—¡Oh, por Dios! ¿Qué le sucedió? —exclamé, sintiendo el aire atraparse en mi garganta, mientras mi corazón se aceleraba al ver a mi hermano cubierto de sangre. El tiempo parecía detenerse, el mundo desvaneciéndose, y solo él y el rojo oscuro que manchaba su cuerpo existían en ese momento. —Le dije que sería mejor llevarlo a un hospital, pero no quiere —me susurró Danna, su voz vibrante, pero ahogada en la urgencia de la situación. —Nada de hospital, no pueden verme así —contestó él, su voz rota por el dolor, llena de un orgullo absurdo mientras la sangre seguía fluyendo. Cada palabra suya era como una daga más en mi pecho. Su mirada, distante, era un grito silencioso de auxilio que se negaba a admitir. —Tenemos que llevarlo a una habitación y curar su herida —dije con un temblor en la v