillo empezó a sonar. Freya sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando el sonido insistente del móvil rompió el silencio del pasillo.
Había intentado dejar atrás el recuerdo de aquella noche horrible, pero ese tono familiar le recordaba que no podía escapar de su realidad, por mucho que lo intentara. Miró la pantalla con las manos temblorosas y vio el nombre del remitente: Jack, el hombre que tenía a su padre cautivo.
Su corazón se detuvo por un segundo y, al siguiente, comenzó a latir con fuerza, cada vez más rápido. Una mueca amarga se formó en sus labios. No podía ignorar la llamada. Sabía que, si no respondía, las cosas empeorarían, y su padre... no quería ni pensar en lo que podría sucederle.
Miró a su alrededor rápidamente, asegurándose de que nadie la viera o escuchara. Las sombras de la mansión la rodeaban, haciéndola sentir atrapada, como si cada pared estuviera observando sus movimientos. Una vez convencida de que estaba sola, finalmente deslizó el dedo por la pantalla y contestó, su voz apenas un susurro.
—¿Qué quieres? —dijo con el tono entrecortado, tratando de que su miedo no se reflejara en sus palabras.
Al otro lado de la línea, una risa suave y fría resonó, haciendo que Freya apretara el móvil con más fuerza. El hombre, con su voz baja y amenazante, no necesitaba gritar para sembrar el terror en ella.
—Buenas noches, Freya. Me alegra que respondieras. Ya sabes lo que pasa cuando te demoras, ¿verdad? —dijo él con una burla velada.
Freya cerró los ojos, sintiendo una mezcla de ira e impotencia. No podía permitirse el lujo de retarlo, no cuando la vida de su padre colgaba de un hilo.
—Estoy... estoy haciendo todo lo que me pediste —respondió, la voz quebrándose un poco—. Estoy aquí, en la mansión. Me infiltré como mucama. Solo necesito más tiempo.
El hombre soltó un gruñido de impaciencia.
—Tiempo, Freya... —repitió con sarcasmo—. No tenemos tiempo. Necesito información, y la necesito ahora. ¿Qué tienes para mí? ¿Qué has averiguado?
Freya tragó saliva, sintiéndose atrapada entre dos mundos. No había tenido oportunidad de espiar a Damon todavía, apenas había logrado sobrevivir la primera noche en la mansión. Las imágenes de él en la cocina y luego en la bañera seguían atormentándola, pero nada de eso serviría para salvar a su padre.
—Aún no mucho —admitió con voz vacilante—, pero estoy cerca. El señor Cross me ha pedido que lo sirva personalmente. Tendré acceso a su rutina. Solo... solo dame un par de días más, por favor.
El silencio en el otro lado de la línea fue tan denso que Freya apenas podía respirar. Luego, la voz del hombre se volvió más fría y letal.
—Tienes dos días, Freya. Si no me das algo útil para entonces, no habrá una próxima llamada. Y créeme, tu padre... no querrá saber lo que le haré.
Freya sintió una presión en el pecho que la dejó sin aire. Cuando la llamada terminó, el peso del miedo y la desesperación cayó sobre ella como una losa. Guardó el móvil en su bolsillo con manos temblorosas, incapaz de mover sus piernas por un momento.
Pero entonces una voz susurrante la hizo casi caer al piso.