25 de octubre de 2002
Annice se giró hacia Daimon. Él ni siquiera la miró cuando se metió en su despacho. Eso le dolió. Su teléfono vibró y miró el mensaje que había recibido.
Pequeño Evans: Estoy en la puerta, ¿vienes a recogerme?
Annice: Dame dos minutos y voy a por ti. No tardo.
Pequeño Evans: :)
Annice volvió a colgar su teléfono, pero antes echó un último vistazo a la puerta cerrada. Definitivamente, Daimon la odiaba ahora. Suspiró y caminó hacia la entrada del Ministerio.
En la puerta, se encontraba un adolescente de quince años con el cabello rubio muy despeinado. Cuando la vio, sus ojos azules brillaron con alegría y le dirigió una sonrisa encantadora. Ella le sonrió de vuelta. Ese pequeño siempre había sido encantador.
Lo abrazó cuando se encontraron uno frente al otro. Echaba de menos al pequeño Evans que la seguía a todas partes, pero su versión de adolescente también era agradable. Siempre sería como su preciado hermanito.
-¿No has tenido ningún problema para venir?
Evans negó y dejó de abrazarla.
-Todo bien –dijo-. Ya tengo ganas de empezar a trabajar aquí.
Annice soltó una carcajada.
-Ya tendrás tu momento. Por ahora solo disfruta de tu juventud y estudia.
Él asintió.
-Lo hago. Mis notas son las mejores y ahora las cosas están más interesantes por casa -sonrió con picardía-. Las cosas también son interesantes en el instituto con las chicas.
Annice volvió a reír. Evans parecía disfrutar del interés de las chicas en él. Ambos comenzaron a caminar hacia la biblioteca del Ministerio.
-¿Belinda está bien? -preguntó con curiosidad.
-Más o menos -parecía meditar la respuesta-. Alex, Connor y Dai la están recogiendo del instituto, solo por precaución.
Eso le gustó a Annice. Los hermanos Black siempre se protegían entre ellos y eran como una piña cuando se necesitaban. Ella era hija única, pero la familia Black se sentía como una extensión de su familia.
-Si tenéis problemas, podéis hablar con Miller, el nuevo maestro del nido de Londres. He escuchado por Dan que los vampiros que están atacando son pícaros así que él podrá ayudaros si lo necesitáis.
Evans la miró con curiosidad.
-¿Dan no es el hijo de Asher?
Annice suspiró. Muy a su pesar, eso era cierto. No obstante, podía decir con toda seguridad que su hijo no se parecía en nada a su padre. Él tenía honor y era agradable con los demás. Si no fuera por los problemas que había dentro de la manada con respecto a su actual líder, Daniel sería un perfecto Alfa.
-Lo es -suspiró-. Pero él no es como su padre. Lo conozco y es un buen amigo mío. Si necesitáis ayuda, él es un buen candidato; también es mi informante cuando ocurre algo en el submundo.
Annice abrió la puerta de la biblioteca cuando llegaron al lugar. Pronto, Evans cambió de tema y comenzó a hablar de libros. Ella sonrió. Evans siempre sería su hermanito pequeño.
10 de noviembre de 2002
Annice dejó pasar a Belinda con una sonrisa mientras observaba a la chica ataviada en un bonito vestido de invierno. La joven tenía unas bonitas piernas largas y esbeltas envueltas en medias negras. Su falda danzaba sutilmente cuando caminaba al igual que su largo cabello rubio dorado completamente suelto.
-No sé si eres demasiado loca o tienes tendencias suicidas -dijo suavemente y algo divertida por la situación mientras la seguía.
Belinda se rio y se acomodó mejor en su asiento de sofá. Incluso cuando se lanzaba contra su sofá, lucía adorable y delicada.
-No pasará nada siempre y cuando no lo sepa.
Dejó escapar un suspiro. No estaba muy convencida de que Daimon se lo tomara muy bien cuando lo supiera. Sus otros hermanos no tenían ningún problema, pero él la odiaba. Era evidente y le dolía pensarlo.
Daimon nunca regresó a por sus zapatos y tampoco volvió a hablarle. Era un hecho que las cosas jamás volverían a ser lo que eran.
A menos que pensara en algo.
-Cuando se entere, se va a enfadar -no se sentía muy emocionada por la idea.
Belinda inclinó la cabeza.
-No tiene motivos -replicó-. Solo he acudido a alguien que es como mi hermana para pedir consejo y lo que él piense no debería influir en mí para decidir si puedo o no visitarte.
Annice sonrió. Era una niña dulce.
-Es porque te quiero, que no me gustaría que se molestara contigo -suspiró-. Supongo que no podría convencerte de lo contrario.
La chica se encogió de hombros y sonrió.
-Realmente no me importa si se molesta -dijo con cierto brillo curioso-. No entiendo qué es lo que ha pasado entre ustedes dos, pero sinceramente, deberíais solucionarlo de una vez. Nuestras familias han pasado los veranos juntos desde que éramos niños. No sé qué mosca le ha picado ahora.
Su corazón se paralizó. Que ella le dijera eso, solo metía más el dedo en la llaga. Echaba mucho de menos a Daimon. Su risa, sus abrazos y sus conversaciones de medianoche cuando eran más jóvenes.
Era evidente que todo aquello había cambiado. El destello del recuerdo de aquella bruja en su despacho le provocó un escalofrío.
-Es complicado -murmuró.
-¿Sabes quién podría ayudarnos para detener a Asher?
La miró con sorpresa. ¿Había escuchado bien?
-¿Para detenerlo?
Belinda rápidamente la puso al día de todo. Desde su conversación con los vampiros y los ataques hasta lo más reciente. Ella la escuchó en completo silencio, asintiendo de vez en cuando en ciertos puntos y estremeciéndose en otros. Todo lo que le contaba, le parecía descabellado.
Estaba preocupada por ella, pero estaba contenta al saber que no le había pasado nada. Lo que estaba pasando entre los licántropos y los vampiros, comenzaba a irse de las manos. Tendría que hablar con Dan cuanto antes para hablar con él sobre lo que estaba sucediendo.
Suspiró.
-Eso explica por qué tu hermano ha dejado su trabajo en el Ministerio… -murmuró. La miró-. Evans no me lo contó todo cuando habló conmigo por teléfono. Supongo que podríais hablar con Dan, el hijo de Asher. Él no está de acuerdo con su padre y ha habido rumores de que Asher iba a exiliar a su hijo por contradecirlo en numerosas ocasiones. Él podría ser un buen punto de apoyo si conseguís contactar con él.
Belinda se cruzó de brazos.
-¿Crees que quiera ayudarnos?
Se encogió de hombros.
-Todo es posible. Sé que es un buen hombre, así que no dudo en que vaya a ayudarnos.
Frunció el ceño. Era evidente que Belinda no estaba muy segura de lo que le decía.
-Pero ¿y si nos tiende una trampa? -preguntó-. No lo conocemos.
Comprendió sus motivos para sentirse preocupada. Ella también lo habría estado en su lugar. Retuvo el aire en los pulmones y se mordió el labio algo incómoda. Solo tenía una forma de convencerla de que Dan no era un peligro.
-Yo salí con él un tiempo -dijo al cabo de unos segundos-. Fue hace un año más o menos. No duramos mucho, pero puedo asegurarte de que es un buen hombre.
Belinda contuvo un jadeo. Ella la miró con empatía, supongo que nunca se habría esperado que saliera con un licántropo. Aunque tampoco era extraño, muchos brujos lo hacían. Ella solo había sido una más de ellos.
Observó como Belinda cogía aire y lo soltaba muy lentamente.
-Vale… Me lo apunto -murmuró.
Sonrió y arqueó una ceja.
-¿Sorprendida?
La joven asintió. Los ojos aún muy abiertos por la sorpresa.
-Mucho -dijo-. No te veía bruja de lobos… En realidad… Bueno… -hubo una pausa. Belinda se removió algo incómoda-. Yo pensaba que te gustaba mi hermano.
Los ojos de Annice se abrieron. Se abrieron y, si no fuera porque los tenía pegados a la cara, estaba muy segura de que se habrían salido de su cuerpo.
¿Había escuchado bien? Sí, por supuesto que lo había hecho. Belinda sabía de su enamoramiento por Daimon.
Se humedeció los labios, incómoda. No estaba segura de qué responderle. La había pillado totalmente por sorpresa. La chica solo la miraba con sus grandes ojos azules y Annice supo que no podía mentirle.
Suspiró.
-Lo hago… -aclaró su garganta-. Me gusta tu hermano.
Belinda asintió.
-Sí, lo supuse. Quiero decir, era fácil de ver.
Ahora tenía curiosidad. Inclinó la cabeza, preocupada.
-¿Alguien más lo sabe?
La chica pareció pensarlo unos segundos antes de negar con la cabeza.
-Lo dudo -respondió y sonrió-. Mis hermanos pueden ser unos verdaderos idiotas en cuanto a las mujeres.
Annice rio ligeramente.
-Puede ser -recordó la relación de Connor y Lilly. El muy tonto había alejado a la persona que más amaba pensando que así la protegía y al final había sido él quien más la había lastimado.
18 de noviembre de 2002
Annice miró la comida frunciendo el ceño. Por lo general, no le molestaba comer en el Ministerio, pero aquel día la comida no se veía exactamente agradable. Era como si el cocinero o la cocinera a cargo hubiera tenido una sería lucha con su cocina. La ensalada tenía un color oscuro y la sopa… parecía cualquier cosa menos sopa.
Con una mueca apartó la bandeja y echó un vistazo a su reloj. Si se daba prisa, podría ir a comer a ese restaurante al que siempre había ido con Daimon, cuando todavía se hablaban.
Eso le amargó el día.
Había hecho muchas cosas con Daimon antes de aquel maldito desastre. Ambos siempre habían compartido una extraña pasión por el cine antiguo, por ejemplo. También habían ido a muchos sitios juntos, como aquella cafetería con aire tropical o ese escondite en Central Park que habían encontrado cuando eran más jóvenes.
Todo eso se había convertido en una bola de demolición construida a base de recuerdos que golpeaban furiosamente contra su corazón a un ritmo contundente.
Antes de salir del comedor, dejó la bandeja en un extraño carrito metálico. Su bolso saltaba contra su cadera mientras salía disparada del lugar. Si se daba prisa, llegaría al restaurante a tiempo para poder comer algo y regresar al trabajo. Había perdido mucho tiempo con la comida del Ministerio.
No tardó más de quince minutos en llegar. Era un restaurante familiar, encantador y con una comida deliciosa. Las puertas eran de cristaleras y los colores eran muy cálidos. Estar allí siempre le daba una sensación de estar en casa. Era agradable.
-Hola, me gustaría saber si hay un sitio libre.
La camarera le sonrió.
-Justamente se nos acaba de quedar una mesa libre. Un segundo, por favor.
-Gracias.
Annice suspiró y miró por todo el lugar. Había tenido suerte. Normalmente no estaba tan lleno, pero parecía que todo el mundo se había puesto de acuerdo para ocupar el lugar. Se removió en el sitio algo impaciente. Tenía el tiempo justo para comer y regresar al Ministerio. Desde que Daimon se había marchado de ahí, todo se había vuelto más difícil. Ahora era ella la que tenía que hacer parte de su trabajo y, desde luego, aquello no era agradable si se sumaba al suyo propio.
Suspiró. Aun no comprendía qué era lo que lo había hecho dejar el trabajo. Él era uno de los mayores activos del Ministerio. Trabajaba bien y sabía lo que hacía. ¿Qué podría haberlo impulsado marcharse?
No solo eso, Cedric Black también había estado actuando muy extraño. Ni siquiera dijo algo el día que Daimon dejó de ir. Era como si él ya lo supiera. Como si hubiera esperado aquello de su hijo. Las cosas habían estado raras entre los Black desde principios de septiembre.
Primero las desapariciones; Belinda y ese chico, Axel. Ahora esto…
-Señor, siento decirle que en este momento no nos queda espacio libre.
-¿Y esa mesa vacía? -preguntó una voz grave.
Ella se giró con curiosidad, esperando que no hablara de su sitio. Si el hombre se ponía demasiado insistente, tendría que defender su mesa. Una tontería por la que pelear, pero tenía hambre. Nadie se metía entre ella y la comida.
Annice se quedó paralizada. Su cuerpo se tensó al segundo en el que reconoció al hombre que tenía frente a ella. Espalda ancha, alto, cabellera oscura y unas torneadas piernas envueltas en un pantalón que le lucía un magnifico trasero… Parecía que todavía no la había visto. La idea de salir de allí y escapar, pasó por su cabeza.
Daimon bufó molesto y giró la cabeza, como si el destino hubiera decidido ponerlos en medio de un momento incómodo. Ella observó como fruncía el ceño, pasando a abrir los ojos con incredulidad cuando la reconoció. Se mordió el labio.
-Bien, lo entiendo -dijo girándose a la camarera-. Iré a otro lugar.
-Siento las molestias.
Él asintió y comenzó a caminar a la salida. Annice reaccionó impulsada por una emoción que hasta el momento no reconoció. Cuando se quiso dar cuenta, lo estaba sujetando del brazo. No sabía cómo lo había alcanzado tan rápido, pero ahí estaba, a escasos centímetros de él. Daimon se detuvo para mirarla sorprendido.
Se hizo el silencio.
Annice maldijo interiormente por haberlo detenido sin una razón aparente. Sus ojos verdes la miraban esperando una palabra de su parte. Ella se lamió los labios, nerviosa.
-¿Quieres almorzar conmigo? Podemos compartir mesa… si quieres.
Daimon arqueó una ceja y rápidamente se arrepintió de haberlo detenido. No tenía que haberlo hecho. Era evidente que él ya no quería saber nada de ella. Seguir aferrada a él era una estupidez y más aún después de haberlo rechazado. Miles de palabras de reproche pasaron por su cabeza. Estaba siendo egoísta y, aunque no quería admitirlo, quería seguir siéndolo con Daimon.
Lo quería de nuevo en su mundo.
Él asintió lentamente, sorprendiéndola ahora a ella.
-Está bien.
La alegría floreció dentro de Annice. Todavía no estaban cerca de volver a ser tan cercanos como antes, pero estaba decidida a serlo. Haría lo que fuera por volver a tenerlo en su vida, junto a ella.
Tentaría a Daimon si era necesario.